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LAS DIFICULTADES DE LA TRANSICION PRESIDENCIAL EN EE.UU.
Bush quiere mostrar un amigo negro

Mientras se prepara a �desclintonizar� la Casa Blanca tras su asunción el próximo sábado, el presidente electo George W. Bush busca ganarse a los afroamericanos, la minoría que le es más hostil.

Por Javier Valenzuela
Desde Washington

Ocho años después del acceso de Bill Clinton a la Casa Blanca, EE.UU. es un país aún más multirracial y con un notable descenso de las tensiones étnicas. Sumada a la permanente corriente migratoria, el empuje demográfico de las minorías y la prosperidad económica, la política de Clinton, marcada por el aperturismo y la discriminación positiva, explica este fenómeno. Clinton lo subrayó en el feriado nacional de ayer, aniversario de Martin Luther King.
En el primer acto oficial de su última semana en la Casa Blanca, Clinton envió un mensaje al Congreso de EE.UU., en el que efectuó una serie de recomendaciones para mejorar las relaciones raciales. Luego se fue a la Universidad del Distrito de Columbia, donde, ante los aplausos fervientes del público, instó a sus compatriotas a seguir construyendo “una nación de gentes de diferentes orígenes étnicos y culturales unida por los objetivos comunes de la libertad, la justicia y la igualdad de oportunidades”.
En su mensaje al Congreso –una declaración de buenas intenciones–, indicó pasos concretos. El primero es abolir la “práctica intolerable” de los “perfiles raciales” utilizados por muchas fuerzas de policía del país. Esa política policial considera sospechosos de oficio, y susceptibles por tanto de ser detenidos para su identificación, a negros e hispanos.
Clinton se declaró partidario de que el día de las elecciones –el primer martes después del primer lunes de noviembre de los años pares– sea declarado feriado nacional, a fin de favorecer la asistencia de los trabajadores a las urnas. Con un ausentismo crónico del 50 por ciento, EE.UU. tiene un verdadero problema de participación electoral. El presidente saliente también se permitió aconsejar a su sucesor, el republicano George Bush, que cree “una comisión presidencial no partidista para la reforma electoral”. Recogiendo la queja de la comunidad afroamericana de Florida, Clinton le envió un zurdazo a Bush al señalar: “En las primeras elecciones del siglo XXI, mucha gente sintió que sus votos no fueron contados y algunos también tuvieron la impresión de que hubo esfuerzos organizados para impedirles el acceso a los centros de votación”.
La ira de los negros por lo sucedido en Florida se ha transformado en abierta hostilidad a Bush. Mientras que los afroamericanos adoran a Clinton, al que consideran uno de los suyos, planean manifestarse el sábado en Washington. Ese día Bush jurará como presidente, pero para millones de negros lo hará sin legitimidad.
Bush está haciendo notables e infructuosos esfuerzos para reconciliar al Partido Republicano con los negros. Ha nombrado a un miembro de esta comunidad, el general Colin Powell, como número tres del próximo gobierno tras el presidente y el vicepresidente, y ayer celebró el día de Martin Luther King en una escuela primaria de Houston (Texas), en compañía de su ministro de Educación, Rod Paige, que también es negro. “El progreso racial en este país –dijo–, es una lucha permanente, con independencia de quién ocupe la Casa Blanca y el Congreso.”
Pero a Bush le va a resultar difícil conquistar el corazón de los descendientes de los esclavos. Estos creen que con Clinton pierden al único presidente que los ha entendido de verdad. En su mensaje del lunes al Congreso, el político de Arkansas volvió a hacerse eco de sus preocupaciones y recomendó medidas como una subida sustancial del salario mínimo, la extensión de la red de guarderías y la aplicación rigurosa de las leyes existentes contra la discriminación. También instó a Bush y al Congreso a aprobar una ley endureciendo las penas contra los crímenes basados en el odio racial o sexual.
En su último paquete simbólico de medidas, Clinton se declaró partidario de que aquellos que han cumplido sus penas carcelarias recuperen el derecho a votar. Y declaró que EE.UU. está “especialmente obligado” a asegurar que la pena de muerte se practique de modo justo. Clinton propuso que el Congreso apruebe, y Bush firme, una ley que facilite el acceso de los condenados a muerte a pruebas de ADN y a los servicios de abogados competentes.
George Bush va a pasar sus primeras semanas en la Casa Blanca desactivando las minas que le ha dejado Bill Clinton. Algunas son obvias, como la aprobación de la incorporación de EE.UU. al Tribunal Penal Internacional o la conversión en santuario inaccesible a la explotación industrial de un tercio de los bosques del país. El astuto Clinton esperó hasta el último momento para dar luz verde a esas medidas, que sabe polémicas en general y contrarias a la política de Bush en particular.
Bush ha anunciado que intentará anularlas a partir del próximo sábado, el día de su toma de posesión. Pero Clinton también le deja regalos envenenados. Uno es la creación de un escudo contra misiles; otro, la ejecución de Juan Raúl Garza, la primera prevista a escala federal en cuatro décadas. Clinton, que de continuar en la presidencia no tendría otro remedio que aprobar tanto el escudo como la ejecución, ha optado por lo fácil: lavarse las manos como Poncio Pilatos. Bush será así el que aparecerá como belicista y cruel.
También está cargada de malas intenciones la reciente declaración de Clinton sobre que un piloto norteamericano derribado en la guerra del Golfo puede estar vivo. El que no tenga ninguna prueba concreta de ello y haya esperado 8 años para hablar del asunto confirma que Clinton sólo pretende demostrar que el primer Bush y el general Colin Powell cerraron mal aquel conflicto y, de paso, dejarle una nueva tarea espinosa al segundo Bush.
Rompiendo una regla de cortesía en las transiciones presidenciales, Clinton también puso la pasada semana en cuestión la legitimidad de su sucesor, al recordar que perdió en voto popular frente a Al Gore y sugerir que sólo ganó en el Colegio Electoral porque “se interrumpió el recuento en Florida”. El hasta ahora gobernador de Texas repite estos días que de todas las herencias del político de Arkansas la más inquietante es el debilitamiento de la salud de la economía norteamericana. Ese comentario indigna a Clinton, porque pone en cuestión el más indiscutible activo de su legado. Clinton replica que la economía estadounidense va bien, aunque se haya desacelerado, y que lo peligroso para su salud es el programa de recorte de impuestos que predica su sucesor. La crispación de este relevo en la Casa Blanca no tiene precedentes recientes.

*De El País de Madrid. Especial para Página/12

 

 

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