Por José
Natanson
El mismísimo Fernando
de la Rúa lo reconoció tres meses atrás, luego de
la crisis que llevó a Carlos Chacho Alvarez a renunciar
a la vicepresidencia. Sin embargo, la Alianza vuelve una y otra
vez al mismo problema: sus dirigentes parecen incapaces de comunicarse
entre sí. El tema es complicado y deberá resolverse más
pronto que tarde. Las elecciones están cada vez más cerca
y la coalición no sólo tiene que discutir estrategias y
candidaturas. También deberá exhibir cierta cohesión
interna como la única forma de evitar una derrota en los comicios
de octubre.
El último capítulo de la crisis de diálogo de la
Alianza comenzó la semana pasada, cuando el ministro del Interior
Federico Storani salió a impulsar públicamente la postulación
de Alvarez como senador por la Capital Federal, en un pedido al que más
tarde se sumaron Aníbal Ibarra y Cecilia Felgueras. Aunque no lo
dijeron con todas las letras, los tres creen que es una forma ideal para
contener a Chacho dentro de las fronteras de la Alianza. O, por lo menos,
para obligarlo a apoyar al Gobierno durante los meses de campaña.
Después fue el propio De la Rúa quien defendió la
posibilidad. Dijo a través de su vocero que la opción era
excelente y calificó a su ex vice de figura descollante.
Habían olvidado un detalle: ninguno había llamado previamente
a Chacho para pedirle su opinión. Resultado: al día siguiente
un Alvarez bastante enojado rechazó públicamente la idea.
No es el momento para hablar de candidaturas, respondió.
Y le pidió a De la Rúa una mayor participación del
Frepaso en la decisiones del Gobierno.
Como en un teléfono descompuesto, el Presidente sólo recibió
un fragmento de la idea. El lunes, luego de que funcionarios y legisladores
se largaran con ímpetu a planear reuniones y estrategias de campaña,
dio instrucciones para interrumpir cualquier actividad que oliera a proselitismo.
Así, la cumbre que se iba a realizar el próximo sábado
en Chapadmalal se transformó rápidamente en una reunión
de Gabinete que se concretará mañana en Olivos.
Sin embargo, el Presidente no escuchó o no quiso escuchar
la segunda parte del mensaje: el pedido de Alvarez para que no ignore
a su partido a la hora de las decisiones importantes. Un ejemplo ilustra
la situación. El paper que Chacho le alcanzó hace más
de un mes duerme en un cajón de la Jefatura de Gabinete.
Pero la dificultad para dialogar con franqueza no es sólo de los
dos ex integrantes de la fórmula de la Alianza. Raúl Alfonsín
decidió dejar de llamar a Chacho por una razón sencilla:
hace meses que no lo atiende. Indignado, el jefe del radicalismo se quejó
a Storani, que le dijo que no podía hacer nada: a él tampoco
le responde los llamados.
Para colmo, el problema no tiene que ver exclusivamente con el jefe del
Frepaso. La relación entre De la Rúa y Alfonsín siempre
estuvo marcada por una mutua desconfianza. Y, aunque el martes pasado
charlaron a solas durante dos horas, la reunión no pudo esconder
un par de datos básicos: era el primer encuentro relevante en varios
meses y estuvo revestido de la importancia de una visita de Estado.
Algo similar había ocurrido antes, cuando el Presidente recibió
a Alvarez en la Casa Rosada: las idas y vueltas, las desmentidas y los
preparativos adquirieron una envergadura absurda. Si tardamos tres
meses en organizar cada reunión nunca vamos a entendernos,
definía ayer un importante funcionario.
Desde luego, algunos de estos problemas podrían resolverse con
la construcción de algún ámbito de discusión
y articulación política de la Alianza. Un mes atrás,
Storani le presentó a De la Rúa un proyecto en el que recomendaba
crear una mesa nacional de la coalición, integrada por Alvarez,
Alfonsín y un representante del Gobierno. El Presidente reaccionó
según su estilo: no dijo que no, pero tampoco la puso en práctica.
Susmotivos son transparentes. Sabe que Alfonsín y Chacho no tienen
una visión especialmente positiva de su gestión y teme que
aquel espacio se transforme en un amplificador de disidencias. Lo
asusta el doble comando, explicaron a Página/12 en el entorno
del Presidente.
