Por
Fabián Lebenglik
Cuando
la temperatura determina o condiciona la vida cotidiana, resulta óptimo
medir con termómetro las exposiciones. Así, el traslado
de nociones y sensaciones físicas y fisiológicas al ámbito
de las artes visuales expone el ojo al calor, la tibieza y el frío
que emana de piezas, entornos y contextos considerados artísticos.
Es necesario aclarar que, tras la noción de temperatura no se esconde
una idea de valoración, sino un dato de la percepción y,
en todo caso, una relación con una secuencia temporal, según
la cual el calor se corresponde con una épica asociada al pasado,
y el frío con una conceptualización y una contención
asociadas al presente.
En el ala derecha del Centro Cultural Recoleta se presentan en estos días
tres buenas exposiciones hasta fin de mes que contrastan notoriamente
en temperatura.
Premio Banco Nación
La sección fría y tibia comienza con el Premio Banco Nación.
Se trata de un premio abierto a todas las disciplinas que tiene como antecedentes
directos el Salón Nacional de Rosario (Museo Castagnino), varias
ediciones del Salón Nacional del Mar (Teatro Auditorium, Mar del
Plata) y de los Salones Nacional y Regional de Bahía Blanca (Museo
de Arte Contemporáneo) y el último Premio Braque Sin Título
(organizado por la Embajada de Francia en la Fundación Banco Patricios
en 1997).
La orientación, coordinación y curaduría del Premio
Banco Nación le fueron confiadas al docente y crítico Jorge
López Anaya.
Detrás de aquellas experiencias exitosas y de gran convocatoria
que comenzaron hace más de un lustro, este premio, con un jurado
de muy buen nivel, seleccionó 47 proyectos, entre los 600 enviados,
y entregó premios por $ 35.000, como se informó en detalle
(premio, menciones, seleccionados y jurado) en esta página el 19
de diciembre.
Entrar a la Sala Cronopios es como llegar a un laboratorio artístico,
por la variedad de propuestas y la casi total ausencia de pintura con
excepción de la pintura del rosarino Aurelio García, que
por un prurito de montaje, quedó semiescondida lo que le
da un sesgo de actualidad que sintoniza con la mayoría de las exposiciones
temáticas transnacionales organizadas con frecuencia, en todo el
mundo, por el exquisito club de curadores nómades y cosmopolitas.
Con tendencia al posconceptualismo se destaca una común reflexión
político-social tan lúcida como poética. La obra
ganadora condensa esta variante: se trata de una instalación, Publicidad,
en la que Jorge Macchi rescató dos pobres cartelitos callejeros
uno que dice Herrero y el otro Goteras,
con sendos números de teléfono, que simbolizan dos oficios
de la economía informal y la changa, hechos dificultosamente
a mano, y los coloca en lo alto de una sala a oscuras, iluminados apenas
por diminutos foquitos. El montaje de los cartelitos, utilizando la noción
de escala como clave de sentido formal e ideológico, simulan ser
grandes carteles urbanos, como los que se colocan sobre los edificios.
Por otra parte, en la muestra hay toda una serie de trabajos que juega
con la autorreferencialidad, con humor e ironía.
La frialdad y la tibieza están en relación con la actualidad
porque las artes visuales ocupan un lugar módico, casi tímido,
muy específico y de escasa influencia en el resto del campo cultural,
al que le resultan extrañas.
Desde esa especificidad aparece como una genial humorada hacer que las
autoridades del Banco Nación tengan que digerir, de golpe, el lenguaje
contemporáneo del premio, las menciones y la selección,
más allá de su expresidente y actual jefe de Gabinete del
gobierno nacional, Chrystian Colombo, para quien el arte contemporáneo
es algo muy familiar, y bajo cuya gestión se generó el premio.
La sensación común respecto de las capas medias, dirigentes
y del mundo empresario y bancario de la Argentina es que son profundamente
reactivos a todo lo que huela a contemporaneidad artística.
Por eso, que el tradicional Banco Nación esté detrás
de un concurso de estas características resulta una fantástica
boutade, típica de los saltos modernizadores argentinos,
que suelen ser a los tumbos, sin proceso y sin red. No cabe duda de que
la excelente instalación de Jorge Macchi, ganadora del premio a
través del cual el Banco adquirió la obra en $30.000 ¿dónde
la guardarán? va a significar un notorio contraste con el
patrimonio de la antigua institución. En este sentido, no sería
extraño que luego de haberse enfrentado al shock artístico
de hoy, se esfume la posibilidad de sacarle plata al Banco Nación
para bancar el arte joven.
