Por Eduardo Febbro
Desde
París
Hasta el tecnocrash de setiembre
del año 2000 la nueva economía parecía destinada
a ser el motor de lo que el presidente norteamericano Bill Clinton calificó
como la nueva edad de oro. Los profetas de la red llegaron
incluso a insinuar que el milenio naciente, estructurado en torno de las
tecnologías de la información, iba a dar lugar a una nueva
condición humana. En suma, el neoliberalismo high-tech se
presentó no sólo como un innegable factor de progreso, a
imagen y semejanza de lo que fue la revolución industrial, sino
también como el único capaz de absorber las desigualdades
sociales. Entre mediados de 2000 y principios de 2001 el discurso de los
papas de la tecnología se matizó un poco y las voces que
antes advertían sobre el exceso de entusiasmo y la sobrevaluación
del impacto real empezaron a ser oídas con más nitidez.
La amenaza de una fractura digital que vendría a profundizar
la ya aguda fractura social entre ricos y pobres, entre quienes
tienen acceso a la capacitación y a las nuevas tecnologías,
entre el Norte y el Sur, es un dato que la mayoría de los dirigentes
mundiales toman en cuenta.
Varios sociólogos caracterizan la división actual del mundo
social no ya entre ricos y pobres sino entre conectados y desconectados.
La pregunta ¿vamos hacia lo peor o hacia lo mejor?
ha dejado de ser un argumento de las ONGs que ponen en tela de juicio
los males de la globalización. En uno de sus últimos números,
la revista norteamericana Business Week hacía la pregunta siguiente:
¿La fractura digital es un problema o una oportunidad?.
Para Marc Giget, responsable de la cátedra de tecnología
e información en el Conservatorio Nacional francés de Artes
y Oficios (uno de los más prestigiosos centros de enseñanza
de Francia), la respuesta no es inmediata: En un determinado momento
las innovaciones terminan por reducir las desigualdades sociales. Pero
el problema radica en que su difusión no es instantánea.
Jean Gadrey, profesor de economía y autor de un prolijo libro sobre
el canto de las sirenas tecnológicas, ¿Nueva economía,
nuevo mito?, si hay una respuesta a las posibilidades y desarreglos que
acarrea la nueva economía no hay que buscarla en el discurso
encantado de la nueva economía sino en el mundo real del uso social
de las nuevas tecnologías. Las cifras concretas sobre el
impacto social y económico del oro virtual son más
que modestas. En Francia, por ejemplo, el Instituto Nacional de Estadísticas
y Estudios Económicos (INSEE) demostró que el porcentaje
del crecimiento ligado a las nuevas tecnologías asciende apenas
a 0,3 o 0,4 puntos. Mucho más radical es el estudio realizado por
el Bureau of Labor Statistics (BLS), un organismo estadounidense que publica
anualmente proyecciones sobre el mercado del trabajo por períodos
de 10 años. Según los datos del BLS, la gran mayoría
de los puestos creados no salen del mundo de Internet ni de la información,
sea en lo que corresponde al período 1986-1996 como al que va de
1996 a 2006. Sobre un total de 4,1 millones de puestos de trabajo, entre
las diez profesiones más significativas al respecto
sólo una está ligada a las nuevas tecnologías. Se
trata del puesto de analista de sistemas, evaluado con una perspectiva
de 521.000 empleos. Las profesiones siguientes corresponden a la economía
tradicional: cajeros, enfermeros, vendedores, empleados de oficina clásicos,
etc. Comentando esas cifras, Jean Gadrey acota: Estamos muy lejos
de la mitología de un trabajo propulsado por las nuevas tecnologías
ya que siete de las 10 profesiones no exigen ninguna educación
superior.
Ningún experto ni analista niega, sin embargo, el terremoto
sociocultural provocado por la comunicación y la economía
de redes. El cambio es real, hondo y a todos los niveles. Basta con ver
lo que le ocurrió a la ciudad de San Francisco, literalmente tomada
por las start-up que desalojaron de sus barrios de antaño
a los roqueros y poetas de California. El mismo fenómeno se constata
en el sector este de París con la llegada de una clase social joven,
pudiente y oriunda del liberalismo high-tech. El ensayista y futurólogo
californiano Erik Davis, autor del libro Techgnosis y creador del foro
Planet-Work que analiza el papel de Internet en el mantenimiento de un
medio ambiente sano, asegura que la aparición de las nuevas
tecnologías perturba nuestro enfoque de la realidad, abre espacios
desconocidos y suscita sueños utopistas y temores apocalípticos.