Alvarez tampoco se entusiasma con la idea, a pesar de que algunos de sus
hombres de confianza, entre ellos Darío Alessandro, defienden el
proyecto. Chacho nunca estuvo de acuerdo con las conducciones orgánicas:
dice que le quitan libertad. Además, no tiene muchas ganas de sentarse
en la misma mesa que Alfonsín todas las semanas, señaló
un legislador cercano al ex vicepresidente.
A pesar de los reparos, la creación de un ámbito de conducción
de la Alianza es cada vez más urgente. En los próximos meses
los socios deberán ponerse de acuerdo en las listas de todo el
país, una tarea que no resultará sencilla: mientras que
el Frepaso reclama una cabeza nacional que distribuya candidaturas y garantice
un reparto equilibrado, los radicales son conscientes de su hegemonía
en muchos distritos y reclaman internas. A esto se suma la necesidad de
articular la estrategia electoral con la gestión del Ejecutivo,
algo que tampoco será fácil. Antes, cuando Chacho
estaba en el Gobierno, las cuestiones importantes las resolvía
con De la Rúa. Ahora no hay nada que exprese a la Alianza como
opción política, que articule un proyecto coherente,
aseguraban ayer en la Rosada.
El problema es evidente. Cuando se les pregunta a los funcionarios, suelen
responder en términos institucionales: el carácter presidencialista
del sistema argentino dicen conspira contra los gobiernos
de coalición. En este sentido, la Alianza es una experiencia inédita.
Puede que tengan razón. Sin embargo, también es cierto que,
hace ya más de tres meses, la incomunicación entre De la
Rúa y Alvarez terminó con un portazo y una crisis política
de la que la que nunca se recuperaron del todo.
OPINION
Por Martín Granovsky
|
Ni se están matando,
ni se están reproduciendo
Después del portazo de Chacho Alvarez, Fernando de la Rúa
repitió una y otra vez el mismo lamento.
Tendríamos que haber hablado más dijo,
con gesto compungido.
A punto de dar el portazo, la misma mañana del 6 de octubre
en que terminó renunciando, Chacho machacó por teléfono
a De la Rúa una frase.
Fernando, lo hubieras pensado antes retrucó cada
vez que el Presidente ofrecía, tardíamente, retirar
a Alberto Flamarique o a Fernando de Santibañes del gabinete.
Como en los matrimonios mal llevados, los dos protagonistas de la
Alianza confundían entonces incomunicación con divergencia
de proyectos.
Como en los matrimonios mal separados, los dos protagonistas no
parecen capaces de percibir que aún tienen un capital común
que administrar.
La tentación es pensar que el Presidente y el jefe del Frepaso
no hablan, o hablan con cuentagotas, solo por razones personales.
Uno no quiere quedar como humillado frente al otro, y ambos juegan
públicamente su orgullo. Efectivamente, Alvarez y de la Rúa
figuran entre los políticos más personalistas de una
forma de hacer política que, en la Argentina, es exacerbadamente
personalista.
De la Rúa es desconfiado, reservado, poco comunicativo y
escasamente predispuesto a transmitir sus opiniones en medio de
una discusión. Está convencido de que en un régimen
presidencialista lo que menos tolera la sociedad es un presidente
débil, y parece apostar a una imagen fuerte, así sea
solitaria.
Alvarez no cree en la organicidad de la política ni por las
buenas razones ni por las malas. Las buenas: muchos políticos
utilizan la necesidad de ser orgánicos y disciplinados como
un subterfugio para disimular el corporativismo y la actividad pública
como autoayuda espiritual o, más bien, financiera. Las malas:
en rigor, Chacho cree que la astucia de la razón, como diría
Hegel, coincide exactamente consigo mismo.
Cuando De la Rúa exagera su personalismo y, por ejemplo,
relega al Frepaso dentro del Gobierno, termina razonando erróneamente
que no reniega de la Alianza sino que, al contrario, la Alianza
es él.
