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Cómo Europa supo y ocultó las radiaciones de la OTAN

Los gobiernos europeos actúan como si las muertes por el uso de uranio empobrecido en los Balcanes incumbiera sólo a Washington. Eso dista de ser cierto.

Manifestantes anti-OTAN
en Atenas esta semana.

Por E.F.
Desde París

El pacto de silencio entre las principales potencias militares a propósito de la utilización de municiones dotadas de uranio empobrecido se hizo añicos. A pesar de la ignorancia que fingieron hasta hace unos días, la mayoría de los ejércitos europeos y los responsables políticos sabían perfectamente que EE.UU. había utilizado armas con uranio empobrecido en la Guerra del Golfo (1991), en Bosnia (1994-1995) y durante el conflicto de Kosovo (1999). El conocimiento que tenían era tanto más puntual cuanto que varios de los Estados del Viejo Continente, en particular Francia, Portugal y Gran Bretaña, poseen ese tipo de municiones y estaban al tanto de los peligros que éstas hacían pesar sobre los militares y los civiles que residen en las zonas aledañas a los bombardeos.
Tras conocerse el escándalo del llamado “síndrome de los Balcanes” que afectó a más de 50 soldados (portugueses, franceses, italianos, belgas, alemanes, españoles, daneses, suizos y griegos), las naciones europeas concernidas hicieron como si la responsabilidad incumbiera únicamente a Washington. Sin embargo, con el correr de los días, se hace evidente que todo el mundo sabía desde hace mucho el impacto nocivo de las municiones dotadas de uranio empobrecido. En 1993, el Ejército norteamericano admitió el empleo de esas municiones en Irak. Seguidamente, el Congreso estadounidense encargó un estudio sobre el posible impacto de esas municiones entre los soldados que sirvieron en la Guerra del Golfo. Por último, la Rand Corporation, un organismo de expertos en la investigación estratégica que trabaja para el Pentágono, reveló en el año 2000 que las armas con uranio empobrecido provocaban daños radiológicos en los pulmones y en el sistema digestivo, así como daños químicos en los riñones.
Lejos de ser “secretas”, el conjunto de esas informaciones circularon en el resto de las capitales occidentales. Si bien es cierto que la administración norteamericana no fue del todo clara en su política de comunicación de datos, todos los países que participaron en la campaña de Kosovo conocían las características y las “cualidades” de las municiones. El tan publicitado argumento de la “guerra con cero riesgo” no es sólo una falacia sino un crimen: Occidente y su brazo armado, la OTAN, arrojaron a sabiendas decenas de miles de proyectiles capaces de provocar estragos en la población civil. Ningún país puede jugar el papel de inocente. En Francia, el ingeniero en jefe de la sección armamentos del Ejército, Alain Picc, reconoció el miércoles pasado que en los últimos 10 años alrededor de 1500 municiones con uranio empobrecido habían sido probadas en el polígono de tiro de la región de Cher. Esas municiones son desde hace un buen tiempo “moneda corriente entre los ejércitos de la OTAN”, según reconoció a Página/12 una fuente de este organismo multilateral.
Las Naciones Unidas, Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Agencia Internacional de Energía Atómica piden ahora una investigación “completa” sobre las zonas donde se dispararon municiones con uranio empobrecido. Los aviones norteamericanos A 10 lanzaron 31.000 proyectiles con uranio en el curso de la guerra de Kosovo y, según Bagdad, 940.000 en la guerra del Golfo. Los argumentos de unos y otros sobre la inexistencia de riesgos son totalmente falsos, tanto más que 10 años después de su aparición hoy se sabe que nadie estaba verdaderamente consciente de los riesgos que acarreaba el uranio empobrecido.
Pese a todo, la Alianza Atlántica sigue negándose a decretar una moratoria sobre el empleo de esas municiones. EE.UU., Gran Bretaña y Francia rechazaron la propuesta italiana de implementar rápidamente una moratoria sobre esas armas. El secretario general de la OTAN, George Robertson, continúa diciendo que “es preciso concentrase en los hechos yno en las emociones. Los científicos de la OMS y del Programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente aseguran que aún no hay pruebas de un lazo entre el uranio empobrecido y los casos de leucemia que afectan a los soldados”. Pascal Boniface, director del IRIS, Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas, sostiene que “actualmente, la voz de la OTAN es la voz apenas velada de EE.UU. Dicha voz no quiere reconocer los hechos e insiste en decir que no hay que preocuparse”.

