Por Roque Casciero
En un nuevo episodio de su
generosa historia de cariño mutuo con el público argentino,
Sting congregó anoche a 30 mil personas en el estadio de Vélez
Sarsfield, que le pusieron su fervor a una velada que tuvo todos los elementos
para extasiar al público. Sobre el final, cuando todos esperaban
que las Madres de Plaza de Mayo subieran para hacer su ronda en "They
dance alone", Sting decidió eliminar ese tema: el músico
se dio por conforme con el encuentro llevado a cabo en la tarde en el
estadio, y así todo quedó limitado a ese encuentro privado
(ver aparte). Luego de la reunión todos daban como un hecho el
encuentro en escena, a pesar de que en ningún momento hubo confirmación
oficial.
La cálida relación entre el músico inglés
y las Madres, de todos modos, fue solo uno de los elementos del impecable
espectáculo del ex The Police. Apenas diez minutos después
de lo anunciado, Matthew Gordon Sumner ganó el escenario con una
presencia física que parece desmentir sus años de ruta:
sólo un atril con las letras denunció algo parecido al paso
del tiempo. Así, no faltaron las chicas que se dedicaron a gritar
su amor al gigantón de pelo rubio y contextura atlética,
pero las ovaciones más intensas llegaron con la música.
Y si el comienzo de One thousand years no pareció corresponderse
con tanto calor, bastó con que arrancara el hit de The dream of
the blue turtles If you love somebody set them free para que
el campo estallara de una buena vez. Apoyado por una banda ajustadísima
(Dominic Miller, argentino y de River, en guitarra; Manu Katché
en batería, Russ David Irwing en percusión, el trompetista
Chris Botti y los tecladistas Mark Eldridge y Jason Rebello, quien lució
orgulloso su remera azul de las Madres), Sting se dedicó entonces
a manejar la velada a su antojo.
Para eso contó con la inmejorable ayuda de una lista de canciones
suficientemente sólida. After the rain dio un toque
sonoro diferente al apoyarse en programaciones de batería. Perfect
love fue mutando de un aire jazzero hasta caer en un demoledor rap
en francés de Katché. Seven days, una de las
mejores canciones de Ten summoners tales, permitió el lucimiento
de Botti, mientras que en Fill her up fue el turno de Miller
y una notable labor con el slide. Postales que hicieron subir más
y más la temperatura de un Vélez bien provisto, pero que
tendría sus platos mejor servidos poco después.
Ese después comenzó con Every little thing
she does is magic, clásico de clásicos de The Police
que ofició de bisagra del show. Si Moon over Bourbon Street
(en una versión a la Tom Waits) y Englishman in New York
pusieron una especie de pausa climática, la extraña relectura
de Roxanne (otra de las páginas más queridas
del trío de los 80), combinó el sonido original con
arranques de dub jamaiquino para introducir a todos en la andanada final.
Que cerró el cuerpo de show con la combinación de Bring
on the night y When the world is running down, you make the
best of whats still around y arremetió a fondo con
seis bises bien meditados. El dobletePolice de Every breath
you take y un Message in a bottle con el bajista solo
en el escenario dieron el último toque de horno, y They dance
alone y Fragile liquidaron una faena tan indiscutible
como las canciones y la banda que las interpretó.
En el precalentamiento, en tanto, los teloneros hicieron su labor sin
mayores contratiempos. Los locales La Portuaria hicieron un atinado mix
del material de su flamante disco Me mata la vida y viejos títulos
como El bar de la calle Rodney y Nada es igual.
Después, Sheryl Crow debió lidiar con un estadio que ya
mostraba buen color, pero no parecía demostrar demasiado interés
en nada que no fuera Sting. Utilizando alternativamente la guitarra acústica
y el bajo, expresándose en un español algo defectuoso, la
ex corista de Michael Jackson supo sin embargo ir ganando atención.
A partir de If it make you happy y la muy buena versión
de Sweet child Omine de los retornados Guns NRoses
las cosas comenzaron a ir sobre rieles: sobre el final, el hit All
I wannado y Strong enough hicieron que Crow pudiera
retirarse del escenario con una cálida ovación en sus oídos.
Después, claro, todo fue de Sting.
Encuentro con las
Madres
La condecoración, o al menos el símbolo de ella,
duró poco: para Sting, la primera novedad de su estancia
en la Argentina fue la sustracción de una valija en la que
llevaba la Orden del Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral,
que el gobierno chileno le entregó el lunes. Ese fue uno
de los primeros comentarios que el músico hizo en la reunión
que tuvo en los camarines de Vélez con las Madres de Plaza
de Mayo, con quienes tuvo un cálido encuentro antes de subirse
al escenario. En la charla, que fue a solas con una traductora,
Sting quedó impactado y se interesó especialmente
en la Universidad de las Madres, que calificó como un hecho
único. La conversación con Hebe de Bonafini
y otras cinco Madres (una de ellas no pudo contenerse y le lanzó
un qué lindo estás) se extendió
por quince minutos y fue de tono sumamente amistoso, con el músico
haciendo preguntas sobre la situación nacional. Al finalizar,
las Madres le hicieron entrega de un libro sobre la fundación
de la Universidad, y Sting prometió mantener un contacto
de comunicación más fluido. Hasta el momento del inicio
del show no había existido ninguna invitación oficial
a subir al escenario, pero las Madres fueron ubicadas muy cerca,
en el palco VIP ubicado en el césped. Luego del diálogo,
Sting tuvo incluso tiempo para presenciar las últimas dos
canciones de Sheryl Crow, antes de prepararse para salir a hacer
lo suyo.
