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POR QUE DE LA RUA Y CHACHO ALVAREZ
NO PUEDEN HALLAR UNA FORMA DE COMUNICACION POLÍTICA
La pregunta es qué les sucede, vida, últimamente

Como antes de octubre, cuando se produjo la gran crisis, el Presidente y el jefe del Frepaso no consiguen un canal común para dirimir las diferencias políticas y encarar los conflictos dentro de la Alianza. Los proyectos de acercamiento, la candidatura de Alvarez y el Senado.

El día del triunfo.

Susurros en la asunción presidencial.

En el Congreso, el 10 de diciembre del ‘99, Alvarez lució alegre como si él mismo hubiera sido electo Presidente de la Nación.

El 5 de octubre del 2000, el nuevo gabinete fue entendido como un desafío por Alvarez que al día siguiente renunció.

Renuncia.

La última reunión formal.

Por José Natanson

El mismísimo Fernando de la Rúa lo reconoció tres meses atrás, luego de la crisis que llevó a Carlos “Chacho” Alvarez a renunciar a la vicepresidencia. Sin embargo, la Alianza vuelve –una y otra vez– al mismo problema: sus dirigentes parecen incapaces de comunicarse entre sí. El tema es complicado y deberá resolverse más pronto que tarde. Las elecciones están cada vez más cerca y la coalición no sólo tiene que discutir estrategias y candidaturas. También deberá exhibir cierta cohesión interna como la única forma de evitar una derrota en los comicios de octubre.
El último capítulo de la crisis de diálogo de la Alianza comenzó la semana pasada, cuando el ministro del Interior Federico Storani salió a impulsar públicamente la postulación de Alvarez como senador por la Capital Federal, en un pedido al que más tarde se sumaron Aníbal Ibarra y Cecilia Felgueras. Aunque no lo dijeron con todas las letras, los tres creen que es una forma ideal para contener a Chacho dentro de las fronteras de la Alianza. O, por lo menos, para obligarlo a apoyar al Gobierno durante los meses de campaña.
Después fue el propio De la Rúa quien defendió la posibilidad. Dijo a través de su vocero que la opción era “excelente” y calificó a su ex vice de “figura descollante”.
Habían olvidado un detalle: ninguno había llamado previamente a Chacho para pedirle su opinión. Resultado: al día siguiente un Alvarez bastante enojado rechazó públicamente la idea. “No es el momento para hablar de candidaturas”, respondió. Y le pidió a De la Rúa una mayor participación del Frepaso en la decisiones del Gobierno.
Como en un teléfono descompuesto, el Presidente sólo recibió un fragmento de la idea. El lunes, luego de que funcionarios y legisladores se largaran con ímpetu a planear reuniones y estrategias de campaña, dio instrucciones para interrumpir cualquier actividad que oliera a proselitismo. Así, la cumbre que se iba a realizar el próximo sábado en Chapadmalal se transformó rápidamente en una reunión de Gabinete que se concretará mañana en Olivos.
Sin embargo, el Presidente no escuchó –o no quiso escuchar– la segunda parte del mensaje: el pedido de Alvarez para que no ignore a su partido a la hora de las decisiones importantes. Un ejemplo ilustra la situación. El paper que Chacho le alcanzó hace más de un mes duerme en un cajón de la Jefatura de Gabinete.
Pero la dificultad para dialogar con franqueza no es sólo de los dos ex integrantes de la fórmula de la Alianza. Raúl Alfonsín decidió dejar de llamar a Chacho por una razón sencilla: hace meses que no lo atiende. Indignado, el jefe del radicalismo se quejó a Storani, que le dijo que no podía hacer nada: a él tampoco le responde los llamados.
Para colmo, el problema no tiene que ver exclusivamente con el jefe del Frepaso. La relación entre De la Rúa y Alfonsín siempre estuvo marcada por una mutua desconfianza. Y, aunque el martes pasado charlaron a solas durante dos horas, la reunión no pudo esconder un par de datos básicos: era el primer encuentro relevante en varios meses y estuvo revestido de la importancia de una visita de Estado.
Algo similar había ocurrido antes, cuando el Presidente recibió a Alvarez en la Casa Rosada: las idas y vueltas, las desmentidas y los preparativos adquirieron una envergadura absurda. “Si tardamos tres meses en organizar cada reunión nunca vamos a entendernos”, definía ayer un importante funcionario.
Desde luego, algunos de estos problemas podrían resolverse con la construcción de algún ámbito de discusión y articulación política de la Alianza. Un mes atrás, Storani le presentó a De la Rúa un proyecto en el que recomendaba crear una mesa nacional de la coalición, integrada por Alvarez, Alfonsín y un representante del Gobierno. El Presidente reaccionó según su estilo: no dijo que no, pero tampoco la puso en práctica. Susmotivos son transparentes. Sabe que Alfonsín y Chacho no tienen una visión especialmente positiva de su gestión y teme que aquel espacio se transforme en un amplificador de disidencias. “Lo asusta el doble comando”, explicaron a Página/12 en el entorno del Presidente.
Alvarez tampoco se entusiasma con la idea, a pesar de que algunos de sus hombres de confianza, entre ellos Darío Alessandro, defienden el proyecto. “Chacho nunca estuvo de acuerdo con las conducciones orgánicas: dice que le quitan libertad. Además, no tiene muchas ganas de sentarse en la misma mesa que Alfonsín todas las semanas”, señaló un legislador cercano al ex vicepresidente.
A pesar de los reparos, la creación de un ámbito de conducción de la Alianza es cada vez más urgente. En los próximos meses los socios deberán ponerse de acuerdo en las listas de todo el país, una tarea que no resultará sencilla: mientras que el Frepaso reclama una cabeza nacional que distribuya candidaturas y garantice un reparto equilibrado, los radicales son conscientes de su hegemonía en muchos distritos y reclaman internas. A esto se suma la necesidad de articular la estrategia electoral con la gestión del Ejecutivo, algo que tampoco será fácil. “Antes, cuando Chacho estaba en el Gobierno, las cuestiones importantes las resolvía con De la Rúa. Ahora no hay nada que exprese a la Alianza como opción política, que articule un proyecto coherente”, aseguraban ayer en la Rosada.
El problema es evidente. Cuando se les pregunta a los funcionarios, suelen responder en términos institucionales: el carácter presidencialista del sistema argentino –dicen– conspira contra los gobiernos de coalición. En este sentido, la Alianza es una experiencia inédita. Puede que tengan razón. Sin embargo, también es cierto que, hace ya más de tres meses, la incomunicación entre De la Rúa y Alvarez terminó con un portazo y una crisis política de la que la que nunca se recuperaron del todo.

