Las contradicciones
del rock, que no hacen más que proyectar en pantalla gigante
los vaivenes ideológicos-emocionales de la sociedad, se desnudaron
una vez más el sábado pasado en ocasión del
recital de Iron Maiden, amparadas por una banda y un público
que presumen de la solidez de sus convicciones. El episodio tuvo
algo de patético, algo de gracioso, algo de emocionante,
porque todo lo que estaba en juego allí, en un confuso cruce
de identidades, olía a naftalina: el orgullo patrio, el imperialismo
británico, e inclusive el mismísimo heavy metal. En
el momento más caliente del show, cuando 30 mil fans saltaban
y deliraban al compás del tema The trooper (El
soldado), el cantante Bruce Dickinson comenzó a revolear,
cual oficial de caballería en la era victoriana, una pintoresca
bandera británica. No tardó en comprobar la escasa
aprobación conseguida entre los súbditos de la corona
metálica. Una tenue silbatina primero, una terrible rechifla
después, un par de objetos tirados al escenario, los gritos
Argentina, Argentina, Y ya lo ve, el que no salta
es un inglés y el emocionante Maradó...
(el único hiriente a oídos ingleses) marcaron el crescendo
de la irritación.
Dickinson, en una astuta conciliación de flema británica,
demagogia tercermundista e instinto de supervivencia, pidió
entonces al público una bandera argentina. Le consiguieron
una, tan pequeña y gastada que cuando la ató al flamante
trapo pirata (diría Crónica TV) en otro
gesto de confraternidad, la disparidad de fuerzas quedó más
expuesta que la antinomia Norte-Sur en una cumbre geopolítica.
Finalmente, acaso convencido del fracaso de su iniciativa, arrojó
al piso las dos insignias, diciendo que lo que importa no
son las banderas. No necesitó explicar que la canción
en cuestión no es apologética del imperio ni militarista.
Al siguiente tema, los 30 mil injuriados estaban saltando y cantando
(en inglés) como antes del desliz y nada más pareció
opacar el Ole Ole Ole/oh Iron Maiden/es un sentimiento/no
puedo parar... con que expresaban su devoción a la
doncella de hierro (traducción de Iron Maiden,
no confundir con dama de hierro). Primeras conclusiones:
1) parece que algunos músicos británicos no intuyen
que la aparente solidaridad de clase (heavies ingleses, heavies
argentinos) está sustentada por el cariño a la banda
y a un puñado de canciones, pero no supone una subordinación
sumisa a todo lo que propongan; 2) parece que los fans argentinos
son muy proclives a endiosar y satanizar los símbolos. Y
los símbolos, en este caso, no son más que la cáscara
de una forma de colonialismo cultural (música del Primer
Mundo comprada por el tercero) que la realidad argentina se encargó
de transformar en un grito de rebeldía de la clase trabajadora.
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