Una opinión matizada por el sociólogo francés Philippe
Breton (ver entrevista), para quien Internet es un suplemento útil
que viene a enriquecer una panoplia. Pero mayo del 68 no tuvo necesidad
de las nuevas tecnologías para existir. La trascendencia
cultural de Internet es objeto de debates pero no de dudas. Diásporas
virtuales, conexiones instantáneas a través del planeta,
producción cultural multiplicada, creatividad individual impulsada
a través de la red, mundos de creación particulares, comunicación
constante, hiperconexión, el balance es eterno. Jérôme
Blindé, director de estudios prospectivos de la Unesco, se pregunta
qué forma de mundialización cultural van a engendrar
esas culturas transversales. Pero el planteo deja afuera un dato
revelado tanto por las ONGs, las Naciones Unidas, el grupo de los 8 países
más industrializados (G8) como por los países occidentales.
Esa globalización dígito-cultural es tecnológica
y no todo el mundo está al alcance de la tecnología. Una
vez más, la desigualdad se acrecienta.
Un informe de la Cancillería francesa consagrado a Internet y el
desarrollo revela que en enero de 2000 todos los países de
Africa estaban en la red Internet. Pero el acceso a la red sigue estando
confinado a las capitales y a los grandes polos económicos, lo
que excluye las zonas rurales que agrupan más del 50% de la población.
Un poco más detallado es el informe del PNUD, el programa de las
Naciones Unidas para el desarrollo. Allí puede leerse: Se
estima que para acceder a los servicios de telecomunicaciones de base
hace falta un teléfono cada 100 personas. En momentos en que ingresamos
en el nuevo siglo, la cuarta parte de los países no alcanzaron
ese umbral. En la India, el 99 por ciento de los habitantes carece
de acceso a la información tecnológica y sólo
hay cinco millones de computadoras para mil millones de habitantes...
Con estas cifras como telón de fondo, los analistas señalan
que a la histórica fractura Norte-Sur se le sumó una nueva
herida, la fractura digital. Bernard de la Chapelle, jefe
de la misión para las nuevas tecnologías de la información
y de la comunicación en la Cancillería francesa, afirma
que las políticas de desarrollo deben adaptarse. La fractura
digital es una probeta de ensayo para la preparación de una nueva
forma de gobernar el mundo. Dualismo, exclusión, polos hiperdesarrollados
y otros dejados al abandono, progreso con fracturas profundas, el neoliberalismo
high-tech es un pulpo con muchas tentáculos. Jean Gadrey teme que
los grandes proyectos high-tech propulsados por las grandes empresas
del Norte y los Estados que las siguen terminen dejando en un segundo
plano las necesidades urgentes en materia de salud, educación,
infraestructuras y agua potable. Los intelectuales y dirigentes
del Viejo Continente no cesan de interrogar y estudiar el modelo
norteamericano afín de limitar... sus malas influencias.
La revolución digital es innegable, pero no por ello constituye
la única necesidad del mundo. A este respecto, Jean Gadrey argumenta:
Es incontestable que hay cosas nuevas en la economía actual,
especialmente bajo el ángulo de la difusión de las tecnologías
de la información en las organizaciones públicas y privadas,
así como en la esfera de la comunicación. Pero el modelo
de la nueva economía a la norteamericana es, en el plano de lo
social, un antimodelo.
MARK
MALLOCH BROWN, DEL PNUD
Favorece la igualdad
Por E.F.
El informe mundial sobre el
desarrollo humano elaborado en 1999 por el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD) ponía de relieve la distancia creciente
entre quienes detentan un saber y quienes no tienen acceso a él.
La ya admitida fractura digital no torna sin embargo escépticos
a los expertos mundiales de la ONU. El PNUD parece convencido que las
nuevas tecnologías son una panacea posible para el desarrollo.
Así lo confirma a Página/12 Mark Malloch Brown, director
ejecutivo del PNUD.
Contrariamente a muchos críticos y al mismo contenido de
los informes elaborados por el Programa de las Naciones Unidas para el
desarrollo, usted ve en las nuevas tecnologías una posibilidad
de desarrollo.
El PNUD no alienta a los países en desarrollo a que los fondos
públicos inviertan en las nuevas tecnologías. Se trata de
lo contrario, de que los fondos privados acudan a esos países.
