Por Martín
Pérez
Alguna vez, Robert De Niro supo ser la peor pesadilla del peor cafishio
del peor barrio de Nueva York. También encarnó a la peor
pesadilla de Jerry Lewis, y fue la peor pesadilla de la familia de clase
media más clase media del mundo en Cabo de miedo. Pero no todo
es Martin Scorsese en la vida de De Niro, así que ahora de
la mano del director Jay Austin Powers Roach al otrora
Rey de la comedia le toca ser apenas la peor pesadilla de los novios más
bienintencionados del mundo. Una pesadilla que toma su peor ¿mejor?
forma cuando tiene a su futuro yerno conectado a un detector de mentiras
y totalmente a su merced. Y cualquier pregunta, y su consiguiente respuesta,
es la peor de las torturas.
Tal como lo hizo con su perfil gangsteril en la divertida Analízame,
lo que logra claramente De Niro en un producto como La familia de mi novia
es explotar su perfil más recio y autoritario para, lisa y llanamente,
convertirse en un suegro insufrible. Suerte de reescritura en broma de
Mi vida como hijo, su antagonista es Ben Stiller, que se recibió
de enamorado en problemas en Loco por Mary, pero aquí deja el anárquico
y cuasi revolucionario sin sentido de lado para abrazar el crescendo destructor
a-loLaurel y Hardy que le pone en su camino la muñeca de
Jay Roach, responsable nominal del desatado genio pop de Mike Myers. Aunque,
en realidad, lo único que llega directamente desde las tierras
de Powers es el ridículo juego de palabras con el nombre del personaje
de Stiller, bautizado Fornika para la versión subtitulada, pero
que en inglés su apellido es un cruel Fucker.
Más allá de los juegos verbales, las diferencias entre el
humor de aquellos films y el de esta comedia son tan grandes como las
que separan a Myers de Stiller. Si el humor del primero es explosivo,
lo de Stiller es más sutil. Powers necesita de sus dientes postizos
y de la suficiencia del Dr. Evil, mientras que al bueno de Fornika le
alcanza con un plano fijo con los hombros caídos frente a una cinta
vacía de equipajes para transmitir toda la desolación del
pasajero de avión al que la aerolínea le pierde su bolso.
Máquina con una sola velocidad y un solo rumbo, La familia de mi
novia es, al igual que Analízame, un sketch estirado hasta ocupar
el espacio completo film. Aunque se trata de un buen sketch, hay que reconocerlo.
Si en aquel film se trataba de un gangster confesándolo todo ante
su analista, el mecanismo humorístico que sostiene a La familia...
son las crecientes meteduras de pata con las que un yerno se desgracia
ante la autoritaria mirada de un suegro que, para colmo, está lleno
de secretos. Y no hay caso: cuanto más intente caerle simpático,
peor será. Sé bueno con éste, porque me gusta,
le pide su hija al feroz e implacable suegro encarnado por De Niro, un
prenuncio de lo que vendrá, que contendrá disertaciones
sobre lo emocionalmente huecos que son los perros, sobre Peter Paul &
Mary y el mensaje oculto en su tema Puff, The Magic Dragon
y sobre la remota posibilidad de ordeñar a animales mucho más
pequeños que las vacas.
Recorrido sin descanso por el peor fin de semana posible para un yerno
decidido a pedir la mano de su novia pase lo que pase en su primera visita
a la casa de sus padres, el film de Roach apellido que significa
cucaracha en inglés tiene su límite en el marco de
su planteo inicial. Ingenuo y bienintencionado a la hora de construir
a su personaje protagónico, y perverso al entregar sólo
un camino lleno de frustraciones e incomodidades, el expreso La familia
de mi novia fracasa cuando se detiene. Y debe hacerlo para poder ir en
busca de su final, que encerrará alguna que otra gema las
aerolíneas son el blanco del humor más feroz no dirigido
hacia Stiller de todo el film que tal vez resulte previsible. Tan
previsible (y unidimensional) como la perfecta cara de malo que Robert
De Niro sostiene durante un film construido para que no cambie jamás
de expresión.
ALMAS
PERDIDAS, CON WINONA RYDER Y BEN CHAPLIN
El melodrama casi satánico
Por H. B.
Algo está fallando en la carrera de Winona Ryder. La pálida
pequeñita de grandes y melancólicos ojos oscuros sigue siendo
una actriz distinta, pero su criterio para elegir películas no
parece estar funcionando bien. En Inocencia robada la internaban en uno
de esos manicomios que sólo en Hollywood se ven. En Otoño
en Nueva York padecía una enfermedad terminal y se enamoraba de
Richard Gere. Ahora, la chica cuyo nombre llevó tatuado Johnny
Depp en el brazo se embarca en el tercer melodrama de la serie, esta vez
con el mismísimo Demonio como tercero en discordia. Puede ser que,
comparada con las dos anteriores, Almas perdidas no sea tan mala. No quiere
decir que sea buena.