Martin Naylor
La temperatura aumenta con la doble muestra del artista inglés
Martin Naylor (1944), quien vive y trabaja en Buenos Aires desde 1988.
Las trece estaciones, una extenso conjunto de pinturas y técnicas
mixtas de 200 x 145 cm, y Jim Farrar, 118 dibujos, en principio sorprende
por el excelente montaje, lo que ordena y en cierto modo permite tomar
distancia y enfriar, la tibieza y el calor que se desprende
de las técnicas, la gestualidad, la violencia y el despliegue de
su obra.
Naylor, formado en el Royal College of Art, expone desde 1966 en Inglaterra,
el resto de Europa, Estados Unidos, Japón y América latina.
David Elliot, ex director del Museo de Oxford y actual director del Museo
de Arte Moderno de Estocolmo, explica que Influenciados por el conceptualismo
neoyorquino, pero con una pátina británica, artistas como
Gilbert & George, Richard Long, el irlandés Barry Flanagan
y Martin Naylor transformaron completamente la idea de la escultura.
La doble exposición del Centro Recoleta se abre con la larga serie
de dibujos dedicados a su tío Jim Farrar, montados como un mosaico
contundente. La dedicatoria en realidad se transforma en un ejercicio
de lo que la tradición literaria llama justicia poética.
Crecí en el seno de un hogar muy estricto y cristiano escribe
Martin Naylor. Mi tío Jim Farrar, fervoroso creyente, líder
de la Iglesia y soltero, traicionó a mi familia y su estructura.
Jamás lo he perdonado. Su hermana gemela, mi madre, murió
como resultado de `su acción (o de `sus actos). Jamás
lo he perdonado, ni lo haré. Un día resolví tratar
de reestablecer un poco el orden infringido frente al rostro del mundo.
Algunos lo llaman venganza. Yo no. De allí la presente serie de
trabajos. Perdí mi fe y abandoné la Iglesia. Esta obra es
testimonio de mi vehemencia en esta acción.
Se trata de una serie que repite obsesivamente la forma de un sweater
que, por el tratamiento entre la violencia y la elegancia
de las líneas, colores y gestos, luce alternativamente como una
mancha, escupitajo o ritual vudú que, acompañados por frases
e insultos, exorciza la sombra siniestra de su tío materno.
La serie de dibujos responden a una nueva aproximación, veinticinco
años después, de la instalación y los dibujos preparatorios
Discarded Sweater, que forman parte de la colección de la Tate
Gallery, de Londres.
En la segunda sala, claramente pictórica, Las trece estaciones
establece una secuencia de tensiones, contrastes y adiciones, donde el
artista combina cuestiones estrictamente formales y técnicas con
otras de raíz autobiográfica como si pasara revista a todos
los modos posibles de pintar, aplicados a una memoria y balance.
Richard Sturgeon
CEl calor aumenta con la muestra de Sturgeon (1952), una antología
que reúne obra que va desde su primera muestra individual en el
Centro Parakultural (1986), hasta su última muestra, hace poco
más de un mes, en la galería van Riel.
La antología Pintura heroica se destaca por la potencia de la pintura,
el gran formato y el montaje. El nombre de la exposición surgió
por el gesto épico con que el propio artista enfrenta el acto de
pintar. Frente al arte tecnológico dice Sturgeon a
Página/12-., los nuevos medios, la vuelta del conceptualismo, la
salida del cuadro por parte de muchos de los que antes eran pintores...
el acto de pintar parece casi algo del pasado, en cierto modo heroico,
como si los pintores fuéramos los últimos mohicanos de las
artes visuales.
En los dos espacios que integran la Sala C, las pinturas de los años
ochenta se exhiben en el sector vestibular a modo de introducción
y esbozo de la obra de gran formato, de la década del noventa,
que se muestra en todo su despliegue, aunque sin abrumar.
La evocación épica no sólo irrumpe con el tamaño.
También hay toda una secuencia histórica, mitológica
y literaria que se exalta en los cuadros a través de varios planos.
Por una parte una zona imprecisa, vegetal y boscosa sirve como estructura
abierta y difusa para el gesto vibrante y la pincelada expandida. En otro
plano la figuración se recorta, se superpone o se integra, como
un recuerdo o, tal vez, al modo en que los recuerdos pasaron a la tradición
cinematográfica, sobreimpresos.
El acto de pintar en Sturgeon es formulado como una ebullición
de colores, formas y gestos, que al artista ataca con una euforia poco
común.
(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta fin de mes.)
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