Por Diego Fischerman
Hay en el título un
homenaje a Piazzolla y, por supuesto, una intención de fundación.
Al Buenos Aires Hora 0 del bandoneonista argentino le sucede,
esta vez, Bilbao 00:00 h del acordeonista vasco Kepa Junkera. Un punto
de partida. O, en todo caso, un lugar y una hora la primera o la
última de todas, según cómo se la mire desde
donde mirar al mundo. Este álbum de dos CD, presentados en un magnífico
libro de tapa dura (la publicación es de Ediciones Resistencia
y su distribución en Argentina corre por cuenta de Pretal), da
cuenta, en realidad, de uno de los fenómenos menos adocenados y
más originales de toda esa movida que algunos llaman world music
y que podría, en este caso, confundirse con esa bolsa de límites
difusos (y contenidos dudables) que el mercado denominó música
celta.
Nacido en 1965 en Bilbao, este intérprete de trikitixa (acordeón
diatónico de la región vasca) empezó su carrera a
los 17 años, junto al grupo Oskorri (grabó en todos sus
discos y participó como invitado en varias de sus giras y conciertos).
Su primer disco como líder, Kepa, Zabaleta eta Mutriku, es de 1988
y allí Junkera registró por primera vez sus propias canciones.
Los siguientes Triki Up (1990) y Triki Zoom (1991) lo situaron en un espacio
de improbable síntesis entre el folklore de su instrumento y el
jazz. La historia continuó con un trío de acordeones (con
John Kirkpatrick y Riccardo Tesi) y varios discos entre los que se destacan
Lau Eskuetara y Leonel Orroak (1996), junto a Ibon Koteron, un intérprete
de alboka, el único instrumento vasco de viento, fabricado con
cuernos de carnero. Bilbao 00:00 h marca, en ese sentido, un punto de
inflexión. El estilo ronda una especie de panfolklorismo europeo
en que las fronteras resultan tan abarcativas como la propia lista de
músicos invitados lo sugiere: el gallego Carlos Núñez,
el irlandés Paddy Moloney (fundador de los Chieftains), el virtuoso
del banjo Béla Fleck (que próximamente actuará en
Buenos Aires al frente de The Fleckstones), el cantautor canario Pedro
Guerra, el percusionista Pedro Estevan (miembro estable del grupo Hespèrion
XXI, dirigido por Jordi Savall) y la gran cantante portuguesa Dulce Pontes.
Precisamente en Sodade, un fado de Luis Morais y Anandio Cabral
y en la canción que ella canta en vasco, Maitia nun zira?,
están dos de los puntos más altos del álbum. En esta
hermosísima canción tradicional, Pontes canta al borde del
desgarro y, al mismo tiempo, con un control excepcional de la afinación
y del cuerpo de su voz, acompañada por la trikitixa de Junkera,
la flauta de Moloney, Julio Andrade en guitarra, Tomás San Miguel
en teclados y Andrés Bedó en piano.
Como en el caso de Núñez (que aquí toca magníficamente
la flauta en Fasio & Lurra-Terra, Fali-Faly
y Karola de Mar) e, incluso, del propio Moloney, Junkera no
intenta inventar una supuesta cultura neocelta sino, simplemente, tocar
su instrumento junto a músicos de diversas partes del mundo (incluyendo
la suya, desde ya) dejándose llevar aunque sin perder sus propios
rasgos estilísticos. No hay impostación ni pretenciosidad
alguna. No se trata de fabricar mezclas artificiales. Junkera toca el
acordeón de la manera en que lo aprendió de padres, abuelos,
vecinos y músicos callejeros y en lo que toca (por debajo, a veces
como una sombra, en ocasiones como el fantasma de algo que nunca llegó
a verse con claridad) subyace siempre una respiración que proviene
de las danzas populares vascas donde el acordeón es un elemento
insustituible. No es música vasca ni hay una intención
antropológica o filologista. Mal podría haberla cuando también
tocan músicos portugueses, irlandeses (también participa
el gaitero Liam OFlynn y el acordeonista Mairtin OConnor),
estadounidenses (Fleck) y canadienses (el grupo La Bottine Souriante).
Por suerte, de lo que se trata es de una música fuertemente individual
que, como todas las músicas fuertemente individuales, deja entrever
sus genealogías.
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