Primer esfuerzo como director del reputado director de fotografía
polaco Janusz Kaminski (brazo derecho de Steven Spielberg desde La lista
de Schindler en adelante), Almas perdidas es una nueva incursión
de Hollywood en el redescubierto tema del satanismo, luego de El abogado
del diablo, El día final, Estigma, Bless the Child y Al diablo
con el diablo, la única que se salva. Habrá que esperar
hasta marzo, cuando se reestrene El exorcista, para tener un Satán
como Dios manda en la Argentina (los más apurados pueden probar
en comités políticos o gabinetes económicos). De
entrada, la película de Kaminski permite alentar esperanzas, con
un comienzo intrigante y un look general de película de arte, con
una fotografía de tonos lavados y parduzcos, que colabora en el
clima misterioso y oscuro. A los veinte minutos, tras forzar la mirada
en las sombras, el espectador se estará preguntando qué
les pasa a los personajes, que no encienden alguna luz.
Parecida oscuridad exhibe el guión, que comienza con un exorcismo
presidido por el siempre temible John Hurt, a quien asisten el rostro
también fascinante de Elias Koteas (de Exotica y Crash), Winona
y un cuarto hombre. Un flashback en medio de ese exorcismo lleva a otro
anterior, en el que Ryder es, esta vez, la poseída. De inmediato,
la propia Winona se pone a resolver un jeroglífico, del cual surge
el nombre de quien, se supone, cierta profecía bíblica anticipa
como el Anticristo. Ese nombre corresponde a un escritor de best sellers
(Ben Chaplin), de allí en más objeto de persecución
de Winona y sus amigos. Pero no lo cazan para exterminarlo, sino sólo
para explicarle su condición. No es que el escritor sea malo, todo
lo contrario. Los malos son los miembros de una secta que parecen escapados
de El bebé de Rosemary, pero aparecen muy tarde.
Aunque la entera historia de la mitología occidental tienda a hacer
creer lo contrario, el enfrentamiento con el mal se resolverá con
un simple disparo, algo así como un pif donde debió
haber habido un tremendo bam. Film de terror culposo, que
de tanto eludir golpes bajos no da ningún golpe, Almas perdidas
no enfurece ni irrita, como ocurre con los otros pastiches satanistas
que Hollywood viene produciendo. Sólo ayuda a combatir el insomnio.
Sade,
o la fábula del artista perverso
que su época no consiguió entender
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La
historia se centra en los días
finales del Marqués de Sade.
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Por
Horacio Bernades
Acusado de monstruoso
pornógrafo, reivindicado como lucidísimo explorador de todas
las perversiones humanas y como el más descarnado crítico
de su época, denigrado por muchos y exaltado por pensadores de
la talla de Nietzsche, Roland Barthes, Foucault, Simone de Beauvoir u
Octavio Paz, salta a la vista que la figura y la obra del marqués
Donatien Alphonse Françoise de Sade (1740-1814) siguen resultando,
aún hoy, tan perturbadoras como lo fueron siempre. El cine supo
rescatar su figura en Marat/Sade (Peter Brook, 1966) y en estos momentos
el genial portugués Joao César Monteiro prepara una traslación
de La filosofía en el tocador. Pero fueron sin duda Pier Paolo
Pasolini (en Salò o los 120 días de Sodoma y Gomorra, que
jamás pasó la barrera de la censura argentina) y don Luis
Buñuel (a lo largo de toda su obra) quienes fueron más fieles
a su revulsivo legado.
Casi al mismo tiempo que una reciente relectura francesa (Sade, de Benoit
Jacquot, con Daniel Auteuil en el protagónico), llega ahora Sade
en versión estadounidense. Adaptada de una obra teatral por su
autor, Doug Wright, y dirigida por Philip Kaufman, rodeado de cierta aureola
literaria y risqué, gracias a su versión de La insoportable
levedad del ser y su recreación de los amores de Henry Miller y
Anaïs Nin (Henry & June), Letras prohibidas: la leyenda del Marqués
de Sade se centra en los últimos años en la vida de Sade,
cuando pasa sus días como interno de lujo en el Asilo de Insanos
de Charenton. Más que un verdadero aporte a la discusión
o el debate, Letras prohibidas... opta por una drástica simplificación,
convirtiendo al autor de Justine en representación lisa y llana
del artista perseguido y censurado.
