Por Martín
Pérez
Una de las pocas ciudades norteamericanas
en las que caminar no es un problema o un riesgo además de
Nueva York, por supuesto es San Francisco. Y ésa es una de
las razones por las cuales el cineasta Philip Kaufman vive allí
desde hace más de veinticinco años. Voy caminando
a todos lados, especialmente buscando algún café donde poder
evadirme de todo, cuenta el director de Letras prohibidas, el film
sobre el Marqués de Sade que se estrena mañana en Buenos
Aires. Director independiente cuando aún nadie había pensado
reunir esas dos palabras y hacer de ellas un género, Kaufman es
un cineasta extraño, con una filmografía que se extiende
tanto en el tiempo y en los temas ha dirigido Los usurpadores de
cuerpos (1978), Lo que hay que tener (1983), La insoportable levedad del
ser (1988) y Henry y June (1990), entre otros, que a menudo parecería
que hay más de un Kaufman en las enciclopedias de cine. La
verdad es que vivo en San Francisco porque es una ciudad más humana
que Los Angeles, cuya materia prima son la ansiedad y la ambición.
No estoy muy interesado en todo ese mundo, a mí me interesa más
buscar historias para contar, completa el razonamiento inicial.
Honrado a fin del año pasado con una retrospectiva organizada por
el American Film Institute en el Teatro Griego de Los Angeles, y con su
último film mencionado como candidato en todas las notas previas
a las nominaciones al Oscar, Kaufman es el paradójico caso de un
cineasta independiente que durante la alternativa década del 90
filmó lo más alejado posible de un film alternativo. Hizo,
por ejemplo, Sol naciente, un thriller basado en una novela de Michael
Crichton, que comienza con un ritual sexual que concluye en homicidio.
No es que haya decidido estar inactivo durante los 90,
explica en la entrevista telefónica que concede a Página/12.
Sólo que no me gusta filmar por filmar. Acepté rodar
ese film porque me gustó la idea de poner al mundo de Raymond Chandler
al día en materia de megacorporaciones y tecnología. Y no
me sorprende nada que precisamente contra ese mundo protesten los manifestantes
de Seattle. Con su film sobre Sade, Kaufman completa una curiosa
trilogía sobre la sexualidad que empezó con el film sobre
la obra más famosa del checo Milan Kundera y continuó con
la exploración de la relación entre Henry Miller y Anaïs
Nin, retratados en Henry y June.
No debe ser casualidad que sus últimos cuatro films tengan
como tema una cierta preocupación por la sexualidad adulta y sus
desvíos...
Obviamente que, más allá del hecho de que pensé
que el guión de Letras prohibidas era una buena historia, seguro
que me sentí interesado también porque trabajaba con la
sexualidad. Todo el mundo está interesado en eso, y no está
nada mal que así sea. Por otro lado, los films norteamericanos
por alguna razón tienden a estar obsesionados con la violencia.
Me gustaría apuntar que cuando la gente me dice que La insoportable...
es un film sobre el sexo, me veo obligado a responderles que yo creía
que era un film sobre la invasión rusa a Checoslovaquia (se ríe).
Claro que hay personajes reales en esa historia, y es gente que no le
tiene miedo a su sexualidad. Lamentablemente, en Estados Unidos tenemos
muy pocos films que estén preocupados en serio por la sexualidad.
De hecho, ser adulto aquí es obsceno. No sé cómo
fue que llegamos a eso, porque en otros tiempos mirábamos a los
ojos a los adultos. Cuando uno mira a Spencer Tracy, Hum-phrey Bogart
o Barbara Stanwick, uno está viendo a un adulto. Pero en algún
lugar del camino nuestros adultos comenzaron a usar zapatillas Nike e
intentaron vivir en una adolescencia permanente. Creo que perdimos algo.
Usted ha hecho lo suyo para alcanzar esa definición. Su film
Henry y June fue el primero en ser calificado como NC-17 en los Estados
Unidos: un film para adultos...
Pero era simplemente un film sobre dos escritores a los que llegué
a conocer personalmente y que escribieron sobre la sexualidad. Yo siempre
miré a los escritores como si fuesen héroes. Pienso que
el heroísmo es un buen tema para un film y mi película Lo
que hay que tener era precisamente sobre el heroísmo, en ese caso
de los astronautas; Henry y June habla de otra forma de heroísmo.
¿Y de qué trata entonces Letras prohibidas?
Cuando leí el guión por primera vez, pensé
que la historia no sólo era graciosa y sorprendente sino que también
tenía la resonancia y los sentimientos de una fábula o un
mito. Es más: me parecía que era como una historia infantil.
De la manera en que está narrada, es como si el Marqués
fuese algo así como un ogro o un mago malvado, un personaje incendiario
enviando material al mundo que está ahí afuera. Es decir,
que Sade es un personaje casi infantil. Este personaje es ayudado por
una mujer idealista y virginal, y por un abad aún más virginal
e idealista. Es así como el emperador debe enviar a un emisario
para que el Marqués deje de escribir, y ese enviado es algo así
como uno de sus personajes que viene a castigarlo.
Usted dijo alguna vez que no es la clase de cineasta que hace un
film y luego lo repite una y otra vez. ¿Qué opina hoy al
respecto?
Bueno, antes que nada me gustaría aclarar que dije eso como
para escaparle a la interpretación más bastarda de la teoría
del autor, que es la que ve a dos tipos apuntando a la cabeza del otro
una película tras otra. Porque en realidad en cada obra de un director,
o de un escritor o de lo que sea, siempre hay algo propio que se repite.
Yo estoy interesado en los temas de la sexualidad, algo que se puede ver
en mis últimos films. También suele afirmarse que en todos
mis films los personajes obsesivos, como el Marqués de Sade, terminan
destruyendo a la gente que los rodea. Algo que se puede ver en mis primeros
films, como The Great Northfield Minnesota Raid, en el que Jesse James
lleva a su banda al fracaso. Y de la misma manera en que me preocupan
los personajes obsesivos, también me interesa la forma en que la
gente responde bajo presión. Por eso estoy muy interesado en las
últimas elecciones estadounidenses porque de alguna manera el lado
del mundo del que me gusta imaginarme, el lado más generoso, se
descubre durmiendo un poco, y transformándose en complaciente frente
a quienes sólo se mueven por su propio interés. Cuando digo
interés, pienso en dinero. Esas son las cosas que me preocupan.
Y me interesan.
La verdadera independencia
Usted ha sido descripto muchas veces como un cineasta independiente
escondido en un traje de Hollywood. ¿Qué significa
ser un cineasta independiente en el 2001?
Esa es una buena pregunta. Porque, al fin y al cabo, el dinero
es el dinero. Y sería muy ingenuo pensar que el dinero que
viene de Chicago o de París es más independiente que
el que viene de Hollywood. Creo que la independencia es sólo
una cuestión de integridad, y de las batallas que cada cineasta
está dispuesto a pelear para preservar la independencia de
su película en sí misma. Muchos cineastas independientes
lo único que quieren es filmar una película que les
sirva como carta de presentación ante la industria. Mientras
tanto, hay grandes luchas, que el público ignora, que se
desarrollan bajo las narices de Hollywood, y tienen como protagonistas
a cineastas como Altman, Scorsese... o incluso George Lucas, que
peleó por un sueño como nadie. Un sueño que
no era político ni sexual sino una especie de cuento de hadas
del espacio, hasta que consiguió hacer la película
que había soñado. Y eso, creo yo, es ser un cineasta
independiente.
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