En las próximas 48 horas se producirá el último
intento de lograr un acuerdo de paz antes del fin de mandato del presidente
Bill Clinton, el 20 de enero." La súbita declaración
de Nabil Abu Rudeina, asesor de Yasser Arafat, aportaba el marco dramático
apropiado para lo que parecía ser un vuelco en las negociaciones
entre israelíes y palestinos. Después de que se diera por
muerto el proceso de paz, ayer se efectuó una cumbre sorpresiva
en Gaza entre altos funcionarios palestinos e israelíes. Entre
estos últimos estaba el mismísimo canciller Shlomo Ben Ami,
quien volvió apresuradamente de París, rompiendo varias
citas, para llegar al anochecer al puesto fronterizo de Erez. La clave
del encuentro pareció ser el aligeramiento a la mañana del
bloqueo israelí a Cisjordania y Gaza. El líder palestino
Yasser Arafat, sin embargo, enfatizó que esas medidas "no
son suficientes", e intentó minimizar la importancia de la
cumbre al afirmar que "es la primera vez que oigo de una reunión
de ese tipo".
Arafat exageraba, pero no demasiado. Si bien la radio estatal israelí
describió a la cumbre como "un acontecimiento dramático
en el proceso de paz", en realidad sus objetivos eran bien limitados.
El propio canciller israelí Shlomo Ben Ami dejó en claro
que un acuerdo de paz, incluso uno interino, era "casi imposible"
a estas alturas. Lo que sí "es una opción" era
"una declaración de principios con legitimidad internacional".
La idea de la declaración conjunta surgió luego de que ambas
partes aceptaran con fuertes reservas el plan de paz que propuso el presidente
norteamericano Bill Clinton. En efecto, las negociaciones que comenzaron
ayer "giran en torno a las ideas presentadas por Clinton", explicó
una fuente palestina. Según informes de la oficina del premier
Ehud Barak, el gobierno israelí espera que si todo va bien en los
encuentros que comenzaron ayer, para la semana que viene se lograría
emitir la declaración de principios.
Su optimismo podía sustentarse en la importancia de las personas
enviadas a la reunión de ayer en Erez. Ninguna bajaba del rango
de ministro. Los israelíes pertenecían al gabinete de "palomas"
de Barak: Ben Ami, el jefe de gabinete Gilad Sher y el ministro de Transporte,
Amnon Lipkin-Shahak. Se esperaba la presencia del ministro de Cooperación
Regional, Shimon Peres, pero éste declinó la oferta cuando
se enteró de que Arafat (con quien compartió el Premio Nobel
de la Paz) no iría. La delegación palestina era más
heterogénea que la israelí: el relativamente moderado ministro
de Información, Yasser Abed Rabbo, estaba al lado del petardista
negociador en jefe Saeb Erekat y el muy duro ministro de Seguridad Preventiva,
Mohammed Dahlan. Sin embargo, la Autoridad Palestina dio una señal
de conciliación al nombrar a Mahmud Abbas (Abu Mazen) como coordinador
de sus contactos con los israelíes. Abbas fue uno de los artífices
de los Acuerdos de Oslo de 1993, la base de todas las negociaciones que
siguieron.
Otra señal positiva en esta cumbre es que ambas partes tomaron
medidas para que la violencia en Cisjordania y Gaza no ponga en juego
las negociaciones. Israel dio el primer paso al levantar parcialmente
en la mañana de ayer su bloqueo de los territorios palestinos,
reabriendo los pasos fronterizos con Egipto y Jordania, devolviendo a
los palestinos VIP el derecho de pasar los retenes israelíes y
permitiendo el tránsito por el eje carretero de Gaza. El israelí
Lipkin-Shahak explicó que "se decidió a actuar para
detener la violencia y permitir reanudar las negociaciones". A cambio,
los palestinos habrían aceptado arrestar a una serie de extremistas
y frenar las protestas populares. También se acordó restaurar
las patrullas mixtas israelo-palestinas, suspendidas tras el comienzo
de la Intifada. Sin embargo, la suma de todo esto podría no ser
más que una sentencia suspendida para el proceso de paz. Tanto
Arafat como Erekat criticaron duramente a Israel ayer por no levantar
del todo al bloqueo. Y Arafat aseguró que estaba dispuesto a negociar
con el candidato favorito para las elecciones israelíes a premier
del 6 de febrero: el "súper-halcón" Ariel Sharon.
Este, luego de lanzar oficialmente su campañaanteayer, subrayó
que los acuerdos de Oslo, la base de las negociaciones hasta ahora, "ya
no existen".
LA
FICCION DEL RETORNO DE LOS REFUGIADOS SEGUN UN NOVELISTA ISRAELI
Abu Salam vuelve a Lod 52 años después
Por Avraham B.
Yehoshua *
El tema que hace fracasar los
acuerdos de paz entre Israel y la Autoridad Palestina es siempre el mismo:
la negativa israelí a aceptar el retorno de los refugiados palestinos.
Para Jerusalén es posible encontrar una solución dividiendo
o compartiendo la ciudad. El problema de soberanía del Monte del
Templo (la Explanada de las Mezquitas) puede resolverse de manera a la
vez simbólica y pragmática. Incluso en el caso de las colonias
judías en Cisjordania se ha llegado a un consenso con los palestinos
y, como precio para mantener algunas de ellas, se dará una compensación
territorial en el interior de las fronteras del Estado de Israel. En cuanto
a los problemas de seguridad de Israel, son susceptibles de un acuerdo
gracias a la interposición de las fuerzas internacionales... Sólo
el derecho al retorno de los refugiados representa un casus belli a los
ojos de cada israelí.