 

Claves

En un año electoral, la Alianza sigue sin encontrar una forma de relación entre sus dos máximas figuras.
La situación se parece a la incomunicación política previa al portazo de Alvarez en octubre, cuando renunció a la vicepresidencia.
La segunda línea del Presidente y el jefe del Frepaso no halla tampoco un medio de acercar posiciones.
Incluso la propuesta de que Chacho sea candidato a senador se convirtió en un factor más de irritación entre los socios de la Alianza.
Graciela Fernández Meijide cuestionó a Alvarez por sus críticas a José Luis Machinea, quien había dicho que era un buen momento para comprar autos y departamentos. “No sé qué busca”, se preguntó en privado.

 

OPINION
Por Martín Granovsky

Ni se están matando, ni se están reproduciendo

Después del portazo de Chacho Alvarez, Fernando de la Rúa repitió una y otra vez el mismo lamento.
–Tendríamos que haber hablado más –dijo, con gesto compungido.
A punto de dar el portazo, la misma mañana del 6 de octubre en que terminó renunciando, Chacho machacó por teléfono a De la Rúa una frase.
–Fernando, lo hubieras pensado antes –retrucó cada vez que el Presidente ofrecía, tardíamente, retirar a Alberto Flamarique o a Fernando de Santibañes del gabinete.
Como en los matrimonios mal llevados, los dos protagonistas de la Alianza confundían entonces incomunicación con divergencia de proyectos.
Como en los matrimonios mal separados, los dos protagonistas no parecen capaces de percibir que aún tienen un capital común que administrar.
La tentación es pensar que el Presidente y el jefe del Frepaso no hablan, o hablan con cuentagotas, solo por razones personales. Uno no quiere quedar como humillado frente al otro, y ambos juegan públicamente su orgullo. Efectivamente, Alvarez y de la Rúa figuran entre los políticos más personalistas de una forma de hacer política que, en la Argentina, es exacerbadamente personalista.
De la Rúa es desconfiado, reservado, poco comunicativo y escasamente predispuesto a transmitir sus opiniones en medio de una discusión. Está convencido de que en un régimen presidencialista lo que menos tolera la sociedad es un presidente débil, y parece apostar a una imagen fuerte, así sea solitaria.
Alvarez no cree en la organicidad de la política ni por las buenas razones ni por las malas. Las buenas: muchos políticos utilizan la necesidad de ser orgánicos y disciplinados como un subterfugio para disimular el corporativismo y la actividad pública como autoayuda espiritual o, más bien, financiera. Las malas: en rigor, Chacho cree que la astucia de la razón, como diría Hegel, coincide exactamente consigo mismo.
Cuando De la Rúa exagera su personalismo y, por ejemplo, relega al Frepaso dentro del Gobierno, termina razonando erróneamente que no reniega de la Alianza sino que, al contrario, la Alianza es él.
El problema, tanto para Chacho como para De la Rúa, es que ambos forman parte de una coalición que aún no perdió legitimidad, al menos como ilusión colectiva. Una coalición que, además, gobierna en medio de una inédita, y a veces híbrida, combinación de elementos:
El vicepresidente que renunció era, a la vez, el jefe del segundo partido de la Alianza y no el integrante de segunda línea de una corriente interna, como Víctor Martínez con Raúl Alfonsín en 1983.
