Por E.F.
Desde
París
El pacto de silencio entre
las principales potencias militares a propósito de la utilización
de municiones dotadas de uranio empobrecido se hizo añicos. A pesar
de la ignorancia que fingieron hasta hace unos días, la mayoría
de los ejércitos europeos y los responsables políticos sabían
perfectamente que EE.UU. había utilizado armas con uranio empobrecido
en la Guerra del Golfo (1991), en Bosnia (1994-1995) y durante el conflicto
de Kosovo (1999). El conocimiento que tenían era tanto más
puntual cuanto que varios de los Estados del Viejo Continente, en particular
Francia, Portugal y Gran Bretaña, poseen ese tipo de municiones
y estaban al tanto de los peligros que éstas hacían pesar
sobre los militares y los civiles que residen en las zonas aledañas
a los bombardeos.
Tras conocerse el escándalo del llamado síndrome de
los Balcanes que afectó a más de 50 soldados (portugueses,
franceses, italianos, belgas, alemanes, españoles, daneses, suizos
y griegos), las naciones europeas concernidas hicieron como si la responsabilidad
incumbiera únicamente a Washington. Sin embargo, con el correr
de los días, se hace evidente que todo el mundo sabía desde
hace mucho el impacto nocivo de las municiones dotadas de uranio empobrecido.
En 1993, el Ejército norteamericano admitió el empleo de
esas municiones en Irak. Seguidamente, el Congreso estadounidense encargó
un estudio sobre el posible impacto de esas municiones entre los soldados
que sirvieron en la Guerra del Golfo. Por último, la Rand Corporation,
un organismo de expertos en la investigación estratégica
que trabaja para el Pentágono, reveló en el año 2000
que las armas con uranio empobrecido provocaban daños radiológicos
en los pulmones y en el sistema digestivo, así como daños
químicos en los riñones.
Lejos de ser secretas, el conjunto de esas informaciones circularon
en el resto de las capitales occidentales. Si bien es cierto que la administración
norteamericana no fue del todo clara en su política de comunicación
de datos, todos los países que participaron en la campaña
de Kosovo conocían las características y las cualidades
de las municiones. El tan publicitado argumento de la guerra con
cero riesgo no es sólo una falacia sino un crimen: Occidente
y su brazo armado, la OTAN, arrojaron a sabiendas decenas de miles de
proyectiles capaces de provocar estragos en la población civil.
Ningún país puede jugar el papel de inocente. En Francia,
el ingeniero en jefe de la sección armamentos del Ejército,
Alain Picc, reconoció el miércoles pasado que en los últimos
10 años alrededor de 1500 municiones con uranio empobrecido habían
sido probadas en el polígono de tiro de la región de Cher.
Esas municiones son desde hace un buen tiempo moneda corriente entre
los ejércitos de la OTAN, según reconoció a
Página/12 una fuente de este organismo multilateral.
Las Naciones Unidas, Organización Mundial de la Salud (OMS) y la
Agencia Internacional de Energía Atómica piden ahora una
investigación completa sobre las zonas donde se dispararon
municiones con uranio empobrecido. Los aviones norteamericanos A 10 lanzaron
31.000 proyectiles con uranio en el curso de la guerra de Kosovo y, según
Bagdad, 940.000 en la guerra del Golfo. Los argumentos de unos y otros
sobre la inexistencia de riesgos son totalmente falsos, tanto más
que 10 años después de su aparición hoy se sabe que
nadie estaba verdaderamente consciente de los riesgos que acarreaba el
uranio empobrecido.
Pese a todo, la Alianza Atlántica sigue negándose a decretar
una moratoria sobre el empleo de esas municiones. EE.UU., Gran Bretaña
y Francia rechazaron la propuesta italiana de implementar rápidamente
una moratoria sobre esas armas. El secretario general de la OTAN, George
Robertson, continúa diciendo que es preciso concentrase en
los hechos yno en las emociones. Los científicos de la OMS y del
Programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente aseguran que aún
no hay pruebas de un lazo entre el uranio empobrecido y los casos de leucemia
que afectan a los soldados. Pascal Boniface, director del IRIS,
Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas, sostiene
que actualmente, la voz de la OTAN es la voz apenas velada de EE.UU.
