La actriz Jeanne Moreau se convirtió ayer en la primera mujer de
la historia que logra integrar la Academia de Bellas Artes de Francia.
Se hizo cargo de esa distinción con un discurso en el que evocó
su trayectoria personal y rindió homenaje a las personas que la
ayudaron a profundizar en su vocación artística. Moreau
no tuvo que elogiar a su antecesor en el sillón de la Academia
que ocupa desde ahora, ya que fue creado con su nombramiento, pero lamentó
no poder terminar su monólogo con música, como
hiciese en su día bajo la Cúpula del Instituto de Francia
el violoncellista Mstislav Rostropovich.
Por ello, decidió concluir su intervención interpretando
los mismos versos alejandrinos de Ifigenia de Racine, que en 1947 le abrieron
las puertas del Conservatorio. Los mismos gracias a los que estoy
aquí, dijo. El lugar de inmortalidad académica alcanzado
por Moreau, musa de algunos de los más grandes realizadores del
siglo XX, se expresa bajo el nombre de Creaciones artísticas
en el cine y el audiovisual. La actriz, vestida con una versión
del traje oficial de académico creado por su gran amigo y también
inmortal Pierre Cardin, prefirió prescindir de la tradicional espada
portada por sus nuevos colegas y sustituirla por un broche. A modo de
regalo a sus compañeros, a los amigos y personalidades que asistieron
a su distinción, Moreau ofreció los recuerdos de su vida
surgidos violentamente tras ser nombrada académica,
desde su infancia en Vichy, donde su padre regentaba un restaurante, hasta
su llegada a París y su descubrimiento del teatro.
Moreau, que fue la musa de casi todos los realizadores de la nouvelle
vague francesa, evocó a su madre, británica, que dejó
la danza al contraer matrimonio; a su abuelo paterno, su único
confidente; y al materno, profesor de navegación, que le
enseñó las mareas, los ciclos de la luna y las estrellas.
A partir de 1936, la futura actriz conoció la ruina familiar, la
guerra, la ocupación nazi; vivió la detención de
su madre, las estrellas amarillas (con las que el III Reich diferenciaba
a los ciudadanos judíos), los camaradas ausentes que ya nunca
volvieron a clase, la indignación mezclada con el miedo, la rabia....
A los 16 años, en marzo de 1944, la visión en el Teatro
de lAtelier de Antígona le descubrió su vocación,
confirmada meses después, tras la liberación del país,
en la Comédie Française, al ver Fedra.
Entre las personas que la ayudaron y alimentaron su naciente pasión
citó a su profesor de dicción, M. Laurencin, y a su maestro
Denis dInes, decano de la Comédie Française, institución
en la que ingresó en 1948. Su presencia en la Academia se debe
a una iniciativa del cineasta y académico Roman Polanski, quien
le preguntó si estaría dispuesta a someterse a las elecciones.
Después una reacción negativa, siguió el sí,
que le transportó a su puesto de privilegio y le llevó a
hacer un trabajo interior en el que pasó revista a
su vida, y a reflexionar sobre la actuación, que definió
como el motor de mi existencia.
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