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ESTRENOS DE LA SEMANA

“LA FAMILIA DE MI NOVIA”, DE JAY ROACH, CON ROBERT DE NIRO
El peor suegro del planeta Tierra

El director de �Austin Powers� filmó una comedia delirante en la que De Niro vuelve a exhibir su talento como comediante, como en �Analízame�. El film de Philip Kaufman sobre el Marqués de Sade es otra de las novedades importantes en el recambio de la cartelera.

Por Martín Pérez

Alguna vez, Robert De Niro supo ser la peor pesadilla del peor cafishio del peor barrio de Nueva York. También encarnó a la peor pesadilla de Jerry Lewis, y fue la peor pesadilla de la familia de clase media más clase media del mundo en Cabo de miedo. Pero no todo es Martin Scorsese en la vida de De Niro, así que ahora –de la mano del director Jay “Austin Powers” Roach– al otrora Rey de la comedia le toca ser apenas la peor pesadilla de los novios más bienintencionados del mundo. Una pesadilla que toma su peor –¿mejor?– forma cuando tiene a su futuro yerno conectado a un detector de mentiras y totalmente a su merced. Y cualquier pregunta, y su consiguiente respuesta, es la peor de las torturas.
Tal como lo hizo con su perfil gangsteril en la divertida Analízame, lo que logra claramente De Niro en un producto como La familia de mi novia es explotar su perfil más recio y autoritario para, lisa y llanamente, convertirse en un suegro insufrible. Suerte de reescritura en broma de Mi vida como hijo, su antagonista es Ben Stiller, que se recibió de enamorado en problemas en Loco por Mary, pero aquí deja el anárquico y cuasi revolucionario sin sentido de lado para abrazar el crescendo destructor a-lo–Laurel y Hardy que le pone en su camino la muñeca de Jay Roach, responsable nominal del desatado genio pop de Mike Myers. Aunque, en realidad, lo único que llega directamente desde las tierras de Powers es el ridículo juego de palabras con el nombre del personaje de Stiller, bautizado Fornika para la versión subtitulada, pero que en inglés su apellido es un cruel Fucker.
Más allá de los juegos verbales, las diferencias entre el humor de aquellos films y el de esta comedia son tan grandes como las que separan a Myers de Stiller. Si el humor del primero es explosivo, lo de Stiller es más sutil. Powers necesita de sus dientes postizos y de la suficiencia del Dr. Evil, mientras que al bueno de Fornika le alcanza con un plano fijo con los hombros caídos frente a una cinta vacía de equipajes para transmitir toda la desolación del pasajero de avión al que la aerolínea le pierde su bolso.
Máquina con una sola velocidad y un solo rumbo, La familia de mi novia es, al igual que Analízame, un sketch estirado hasta ocupar el espacio completo film. Aunque se trata de un buen sketch, hay que reconocerlo. Si en aquel film se trataba de un gangster confesándolo todo ante su analista, el mecanismo humorístico que sostiene a La familia... son las crecientes meteduras de pata con las que un yerno se desgracia ante la autoritaria mirada de un suegro que, para colmo, está lleno de secretos. Y no hay caso: cuanto más intente caerle simpático, peor será. “Sé bueno con éste, porque me gusta”, le pide su hija al feroz e implacable suegro encarnado por De Niro, un prenuncio de lo que vendrá, que contendrá disertaciones sobre lo emocionalmente huecos que son los perros, sobre Peter Paul & Mary y el mensaje oculto en su tema “Puff, The Magic Dragon” y sobre la remota posibilidad de ordeñar a animales mucho más pequeños que las vacas.
Recorrido sin descanso por el peor fin de semana posible para un yerno decidido a pedir la mano de su novia pase lo que pase en su primera visita a la casa de sus padres, el film de Roach –apellido que significa cucaracha en inglés– tiene su límite en el marco de su planteo inicial. Ingenuo y bienintencionado a la hora de construir a su personaje protagónico, y perverso al entregar sólo un camino lleno de frustraciones e incomodidades, el expreso La familia de mi novia fracasa cuando se detiene. Y debe hacerlo para poder ir en busca de su final, que encerrará alguna que otra gema –las aerolíneas son el blanco del humor más feroz no dirigido hacia Stiller de todo el film– que tal vez resulte previsible. Tan previsible (y unidimensional) como la perfecta cara de malo que Robert De Niro sostiene durante un film construido para que no cambie jamás de expresión.

 


 

“ALMAS PERDIDAS”, CON WINONA RYDER Y BEN CHAPLIN
El melodrama casi satánico

Por H. B.

