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OPINION

Un año feliz

Por James Neilson

La verdad es que la gran depresión psíquica de 2000, aquel fenómeno entrañablemente criollo que atrajo la atención de investigadores de todo el planeta, no tuvo mucho que ver con el letargo de la economía. Se debió casi exclusivamente a que no fue un año electoral, lo cual, para los políticos, los medios de comunicación y la categoría social actualmente conocida como “la gente”, es lo mismo que una temporada insólitamente prolongada sin fútbol, o sea, un período en el que la vida carece de sentido. Pues bien: por fortuna, la larga sequía finisecular ha terminado. Con los comicios a sólo nueve meses de distancia, los “dirigentes” ya se han puesto a barajar candidaturas, organizar equipos, movilizar a la clientela, buscar dinero fresco, contratar a fabricantes de imágenes y planear estrategias destinadas a engañar a los votantes. Es de prever que resulte contagiosa la sensación de felicidad que está difundiéndose por el gremio. La ciudadanía, consciente de que los jefes han recuperado el brío perdido, pronto sabrá que el país tiene garantizado un porvenir espléndido y que, no obstante los rumores, cuenta con una clase dirigente de calidad óptima.
Que los políticos amen las campañas con lascivia impúdica es comprensible. A su entender, cuando hay elecciones a la vista les es lícito decir cualquier cosa, por mentirosa que fuera, con la seguridad de que nadie lo tomará mal si la olvidan después. Pueden proclamarse resueltos a reducir los impuestos, aumentar los salarios, repartir subsidios, renovar las instituciones y echar al FMI o, si prefieren, hablar con pasión conmovedora de la ética o de la justicia social, sin que nadie les pida entrar en detalles. Mientras estén en campaña, los políticos profesionales viven en el futuro, tiempo que es decididamente menos complicado que el pasado, para no hablar del presente.
Hay quienes creen que aquí las campañas son demasiado largas, que el país se beneficiaría si fueran limitadas a un par de meses cada cuatro años. Se equivocan. Sin elecciones en el horizonte, los políticos son como peces fuera del agua que miran desesperadamente para todos lados, se retuercen, emiten ruidos extraños, no saben qué hacer y que, luego de asfixiarse, apestan. Para revivirlos es necesario que vuelva el clima electoral, razón por la cual un gobierno que se sintiera realmente preocupado por el estado de ánimo de la gente se las arreglaría para escalonar las elecciones a fin de que no hubiera ningún mes sin por lo menos un partido decisivo, medida que no tardaría en hacer del malhumor de los meses últimos un recuerdo improbable.


 

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