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Ellas
ya no danzan tan solas
Por
Carlos Polimeni
Los comandantes
de la dictadura militar estaban presos, pero ya habían sido aprobadas
la Ley de Obediencia Debida y el Punto Final. El primer disco solista
de Sting tras la separación de The Police había dividido
los aguas: para muchos The dream of the blue turtles era una obra al borde
de la genialidad, para otros la prueba de que siempre su pasado sería
mejor. El segundo, Nothing like the sun título inspirado
en la idea Nada como la verdad había radicalizado
las posturas previas. Antes de llegar a la Argentina, Sting se presentó
en el Brasil, donde una multitud marihuanizada llenó la mitad el
Maracaná para asistir a un concierto histórico. Antes de
la tercera bajada al sur de América de su vida, el rubio millonario
había estudiado concienzudamente el panorama político que
encontraría en aquellos estos países emergiendo
de dictaduras. De algo servían, después de todo, aquellos
años como maestro en el Newcastle Teachers Training College,
cuando era apenas un fan del jazz llamado Gordon Mathew Sumner.
Durante los días en Río, el estado de las cosas en la Argentina
comenzó a obsesionarlo: no entendía bien cómo el
gobierno que había enjuiciado a Videla, Massera y compañía,
había dejado libre a Astiz, por ejemplo. Le pareció entonces
que debían encontrar respuesta en los organismos de derechos humanos.
Le ofrecieron un menú de ellos, y sin dudarlo, respondió
que le interesaban las Madres de Plaza de Mayo. Las visitó en su
Casa, llenó sus ojos de lágrimas escuchando historias que
por siempre estremecerán y la noche de su concierto ante 70 mil
espectadores en River Plate produjo un hecho histórico: invitó
a las Viejas, que entonces no eran tan Viejas, a subir al escenario. Ellas
hicieron su ronda en escena, mientras sonaba They dance alone.
El tema había sido inspirado por las Madres de desaparecidos chilenos
y en el disco figuraba como una gueca, cuando en realidad
quería tener aires de cueca, pero todo eso importaba poco, aquella
noche en que mucha gente pudo juntar partes de su propia historia.
Muchos músicos argentinos sintieron alegría, envidia y vergüenza
a la vez, luego de aquella noche del 11 de diciembre de 1987. Lo
que yo me pregunté contó luego León Gieco
es que cómo era posible que nosotros no hubiésemos tenido
el coraje de hacer algo con las Madres y por las Madres. Aquel tipo impecable,
vestido como un dandy, que no tenía nada que ganar acá nos
dio una lección de actitud. Fue a partir de ahí que
el ideario de los músicos argentinos de rock se fue poblando de
relación con la lucha por los derechos humanos. Lo que hoy resulta
más o menos normal para docenas de grupos y solistas, hasta el
gesto de Sting no estaba en el parámetro de la cultura local de
rock. Sting tenía por entonces 35 años y decía cosas
como éstas: No quisiera seguir haciendo vida de rock star
a los 40. El rock, en su más primitiva postura, consiste en polemizar,
gritar y enojarse, en pretender que la sociedad está en su contra.
Yo pretendo ver las cosas más maduramente: entiendo que puede cambiarse
una sociedad desde adentro, conociéndola. Y eso ocurrirá,
lentamente, si logramos poner en la cabeza de la gente, de la manera más
bella posible, un puñado de ideas que resquebrajen sus certezas.
El ideal sería hacer un disco pop que penetre en la psiquis de
medio mundo.
Cuando estaba en edad de tener un grupo de rock, Sting hizo The Police,
que antes de ser considerado el grupo más influyente del mundo
entero en los tempranos 80, visitó la Argentina, en los años
en que Videla aún era amo y señor de la vida y la muerte.
Un medio por entonces influyente, la revista Humor, consideró,
en una nota firmada por Gloria Guerrero, que el show de Obras era todo
lo contrario a algo nuevo. En rigor, había que estar sordo, no
haber ido, o ser algo necio para no darse cuenta de que aquello haría
historia. Cuando promediaba aquella actuación, el guitarrista Andy
Summers concretó, por otra parte, un gesto rocker al que ningún
rocker argentino por entonces se atrevía: le pateó la cabeza
a un policía, que reprimía a una chica, que insistía
en pararse de su silla ybailar. Sting, cuenta Summers en su biografía,
le dijo al oído, acercándosele en el escenario, que después
de eso, iría preso. El guitarrista tembló hasta terminar
el show, pero una serie de complicadas negociaciones entre bambalinas
lo hicieron zafar, seguramente porque era extranjero. Cuando volví
a casa, sentí que había nacido otra vez, confesó
Summers. El guitarrista sabía tanto como Sting por entonces, cuál
era el background de los uniformados argentinos.
La historia no debió trascender demasiado porque unos meses después,
todavía al borde de la fama, The Police fue contratado para actuar
en el Chile de Augusto Pinochet, en el Festival de Viña del Mar,
donde brillaron en febrero de 1981, como el futuro que eran. En esos días
Sting supo lo que había acontecido en aquel costado del sur y surgió
el embrión que quince años después daría forma
a Ellas danzan solas. De allí surgió la admiración
chilena que esta semana incluyó que el gobierno lo condecorase
por su histórica labor en la difusión de los derechos humanos,
por su certeza de que nada hay mejor que la verdad.
Un año después de aquella noche de diciembre de 1987, Sting
actuó otra vez en River, ahora como miembro del staff de la gira
Human rights now! que organizaba Amnistía Internacional. Un periodista
de radio, que jugaba al difícil juego de la iconoclastía
después de haber sido fan de Zas, le preguntó si no era
oportunista y demagógico el slogan de la gira. Sting, con los ojos
llenos de una ira momentánea, le recomendó que le preguntase
a los más grandes de edad por aquel show de Obras, por aquella
patada voladora que los diarios no publicaron.
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