Renunció pero, al revés de su actitud en 1989, cuando abandonó el peronismo, no llamó a romper la Alianza sino a fortalecerla.
Alvarez no es un ajedrecista. Prefiere huir hacia adelante y construir nuevos y grandes escenarios políticos. Pero su renuncia de octubre no generó ningún escenario nuevo, y tampoco Alvarez pudo dar un portazo capaz de formar una nueva fuerza política. El Frepaso no tiene un proyecto distinto del de la Alianza, y tampoco quedó a la intemperie política. Lo primero permite hacerse un lugar en el mundo. Lo segundo obliga a buscar ese lugar por simple necesidad de supervivencia.
Tras el portazo, para Chacho la realidad resultó más inhóspita de lo esperado. Los análisis de las consultoras internacionales le hicieron comprender que, si la crisis económica se profundizaba, acabaría como el responsable político del cataclismo, lo hubiera sido o no.
Al mismo tiempo, la necesidad de continuar con la Alianza dejó al Gobierno como una coalición de hecho, casi parlamentaria.
Sin decisión de cargar abiertamente contra De la Rúa, o con la decisión de no cargar, Alvarez terminó criticándolo por interpósita persona. Y esa persona tuvo un nombre: José Luis Machinea. De esa manera se plasmó otra de las paradojas. Chacho apoyó a Machinea con las decisiones más duras y ortodoxas, como la rebaja de los sueldos estatalesy el impuestazo, y lo criticó cuando empezaba a cambiar el clima hacia el ministro fruto de que el blindaje abrió cierto nivel de esperanza de crecimiento.
Por algún motivo insondable, De la Rúa no ofrece a Chacho ningún espacio político concreto. Podría hacerlo por generosidad: después de todo, la Alianza no hubiera llegado a ser tal si, entre otros, Alvarez no hubiera aportado su pasión por construir una herramienta para cortar la hegemonía del peronismo en el poder. Y también podría hacerlo por conveniencia: ¿le interesa, acaso, generar una nueva e intolerable polarización dentro de la Alianza? Ningún político se suicida, pero a veces la obcecación se confunde con el error de cálculo y un problema menor crece hasta hacerse insoluble. La renuncia de Alvarez fue un ejemplo. Una crisis mayor de la Alianza podría ser una repetición de aquel episodio.
Sacando el cuestionamiento de Alvarez a Machinea, que es importante por el blanco elegido pero discursivo, el único tema de franca disidencia entre el jefe del Frepaso y De la Rúa es la tolerancia política hacia los viejos monstruos del Senado. No es un punto menor, en especial porque disparó la crisis de octubre, pero también para discutirlo el Presidente debiera encontrar un espacio normal dentro de la Alianza.
Está de moda citar a Borges. A De la Rúa y Chacho no los une el amor sino el espanto de una derrota frente al peronismo. El espanto, en política, tiene un formidable poder estimulante y disciplinador. Pero no alcanza para recrear ninguna ilusión. Ni siquiera la ilusión de un Gobierno con dos fracciones que se desviven por conquistar, una más que la otra, mayor apoyo popular, en una pelea abierta que igual, a la larga, sumará consenso al conjunto. “Se están matando”, le dijeron una vez a Juan Perón, comparando a los peronistas con los gatos. “No se están matando, se están reproduciendo”, repuso Perón. El oficio mudo entre De la Rúa y Alvarez está revelando que, al revés, a la Alianza le falta vida. Y, paradójicamente, sus votantes no la dieron por muerta. Ni mucho menos.