Algo está fallando en la carrera de Winona Ryder. La pálida pequeñita de grandes y melancólicos ojos oscuros sigue siendo una actriz distinta, pero su criterio para elegir películas no parece estar funcionando bien. En Inocencia robada la internaban en uno de esos manicomios que sólo en Hollywood se ven. En Otoño en Nueva York padecía una enfermedad terminal y se enamoraba de Richard Gere. Ahora, la chica cuyo nombre llevó tatuado Johnny Depp en el brazo se embarca en el tercer melodrama de la serie, esta vez con el mismísimo Demonio como tercero en discordia. Puede ser que, comparada con las dos anteriores, Almas perdidas no sea tan mala. No quiere decir que sea buena.
Primer esfuerzo como director del reputado director de fotografía polaco Janusz Kaminski (brazo derecho de Steven Spielberg desde La lista de Schindler en adelante), Almas perdidas es una nueva incursión de Hollywood en el redescubierto tema del satanismo, luego de El abogado del diablo, El día final, Estigma, Bless the Child y Al diablo con el diablo, la única que se salva. Habrá que esperar hasta marzo, cuando se reestrene El exorcista, para tener un Satán como Dios manda en la Argentina (los más apurados pueden probar en comités políticos o gabinetes económicos). De entrada, la película de Kaminski permite alentar esperanzas, con un comienzo intrigante y un look general de película de arte, con una fotografía de tonos lavados y parduzcos, que colabora en el clima misterioso y oscuro. A los veinte minutos, tras forzar la mirada en las sombras, el espectador se estará preguntando qué les pasa a los personajes, que no encienden alguna luz.
Parecida oscuridad exhibe el guión, que comienza con un exorcismo presidido por el siempre temible John Hurt, a quien asisten el rostro también fascinante de Elias Koteas (de Exotica y Crash), Winona y un cuarto hombre. Un flashback en medio de ese exorcismo lleva a otro anterior, en el que Ryder es, esta vez, la poseída. De inmediato, la propia Winona se pone a resolver un jeroglífico, del cual surge el nombre de quien, se supone, cierta profecía bíblica anticipa como el Anticristo. Ese nombre corresponde a un escritor de best sellers (Ben Chaplin), de allí en más objeto de persecución de Winona y sus amigos. Pero no lo cazan para exterminarlo, sino sólo para explicarle su condición. No es que el escritor sea malo, todo lo contrario. Los malos son los miembros de una secta que parecen escapados de El bebé de Rosemary, pero aparecen muy tarde.
Aunque la entera historia de la mitología occidental tienda a hacer creer lo contrario, el enfrentamiento con el mal se resolverá con un simple disparo, algo así como un “pif” donde debió haber habido un tremendo “bam”. Film de terror culposo, que de tanto eludir golpes bajos no da ningún golpe, Almas perdidas no enfurece ni irrita, como ocurre con los otros pastiches satanistas que Hollywood viene produciendo. Sólo ayuda a combatir el insomnio.

 


 

Sade, o la fábula del artista perverso
que su época no consiguió entender

La historia se centra en los días
finales del Marqués de Sade.

