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el Kiosco de Página/12

PARIA

Por Antonio Dal Masetto

En el bar el tema de conversación es sobre cuántas veces han sido víctimas de robo cada uno de los parroquianos, sus parientes y conocidos. Robos en los taxis, en las plazas, en los cajeros automáticos, a la salida de los bancos, en el cine, en el restorán, en el ómnibus.
–A mí lo que me tiene podrido con este asunto de los robos es que todas las veces me aplican el mismo método. Llámenlo casualidad pero la cuestión es que siempre me vacían un cartón de chocolatada encima y aprovechan el desconcierto para limpiarme los bolsillos. Y siempre logran sorprenderme. Tengo que volverme a casa caminando, chorreando chocolate. Me afanan y encima me arruinan las pilchas.
–De todas las veces que me robaron –cuenta Nancy–, el invierno pasado me tocó una parecida a la suya. Un tipo me llevó por delante como si tropezara, traía tres docenas de huevos y se le rompieron todos sobre mi tapado. No sé si tienen idea de lo que pasa cuando treinta y seis huevos se rompen encima de uno. De la nada apareció una señora muy solícita que se ofreció a limpiármelo y cuando quise darme cuenta había desaparecido con el tapadito.
–Mi drama es el auto, en un par de oportunidades se lo llevaron completo, pero en general me sustraen partes. Una rueda, los espejos, la antena, la radio. En una ocasión me dejaron la firma con tiza en el tablero: Chorro López. Al baúl me lo abrieron cinco veces, la última se rapiñaron un par de botas que llevaba al zapatero y un pantalón a la zurcidora. La única vez que salí favorecido fue cuando me forzaron la cerradura de una puerta y me robaron un paquete con cuatro libros de Paulo Coelho que me acababan de regalar. Me hubiese gustado encontrar a los ladrones y darles un abrazo.
–Yo tengo una lista más larga que un rosario. Choreos de toda marca y color. Hace tres días me para un tipo en la calle y me pide fuego. Cuando saco el encendedor, me dice: “Esto es un asalto, dame la guita”. Doy vuelta los bolsillos: “No tengo un mango”. “Entonces dame los cigarrillos”. “Fumo en pipa.” “Dame la pipa.” “¿Vos fumás en pipa?”, le pregunto. “A vos qué te importa –me contesta–, dámela y no te olvidés del tabaco.”
Esta noche nos visita el amigo Luis y tímidamente pide la palabra:
–No sé si el término que voy a usar es el que corresponde, pero siento una profunda envidia por todos ustedes. A mí en el barrio los vecinos me miran mal. Cuando se cruzan conmigo dan vuelta la cara para no saludarme, voy a comprar cigarrillos y el quiosquero se hace el que no me ve para no atenderme. En todos lados es así. Soy un paria, ¿Y esto por qué? Porque nunca me robaron.
Todos los parroquianos a coro:
–¿Cómo que nunca lo robaron?
–Nunca, soy virgen, jamás me robaron. Hice lo imposible para perder el invicto. Camino por diferentes barrios de madrugada, los más pesados, San Telmo, la Boca, Mataderos, Constitución. No pasa nada. Inclusive crucé a la provincia. Nada de nada. Estoy comiendo en un boliche, entran los chorros y le afanan a todos menos a mí. Saco plata del cajero y me paro en medio de la vereda a contarla. Puedo estar una hora con los billetes en la mano. Nada. Estoy desesperado. Las minas me abandonan, hace meses que mi mamá dejó de invitarme a comer los ravioles del domingo, mi padre me trata de usted y me saluda dándome la mano. Daría cualquier cosa por aparecer como víctima en Crónica TV.
Después de escucharlo, los parroquianos, uno a uno, se van desplazando hacia el otro extremo de la barra y desde allá nos relojean con desconfianza. Quedamos solos Luis y yo, y me siento incómodo. Inclusive el Gallego nos dio la espalda y acomoda las botellas de los estantes.
–Consulté con el psicoanalista –sigue Luis–, me dijo: “Invente un robo, rompa la puerta de su departamento, consígase un amigo que lo asalte, que lo golpee un poquito, que le deje alguna marca”. Vos y yo somos amigos de hace años, no me harías esa gauchada, robame por favor –me agarra del brazo.
–No sé cómo se hace, no tengo experiencia.
–Dale que vos podés –le lagrimean los ojos–. Hacé un esfuercito. No aguanto más esta situación.
–Dame un tiempito, dejame planear algo. Dentro de un rato voy para casa, me leo todo Simenon y después te llamo. Calmate, algo vamos a inventar –le digo mientras lo abandono retrocediendo despacito y voy a juntarme con los demás en la otra punta de la barra.

 

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