El problema, tanto para Chacho como para De la Rúa, es que
ambos forman parte de una coalición que aún no perdió
legitimidad, al menos como ilusión colectiva. Una coalición
que, además, gobierna en medio de una inédita, y a
veces híbrida, combinación de elementos:
El vicepresidente que
renunció era, a la vez, el jefe del segundo partido de la
Alianza y no el integrante de segunda línea de una corriente
interna, como Víctor Martínez con Raúl Alfonsín
en 1983.
Renunció pero,
al revés de su actitud en 1989, cuando abandonó el
peronismo, no llamó a romper la Alianza sino a fortalecerla.
Alvarez no es un ajedrecista.
Prefiere huir hacia adelante y construir nuevos y grandes escenarios
políticos. Pero su renuncia de octubre no generó ningún
escenario nuevo, y tampoco Alvarez pudo dar un portazo capaz de
formar una nueva fuerza política. El Frepaso no tiene un
proyecto distinto del de la Alianza, y tampoco quedó a la
intemperie política. Lo primero permite hacerse un lugar
en el mundo. Lo segundo obliga a buscar ese lugar por simple necesidad
de supervivencia.
Tras el portazo, para
Chacho la realidad resultó más inhóspita de
lo esperado. Los análisis de las consultoras internacionales
le hicieron comprender que, si la crisis económica se profundizaba,
acabaría como el responsable político del cataclismo,
lo hubiera sido o no.
Al mismo tiempo, la necesidad
de continuar con la Alianza dejó al Gobierno como una coalición
de hecho, casi parlamentaria.
Sin decisión de
cargar abiertamente contra De la Rúa, o con la decisión
de no cargar, Alvarez terminó criticándolo por interpósita
persona. Y esa persona tuvo un nombre: José Luis Machinea.
De esa manera se plasmó otra de las paradojas. Chacho apoyó
a Machinea con las decisiones más duras y ortodoxas, como
la rebaja de los sueldos estatalesy el impuestazo, y lo criticó
cuando empezaba a cambiar el clima hacia el ministro fruto de que
el blindaje abrió cierto nivel de esperanza de crecimiento.
Por algún motivo
insondable, De la Rúa no ofrece a Chacho ningún espacio
político concreto. Podría hacerlo por generosidad:
después de todo, la Alianza no hubiera llegado a ser tal
si, entre otros, Alvarez no hubiera aportado su pasión por
construir una herramienta para cortar la hegemonía del peronismo
en el poder. Y también podría hacerlo por conveniencia:
¿le interesa, acaso, generar una nueva e intolerable polarización
dentro de la Alianza? Ningún político se suicida,
pero a veces la obcecación se confunde con el error de cálculo
y un problema menor crece hasta hacerse insoluble. La renuncia de
Alvarez fue un ejemplo. Una crisis mayor de la Alianza podría
ser una repetición de aquel episodio.
Sacando el cuestionamiento
de Alvarez a Machinea, que es importante por el blanco elegido pero
discursivo, el único tema de franca disidencia entre el jefe
del Frepaso y De la Rúa es la tolerancia política
hacia los viejos monstruos del Senado. No es un punto menor, en
especial porque disparó la crisis de octubre, pero también
para discutirlo el Presidente debiera encontrar un espacio normal
dentro de la Alianza.
Está de moda citar a Borges. A De la Rúa y Chacho
no los une el amor sino el espanto de una derrota frente al peronismo.
El espanto, en política, tiene un formidable poder estimulante
y disciplinador. Pero no alcanza para recrear ninguna ilusión.
Ni siquiera la ilusión de un Gobierno con dos fracciones
que se desviven por conquistar, una más que la otra, mayor
apoyo popular, en una pelea abierta que igual, a la larga, sumará
consenso al conjunto. Se están matando, le dijeron
una vez a Juan Perón, comparando a los peronistas con los
gatos. No se están matando, se están reproduciendo,
repuso Perón. El oficio mudo entre De la Rúa y Alvarez
está revelando que, al revés, a la Alianza le falta
vida. Y, paradójicamente, sus votantes no la dieron por muerta.
Ni mucho menos.