Escritor furibundo a quien ni la tortura logra acallar, el Sade de Geoffrey
Rush es aquí poco menos que un mártir del libre pensamiento,
enfrentado, en obvia desventaja, a la suma del poder político y
religioso de su época. Más parecido a un rocker saltimbanqui
que a un escritor decimonónico temprano, con sus escritos licenciosos
el hiperquinético Sade de Rush le alegra la vida a los demás
internos. Viendo en él una amenaza de subversión, Napoleón
(reducido aquí al carácter de enano reaccionario) encomendará
su silenciamiento al doctor Royer-Collard, protopsiquiatra ultramontano,
más afecto a tratar a los internos con cepos o sangrados que con
el uso de la palabra (Michael Caine, casi tan loco pero menos exuberante
que en Vestida para matar). Al elemental juego de opuestos entre libertad
y represión se le suma el de verdad e hipocresía, representada
esta última por el tal Royer-Collard. Que, malo en la cama y peor
en la vida, demostrará que, si hay un sádico, es él
y no Sade.
Completan el cuadro otras dos entelequias, que funcionan como puentes
entre el artista y el sistema: el abad Coulmier (Joaquín Phoenix),
regente progresista del asilo, y la chica de pueblo que sabrá
reconocer en el libertino la llave para una definitiva liberación
de los deseos (Kate Winslet, sin margen de lucimiento). Si las oposiciones
sobre las que Letras prohibidas... construye su sentido rehuyen toda sutileza,
la estética burda y chillona adoptada por Kaufman termina igualando
el film con una representación de pueblo, pivoteando sobre un Geoffrey
Rush aún más excedido que en su consagratoria Claroscuro.
El resultado luce casi como una remake no acreditada de Atrapado sin salida.
Que también ponía en escena, como lo hacen estas Letras
prohibidas..., cierto adagio simplón, según el cual los
verdaderos locos no son los que están dentro sino fuera del manicomio.
EL
FILM LA CIENAGA COMPETIRA EN El FESTIVAL DE BERLIN
La hora de Lucrecia Martel
El film La ciénaga,
ópera prima de la realizadora Lucrecia Martel, competirá
en la próxima edición del Festival de Cine de Berlín,
muestra en la que las películas argentinas no participan desde
hace varios años. Otros tres títulos de producción
argentina serán vistos en dos secciones paralelas en la Berlinale,
que se realizará entre el 7 y el 18 de febrero próximos,
según se informó ayer simultáneamente en Berlín
y Buenos Aires. La ciénaga, protagonizada por Graciela Borges y
Mercedes Morán, resultó elegida por W. Speck, seleccionador
del festival berlinés, que recibió un paquete
de films enviados por el Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales que
incluía, entre otros, a Los porfiados (de Mariano Torres Manzur),
Nueve reinas (de Fabián Bielinsky) y El amor y el espanto (de Juan
Carlos Desanzo).
El film que competirá en Berlín, aún no estrenado
en la Argentina, trata, en principio, sobre la relación entre dos
familias. Martel, de 34 años y considerada por el ambiente cinematográfico
como uno de los secretos mejor guardados del futuro del cine
argentino, dice que es muy complicado sintetizar de qué
se trata el film. La historia particular en sí está
desdibujada en pequeños acontecimientos. Es como un corte en un
período de tiempo de la vida de estas dos familias, en el que no
sucede nada remarcable, dijo. Este primer largometraje de la realizadora
fue producido con un costo de 800 mil dólares por Lita Stantic
y la productora Cuatro Cabezas.
Antes de este film, la realizadora participó de Historias breves
I e hizo el corto Rey muerto. El guión de La ciénaga ganó
el premio al Mejor Guión Inédito que otorgan el Sundance
Institute y la cadena de TV japonesa NHK. La filmación de La ciénaga
culminó hace diez meses en las localidades de Quijano, La Quebrada
y El Dique (noroeste de la provincia de Salta), con un elenco en el que
se destacan Borges, su hijo Juan Cruz Bordeu, Morán, Martín
Adjemián, Malena Solda y Daniel Valenzuela.
Nacida en Salta, donde vivió hasta los 20 años junto a sus
siete hermanos, Martel reside en Buenos Aires desde hace 13 años.
Estudió Comunicación Social en la UBA (Universidad de Buenos
Aires), animación en la escuela de cine de Avellaneda y carrera
de cinematografía en el Centro de Experimentación y Realización
Cinematográfica del Incaa. En la sección Panorama de la
Berlinale se exhibirán igualmente el largometraje argentino de
Ariel Rotter, Sólo por hoy, y el corto de Gabriel Lichtman, El
séptimo día. Además, en la sección Forum se
proyectará el largo Toca para mí, dirigido por Rodrigo Furth.
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