Por
Sergio Kiernan
Usted
es un activista social y a la vez un judío ortodoxo, lo que no
es una combinación muy común.
Soy ortodoxo, profundamente creyente y absolutamente abierto a todos
los caminos que llevan a la fe. Soy judío, a mi estilo. Yo sólo
creo en el judaísmo de la acción, para mí el judaísmo
es actuar en la realidad, cambiarla. Un buen resumen de esta actitud lo
hizo la mayor comentarista del Talmud, Lejama Leibowicz, profesora de
la Universidad Hebrea de Jerusalén: ella dice que un buen judío
es una persona que es absolutamente consecuente con su núcleo familiar;
se preocupa por su comunidad, participa, por así decirlo es un
buen militante de las ONG, y cuyo corazón puede ensancharse constantemente,
le preocupa el género humano. Es la enseñanza de que el
judío debe construir un mundo mejor. Por eso no hay contradicción
entre ser un judío creyente y un militante social activo, una cosa
le agrega a la otra.
¿Quién sería un ejemplo de esta actitud?
En mi oficina tengo el retrato de Albert Einstein, sobre quien escribí
un libro porque sintetizó esta actitud. No es muy conocido, pero
Einstein además de ser uno de los grandes genios de la humanidad
y seguramente el mayor del siglo veinte era un militante social. Todas
las causas importantes en su tiempo contaron con su compromiso, la lucha
contra la discriminación racial en los Estados Unidos, la causa
de la paz, de los derechos humanos, la justicia social. Además
dedicó mucho de su precioso tiempo a lo que llamaba causas
nacionales judías, como recorrer todo Estados Unidos para
reunir fondos para comprar tierras o fundar la primera cátedra
de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en 1925, antes mismo de
que existiera la universidad. Al final de su vida, le legó las
60.000 cartas de su archivo, un archivo que se disputaban universidades
de todo el mundo y que valía una fortuna. Para mí él
es el arquetipo de buena persona, buen judío y humanista consecuente.
Era un mench, una palabra yiddish difícil de traducir, que señala
a un hombre bueno en la acción, coherente, íntegro. Es alguien
que es buena gente personalmente, ayuda a los suyos y se compromete con
el género humano. La ausencia de ninguna de las tres cosas sería
excusable. Un desafío interesante para el año 2001, ¿no?
¿El pobre es pobre por su culpa, como piensa mucha gente?
Esa es una pregunta importantísima, llevo treinta años
combatiendo esa idea. A mí me toca hablar frente a grupos de todo
el mundo, que incluyen empresarios, políticos, gente muy prominente,
directivos de sus sociedades y, de una manera u otra, siempre aparece
ese razonamiento. Frente a la carga abrumadora de las cifras de pobreza
latinoamericana en este año 2001, frente al hecho de que el 36
por ciento de los chicos menores de dos años están en riesgo
alimentario, desnutridos en un continente tan rico, frente al dato de
que 50 por ciento de los latinoamericanos están por debajo de una
línea de pobreza que no es precisamente la del mundo desarrollado,
o que la tercera parte de nuestras poblaciones no tienen agua potable,
lo que significa 850.000 casos de cólera en tres años...
cuando uno presenta esta realidad, aparece el razonamiento de que los
pobres algo tienen que ver con la cuestión, por pereza, por afición
al alcohol, por falta de interés real en desarrollarse. Es un razonamiento
primitivo, que no tiene ninguna convalidación posible desde el
punto de vista científico. Las investigaciones indican claramente
que, cuando la economía cambia y se abren oportunidades, la población
pobre de cualquier país del mundo reacciona igual que los demás
sectores sociales y las aprovecha. Si hay oportunidades de capacitación,
de crédito, de apoyo tecnológico, crean microempresas, crean
desarrollos productivos con facilidad. Además, en América
latina resulta muy difícil decir que la culpa es de los pobres
cuando son la mitad de la población.
Pero
el razonamiento continúa presente, como una creencia impermeable
a la evidencia...
Es que cumple una función muy importante, que es la racionalización.
Acabo de escribir un trabajo que se llama Diez falacias sobre los
problemas económicos y sociales de América latina,
donde recuento las formas más sutiles de este razonamiento. Una
un poco más sofisticada es la que niega la existencia de la pobreza,
decir pobres hubo siempre, no hay nada de nuevo en los pobres,
¿para qué alarmarse? Otra es decir que pobres hay
en todos lados. Hay pobres en Estados Unidos, en Europa... Son dos
falacias muy fuertes y no basta contestarlas desde la indignación
moral, hay que contestarlas desde la ciencia para ser efectivos. Lo primero
es notar que la tasa de pobreza del mundo desarrollado es menor al 15
por ciento de la población: no es lo mismo tener el 15 por ciento,
que ya es malo, que el 50, que es un problema cualitativo totalmente diferente.