 


 

CHRISTINE ABDELKRIM-DELANNE, INVESTIGADORA FRANCESA
“El Golfo fue un campo de pruebas”

Por E.F.
Desde París

Más allá del conflicto de Kosovo, el ya tambaleante mito de la guerra limpia, de la guerra quirúrgica, sin víctimas ni daños, termina por mostrar sus alas de heraldo de la muerte programada. El síndrome de los Balcanes y el de la guerra del Golfo son, para muchos especialistas, la parta más pequeña de un gigantesco iceberg. La periodista francesa Christine Abdelkrim-Delanne publicó una reciente investigación sobre el mundo escondido de la guerra del Golfo. El libro, Una sucia guerra limpia, contiene decenas de referencias a documentos norteamericanos y franceses, estudios científicos y reportajes con los soldados que sirvieron en Irak. En esta entrevista con Página/12, Christine Abdelkrim-Delane cuenta cómo y por qué la “guerra quirúrgica” sigue matando.
–Usted afirma de manera rotunda que nadie puede seguir creyendo en el mito de la guerra higiénica.
–Efectivamente. Hace 10 años, los medios de comunicación pretendieron hacernos creer que la guerra del Golfo era un asunto de armas inteligentes, capaces de dar en el blanco con exactitud. Es falso. Durante los dos primeros días del conflicto (17 y 18 de enero de 1991) los bombardeos destruyeron el 80 por ciento del tejido industrial iraquí y de las bases militares. También se aniquiló la red eléctrica e hidráulica. Las bombas alcanzaron igualmente las escuelas, pueblos, hospitales, mercados. Pero como estaban integrados a la estrategia militar, los medios de comunicación fueron considerados como un arma. Pero no fue, como se dijo, una “guerra del futuro”.
–Usted va mucho más lejos en sus denuncias, cuando afirma que la guerra del Golfo sirvió como laboratorio para probar armas prohibidas por los tratados internacionales.
–Así es. Las bombas de napalm y las bombas que liberan partículas cortantes fueron utilizadas violando por completo las convenciones internacionales. La guerra del Golfo fue un inmenso campo de experimentación de nuevas tecnologías. Hubo hasta científicos franceses y norteamericanos que trabajaron en el terreno para medir los efectos de la llamada “bomba aliento” que suprime el oxígeno cuando explota. Lo mismo ocurrió con las municiones de uranio empobrecido. Si nos referimos a lo que pasa hoy con el síndrome de los Balcanes, resulta importante resaltar que los países que están pidiendo explicaciones sobre el empleo de esas municiones son precisamente aquellos que no producen armas con uranio, es decir, España, Portugal, Italia y Bélgica.
–¿Qué consecuencias constató usted en Irak directamente ligadas a las municiones con uranio empobrecido?
–Muchísimas. En primer lugar hay muchas leucemias, cánceres y malformaciones congénitas. También constatamos una importante contaminación del territorio. Por otra parte, en lo que toca a los soldados que sirvieron en la guerra del Golfo, no hay duda alguna de que existe una clara relación entre el síndrome de la guerra del Golfo y su presencia en el terreno. Desde hace una década, los militares franceses se reúnen con sus homólogos británicos y norteamericanos para evocar ese problema.

 


 

Los civiles y la peste

Hasta ahora el escándalo por el uso de uranio empobrecido en las guerras balcánicas se centró en las consecuencias para los soldados de la OTAN que operaron allí como tropas de paz. Algunos admitieron que las víctimas entre la población civil que soportó esos bombardeos serían mayores, pero la falta de investigación impidió que se expresaran los efectos cuantitativamente. Pero ayer el diario británico The Independent publicó un estudio que revela al menos 300 casos de cáncer entre 5000 refugiados serbios que vivían en Sarajevo cuando la OTAN ametralló la ciudad con proyectiles de uranio empobrecido. “Es como si una epidemia se hubiera derramado sobre esa gente”.

 

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