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EN SU QUINTA VISITA, EL INGLES CONGREGO A 30 MIL PERSONAS EN VELEZ
Sting y Argentina, el romance sin fin

El músico británico dio otro show para el recuerdo, con una banda ajustadísima y un repertorio que combinó sabiamente su historia solista y la de The Police. A pesar de todas las predicciones, las Madres de Plaza de Mayo no subieron al escenario.

A puro oficio y con una notable presencia física, Sting lideró un show que continuó dignamente su serie argentina.

Por Roque Casciero

En un nuevo episodio de su generosa historia de cariño mutuo con el público argentino, Sting congregó anoche a 30 mil personas en el estadio de Vélez Sarsfield, que le pusieron su fervor a una velada que tuvo todos los elementos para extasiar al público. Sobre el final, cuando todos esperaban que las Madres de Plaza de Mayo subieran para hacer su ronda en "They dance alone", Sting decidió eliminar ese tema: el músico se dio por conforme con el encuentro llevado a cabo en la tarde en el estadio, y así todo quedó limitado a ese encuentro privado (ver aparte). Luego de la reunión todos daban como un hecho el encuentro en escena, a pesar de que en ningún momento hubo confirmación oficial.
La cálida relación entre el músico inglés y las Madres, de todos modos, fue solo uno de los elementos del impecable espectáculo del ex The Police. Apenas diez minutos después de lo anunciado, Matthew Gordon Sumner ganó el escenario con una presencia física que parece desmentir sus años de ruta: sólo un atril con las letras denunció algo parecido al paso del tiempo. Así, no faltaron las chicas que se dedicaron a gritar su amor al gigantón de pelo rubio y contextura atlética, pero las ovaciones más intensas llegaron con la música. Y si el comienzo de “One thousand years” no pareció corresponderse con tanto calor, bastó con que arrancara el hit de The dream of the blue turtles “If you love somebody set them free” para que el campo estallara de una buena vez. Apoyado por una banda ajustadísima (Dominic Miller, “argentino y de River”, en guitarra; Manu Katché en batería, Russ David Irwing en percusión, el trompetista Chris Botti y los tecladistas Mark Eldridge y Jason Rebello, quien lució orgulloso su remera azul de las Madres), Sting se dedicó entonces a manejar la velada a su antojo.
Para eso contó con la inmejorable ayuda de una lista de canciones suficientemente sólida. “After the rain” dio un toque sonoro diferente al apoyarse en programaciones de batería. “Perfect love” fue mutando de un aire jazzero hasta caer en un demoledor rap en francés de Katché. “Seven days”, una de las mejores canciones de Ten summoner’s tales, permitió el lucimiento de Botti, mientras que en “Fill her up” fue el turno de Miller y una notable labor con el slide. Postales que hicieron subir más y más la temperatura de un Vélez bien provisto, pero que tendría sus platos mejor servidos poco después.
Ese “después” comenzó con “Every little thing she does is magic”, clásico de clásicos de The Police que ofició de bisagra del show. Si “Moon over Bourbon Street” (en una versión a la Tom Waits) y “Englishman in New York” pusieron una especie de pausa climática, la extraña relectura de “Roxanne” (otra de las páginas más queridas del trío de los ‘80), combinó el sonido original con arranques de dub jamaiquino para introducir a todos en la andanada final. Que cerró el cuerpo de show con la combinación de “Bring on the night” y “When the world is running down, you make the best of what’s still around” y arremetió a fondo con seis bises bien meditados. El doblete–Police de “Every breath you take” y un “Message in a bottle” con el bajista solo en el escenario dieron el último toque de horno, y “They dance alone” y “Fragile” liquidaron una faena tan indiscutible como las canciones y la banda que las interpretó.
En el precalentamiento, en tanto, los teloneros hicieron su labor sin mayores contratiempos. Los locales La Portuaria hicieron un atinado mix del material de su flamante disco Me mata la vida y viejos títulos como “El bar de la calle Rodney” y “Nada es igual”. Después, Sheryl Crow debió lidiar con un estadio que ya mostraba buen color, pero no parecía demostrar demasiado interés en nada que no fuera Sting. Utilizando alternativamente la guitarra acústica y el bajo, expresándose en un español algo defectuoso, la ex corista de Michael Jackson supo sin embargo ir ganando atención. A partir de “If it make you happy” y la muy buena versión de “Sweet child O’mine” –de los retornados Guns N’Roses– las cosas comenzaron a ir sobre rieles: sobre el final, el hit “All I wannado” y “Strong enough” hicieron que Crow pudiera retirarse del escenario con una cálida ovación en sus oídos. Después, claro, todo fue de Sting.

