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UN PREMIO Y DOS EXPOSICIONES INDIVIDUALES
Con el termómetro del ojo

Tres buenas muestras en el Centro Recoleta �Premio Banco Nación, Martin Naylor y Richard Sturgeon�, aportan distintas temperaturas visuales al panorama del verano porteño.

Pintura de Richard Sturgeon (arriba). Cuadro de Martin Naylor (izq.).

Por Fabián Lebenglik

Cuando la temperatura determina o condiciona la vida cotidiana, resulta óptimo medir con termómetro las exposiciones. Así, el traslado de nociones y sensaciones físicas y fisiológicas al ámbito de las artes visuales expone el ojo al calor, la tibieza y el frío que emana de piezas, entornos y contextos considerados artísticos. Es necesario aclarar que, tras la noción de temperatura no se esconde una idea de valoración, sino un dato de la percepción y, en todo caso, una relación con una secuencia temporal, según la cual el calor se corresponde con una épica asociada al pasado, y el frío con una conceptualización y una contención asociadas al presente.
En el ala derecha del Centro Cultural Recoleta se presentan en estos días tres buenas exposiciones hasta fin de mes que contrastan notoriamente en temperatura.
Premio Banco Nación
La sección fría y tibia comienza con el Premio Banco Nación. Se trata de un premio abierto a todas las disciplinas que tiene como antecedentes directos el Salón Nacional de Rosario (Museo Castagnino), varias ediciones del Salón Nacional del Mar (Teatro Auditorium, Mar del Plata) y de los Salones Nacional y Regional de Bahía Blanca (Museo de Arte Contemporáneo) y el último Premio Braque Sin Título (organizado por la Embajada de Francia en la Fundación Banco Patricios en 1997).
La orientación, coordinación y curaduría del Premio Banco Nación le fueron confiadas al docente y crítico Jorge López Anaya.
Detrás de aquellas experiencias exitosas y de gran convocatoria que comenzaron hace más de un lustro, este premio, con un jurado de muy buen nivel, seleccionó 47 proyectos, entre los 600 enviados, y entregó premios por $ 35.000, como se informó en detalle (premio, menciones, seleccionados y jurado) en esta página el 19 de diciembre.
Entrar a la Sala Cronopios es como llegar a un laboratorio artístico, por la variedad de propuestas y la casi total ausencia de pintura –con excepción de la pintura del rosarino Aurelio García, que por un prurito de montaje, quedó semiescondida– lo que le da un sesgo de actualidad que sintoniza con la mayoría de las exposiciones temáticas transnacionales organizadas con frecuencia, en todo el mundo, por el exquisito club de curadores nómades y cosmopolitas.
Con tendencia al posconceptualismo se destaca una común reflexión político-social tan lúcida como poética. La obra ganadora condensa esta variante: se trata de una instalación, Publicidad, en la que Jorge Macchi rescató dos pobres cartelitos callejeros –uno que dice “Herrero” y el otro “Goteras”, con sendos números de teléfono, que simbolizan dos oficios de la economía informal y la changa–, hechos dificultosamente a mano, y los coloca en lo alto de una sala a oscuras, iluminados apenas por diminutos foquitos. El montaje de los cartelitos, utilizando la noción de escala como clave de sentido formal e ideológico, simulan ser grandes carteles urbanos, como los que se colocan sobre los edificios.
Por otra parte, en la muestra hay toda una serie de trabajos que juega con la autorreferencialidad, con humor e ironía.
La frialdad y la tibieza están en relación con la actualidad porque las artes visuales ocupan un lugar módico, casi tímido, muy específico y de escasa influencia en el resto del campo cultural, al que le resultan extrañas.
Desde esa especificidad aparece como una genial humorada hacer que las autoridades del Banco Nación tengan que digerir, de golpe, el lenguaje contemporáneo del premio, las menciones y la selección, más allá de su expresidente y actual jefe de Gabinete del gobierno nacional, Chrystian Colombo, para quien el arte contemporáneo es algo muy familiar, y bajo cuya gestión se generó el premio. La sensación común respecto de las capas medias, dirigentes y del mundo empresario y bancario de la Argentina es que son profundamente reactivos a todo lo que huela a contemporaneidad artística.
Por eso, que el tradicional Banco Nación esté detrás de un concurso de estas características resulta una fantástica boutade, típica de los “saltos modernizadores” argentinos, que suelen ser a los tumbos, sin proceso y sin red. No cabe duda de que la excelente instalación de Jorge Macchi, ganadora del premio a través del cual el Banco adquirió la obra en $30.000 –¿dónde la guardarán?– va a significar un notorio contraste con el patrimonio de la antigua institución. En este sentido, no sería extraño que luego de haberse enfrentado al shock artístico de hoy, se esfume la posibilidad de sacarle plata al Banco Nación para bancar el arte joven.
