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OPINION

Banderas del heavy metal

Por Fernando D�Addario

Las contradicciones del rock, que no hacen más que proyectar en pantalla gigante los vaivenes ideológicos-emocionales de la sociedad, se desnudaron una vez más el sábado pasado en ocasión del recital de Iron Maiden, amparadas por una banda y un público que presumen de la solidez de sus convicciones. El episodio tuvo algo de patético, algo de gracioso, algo de emocionante, porque todo lo que estaba en juego allí, en un confuso cruce de identidades, olía a naftalina: el orgullo patrio, el imperialismo británico, e inclusive el mismísimo heavy metal. En el momento más caliente del show, cuando 30 mil fans saltaban y deliraban al compás del tema “The trooper” (El soldado), el cantante Bruce Dickinson comenzó a revolear, cual oficial de caballería en la era victoriana, una pintoresca bandera británica. No tardó en comprobar la escasa aprobación conseguida entre los súbditos de la corona metálica. Una tenue silbatina primero, una terrible rechifla después, un par de objetos tirados al escenario, los gritos “Argentina, Argentina”, “Y ya lo ve, el que no salta es un inglés” y el emocionante “Maradó...” (el único hiriente a oídos ingleses) marcaron el crescendo de la irritación.
Dickinson, en una astuta conciliación de flema británica, demagogia tercermundista e instinto de supervivencia, pidió entonces al público una bandera argentina. Le consiguieron una, tan pequeña y gastada que cuando la ató al flamante “trapo pirata” (diría Crónica TV) en otro gesto de confraternidad, la disparidad de fuerzas quedó más expuesta que la antinomia Norte-Sur en una cumbre geopolítica. Finalmente, acaso convencido del fracaso de su iniciativa, arrojó al piso las dos insignias, diciendo que “lo que importa no son las banderas”. No necesitó explicar que la canción en cuestión no es apologética del imperio ni militarista. Al siguiente tema, los 30 mil injuriados estaban saltando y cantando (en inglés) como antes del desliz y nada más pareció opacar el “Ole Ole Ole/oh Iron Maiden/es un sentimiento/no puedo parar...” con que expresaban su devoción a la “doncella de hierro” (traducción de Iron Maiden, no confundir con “dama de hierro”). Primeras conclusiones: 1) parece que algunos músicos británicos no intuyen que la aparente solidaridad de clase (heavies ingleses, heavies argentinos) está sustentada por el cariño a la banda y a un puñado de canciones, pero no supone una subordinación sumisa a todo lo que propongan; 2) parece que los fans argentinos son muy proclives a endiosar y satanizar los símbolos. Y los símbolos, en este caso, no son más que la cáscara de una forma de colonialismo cultural (música del Primer Mundo comprada por el tercero) que la realidad argentina se encargó de transformar en un grito de rebeldía de la clase trabajadora.


 

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