Por Javier del
Pino*
Desde Washington
¿Pueden superar las
parejas estables la tentación de la carne? ¿Pueden dos jóvenes
mantener la estabilidad de su relación si se quedan encerrados
en un harén en el que sólo habitan hombres de músculo
y mandíbula perfecta y mujeres con cuerpos de revista, todos ellos
en un estado de aparente sobrecarga hormonal y evidente voracidad sexual?
Conscientes de que la humanidad en general, y los espectadores de televisión
de Estados Unidos en particular, esperaban con ansiedad la respuesta a
estas preguntas, la cadena Fox puso manos a la obra, y seleccionó
a cuatro parejas que aceptaron someterse a un experimento sociológico
que trata de demostrar si, como muchos piensan, la infidelidad es una
debilidad innata del ser humano. El programa La isla de la tentación
se estrenaba anoche en Estados Unidos precedido por una vasta campaña
moralista de los tradicionales sectores conservadores.
La cadena estadounidense ya había demostrado su interés
por contribuir al conocimiento profundo de la mente humana con programas
de tanto nivel si bien nunca suficientemente ponderados como
Vénguese de su peor vecino, Los peores ataques
de serpientes o el ya histórico ¿Quién
quiere casarse con un millonario?. De aquel concurso nació
una pareja que duró menos que un punto de rating, pero demostró
hasta qué punto el intelecto de una persona puede quedar obnubilado
cuando lo que está en juego es dinero y, por encima de todo, la
posibilidad de salir en televisión.
En La isla..., Fox retransmite la vida de cuatro parejas estables,
pero que no se han casado legalmente, aisladas en una isla casi desierta,
ubicada en realidad en Belice. Las ocho personas están en un paraíso
terrenal en el que sobran los manjares, el alcohol, los lujos y la carne,
en el más amplio sentido de la palabra. Las cuatro parejas estuvieron
sometidas (el programa ya fue grabado) al escrutinio constante de las
cámaras de televisión. Anoche, el público asistió
a la angustia de una concursante al ver que su pareja retozaba en la playa
con una de las ninfas cuya disposición al sexo es sorprendentemente
insaciable. La isla de la tentación no existiría
sin Supervivientes, el concurso que se convirtió el
verano pasado en el fenómeno televisivo de la década en
Estados Unidos, con más de 50 millones de espectadores. El canal
fagocitó los componentes escénicos de aquel programa y los
pasó por un tamiz que mezcla lo cursi con lo pacato. El resultado:
un programa capaz de batir al menos records en vergüenza ajena.
Las parejas del concurso (que no ofrece ningún tipo de premio que
no sea el sexo) son estables, aunque solteras. Hay una pareja en la que
él es desproporcionadamente celoso y otra en la que ella tiene
dudas sobre su verdadera identidad sexual. En la isla los esperan 26 jóvenes
seductores, repartidos en partes iguales entre aspirantes a Adonis y copias
de Cameron Diaz. En su vida terrenal son desde camareros hasta modelos
de Playboy, pasando por un psicólogo, un masajista y una joven
que compensa lo deslumbrante de su aspecto con la inexplicable levedad
de su currículum.
La Fox dice que no es un programa sobre la seducción sino sobre
la infidelidad. Y sobra decir que su presidente, Sandy Grushow, no lo
considera telebasura. Grushow dice que el programa cumple con tres premisas
que lo convierten en un bombón televisivo: la polémica garantiza
audiencia, es barato de producir y, por si esto fuera poco, no requiere
ni actores ni guionistas, dos gremios que, como todo el mundo sabe, son
proclives a huelgas y reivindicaciones. Grushow es el mismo ejecutivo
que prometió no volver a programar nunca más concursos como
el de la boda con un millonario, después del escándalo que
significó su fracaso. De eso hace un año. ¿Repartieron
condones entre los participantes?, preguntó un periodista
en la presentación de La isla de la tentación.
No voy a glorificar esa pregunta con una respuesta, respondió
Grushow.
* De El País de Madrid. Especial para Página /12.
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