Creemos que las nuevas tecnologías pueden dar lugar a una igualdad
mayor siempre y cuando todos los países sigan la estrategia necesaria
para equiparse rápidamente. Como las nuevas tecnologías
deben suministrar servicios vitales mucho más fácilmente
en sociedades que, sin esas tecnologías, nunca accederían
a ellos, esas nuevas tecnologías se han convertido en un medio
indispensable de la lucha contra la pobreza. Por ello el desarrollo de
Internet y de las nuevas tecnologías debe ser una prioridad. Esto
no quiere decir que se le consagren todos los fondos públicos.
Nosotros no afirmamos que los primeros utilizadores de las nuevas tecnologías
serán los más pobres. Pero es obvio que los más desprovistos
serán rápidamente los beneficiarios directos ya que esas
tecnologías son útiles al servicio de quienes precisamente
ayudan a las comunidades más pobres.
El papel que se le otorga a los nuevas tecnologías es doble:
por un lado el de factor de desarrollo, por el otro el de integración
en la llamada economía mundial. ¿Comparte usted esa clasificación?
Las nuevas tecnologías tienen un costo mucho menor que el
de las infraestructuras industriales tradicionales. Eso es precisamente
lo que explica su expansión veloz en los países en vías
de desarrollo. Estoy convencido de que el 95 por ciento de los países
son conscientes de que los beneficios que pueden sacar de las nuevas tecnologías
compensan en mucho los inconvenientes que pensaban tener. Los dirigentes
chinos veían Internet como un medio de desestabilización
política, pero terminaron dándose cuenta de que esas tecnologías
constituyen instrumentos de la competitividad mundial.
PHILIPPE
BRETON, SOCIOLOGO Y CRITICO
Hay una utopía de la Internet
Por E.F.
Desde
París
Philippe Breton tiene una mirada
menos fanática que otros gurúes de la virtualidad. Sociólogo,
especialista de la comunicación y de los impactos sociales y humanos
de las nuevas tecnologías, autor de varios libros (el último
se llama Culto a Internet), Breton analiza con precisión, neutralidad
y distancia las consecuencias de la revolución numérica.
Frases como las del futurólogo norteamericano Erik Davis: La
posibilidad de trascender nuestra condición humana limitada por
el mundo físico nos brinda el acceso a una nueva libertad,
lo dejan indiferente. En esta entrevista con Página/12, Philippe
Breton desenreda las ideas que la tela de araña mundial enredó.
Usted no parece compartir el espacio de esos pensadores que afirman
en voz alta que estamos empezando una nueva era cultural.
Los factores que condicionan el cambio en el mundo son mucho más
complejos. El discurso que rodea las nuevas tecnologías acarrea
muchas ideas. Pero no creo en el nacimiento de una nueva cultura cuyo
vehículo sería Internet. Es cierto que Internet es uno de
los medios de la tendencia mundial hacia la homogeneización, pero
si observamos bien se trata de un medio paradójico, ya que el modo
de comunicación social, de lazo social que propicia es un modo
indirecto. El discurso dominante dice que el mundo sería mucho
mejor si desarrollamos esa comunicación indirecta, todos sostienen
que el futuro pasa a través de las tecnologías de la información,
que vehiculizan valores esenciales. La promesa de un mundo mejor ejerce
una gran presión sobre la juventud y fue la base del entusiasmo
por la nueva economía. Pero ese discurso es un verdadero culto,
como el surgimiento de nuevas religiones que irrumpen en un mundo que
pierde sus marcas. Muchos intelectuales defienden la idea de que la humanidad
podrá pasar a una nueva etapa de su evolución gracias a
las nuevas tecnologías.
Esa es la idea contra la cual usted se manifiesta en su libro. Una
suerte de discurso mundial que promete un porvenir si todos estamos conectados.
Efectivamente. Muchos intelectuales y pensadores quieren colectivizar
los espíritus promoviendo una suerte de espiritualidad global en
el ciberespacio. Se habla entonces en nombre de una promesa de un mundo
y de un hombre mejor cuya conciencia, ampliada, estaría conectada,
fundida en la conciencia colectiva. Internet acarrea la utopía
de una sociedad pacificada pero renunciando al encuentro directo. El mundo
exterior aparece como sucio, como amenaza permanente y peligro constante.
Aquí encontramos las huellas del sistema puritano norteamericano,
para el cual el mal empieza con el contacto con el otro.
Usted tampoco coincide con otro segmento del discurso dominante
que dice que gracias a Internet las ideas pueden federarse, que con Internet
los movimientos de protesta a través del mundo están más
cerca que antes.
Internet es un medio que sirve para movilizar. Sin embargo, en épocas
pasadas hubo movilizaciones gigantescas sin la necesidad de Internet.
La Internacional comunista tuvo una capacidad de movilización mundial
importantísima.
|