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el Kiosco de Página/12

La no verdad y
las guerras éticas
Por M. Vázquez Montalbán

Sutiles filósofos dialécticos se pasaron buena parte de la década de los sesenta del breve siglo XX analizando la diferencia que había entre una mentira y una no verdad. Finalmente es posible concluir que la mentira es voluntaria y la no verdad no siempre, pero en cualquier caso una no verdad debe estar mejor camuflada que una mentira. Cuando se produjo la intervención de la OTAN en Serbia y Kosovo, el secretario general de la OTAN, señor Solana, dijo que ni siquiera era una guerra aunque en otras ocasiones la calificó de guerra ética, en el inicio de un happy end histórico en el que sólo sería posible el terrorismo del Sur contra el Norte o guerras éticas del Norte contra lo políticamente incorrecto, es decir, contra Fu Manchú y la maldad civilizatoria.
La caída política de Milosevic, aunque juzgada insuficiente, representaba la prueba definitiva de que aquella no guerra no sólo era ética sino necesaria, pero ni siquiera la historia del siglo XXI está dispuesta a aceptar finales y mucho menos felices. Los casos de leucemia detectados entre personal militar de la OTAN instalado en territorios bombardeados con proyectiles norteamericanos enriquecidos con uranio empobrecido han provocado una alarma social europea habida cuenta de que las presuntas víctimas son europeas. Fueron soldados italianos, alemanes, belgas, españoles, franceses, portugueses o voluntariado no gubernamental de estas nacionalidades quienes se convirtieron en peatones de la ocupación de los territorios bombardeados y son ellos los que han suministrado las alarmas de índices de leucemia imprevisibles. Si en un primer momento fueron los gobiernos europeos más atentos a una opinión pública sensibilizada quienes se preocuparon por el bumerang leucémico, alguien cayó en la cuenta de que serbiokosovares y albanokosovares convivían con los mismos restos y aromas de las destrucciones y lo que inicialmente fue concebido como epidemia para militares se insinúa como un monstruoso error colateral, eufemismo empleado durante aquella no guerra para definir la muerte de civiles o los bombardeos de embajadas exóticas, por ejemplo la china.
Nada más instalado el escándalo público, ha empezado la ceremonia de la confusión que va desde las declaraciones exculpatorias norteamericanas de que habían avisado a sus aliados oceánicos de los riesgos del uranio empobrecido contenido en sus proyectiles, hasta la comprobación de que nada se hizo en la práctica para prevenir el riesgo y nada se avisó a los civiles para que tomaran precauciones en su cohabitación con la chatarra.
Un examen de las posiciones adoptadas por los distintos estados revela el miedo que tienen a que los hechos combatan toda la no verdad acumulada en aquella guerra y el riesgo de escindir la unidad de la alianza reclamando a los Estados Unidos por el empleo de un material militar que el Pentágono ya había considerado gravemente peligroso durante la sí guerra del Golfo. Entonces la peligrosidad la comprobaron los propios soldados norteamericanos, pero en el caso de la no guerra de Kosovo, los norteamericanos se limitaron a bombardear a distancia. Los gobiernos de Alemania, Italia y Francia parecen decididos al menos a no seguir diciendo no verdades, escarmentados por los efectos de no verdades casi mentiras lanzadas en el pasado en nombre de la miserable Razón de Estado, como en el caso de “las vacas locas”. Pero otros gobiernos, como el español, tratan de que sus criterios coincidan en todo con la verdad que necesita la OTAN para no perder la no guerra de Kosovo. Es más. Uno de los portavoces del Ministerio de Defensa de España ha llegado a la melancólica conclusión de que sobre todo estamos ante una suculenta mercancía informativa “... y cuando deje de ser noticia, Uds. los periodistas dejarán de interesarse. En cambio nosotros seguiremos analizando”. Así progresó la ciencia: experiencia y análisis.

 

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