Por Horacio Bernades

Acusado de monstruoso pornógrafo, reivindicado como lucidísimo explorador de todas las perversiones humanas y como el más descarnado crítico de su época, denigrado por muchos y exaltado por pensadores de la talla de Nietzsche, Roland Barthes, Foucault, Simone de Beauvoir u Octavio Paz, salta a la vista que la figura y la obra del marqués Donatien Alphonse Françoise de Sade (1740-1814) siguen resultando, aún hoy, tan perturbadoras como lo fueron siempre. El cine supo rescatar su figura en Marat/Sade (Peter Brook, 1966) y en estos momentos el genial portugués Joao César Monteiro prepara una traslación de La filosofía en el tocador. Pero fueron sin duda Pier Paolo Pasolini (en Salò o los 120 días de Sodoma y Gomorra, que jamás pasó la barrera de la censura argentina) y don Luis Buñuel (a lo largo de toda su obra) quienes fueron más fieles a su revulsivo legado.
Casi al mismo tiempo que una reciente relectura francesa (Sade, de Benoit Jacquot, con Daniel Auteuil en el protagónico), llega ahora Sade en versión estadounidense. Adaptada de una obra teatral por su autor, Doug Wright, y dirigida por Philip Kaufman, rodeado de cierta aureola literaria y risqué, gracias a su versión de La insoportable levedad del ser y su recreación de los amores de Henry Miller y Anaïs Nin (Henry & June), Letras prohibidas: la leyenda del Marqués de Sade se centra en los últimos años en la vida de Sade, cuando pasa sus días como interno de lujo en el Asilo de Insanos de Charenton. Más que un verdadero aporte a la discusión o el debate, Letras prohibidas... opta por una drástica simplificación, convirtiendo al autor de Justine en representación lisa y llana del artista perseguido y censurado.
Escritor furibundo a quien ni la tortura logra acallar, el Sade de Geoffrey Rush es aquí poco menos que un mártir del libre pensamiento, enfrentado, en obvia desventaja, a la suma del poder político y religioso de su época. Más parecido a un rocker saltimbanqui que a un escritor decimonónico temprano, con sus escritos licenciosos el hiperquinético Sade de Rush le alegra la vida a los demás internos. Viendo en él una amenaza de subversión, Napoleón (reducido aquí al carácter de enano reaccionario) encomendará su silenciamiento al doctor Royer-Collard, protopsiquiatra ultramontano, más afecto a tratar a los internos con cepos o sangrados que con el uso de la palabra (Michael Caine, casi tan loco pero menos exuberante que en Vestida para matar). Al elemental juego de opuestos entre libertad y represión se le suma el de verdad e hipocresía, representada esta última por el tal Royer-Collard. Que, malo en la cama y peor en la vida, demostrará que, si hay un sádico, es él y no Sade.
Completan el cuadro otras dos entelequias, que funcionan como puentes entre el artista y el sistema: el abad Coulmier (Joaquín Phoenix), regente progresista del asilo, y la “chica de pueblo” que sabrá reconocer en el libertino la llave para una definitiva liberación de los deseos (Kate Winslet, sin margen de lucimiento). Si las oposiciones sobre las que Letras prohibidas... construye su sentido rehuyen toda sutileza, la estética burda y chillona adoptada por Kaufman termina igualando el film con una representación de pueblo, pivoteando sobre un Geoffrey Rush aún más excedido que en su consagratoria Claroscuro. El resultado luce casi como una remake no acreditada de Atrapado sin salida. Que también ponía en escena, como lo hacen estas Letras prohibidas..., cierto adagio simplón, según el cual los verdaderos locos no son los que están dentro sino fuera del manicomio.

 


 

EL FILM “LA CIENAGA” COMPETIRA EN El FESTIVAL DE BERLIN
La hora de Lucrecia Martel

El film La ciénaga, ópera prima de la realizadora Lucrecia Martel, competirá en la próxima edición del Festival de Cine de Berlín, muestra en la que las películas argentinas no participan desde hace varios años. Otros tres títulos de producción argentina serán vistos en dos secciones paralelas en la Berlinale, que se realizará entre el 7 y el 18 de febrero próximos, según se informó ayer simultáneamente en Berlín y Buenos Aires. La ciénaga, protagonizada por Graciela Borges y Mercedes Morán, resultó elegida por W. Speck, seleccionador del festival berlinés, que recibió un “paquete” de films enviados por el Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales que incluía, entre otros, a Los porfiados (de Mariano Torres Manzur), Nueve reinas (de Fabián Bielinsky) y El amor y el espanto (de Juan Carlos Desanzo).
El film que competirá en Berlín, aún no estrenado en la Argentina, trata, en principio, sobre la relación entre dos familias. Martel, de 34 años y considerada por el ambiente cinematográfico como uno de “los secretos mejor guardados” del futuro del cine argentino, dice que es “muy complicado” sintetizar de qué se trata el film. “La historia particular en sí está desdibujada en pequeños acontecimientos. Es como un corte en un período de tiempo de la vida de estas dos familias, en el que no sucede nada remarcable”, dijo. Este primer largometraje de la realizadora fue producido con un costo de 800 mil dólares por Lita Stantic y la productora Cuatro Cabezas.
Antes de este film, la realizadora participó de Historias breves I e hizo el corto Rey muerto. El guión de La ciénaga ganó el premio al Mejor Guión Inédito que otorgan el Sundance Institute y la cadena de TV japonesa NHK. La filmación de La ciénaga culminó hace diez meses en las localidades de Quijano, La Quebrada y El Dique (noroeste de la provincia de Salta), con un elenco en el que se destacan Borges, su hijo Juan Cruz Bordeu, Morán, Martín Adjemián, Malena Solda y Daniel Valenzuela.
Nacida en Salta, donde vivió hasta los 20 años junto a sus siete hermanos, Martel reside en Buenos Aires desde hace 13 años. Estudió Comunicación Social en la UBA (Universidad de Buenos Aires), animación en la escuela de cine de Avellaneda y carrera de cinematografía en el Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica del Incaa. En la sección Panorama de la Berlinale se exhibirán igualmente el largometraje argentino de Ariel Rotter, Sólo por hoy, y el corto de Gabriel Lichtman, El séptimo día. Además, en la sección Forum se proyectará el largo Toca para mí, dirigido por Rodrigo Furth.

 

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