Hace un par de semanas, un cierto número de eminentes y veteranos
militantes de la paz redactaron una declaración en Israel: estamos
de acuerdo con el regreso, la rehabilitación y la indemnización
de los refugiados en el interior del futuro Estado de Palestina. Pero
ni una palabra de su retorno al interior del Estado de Israel. Quisiera
explicar a los lectores por qué firmé esta declaración
de los militantes de la paz. Y desearía, esta vez, explicar el
problema no de manera abstracta, sino con el relato de la historia de
un refugiado palestino al que llamaré Abu Salam y que preferiría
regresar a Israel antes que instalarse en Palestina. Quiero mostrar claramente,
a través de este relato, por qué aun aquellos que desde
hace años combatimos por la paz no podemos aceptar la lógica
de esa voluntad de retorno.
Supongamos que Abu Salam tiene 60 años y es originario de Lod (Lydda
en árabe), ciudad israelí de mediana importancia, a 10 kilómetros
de Tel Aviv y al alcance del aeropuerto principal de Israel, Ben Gurion.
Esta ciudad está a 45 kilómetros de Jerusalén y a
una distancia de 50 kilómetros del campo de refugiados de Kalendya,
a las puertas de la ciudad de Ramala, donde vive, desde hace 52 años,
Abu Salam. Su familia huyó (o fue expulsada) de Lod durante la
guerra de 1948, después de que los palestinos rechazaron la decisión
de las Naciones Unidas, que proponía el establecimiento de un Estado
judío al lado de un Estado palestino.
Salam tenía entonces 8 años y, desde entonces, vive en un
campo de refugiados a 50 kilómetros de la ciudad de sus ancestros,
de la que se acuerda de manera vaga, mientras que sus hijos y nietos ya
no se acuerdan de ninguna manera. ¿Por qué Abu Salam vive
desde hace 52 años en un campo de refugiados? Sin duda, porque
rechaza la posibilidad de establecerse de manera definitiva en Kalendya
y porque su sueño es volver al hogar de sus ancestros.
Reflexionemos sobre qué pasaría en el caso de que Israel
aceptara la reivindicación de retorno y permitiera a Abu Salam,
por un acuerdo de paz, volver a su casa de Lod. El problema es que esta
casa no existe más. Fue destruida y, en su lugar, hay un edificio
de departamentos. O está habitada por otras personas, que al cabo
de tantos años la volvieron irreconocible. A nadie se le ocurriría
devolver a Abu Salam la parcela de suelo donde estaba su casa, demoler
el edificio de departamentos y expulsar a las 200 o 300 personas que viven
allí.
En la mayoría de los lugares donde hace 52 años habitaban
los palestinos se trazaron rutas, se construyeron fábricas, se
levantaron ciudades. La ciudad de Lod se desarrolló, se amplió
en el curso del último medio siglo, y habría que destruir
una gran parte de esta urbe para restaurar la casa de Abu Salam y las
de sus compañeros de exilio.
Es posible que Abu Salam se diga que no es posible reconstruir la casa
de sus padres, pero que igualmente quiera volver a la ciudad donde ellos
vivieron. Sigamos entonces con nuestra ficción. Supongamos que
el Estado de Israel le otorgue un terreno en la periferia de Lod, precisamente
dondese construiría la nueva ciudad para los refugiados nuevamente
admitidos. Ahora bien, esta zona de Lod nunca formó parte del Lod
de sus ancestros. No reencontrarían ahí el olor de los naranjales
y los olivares, ese olor por el que sienten tanta nostalgia. Habitarían
en Lod, es cierto, pero sería una Lod administrativa, municipal,
y no la Lod de su infancia. De ahora en más vivirían en
un Estado judío, del que no conocerían la lengua, cuya cultura
les es extranjera y donde la religión de la mayoría de sus
habitantes no es la de ellos. Vivirían en un Estado cuya bandera
y cuyo himno son sionistas. Cuyo modo de vida es occidental y donde serían
una minoría nacional, obligada a padecer una vida insatisfactoria
y alienada, mucho más dura que la que llevan los árabes
ciudadanos de Israel, que viven aquí desde la fundación
del Estado y aún hoy tienen que pelear para gozar de plenos derechos.
El otro término de la alternativa parece el más adecuado:
vivir a 50 kilómetros de Lod. Recibir indemnizaciones generosas
por los bienes que eran suyos y de sus padres. Construir casas nuevas
en las colinas de Ramala, vivir en su propio Estado, bajo su bandera,
con sus hermanos y compañeros, en la patria palestina. Un Estado
del que conocen la lengua, las leyes, un país en el que han vivido
durante los últimos 52 años.
¿No es ésta la buena elección? ¿No es la solución
lógica, la que puede conducir a la rehabilitación de los
refugiados, sin tratar de transformar al Estado de Israel en estado binacional,
con todas las desdichas que genera tal cohabitación? En el mundo
moderno, millones de personas cambian de residencia, no a una distancia
de 50 kilómetros, sino a centenares de kilómetros, y no
todos se juzgan por eso desarraigados. De hecho, los palestinos que se
obstinan en ese derecho al retorno no quieren la paz sino la justicia.
Como Michael Kohlhaas, el héroe de la nouvelle de Von Kleist, están
dispuestos a aniquilar la región con tal de que brille la justicia
absoluta. Pero como dice el poeta israelí Yehuda Amichai, muerto
el año pasado, donde la justicia reina a cualquier precio, jamás
florecerán las flores.
* Escritor israelí. Su última novela es Viaje al año
mil. Publicado en Libération.
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