Martin Naylor
La temperatura aumenta con la doble muestra del artista inglés Martin Naylor (1944), quien vive y trabaja en Buenos Aires desde 1988.
Las trece estaciones, una extenso conjunto de pinturas y técnicas mixtas de 200 x 145 cm, y Jim Farrar, 118 dibujos, en principio sorprende por el excelente montaje, lo que ordena y en cierto modo permite tomar distancia y “enfriar”, la tibieza y el calor que se desprende de las técnicas, la gestualidad, la violencia y el despliegue de su obra.
Naylor, formado en el Royal College of Art, expone desde 1966 en Inglaterra, el resto de Europa, Estados Unidos, Japón y América latina.
David Elliot, ex director del Museo de Oxford y actual director del Museo de Arte Moderno de Estocolmo, explica que “Influenciados por el conceptualismo neoyorquino, pero con una pátina británica, artistas como Gilbert & George, Richard Long, el irlandés Barry Flanagan y Martin Naylor transformaron completamente la idea de la escultura”.
La doble exposición del Centro Recoleta se abre con la larga serie de dibujos dedicados a su tío Jim Farrar, montados como un mosaico contundente. La dedicatoria en realidad se transforma en un ejercicio de lo que la tradición literaria llama “justicia poética”. “Crecí en el seno de un hogar muy estricto y cristiano –escribe Martin Naylor–. Mi tío Jim Farrar, fervoroso creyente, líder de la Iglesia y soltero, traicionó a mi familia y su estructura. Jamás lo he perdonado. Su hermana gemela, mi madre, murió como resultado de `su acción’ (o de `sus actos’). Jamás lo he perdonado, ni lo haré. Un día resolví tratar de reestablecer un poco el orden infringido frente al rostro del mundo. Algunos lo llaman venganza. Yo no. De allí la presente serie de trabajos. Perdí mi fe y abandoné la Iglesia. Esta obra es testimonio de mi vehemencia en esta acción.”
Se trata de una serie que repite obsesivamente la forma de un sweater que, por el tratamiento –entre la violencia y la elegancia– de las líneas, colores y gestos, luce alternativamente como una mancha, escupitajo o ritual vudú que, acompañados por frases e insultos, exorciza la sombra siniestra de su tío materno.
La serie de dibujos responden a una nueva aproximación, veinticinco años después, de la instalación y los dibujos preparatorios Discarded Sweater, que forman parte de la colección de la Tate Gallery, de Londres.
En la segunda sala, claramente pictórica, Las trece estaciones establece una secuencia de tensiones, contrastes y adiciones, donde el artista combina cuestiones estrictamente formales y técnicas con otras de raíz autobiográfica como si pasara revista a todos los modos posibles de pintar, aplicados a una memoria y balance.
Richard Sturgeon
CEl calor aumenta con la muestra de Sturgeon (1952), una antología que reúne obra que va desde su primera muestra individual en el Centro Parakultural (1986), hasta su última muestra, hace poco más de un mes, en la galería van Riel.
La antología Pintura heroica se destaca por la potencia de la pintura, el gran formato y el montaje. El nombre de la exposición surgió por el gesto épico con que el propio artista enfrenta el acto de pintar. “Frente al arte tecnológico –dice Sturgeon a Página/12-., los nuevos medios, la vuelta del conceptualismo, la salida del cuadro por parte de muchos de los que antes eran pintores... el acto de pintar parece casi algo del pasado, en cierto modo heroico, como si los pintores fuéramos los últimos mohicanos de las artes visuales.”
En los dos espacios que integran la Sala C, las pinturas de los años ochenta se exhiben en el sector vestibular a modo de introducción y esbozo de la obra de gran formato, de la década del noventa, que se muestra en todo su despliegue, aunque sin abrumar.
La evocación épica no sólo irrumpe con el tamaño. También hay toda una secuencia histórica, mitológica y literaria que se exalta en los cuadros a través de varios planos. Por una parte una zona imprecisa, vegetal y boscosa sirve como estructura abierta y difusa para el gesto vibrante y la pincelada expandida. En otro plano la figuración se recorta, se superpone o se integra, como un recuerdo o, tal vez, al modo en que los recuerdos pasaron a la tradición cinematográfica, sobreimpresos.
El acto de pintar en Sturgeon es formulado como una ebullición de colores, formas y gestos, que al artista ataca con una euforia poco común.
(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta fin de mes.)

 

 

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