Y pobres hubo siempre, pero en Noruega ya no hay pobres, no hay registro
estadístico de la pobreza desde hace 25 años.
Lo que es casi un mandato judío, según su libro El
judaísmo y su lucha por la justicia social.
Los profetas solían decirle al pueblo reunido: no habrá
pobres entre vosotros. Japu Leibowicz, que falleció hace
muy poquito y era el pensador mayor de Israel de los últimos veinte
años en materia de ciencia social y filosofía, explica que
es un error grave pensar que los profetas decían lo que iba a ocurrir,
cuando en realidad dicen lo que debería ocurrir. Por eso, el sentido
de la frase es tienen que organizar la sociedad para que no haya
pobres entre vosotros. No es que va a ocurrir, sino que tenemos
que hacer que ocurra. Para el judaísmo, la pobreza es intolerable.
Eso es exactamente lo opuesto de lo que sostienen algunos líderes
latinoamericanos, que dicen que pobres habrá siempre.
Como Menem...
Y hay una tercera falacia, que es afirmar que la pobreza es un tema
de paciencia, algo que puede esperar a que el crecimiento económico
se derrame y eleve a los pobres. En el judaísmo no hay espera posible,
el individuo y la comunidad organizada deben preocuparse de inmediato
por el pobre. Los textos bíblicos son clarísimos y enumeran
a los grupos de excluidos de la época: los huérfanos, las
viudas, los extranjeros, los menesterosos. También marcan hasta
un sistema fiscal con el diezmo para que haya financiamiento de los programas
sociales. Y dicen una y otra vez que no se puede esperar, lo que también
tiene su confirmación científica hoy: un chico desnutrido
hasta los cuatro o cinco años tiene atrasos irreversibles, retrasos
motores, discapacidades de expresión y destreza fina que no tienen
remedio ni solución, son irreversibles. Es muy fácil decir
paciencia. Los costos de esa paciencia son inadmisibles y
la Biblia los condena a la vez que propone una legislación muy
detallada y normas para la acción. Por ejemplo, la Biblia dice
que está terminantemente prohibido pagarle el salario al que trabaja
a destiempo, que hay que pagarle cada día porque lo necesita
para vivir. Cuando el Papa se pone a la cabeza del movimiento por
la condonación de la deuda externa de los países pobres,
que está logrando algunos resultados, elige la palabra Jubileo
para nombrarlo. Esta palabra está tomada del Antiguo Testamento
e implica tres instituciones sociales orientadas a preservar una equidad
razonable en la sociedad. El problema de la equidad es absolutamente esencial
para Latinoamérica, más que para ningún otro continente...
¿Más que cualquier otro? ¿Más que Africa?
América latina tiene el peor reparto de la riqueza: el 5
por ciento más rico tiene el 26 por ciento del ingreso; el 30 por
ciento más pobre tiene el 7,5 por ciento. No hay ricos más
ricos ni pobres más pobres, en proporción, es la mayor brecha
social que existe en el planeta. La racionalización es que esta
desigualdad es inherente a la modernidad, que a medida que se progresa
las sociedades
se hacen más desiguales. La Biblia rechaza totalmente este razonamiento
y crea estas tres instituciones que mencionaba. Una es la que tomó
el Papa, la condonación de las deudas: cadasiete años caducan
todas las obligaciones entre deudor y acreedor. Esto es para evitar que
se cree una relación de explotación que pervierta a las
dos partes. Una segunda institución es la del descanso sabático
de la tierra: cada siete años la tierra deja de ser de sus propietarios
y sus frutos son de propiedad colectiva. Los intérpretes más
agudos señalan que lo que se quiere marcar es que la propiedad
humana de la naturaleza es transitoria porque a la naturaleza no la produjeron
los seres humanos. La tercera institución es que cada cincuenta
años la propiedad de la tierra caduca totalmente: la tierra vuelve
a quien la tenía hace cincuenta años. Esto trataba de evitar
desigualdades en lo que era el bien más grande de la época.
Esto busca una equidad razonable en la sociedad, lo que evita disfunciones
graves. Hoy sabemos científicamente que la equidad ayuda al desarrollo,
que los países a los que mejor les va son los más igualitarios,
que la igualdad favorece al mercado interno, al ahorro nacional y al desarrollo
de recursos humanos, crea una atmósfera de juego limpio, refuerza
la legitimidad democrática. La Biblia parece ser bastante sabia.
