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Sobre milagros y tragedias

Bajada Mientras en El Salvador se cuentan ya 500 personas muertas y 4000 desaparecidas, surgen los milagros, como el de Sergio, rescatado después de que su familia lo encontrara bajo tierra.

Por J. J. Dalton*
Santa Tecla

Sergio Moreno, de 22 años, se convirtió en el símbolo de la lucha por la vida frente a las adversidades que han caído en las últimas horas sobre los salvadoreños, especialmente entre los habitantes del barrio Las Colinas, en Santa Tecla, a 12 kilómetros de la capital, quizás la zona más dañada por el poderoso sismo que el sábado al mediodía sacudió durante unos interminables segundos a esta pequeña nación centroamericana. En este barrio vivían 2000 personas; ahora se teme que unos mil estén enterrados. Ya se calcula que los muertos en El Salvador son unos 500 y los desaparecidos ascienden a 4000. Sergio, 31 horas sepultado, vivió para contarlo.
Como otros muchos de sus vecinos, Sergio quedó atrapado entre los escombros y soterrado por una avalancha de lodo de un inmenso deslave de la llamada cordillera del Bálsamo, que sepultó totalmente Las Colinas. A pocas horas del terremoto, un hermano de Sergio y su primo, Miguel Angel, lograron dar con el punto exacto donde estaba ubicada la vivienda de su familiar, quitaron varios metros cúbicos de tierra ayudados de palas hasta que llegaron a una bóveda donde localizaron al joven.
“Estaba en una posición de cuclillas y aprisionado por la pelvis con una losa de 30 centímetros de ancho”, explicó el médico guatemalteco que asistió a Sergio y que llegó al lugar en la noche del sábado como voluntario, junto con un contingente de varias decenas de sanitarios.
Se excavaron dos túneles. Con uno aseguraron la llegada del oxígeno; por el otro lograron suministrar suero al joven. A través de esos agujeros, el médico les practicó un mínimo reconocimiento de urgencia, pero se movían con extrema precaución, pues había peligro de hundimiento. Las más de 500 réplicas del terremoto del sábado no ayudaban a estabilizar la situación de Sergio y de otros enterrados por los escombros y el lodo.
“Sergio presentaba síntomas de choque hipobolémico y además se le presentó necrosis en los miembros inferiores. Pero estaba tranquilo y colaboró con los voluntarios que trataban de sacarlo de ahí; lo primero que pidió fue una Coca-Cola”, apuntó el médico esbozando una sonrisa. Tenía la esperanza de que Sergio sobreviviría como otras siete personas que fueron rescatadas con vida. Así fue: 31 horas después Sergio pudo contar lo que había vivido. Pero junto a esos éxitos, celebrados por voluntarios y familiares, aparecía un costado sombrió: se recuperaron cien cadáveres bajo las piedras.
Miguel Angel García, un hombre de unos 38 años, contó que su familiar había regresado de Estados Unidos, del estado de Maryland, adonde años atrás emigró con la intención de trabajar y sostener a sus padres, como lo hacen miles de salvadoreños desde hace dos décadas. En Estados Unidos, sobre todo en California, hay más de dos millones de salvadoreños, que representan una fuente de ingresos. “Sergio había retornado para quedarse”, dijo Miguel Angel, a quien se le enrojecieron los ojos de la tristeza, una pena que comparte con centenares de personas que entre el lodo y los escombros buscan desesperadamente a sus seres queridos. Hay escenas escalofriantes: personas que con sus propias manos se echan sobre la tierra para escarbar mientras gritan los nombres de sus familiares desaparecidos.
“Esto ha sido culpa de los constructores –afirma García– ellos estaban realizando excavaciones y, lógicamente, con un temblor tan fuerte, la tierra se vino abajo.” Este primo de Sergio quiere que el gobierno salvadoreño no esquive su responsabilidad y actúe con “mano dura”. Asegura que los constructores irresponsables que no respetan normas ni el medio ambiente deben ser castigados.
Junto con los voluntarios guatemaltecos, un equipo de 139 de los llamados “topos”, recién llegados de México, otro país acostumbrado apelear con las consecuencias de los terremotos, están trabajando en Las Colinas para tratar de recuperar a la mayoría de los enterrados. A estos expertos los ayudan perros amaestrados y palas mecánicas que van abriendo zanjas.
El panorama en Santa Tecla es realmente desolador. La zona afectada, más que parecerse a unas colinas se asemeja a una playa encrespada de lodo, de donde brotan enseres domésticos herrumbrosos y desvencijados, ladrillos, restos de muebles, adornos embarrados y juguetes sin dueño. Una mujer con los ojos llenos de lágrimas abrazaba a un osito de peluche. Está casi inmóvil, de pie, a unos 10 metros de donde se localizó la chatarra retorcida de lo que fue un parque infantil.
En los noticiarios televisivos siguen brotando las noticias de decenas, de Sergios, que sólo esperan el milagro para ser rescatados con vida.
*De El País de Madrid, especial para Página/12

Acusan a una constructora
Una constructora privada que se vio envuelta en un juicio contra el Estado salvadoreño fue el centro de las críticas después del tremendo terremoto que asoló El Salvador. La mayor cantidad de víctimas del sismo vivía en un barrio de clase media, en los suburbios de la localidad de Las Colinas. Precisamente, ese dato es el que abrió las puertas para que arreciaran las críticas. Normalmente, los terremotos en Centroamérica cobran víctimas entre los habitantes de villas y casas precarias, levantadas en las laderas de los cerros. Pero en este caso, una constructora levantó un barrio de elegantes casas en las cumbres de Las Colinas después de haber enfrentado una prolongada batalla legal contra el gobierno local. El municipio intentó detener la construcción. “Siguieron el caso hasta llevarnos hasta la Corte, demandándonos por 4,5 millones de dólares y, finalmente, nos ganaron –denunció el funcionario José Noé Torres–. Este es el resultado.” “Los terremotos son obra de Dios -aseguró uno de los habitantes del barrio–. Pero en este caso es una obra del hombre.”

 

 

 

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