 

LAS ESTRATEGIAS DE CHACHO ALVAREZ Y DEL FREPASO
El Senado como centro de la discusión

Por Eduardo Tagliaferro

Las fuertes críticas del líder frentista Carlos “Chacho” Alvarez a sus socios del radicalismo por iniciar la discusión electoral sin explicitar primero “qué se va a hacer con el Senado” y su insistente negativa a convertirse en candidato a senador porteño, además de llevar al Gobierno a modificar su discurso público, alinearon a sus seguidores detrás del discurso chachista. En privado los frentistas tienen una pregunta recurrente, hoy sin respuesta, ¿qué lugar ocupará Chacho en el escenario político?
“Cuando estalló el escándalo del Senado algunos miembros del radicalismo plantearon ‘ir a la Justicia’: es reproducir lo peor del menemismo”, dijo a Página/12, Pedro del Piero, el único senador frepasista.
En diálogo con este diario, los allegados al ex vicepresidente reconocen que el principal obstáculo entre Alvarez y el Gobierno es la actitud de los radicales con el Senado. “¿La UCR aceptará que (Emilio) Cantarero se siente impunemente en su banca, cuando se reanuden las sesiones legislativas?”, se preguntan.
“Tenemos por delante sesenta días en los que el Gobierno no necesita leyes importantes. Este es el momento para forzar cambios que otorguen transparencia al Senado. Es ahora o nunca”, afirma Del Piero.
Ayer, Aníbal Ibarra, el único frentista que respaldó al ministro del Interior Federico Storani cuando éste lanzó a Chacho como el mejor candidato a senador porteño, revisó su posición. Se alineó con el discurso de su líder. “Antes de hablar de candidaturas es bueno y necesario que se discuta cómo va a ser el próximo Senado; va a haber un recambio total y lo peor que nos puede pasar es que esta oportunidad se convierta en una suerte de gatopardismo en el que no cambie nada”, dijo el jefe de Gobierno porteño.
Mientras Ibarra modificaba sus puntos de vista, Graciela Fernández Meijide, la única ministra frentista, se sumó a las críticas de los hombres del Gobierno a Chacho por sus duras opiniones sobre los dichos del ministro de Economía, José Luis Machinea, quien “invitaba a los argentinos a consumir”. En uno de los diálogos informales que suelen producirse entre los ministros, Fernández Meijide le reconocía a Storani, su preocupación –su malhumor– por ignorar “qué busca Chacho”.
Un grupo de frepasistas integrantes de las segundas líneas del gabinete se reunió ayer para diseñar un conjunto de propuestas que elevarán a los responsables del equipo económico. El objetivo es articular políticas de producción y empleo. La señal es clara: además de criticar algunas posiciones oficiales, los frentistas quieren impulsar iniciativas que lleven al Gobierno a un rumbo más afín con su perfil.
En la Secretaría de la Pequeña y Mediana Empresa que conduce Enrique Martínez se realizó un seminario del que participaron equipos de la viceministra del Interior, Nilda Garré, del secretario de Empleo, Horacio Viqueira, y del Ministerio de Desarrollo Social. “El Frepaso tiene que discutir cuál su rol en la Alianza y en el Gobierno”, dijo Martínez a Página/12. Según él, ese rol es impulsar “políticas transformadoras”.
Más allá de las políticas de gobierno, el comportamiento de sus aliados sobre los presuntos sobornos del Senado es el norte que aparece en las declaraciones públicas de Alvarez. Repasando la crisis que llevó a su renuncia, Alvarez reconoció a Román Lejtman en Radio Del Plata que “le planteé a De la Rúa la posibilidad de impulsar la renuncia masiva (de los senadores). Pero evaluó que no era viable, que no iba a ser respaldada”.
Los presuntos sobornos en el Senado es para Alvarez un tema abierto. Aunque nunca lo hizo público siempre le cuestiona al radicalismo y al Presidente cierta indiferencia. “Los actuales senadores están jugando con la amnesia de la sociedad, con los silencios de la corporación, con los silencios de la clase política y con ciertas complicidades de las estructuras partidarias que puede reinstalarlos en sus bancas”, reseñó Chacho. Al igual que en otras ocasiones, sus definiciones alinearon a sutropa, aun a riesgo de que las diferencias con el radicalismo pueden multiplicarse si se reproducen en todos los ámbitos de Gobierno.

 

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