Por Cecilia Sosa

En España, por el corazón de Madrid, circula una universidad nómade. Sus clases son abiertas para todo el público y no tiene puntos fijos de encuentro: los seminarios sobre ecología, software libre, trabajo, inmigración y género se desplazan entre una casa tomada y hasta el más coqueto de los auditorios universitarios “oficiales”. Los intelectuales que participan del proyecto tienen entre 25 y 30 años y muchos decidieron apartarse de la educación formal. “La universidad dejó de ser un ámbito de transmisión del saber y del espíritu crítico. Por eso, nos reapropiamos del término y de su sentido originario”, dice Amador Savater (26), hijo del conocido filósofo español Fernando Savater y uno de los organizadores que en el 2000 creó la Universidad Nómade.
En las callecitas del barrio Lavapiés, sitio de reunión de inmigrantes, militantes e intelectuales, Madrid muestra su faceta más cosmopolita. Frente a una de sus plazas, una comunidad heterogénea hizo suya una casa de tres plantas. Allí se reúnen los “nómades”. Cerca, en un bar, dos de sus organizadores detallan, en diálogo con Página/12, la dinámica de trabajo.
El proyecto parte de un análisis crítico. “La universidad ya no cumple su función de trasmisión de saber y del espíritu crítico”, insiste Savater, licenciado en Historia y futuro doctorado. “Nuestra universidad es nómade porque no está localizada en ningún sitio y los seminarios se hacen en un montón de lugares. Además, desde luego, por la idea de que los saberes atraviesan toda la metrópoli, toda la ciudad”, completa. “Ya en la ubicación física de la Universidad Complutense de Madrid se materializa el divorcio entre universidad y sociedad –se suma David Gámez (27), quien a pesar de no haber pisado nunca los claustros maneja a la perfección la teoría política–. La universidad estudia la precariedad, la violencia, la globalización, como problemas que están afuera de ella. Ella se mantiene a salvo. Como un asilo de locos”, dice. “Antes, las universidades estaban en el centro de las ciudades. Ahora se tiende a copiar el modelo americano y a trasladarlas. Será para que presenten un análisis más neutro, objetivo”, ironiza.
La Universidad Nómade es coordinada por diez jóvenes intelectuales. Ellos se encargan de organizar clases y debates y de convocar a especialistas. “La idea no es simplemente traer gente y organizar actos públicos, sino también lograr una reflexión conjunta. El objetivo es recrear una forma de aprendizaje colectivo”, cuenta Gámez. Otro de los fines que persiguen es ligar los saberes a la práctica política autónoma. “Hoy hay mucha pobreza a nivel de la teoría crítica. Nos faltan todo tipo de referentes. El desmoronamiento de las formas políticas clásicas nos obliga a desarrollar teoría a la altura de nuestro tiempo. Conocer mejor el mundo para poder intervenir mejor”, diagnostica Savater. Apuntan a construir una nueva forma de hacer política: “acción directa”, así la llaman.
Los “planes de estudios” también se distinguen de los tradicionales. “Esa es otra diferencia con la universidad. Los temas pueden ser interesantes, pero nunca tiene relación inmediata con la vida cotidiana”, dice Savater. Alimentos transgénicos, informática, criminalización son algunas de las cuestiones que se debatieron en los últimos meses. El recorrido incluye desde una genealogía de los movimientos críticos al capitalismo hasta la teoría de la desconexión. “Es una corriente que dice que, como los países del Tercer Mundo sólo han salido perjudicados de la globalización, deberían apartarse del modelo para desarrollarse de manera más autárquica”, explica Savater. El grupo también se interesa en la reflexión sobre el aumento de las “identidades agresivas” y sobre la inmigración. “España pretende ser el gendarme de Europa porque es la puerta de entrada de los inmigrantes”, dice Gámez.
“En la universidad, a estos temas o bien se los ignora o aparecen de manera decorativa –sigue Savater–. Son discursos que carecen de perspectiva global y contenido político. La universidad muchas veces no sabe qué hacer con los saberes que detenta. Nosotros intentamos traducirlos en prácticas con efectos reales. Hoy lo académico no es el discurso riguroso, arcaico o pesado de tantas páginas, sino lo que está desvinculado de las relaciones de fuerza y las prácticas reales. Que sea riguroso está muy bien. Pero, si no encuentra traducción práctica, se vacía”, concluye. Por eso, los nómades se burlan de los “comeflores”, “esos intelectuales que mucho dicen y poco hacen”.

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