Dicha voz no quiere reconocer los hechos e insiste en decir que no hay
que preocuparse.
CHRISTINE
ABDELKRIM-DELANNE, INVESTIGADORA FRANCESA
El Golfo fue un campo de pruebas
Por E.F.
Desde
París
Más allá del
conflicto de Kosovo, el ya tambaleante mito de la guerra limpia, de la
guerra quirúrgica, sin víctimas ni daños, termina
por mostrar sus alas de heraldo de la muerte programada. El síndrome
de los Balcanes y el de la guerra del Golfo son, para muchos especialistas,
la parta más pequeña de un gigantesco iceberg. La periodista
francesa Christine Abdelkrim-Delanne publicó una reciente investigación
sobre el mundo escondido de la guerra del Golfo. El libro, Una sucia guerra
limpia, contiene decenas de referencias a documentos norteamericanos y
franceses, estudios científicos y reportajes con los soldados que
sirvieron en Irak. En esta entrevista con Página/12, Christine
Abdelkrim-Delane cuenta cómo y por qué la guerra quirúrgica
sigue matando.
Usted afirma de manera rotunda que nadie puede seguir creyendo en
el mito de la guerra higiénica.
Efectivamente. Hace 10 años, los medios de comunicación
pretendieron hacernos creer que la guerra del Golfo era un asunto de armas
inteligentes, capaces de dar en el blanco con exactitud. Es falso. Durante
los dos primeros días del conflicto (17 y 18 de enero de 1991)
los bombardeos destruyeron el 80 por ciento del tejido industrial iraquí
y de las bases militares. También se aniquiló la red eléctrica
e hidráulica. Las bombas alcanzaron igualmente las escuelas, pueblos,
hospitales, mercados. Pero como estaban integrados a la estrategia militar,
los medios de comunicación fueron considerados como un arma. Pero
no fue, como se dijo, una guerra del futuro.
Usted va mucho más lejos en sus denuncias, cuando afirma
que la guerra del Golfo sirvió como laboratorio para probar armas
prohibidas por los tratados internacionales.
Así es. Las bombas de napalm y las bombas que liberan partículas
cortantes fueron utilizadas violando por completo las convenciones internacionales.
La guerra del Golfo fue un inmenso campo de experimentación de
nuevas tecnologías. Hubo hasta científicos franceses y norteamericanos
que trabajaron en el terreno para medir los efectos de la llamada bomba
aliento que suprime el oxígeno cuando explota. Lo mismo ocurrió
con las municiones de uranio empobrecido. Si nos referimos a lo que pasa
hoy con el síndrome de los Balcanes, resulta importante resaltar
que los países que están pidiendo explicaciones sobre el
empleo de esas municiones son precisamente aquellos que no producen armas
con uranio, es decir, España, Portugal, Italia y Bélgica.
¿Qué consecuencias constató usted en Irak directamente
ligadas a las municiones con uranio empobrecido?
Muchísimas. En primer lugar hay muchas leucemias, cánceres
y malformaciones congénitas. También constatamos una importante
contaminación del territorio. Por otra parte, en lo que toca a
los soldados que sirvieron en la guerra del Golfo, no hay duda alguna
de que existe una clara relación entre el síndrome de la
guerra del Golfo y su presencia en el terreno. Desde hace una década,
los militares franceses se reúnen con sus homólogos británicos
y norteamericanos para evocar ese problema.
Los
civiles y la peste
Hasta ahora el escándalo
por el uso de uranio empobrecido en las guerras balcánicas se centró
en las consecuencias para los soldados de la OTAN que operaron allí
como tropas de paz. Algunos admitieron que las víctimas entre la
población civil que soportó esos bombardeos serían
mayores, pero la falta de investigación impidió que se expresaran
los efectos cuantitativamente. Pero ayer el diario británico The
Independent publicó un estudio que revela al menos 300 casos de
cáncer entre 5000 refugiados serbios que vivían en Sarajevo
cuando la OTAN ametralló la ciudad con proyectiles de uranio empobrecido.
Es como si una epidemia se hubiera derramado sobre esa gente.
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