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el Kiosco de Página/12

Billy the Clint
Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Ya sé que resulta políticamente incorrecto sentir cariño por un presidente norteamericano pero –lo siento mucho– yo estoy aquí para decir que ya estoy extrañando a Bill Clinton y que a partir del próximo sábado lo voy a extrañar mucho más. No soy el único por lo visto. E-mails de amigos norteamericanos y argentinos en USA no dejan de puntuar sus novedades privadas con el desconsuelo que sienten ante la próxima desaparición de esta figura pública. Están deprimidos. Y es que Clinton ocupaba mucho espacio en el disco duro de sus vidas y en la memoria de sus existencias. Clinton –si se lo piensa un poco– es uno de esos virus simpáticos.

DOS En estos días, todas las revistas vienen con entrevistas-despedida. Vanity Fair, Rolling Stone y a mí la que más me gustó –las leí todas– fue la de Esquire. No sólo porque en su tapa aparece Clinton en pose decididamente Bill, sino porque es la más descaradamente admirativa y lacrimosa. Michael Paterniti –su autor– parece estar llorando mientras la escribía y casi me hizo llorar a mí como por estos días llora, dicen, buena parte del liderazgo político mundial. A Clinton lo quieren y lo respetan a muerte –menos los Republicanos de su país que lo consideran el Anticristo y que lo acosaron como nunca se ha acosado a un presidente– y no es casual porque en él se busca y se encuentra todo lo que se supone debe ser un presidente de una potencia mundial: reflejos rápidos, sonrisa torcida, gatillo veloz. Billy The Clint: la pistola más peligrosa del Oeste y el tipo más pistola también. Un personaje más que una persona: el actor perfecto para hacer de presidente norteamericano.

TRES En Clinton coinciden –como a mitad de camino del morphing– el rostro de J.F.K. y el de Robert Redford. También, claro, la satiriasis del primero con el aire cool del segundo. Lo mejor desde aquella mañana caliente de Dallas porque –veamos– después vino el sinuoso Johnson, el pérfido Nixon, el tropezante Ford, el buenazo Carter al que le faltó un Frank Capra que lo dirija, el demencial Reagan, el robot Bush y, ahora mismo, Bushito: uno de esos patanes de medio pelo y sheriff acomodado a quien el primer killer que llega al saloon va a poner en problemas. Seamos sinceros: Clinton fue y será mejor que todos ellos juntos. Tan verdadero que hasta se permitió mentir en tribunales y reconocerlo por televisión durante los días de la Gran Lewinski. Ahora, en sus últimos días, incluso se ha permitido convertirse en Súper Clint y lanzarse a ganar el próximo Nobel de la Paz cortesía de Irlanda e Israel (cabe consignar que Clinton ya había conseguido la tregua y reunión de los miembros de Fleetwood Mac); dejarle a Bushito un país en perfecto estado (pero al borde de una recesión, je); afirmar de salida que habría que legalizar la marihuana y comprar mansión en Washington donde dará las mejores fiestas y preparar su retorno a la Casa Blanca como Primer Damo de su también impactante señora esposa. El otro día –reflejos rápidos– se lo vio a Clinton comprando libros en Barnes & Noble luego de que Bushito –el primer ex presidente instantáneo antes de asumir– anunciara que iba a suplantar los libros en la biblioteca del despacho oval por su colección de pelotas de baseball firmadas. Ahí, con el último de John Le Carré en sus zarpas, Clinton sonreía con todos los dientes y ojos entrecerrados, como haciendo puntería mientras piensa en la primera oración de sus memorias presidenciales. El próximo sábado va a montarse a un helicóptero y cabalgar hacia el atardecer. Parece que se va pero en realidad está de vuelta. Y volverá. Y será millones. De dólares. Aquí lo espero, como si fuera Shane.

 

REP

 

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