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a Roma en Roma, oh, peregrino
Quevedo
No
se trata de la convocatoria a una renovada comunión de los
santos. De ahí que la noticia del encuentro a realizarse
en Porto Alegre, el 25 de este mes, de todos los que de una
manera u otra impugnen o critiquen la mundialización neoliberal,
tiene que producir, en las franjas del pensamiento crítico
argentino, un ademán de atención, polémica
y comentario. Quizá como apelación a un conjuro laico
ante las fragmentaciones en que se debate la mayor parte de esa
zona que entiende la política como teoría de la ciudad.
O mais norte. Eventualmente, semejante anuncio puede
funcionar como desafío al desaliento que se comprueba en
esa zona que alguna vez se caracterizó por su obstinado criticismo.
O, quizá, también, como para la puesta en circulación
de un lenguaje ineludible, demorado, lo suficientemente sagaz para
movilizar una escena donde va predominando el quietismo y la capitulación.
O por qué no: como hipótesis de trabajo heterodoxa
tan distante del oportunismo como de lo sectario.
El uso de las disyuntivas (y lo aclaro por si las moscas) alude
aquí a la precariedad que sobrevuela obsesivamente a la mayoría
de los argentinos que cuestionan, por igual, al menemato y a sus
diversas y amenas prolongaciones, así como a la fláccida
administración De la Rúa. Dos personas distintas según
pude comprobar con sólo entrar a la calle y un solo
dios verdadero.
Una digresión suele ser más esclarecedora que un par
de consignas duras: Sarmiento postulaba, desde su perspectiva de
burgués conquistador, las biografías inmorales en
oposición a las biografías morales. Notoriamente
ése era un esquema guerrero, y maniqueo de tan rígido
y esencialista, pero que ha terminado, actualizándose, sin
las implicaciones excluyentes de su formulación inicial.
Inesperada inversión: la negatividad del caudillismo de origen
provinciano se superpone, en estos momentos, con el moralismo que
pretendía enfrentarlo. El antagonismo se ha convertido en
confortable especularidad. Y la parodia espasmódica del neofacundismo,
digamos, coincide vertiginosamente con la presunta respetabilidad
que vinieron proclamando ciertos coros, hoy afónicos, que
se vieron a sí mismos como adalides del neoprogresismo. Los
antagonismos, más o menos vehementes, se han disuelto así
en un insípido, falaz y lamentable nominalismo donde, al
fin de cuentas, tanto monta Fernando como los canónigos mediterráneos.
Quizás, por todo eso, puede verificarse como
una palabra cuyo espesor exhibe el suficiente vaivén entre
el deseo y la reticencia. Incluso, porque el desabrimiento insinuado
en su envión se encuadra en eso que alguien llamaba economía
de afecto. Quizá, por su agudeza frontal, de arranque
y postulación insinúa, a la vez, un cauteloso perfil
en tres cuartos. Palabra en defensa propia. Es que el pensamiento
crítico argentino, por su pródiga colección
de equívocos y desdichas, se resiste, como nunca, a ser forro
virtuoso o abollado furgón de arrastre. Medidas de legítima
sobrevivencia, ni profesionales del victimismo pero, mucho menos,
patos de la boda beata.
De donde puede saludarse, por sentido contrariamente jubiloso, que
el encuentro de Porto Alegre alce como insignia una Internacional
rebelde. Bien. Es la divisa más fecunda por sus
ecos y pronósticos; lo suficientemente agresiva, además,
como para disipar cualquier malentendido o las tentaciones de ir
licuando su categórico enfrentamiento a los nuevos
dueños del mundo. Más aún, el enfático
sistema métrico que esa declaración presupone se pone
a foco al ir precisando que sus beligerancias programáticas
apuntan, ante todo, a los grupos y estructuras que concretamente
conducen la mundialización.
Porque si los diversos sectores del pensamiento crítico argentino
pueden definirse, en sus rangos mayores, por sus vacilaciones, desaliento
o inoperancia, las instituciones que de hecho gobiernan al
mundo, por obscenas y monumentales, antagónicamente
ya son denunciadas en PortoAlegre. Bien de nuevo. Risa
y danza. Si el tópico parece colocarse sobre lo inexorable,
habrá que atribuirlo a que el fantasma del hermano mayor,
trajinado por el discurso del poder oleaginoso, se ha mutado en
un Moloch que exige sumisión fingiendo condescendencia hasta
cuando opera con mayor ferocidad. No es que los dioses oficiales
de la actualidad tengan sed, sino que acaloradamente se definen
por el jadeo emitido por una voracidad infinita.
Porto Alegre, salud. Muito cornelo. Y no sólo porque en el
Brasil los movimientos críticos más rigurosos han
logrado superar las contradicciones de un proceso que parecía
endémico, sino porque se disponen a recibir a los sectores
significativos de los cuatro rincones del planeta que
se oponen a la actual mafia económica.
Porto Alegre. Y va de brincadeiros al fondo. Gobernada desde hace
años por una coalición de izquierda que encabeza el
PT, y pese a que no controla a los diarios gordos de aquella ciudad,
ni la radio y mucho menos la televisión, ha logrado una ecuación
que trasciende los liderazgos mediáticos, las contraprestaciones
y las yapas cómplices de los escenarios bien pensantes.
Porto Alegre, entonces: no como un templo intimidatorio y homogéneo,
sino recuperando las características de la plaza, sin cúpulas
ni estornudos. La capital de Rio Grande do Sul. Apuesta como asamblea
insolente sin milagros ni vocés ni retóricas autocomplacientes.
Ojalá.
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