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Kepa Junkera: toca la trikitixa y serás universal

Un acordeón vasco, invitados de lujo (Dulce Pontes, Paddy Moloney, Carlos Núñez) y un lenguaje sin imposturas en �Bilbao 00:00 h�.

Kepa Junkera es una de las
figuras más originales del momento.
En “Bilbao 00:00 h” brilla la cantante portuguesa Dulce Pontes.

Por Diego Fischerman

Hay en el título un homenaje a Piazzolla y, por supuesto, una intención de fundación. Al “Buenos Aires Hora 0” del bandoneonista argentino le sucede, esta vez, Bilbao 00:00 h del acordeonista vasco Kepa Junkera. Un punto de partida. O, en todo caso, un lugar y una hora –la primera o la última de todas, según cómo se la mire– desde donde mirar al mundo. Este álbum de dos CD, presentados en un magnífico libro de tapa dura (la publicación es de Ediciones Resistencia y su distribución en Argentina corre por cuenta de Pretal), da cuenta, en realidad, de uno de los fenómenos menos adocenados y más originales de toda esa movida que algunos llaman world music y que podría, en este caso, confundirse con esa bolsa de límites difusos (y contenidos dudables) que el mercado denominó “música celta”.
Nacido en 1965 en Bilbao, este intérprete de trikitixa (acordeón diatónico de la región vasca) empezó su carrera a los 17 años, junto al grupo Oskorri (grabó en todos sus discos y participó como invitado en varias de sus giras y conciertos). Su primer disco como líder, Kepa, Zabaleta eta Mutriku, es de 1988 y allí Junkera registró por primera vez sus propias canciones. Los siguientes Triki Up (1990) y Triki Zoom (1991) lo situaron en un espacio de improbable síntesis entre el folklore de su instrumento y el jazz. La historia continuó con un trío de acordeones (con John Kirkpatrick y Riccardo Tesi) y varios discos entre los que se destacan Lau Eskuetara y Leonel Orroak (1996), junto a Ibon Koteron, un intérprete de alboka, el único instrumento vasco de viento, fabricado con cuernos de carnero. Bilbao 00:00 h marca, en ese sentido, un punto de inflexión. El estilo ronda una especie de panfolklorismo europeo en que las fronteras resultan tan abarcativas como la propia lista de músicos invitados lo sugiere: el gallego Carlos Núñez, el irlandés Paddy Moloney (fundador de los Chieftains), el virtuoso del banjo Béla Fleck (que próximamente actuará en Buenos Aires al frente de The Fleckstones), el cantautor canario Pedro Guerra, el percusionista Pedro Estevan (miembro estable del grupo Hespèrion XXI, dirigido por Jordi Savall) y la gran cantante portuguesa Dulce Pontes. Precisamente en “Sodade”, un fado de Luis Morais y Anandio Cabral y en la canción que ella canta en vasco, “Maitia nun zira?”, están dos de los puntos más altos del álbum. En esta hermosísima canción tradicional, Pontes canta al borde del desgarro y, al mismo tiempo, con un control excepcional de la afinación y del cuerpo de su voz, acompañada por la trikitixa de Junkera, la flauta de Moloney, Julio Andrade en guitarra, Tomás San Miguel en teclados y Andrés Bedó en piano.
Como en el caso de Núñez (que aquí toca magníficamente la flauta en “Fasio & Lurra-Terra”, “Fali-Faly” y “Karola de Mar”) e, incluso, del propio Moloney, Junkera no intenta inventar una supuesta cultura neocelta sino, simplemente, tocar su instrumento junto a músicos de diversas partes del mundo (incluyendo la suya, desde ya) dejándose llevar aunque sin perder sus propios rasgos estilísticos. No hay impostación ni pretenciosidad alguna. No se trata de fabricar mezclas artificiales. Junkera toca el acordeón de la manera en que lo aprendió de padres, abuelos, vecinos y músicos callejeros y en lo que toca (por debajo, a veces como una sombra, en ocasiones como el fantasma de algo que nunca llegó a verse con claridad) subyace siempre una respiración que proviene de las danzas populares vascas –donde el acordeón es un elemento insustituible–. No es música vasca ni hay una intención antropológica o filologista. Mal podría haberla cuando también tocan músicos portugueses, irlandeses (también participa el gaitero Liam O’Flynn y el acordeonista Mairtin O’Connor), estadounidenses (Fleck) y canadienses (el grupo La Bottine Souriante). Por suerte, de lo que se trata es de una música fuertemente individual que, como todas las músicas fuertemente individuales, deja entrever sus genealogías.

 

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