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LAS
ESTRATEGIAS DE CHACHO ALVAREZ Y DEL FREPASO
El Senado como centro de la discusión
Por Eduardo Tagliaferro
Las fuertes críticas
del líder frentista Carlos Chacho Alvarez a sus socios
del radicalismo por iniciar la discusión electoral sin explicitar
primero qué se va a hacer con el Senado y su insistente
negativa a convertirse en candidato a senador porteño, además
de llevar al Gobierno a modificar su discurso público, alinearon
a sus seguidores detrás del discurso chachista. En privado los
frentistas tienen una pregunta recurrente, hoy sin respuesta, ¿qué
lugar ocupará Chacho en el escenario político?
Cuando estalló el escándalo del Senado algunos miembros
del radicalismo plantearon ir a la Justicia: es reproducir
lo peor del menemismo, dijo a Página/12, Pedro del Piero,
el único senador frepasista.
En diálogo con este diario, los allegados al ex vicepresidente
reconocen que el principal obstáculo entre Alvarez y el Gobierno
es la actitud de los radicales con el Senado. ¿La UCR aceptará
que (Emilio) Cantarero se siente impunemente en su banca, cuando se reanuden
las sesiones legislativas?, se preguntan.
Tenemos por delante sesenta días en los que el Gobierno no
necesita leyes importantes. Este es el momento para forzar cambios que
otorguen transparencia al Senado. Es ahora o nunca, afirma Del Piero.
Ayer, Aníbal Ibarra, el único frentista que respaldó
al ministro del Interior Federico Storani cuando éste lanzó
a Chacho como el mejor candidato a senador porteño, revisó
su posición. Se alineó con el discurso de su líder.
Antes de hablar de candidaturas es bueno y necesario que se discuta
cómo va a ser el próximo Senado; va a haber un recambio
total y lo peor que nos puede pasar es que esta oportunidad se convierta
en una suerte de gatopardismo en el que no cambie nada, dijo el
jefe de Gobierno porteño.
Mientras Ibarra modificaba sus puntos de vista, Graciela Fernández
Meijide, la única ministra frentista, se sumó a las críticas
de los hombres del Gobierno a Chacho por sus duras opiniones sobre los
dichos del ministro de Economía, José Luis Machinea, quien
invitaba a los argentinos a consumir. En uno de los diálogos
informales que suelen producirse entre los ministros, Fernández
Meijide le reconocía a Storani, su preocupación su
malhumor por ignorar qué busca Chacho.
Un grupo de frepasistas integrantes de las segundas líneas del
gabinete se reunió ayer para diseñar un conjunto de propuestas
que elevarán a los responsables del equipo económico. El
objetivo es articular políticas de producción y empleo.
La señal es clara: además de criticar algunas posiciones
oficiales, los frentistas quieren impulsar iniciativas que lleven al Gobierno
a un rumbo más afín con su perfil.
En la Secretaría de la Pequeña y Mediana Empresa que conduce
Enrique Martínez se realizó un seminario del que participaron
equipos de la viceministra del Interior, Nilda Garré, del secretario
de Empleo, Horacio Viqueira, y del Ministerio de Desarrollo Social. El
Frepaso tiene que discutir cuál su rol en la Alianza y en el Gobierno,
dijo Martínez a Página/12. Según él, ese rol
es impulsar políticas transformadoras.
Más allá de las políticas de gobierno, el comportamiento
de sus aliados sobre los presuntos sobornos del Senado es el norte que
aparece en las declaraciones públicas de Alvarez. Repasando la
crisis que llevó a su renuncia, Alvarez reconoció a Román
Lejtman en Radio Del Plata que le planteé a De la Rúa
la posibilidad de impulsar la renuncia masiva (de los senadores). Pero
evaluó que no era viable, que no iba a ser respaldada.
Los presuntos sobornos en el Senado es para Alvarez un tema abierto. Aunque
nunca lo hizo público siempre le cuestiona al radicalismo y al
Presidente cierta indiferencia. Los actuales senadores están
jugando con la amnesia de la sociedad, con los silencios de la corporación,
con los silencios de la clase política y con ciertas complicidades
de las estructuras partidarias que puede reinstalarlos en sus bancas,
reseñó Chacho. Al igual que en otras ocasiones, sus definiciones
alinearon a sutropa, aun a riesgo de que las diferencias con el radicalismo
pueden multiplicarse si se reproducen en todos los ámbitos de Gobierno.
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