 

Encuentro con las Madres

La condecoración, o al menos el símbolo de ella, duró poco: para Sting, la primera novedad de su estancia en la Argentina fue la sustracción de una valija en la que llevaba la Orden del Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral, que el gobierno chileno le entregó el lunes. Ese fue uno de los primeros comentarios que el músico hizo en la reunión que tuvo en los camarines de Vélez con las Madres de Plaza de Mayo, con quienes tuvo un cálido encuentro antes de subirse al escenario. En la charla, que fue a solas con una traductora, Sting quedó impactado y se interesó especialmente en la Universidad de las Madres, que calificó como un hecho “único”. La conversación con Hebe de Bonafini y otras cinco Madres (una de ellas no pudo contenerse y le lanzó un “qué lindo estás”) se extendió por quince minutos y fue de tono sumamente amistoso, con el músico haciendo preguntas sobre la situación nacional. Al finalizar, las Madres le hicieron entrega de un libro sobre la fundación de la Universidad, y Sting prometió mantener un contacto de comunicación más fluido. Hasta el momento del inicio del show no había existido ninguna invitación oficial a subir al escenario, pero las Madres fueron ubicadas muy cerca, en el palco VIP ubicado en el césped. Luego del diálogo, Sting tuvo incluso tiempo para presenciar las últimas dos canciones de Sheryl Crow, antes de prepararse para salir a hacer lo suyo.

 