La Biblia también exige un compromiso personal con estas
cuestiones, lo que mucha gente rechaza. Algunos dicen no porque
no les interesa, por egoísmo o porque creen que se benefician.
Pero muchos también dicen ¿para qué está
el Estado? y creen que no es asunto suyo.
El pilar central del pensamiento judío, que fue tomado con
mucha fuerza por el cristianismo, comienza diciendo, en el Levítico,
No desatiendas la sangre de tu prójimo. Y esto, en
este lenguaje agresivo, lo dice la divinidad. La insensibilidad está
prohibida en el texto bíblico. La identificación con el
otro y la solidaridad son parte esencial de nuestra dignidad como humanos.
Es la respuesta a la pregunta de Caín: ¿Acaso
soy el guardián de mi hermano?.
Claro y gracias a esta respuesta es que existimos, porque si toda
la historia hubiera sido dominada por Caín, no quedarían
muchos para contarlo. El pensamiento social judío actual más
avanzado interpreta que ser solidario no es hacerle un favor al otro,
sino hacerse un favor a uno mismo, es una forma de vivir más plena
y correcta. ¿Quién se debe ocupar? En la actualidad latinoamericana
mi opinión es que todo el mundo se debe ocupar. El Estado tiene
un rol central porque las políticas públicas pueden hacer
muchísimo por mejorar o empeorar la situación, pueden cambiar
el grado de desigualdad, pueden lograr que la gente tenga agua potable,
servicios sanitarios y electricidad. Pero al mismo tiempo, la sociedad
civil movilizada y organizada a su manera tiene una responsabilidad que
puede aportar un componente cualitativo muy fresco, muy importante, como
prueban tantas organizaciones del mundo que logran tantas cosas. Y también
está la responsabilidad de cada persona individualmente. No hay
ninguna incompatibilidad, al contrario, el compromiso es múltiple.
La Biblia enseña que uno no se exime nunca, que nunca puede delegar
en la comunidad o en el Estado los problemas de la pobreza. Hay un montón
de obligaciones, como visitar a los enfermos, ayudar al accidentado, que
no se pueden delegar. Y la comunidad tiene la obligación de organizarse
para atender estos temas. Son normas muy concretas: hay que pagar diezmo
para financiar este sistema. Hasta los pobres tienen que pagar algo para
ayudar a los que son todavía más pobres, porque hace a la
dignidad humana.
En su libro hay una escala de la virtud, por así
llamarla, que mide el mérito del que da de acuerdo con su actitud.
Maimónides, que es otra expresión que menciono mucho
porque apostó mucho a lo que hoy llamamos políticas
sociales, desarrolló mucho la idea de los grados de solidaridad.
El escribió que no conocía un lugar donde existiera un grupo
de diez judíos y no hubiera una caja solidaria, que es lo más
básico. El premio Nobel Amarthia Sen analizó en un libro
todas las hambrunas del siglo y concluyó que el hambre no tiene
que ver con la capacidad de producción de alimentos de un país.
Si el mercado esespeculativo y la población gana poco, hay hambre
aunque se produzca mucho. El encontró que donde hay una democracia
activa no hay hambrunas, porque donde hay voto, partidos genuinos, medios
de prensa críticos y una sociedad organizada, la presión
sobre el poder es tal que no puede haber una hambruna. O sea, donde hay
compromiso social, no hay hambre. Pero este compromiso no es fácil.
En la Biblia ya dice que dar el diezmo duele: hay gente que
no aguanta tener que pagar, como sabemos por la enorme evasión
fiscal. Pero es un dolor sano, porque ayuda a superar el egoísmo
personal. También dice que al cosechar, todo lo que caiga al suelo
no se puede recoger, no es del dueño de la tierra sino que pertenece
al pobre. No es una gracia o una generosidad, es una cuestión de
propiedad. Maimónides dice que ayudar está muy bien, pero
que hay gradaciones, por lo que inventó los ocho grados de la ayuda,
que yo les enseño a miles de directores de instituciones sociales
del continente cada año. La jerarquía más baja es
la del que ayuda, pero de mala gana, porque está de moda, porque
no hacerlo queda mal en el club... El mérito sube por criterios
como el anonimato de la ayuda: entre más anónima, más
alta la jerarquía. La más alta es la del que ayuda sin darse
a conocer a alguien que no conoce. Otro criterio es la actitud, el grado
de compromiso. El tercer criterio, el más importante, es la orientación
final de la ayuda. El grado más alto de la escala es el del que
ayuda al otro de forma anónima y de modo tal que no necesite más
ayuda, que lo ponga sobre sus pies. Por eso es que dar un préstamo
está muy reconocido en la Biblia, por supuesto que sin interés.
