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El “pacificador” del Congo que fue
“pacificado” por un golpe palaciego

Después de tres años en el poder, Laurent-Desiré Kabila fue asesinado ayer en su palacio presidencial en Kinshasa, capital del Congo, en medio de una turbia interna militar y los seis países de la guerra civil: Angola, Zimbabwe, Namibia, Ruanda, Uganda y Burundi.

Un cartel de hace dos años en Kinshasa: “Kabila es el hombre que necesitamos”, proclamaba.

Como esperanza era pobre, pero eso no disminuyó ayer la conmoción que causó el asesinato de Laurent-Desiré Kabila, líder de la República Democrática del Congo (RDC). Figura simbólica en el derrocamiento en 1997 del sangriento régimen de Mobuto Sese Seko, Kabila era visto por la comunidad internacional como la única persona capaz de pacificar al Congo, terminando una guerra regional que involucra a seis países. Pero esta débil hipótesis se desvaneció ayer mientras aumentaban las versiones de que Kabila había sido baleado por sus propios guardaespaldas en su palacio presidencial en la capital, Kinshasa. Su ministro del Interior intentó asegurar que “sigue con vida”, pero las cancillerías de Bélgica y Francia citaron a “fuentes fidedignas” para afirmar que había muerto en un hospital. La principal teoría apunta a un golpe de Estado ordenado por generales a los que se proponía destituir. Sólo se sabe que el alto mando ordenó sellar las fronteras y cerrar el aeropuerto de Kinshasa. El palacio presidencial fue rodeado por tropas fuertemente armadas.
La teoría de golpe militar no despeja el mayor peligro al que se enfrenta ahora el Congo: la disolución. Kabila no había designado a ningún sucesor, y su base política se reducía a su familia y allegados. Sylvestre Lwecha, jefe de Estado Mayor y posible sospechoso por el asesinato, no es muy prometedor como figura nacional, dado que fue nombrado en 1999 gracias a que era el caudillo de las milicias Mai-Mai en el norte del país. En todo caso, las fuerzas armadas congoleñas no son actores muy significativos dentro de su propio país. Es que su principal función teórica, la reconquista de la mitad oriental del país tomada por grupos rebeldes, está en los hechos asumida por los 12.500 soldados enviados por Angola y Zimbabwe, apoyadas financieramente por Namibia y Chad. Así, el verdadero poder en el Congo está en manos de estos países, que probablemente decidan la sucesión nombrando a algún político de su confianza. Tanto es así que los grupos rebeldes congoleños denunciaron una conspiración de esos países para derrocar a Kabila.
Sin embargo, parecería que la muerte de quien hasta ese momento era su protegido les cayó por sorpresa. La familia de Kabila habló incluso en un momento de llevarlo a un hospital en la capital de Angola, Luanda. Los primeros indicios de que había sido herido surgieron cuando varios diplomáticos occidentales dijeron haber oído un tiroteo en el palacio presidencial. Inmediatamente después, varias fuentes del gobierno confirmaron que el presidente había sido baleado por sus guardaespaldas. Al principio se creyó que había sobrevivido. El ministro del Interior, Gaetan Kakudji, informó formalmente que el propio Kabila había ordenado “poner en alerta general a todas las unidades militares en la capital”. Una agencia de prensa calificó de “infundadas” las versiones contrarias que indicaban su muerte, y poco después el embajador de Bélgica (del cual el Congo era una colonia) aseguraba que “el presidente está vivo: algo le ha pasado, pero no ha habido un cambio en el poder”.
Los informes se hicieron gradualmente más lúgubres. Una fuente del gobierno admitió que “el presidente fue impactado por dos balas, una en la espalda y la otra en una pierna. Se encuentra gravemente herido después de ser llevado al hospital en un helicóptero”. Una fuente de la inteligencia de Uganda afirmó que estaba “un 101 por ciento seguro de que Kabila ha muerto”. En su aparición televisiva, el jefe de la casa militar presidencial, Eddy Kapend, no mencionó a su jefe cuando ordenó el cierre de fronteras y del aeropuerto de Kinshasa. De hecho, la agrupación rebelde Unión Congoleña por la Democracia (RCD) habló de “un putsch montado por un grupo de oficiales allegados a Kabila, bajo la dirección del jefe del Estado Mayor, el general Sylvestre Lwecha, y Eddy Kapend”. Las eventuales versiones desde los países occidentales confirmaron la muerte, pero no su autor. “Está muerto, abatido por su guardaespaldas”, informó secamente el canciller belga Louis Michel. Pero su portavoz Koen Vervake agregó que “las circunstancias son demasiado confusas para saber más”. El gobierno y el ejército del Congo se mantienen en silencio.

 


 

JOSCHKA FISCHER INTERROGADO POR SU PASADO IZQUIERDISTA
El canciller verde que vino del rojo

Por John Hooper y Kate Connolly*
Desde Berlín y Frankfurt

El mes pasado, Joschka Fischer, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, jugó un rol clave en la cumbre de la UE en Niza. Ayer, apareció en un escenario menos prestigioso: un tribunal criminal en Frankfurt, donde declaró en el caso de un ex amigo juzgado por uno de los ataques terroristas de posguerra más notorios de Europa. Durante un severo interrogatorio, dio un detallado relato de sus propios días de marxista revolucionario luchando en las calles, y de cómo se había separado del terrorismo. En Berlín, los líderes conservadores de la oposición siguieron presionando en busca de su renuncia, diciendo que su pasado lo marcaba como inadecuado para representar a Alemania. Pero anoche, la sensación era que, salvo que apareciera una evidencia más concluyente, había sobrevivido la peor de las crisis.
Fischer fue llamado a Frankfurt para echar luz sobre los antecedentes de Hans-Joachim Klein, que una vez perteneció al mismo grupo de izquierda que Fischer en Frankfurt, pero más tarde se volcó hacia las extremistas Células Revolucionarias. En diciembre de 1975 estaba entre seis grupos guerrilleros conducidos por el venezolano conocido como Carlos el Chacal, involucrado en un ataque a una reunión de ministros de la OPEP en Viena, donde murieron tres personas. Cuando la policía entró al centro de conferencias, Klein fue herido en el estómago. Viena puso un avión a disposición de los terroristas y volaron a Argelia con 35 rehenes, incluyendo 11 ministros petroleros a bordo. Posteriormente Klein entró en la clandestinidad y cambió su identidad. Fue capturado en Francia en 1998 y extraditado a Alemania. Admite un rol en el ataque a la OPEP, pero niega cualquier asesinato.
Durante la audiencia de ayer, Fischer fue tan acosado por la fiscalía que el juez salió a recordar a la corte que era Klein, y no Fischer, el que era juzgado. Pero el estadista más conocido y más popular del partido Verde permaneció impertérrito.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12

 

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