Ellas ya no danzan tan solas

Por Carlos Polimeni

Los comandantes de la dictadura militar estaban presos, pero ya habían sido aprobadas la Ley de Obediencia Debida y el Punto Final. El primer disco solista de Sting tras la separación de The Police había dividido los aguas: para muchos The dream of the blue turtles era una obra al borde de la genialidad, para otros la prueba de que siempre su pasado sería mejor. El segundo, Nothing like the sun –título inspirado en la idea “Nada como la verdad”– había radicalizado las posturas previas. Antes de llegar a la Argentina, Sting se presentó en el Brasil, donde una multitud marihuanizada llenó la mitad el Maracaná para asistir a un concierto histórico. Antes de la tercera bajada al sur de América de su vida, el rubio millonario había estudiado concienzudamente el panorama político que encontraría en aquellos –estos– países emergiendo de dictaduras. De algo servían, después de todo, aquellos años como maestro en el Newcastle Teacher’s Training College, cuando era apenas un fan del jazz llamado Gordon Mathew Sumner.
Durante los días en Río, el estado de las cosas en la Argentina comenzó a obsesionarlo: no entendía bien cómo el gobierno que había enjuiciado a Videla, Massera y compañía, había dejado libre a Astiz, por ejemplo. Le pareció entonces que debían encontrar respuesta en los organismos de derechos humanos. Le ofrecieron un menú de ellos, y sin dudarlo, respondió que le interesaban las Madres de Plaza de Mayo. Las visitó en su Casa, llenó sus ojos de lágrimas escuchando historias que por siempre estremecerán y la noche de su concierto ante 70 mil espectadores en River Plate produjo un hecho histórico: invitó a las Viejas, que entonces no eran tan Viejas, a subir al escenario. Ellas hicieron su ronda en escena, mientras sonaba “They dance alone”. El tema había sido inspirado por las Madres de desaparecidos chilenos y en el disco figuraba como una “gueca”, cuando en realidad quería tener aires de cueca, pero todo eso importaba poco, aquella noche en que mucha gente pudo juntar partes de su propia historia.
Muchos músicos argentinos sintieron alegría, envidia y vergüenza a la vez, luego de aquella noche del 11 de diciembre de 1987. “Lo que yo me pregunté –contó luego León Gieco– es que cómo era posible que nosotros no hubiésemos tenido el coraje de hacer algo con las Madres y por las Madres. Aquel tipo impecable, vestido como un dandy, que no tenía nada que ganar acá nos dio una lección de actitud.” Fue a partir de ahí que el ideario de los músicos argentinos de rock se fue poblando de relación con la lucha por los derechos humanos. Lo que hoy resulta más o menos normal para docenas de grupos y solistas, hasta el gesto de Sting no estaba en el parámetro de la cultura local de rock. Sting tenía por entonces 35 años y decía cosas como éstas: “No quisiera seguir haciendo vida de rock star a los 40. El rock, en su más primitiva postura, consiste en polemizar, gritar y enojarse, en pretender que la sociedad está en su contra. Yo pretendo ver las cosas más maduramente: entiendo que puede cambiarse una sociedad desde adentro, conociéndola. Y eso ocurrirá, lentamente, si logramos poner en la cabeza de la gente, de la manera más bella posible, un puñado de ideas que resquebrajen sus certezas. El ideal sería hacer un disco pop que penetre en la psiquis de medio mundo”.
Cuando estaba en edad de tener un grupo de rock, Sting hizo The Police, que antes de ser considerado el grupo más influyente del mundo entero en los tempranos 80, visitó la Argentina, en los años en que Videla aún era amo y señor de la vida y la muerte. Un medio por entonces influyente, la revista Humor, consideró, en una nota firmada por Gloria Guerrero, que el show de Obras era todo lo contrario a algo nuevo. En rigor, había que estar sordo, no haber ido, o ser algo necio para no darse cuenta de que aquello haría historia. Cuando promediaba aquella actuación, el guitarrista Andy Summers concretó, por otra parte, un gesto rocker al que ningún rocker argentino por entonces se atrevía: le pateó la cabeza a un policía, que reprimía a una chica, que insistía en pararse de su silla ybailar. Sting, cuenta Summers en su biografía, le dijo al oído, acercándosele en el escenario, que después de eso, iría preso. El guitarrista tembló hasta terminar el show, pero una serie de complicadas negociaciones entre bambalinas lo hicieron zafar, seguramente porque era extranjero. “Cuando volví a casa, sentí que había nacido otra vez”, confesó Summers. El guitarrista sabía tanto como Sting por entonces, cuál era el background de los uniformados argentinos.
La historia no debió trascender demasiado porque unos meses después, todavía al borde de la fama, The Police fue contratado para actuar en el Chile de Augusto Pinochet, en el Festival de Viña del Mar, donde brillaron en febrero de 1981, como el futuro que eran. En esos días Sting supo lo que había acontecido en aquel costado del sur y surgió el embrión que quince años después daría forma a “Ellas danzan solas”. De allí surgió la admiración chilena que esta semana incluyó que el gobierno lo condecorase por su histórica labor en la difusión de los derechos humanos, por su certeza de que nada hay mejor que la verdad.
Un año después de aquella noche de diciembre de 1987, Sting actuó otra vez en River, ahora como miembro del staff de la gira Human rights now! que organizaba Amnistía Internacional. Un periodista de radio, que jugaba al difícil juego de la iconoclastía después de haber sido fan de Zas, le preguntó si no era oportunista y demagógico el slogan de la gira. Sting, con los ojos llenos de una ira momentánea, le recomendó que le preguntase a los más grandes de edad por aquel show de Obras, por aquella patada voladora que los diarios no publicaron.

 

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