El grado más bajo es la caridad; el más alto es el de la
ayuda que aporta una solución permanente. Esto se llama Tzedaká,
una palabra que deriva de justicia y quiere decir restablecer la
justicia. La pobreza, entonces, es una injusticia y cuando ayudamos
a alguien a salir de la pobreza no hacemos un favor sino que restablecemos
una justicia que fue violada. Esto lo tomó la ONU al reformular
la carta de derechos humanos en 1998 y, por presión de los países
nórdicos, agregó como fundamentales los derechos sociales
a un empleo, a la educación, a la salud, a la nutrición.
Violar estos derechos es injusticia pura.
POR
QUE BERNARDO KLIKSBERG
Por S.K.
El
espacio de la moral
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La
historia humana es la lucha entre dos tendencias, la de Caín
y la de Abel, la de una sociedad con más exclusión
y regresividad o una sociedad más justa y democrática.
No es habitual escuchar este discurso en un mundo donde justicia
social es un término generalmente político y
laico y caridad, una etiqueta de hipócritas y
retardatarios. No es habitual encontrar personas profundamente religiosas,
pero con los pies bien plantados en la realidad de la miseria, en
el costo de los chicos que no van a poder pensar porque el hambre
no los deja formarse. No es común encontrar el sentido práctico
para formar programas de ayuda social a nivel continental atado
al cimiento del Antiguo Testamento, de aquella ética inflexible
del Dios Terrible que marca reglas y no deja que se doblen. Bernardo
Kliksberg, sin embargo, es esa rara persona que cuenta proteínas,
recita estadísticas de distribución de riqueza y parece
saberse de memoria la Torah.
Viendo su currículum, uno se espera un alambre en tensión,
un hiperactivo. Sorprende encontrar un hombre apacible, casi tímido,vagamente
sorprendido de que alguien lo entreviste. Kliksberg habla muchos
idiomas, tiene muchos títulos, escribió muchos libros,
creó programas que les mejoraron la vida a muchos en América
latina. También es un desconocido fuera de ciertos círculos.
Con sesenta años, hace muchos que es doctor en Economía,
Administración, Sociología y un par de carreras más
que ni se molesta en mencionar, y que es dueño de varias
medallas de oro de la Universidad de Buenos Aires, en la que ganó
su primer concurso como profesor titular a los 23 años. En
1973 fue contratado por la ONU para asesorar en proyectos de desarrollo
y para cuando Videla volcaba para atrás el reloj se hacía
cargo de la Dirección de Proyectos para América latina
de Naciones Unidas, con el mandato de centrarse en proyectos de
desarrollo y gerencia social, una idea entonces novedosa de la que
era pionero.
En estas décadas investigó nuestra pobreza, desarrolló
maneras de combatirla y denunció la creciente polarización
social de nuestros países. En 1995 fundó en Washington
el Instituto Interamericano de Desarrollo Social, donde entrena
2000 líderes sociales por año con una mezcla de ciencia,
sociología, administración básica y ética
de pura estirpe bíblica, tratando de formar una masa
crítica de gente que en el campo social pueda pensar por
cuenta propia y crear respuestas novedosas.
De pasada por Buenos Aires, Kliksberg presentó su nuevo libro,
El judaísmo y su lucha por la justicia social, una obra pequeña
y peculiar que desde la tapa es explícita: la foto muestra
un chico bien vestido paseando su perrito por Plaza Italia, pasando
junto a una de las rejillas calentitas del subte donde duerme un
piberío marginal, sucio y con frío. Adentro, el libro
se abre con contundentes cuadros estadísticos de nuestra
enfermedad de la pobreza y se cierra con la demostración
ética del deber de hacer algo. Mi trabajo tiene una
fuerte inspiración ética, explicó el
autor a Página/12. Comparto fuertemente la fe judía
y la moral judía. Encontré una conciliación
total entre un compromiso muy importante con la lucha contra la
pobreza, con construir una Latinoamérica más justa,
y los postulados centrales del pensamiento judío en materia
social. Este libro intenta compartir este pensamiento social judío,
que inspiró a personas como Albert Einstein y a muchos otros
judíos que lucharon por causas justas.
Por el centro del libro pasan los conceptos tan devaluados de justicia,
de ética, de deber hacia el otro. Kliksberg comete un solo
error: no es sólo a los judíos a los que esta fe y
esta moral les dice mucho.
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