El vicecanciller alemán, el verde Joschka Fischer, tiene enemigos
a la izquierda y a la derecha. Ayer se defendió, con violencia
y sarcasmos, de la violentas y sarcásticas preguntas de la oposición
democristiana sobre su pasado en las revueltas estudiantiles del 68.
Pero todo había empezado cuando Bettina Rohl, hija de Ulrike Meinhof
fundadora del grupo de acción directa Fracción del
Ejército Rojo (la banda terrorista BaaderMeinhof para la derecha),
decidió vengarse del traidor Fischer. Y para eso exhibió
una serie de fotografías de 1973 en las que se ve al actual ministro
de Relaciones Exteriores alemán golpeando con un grupo de camaradas
a un policía caído, al que habían tendido una emboscada.
La revelación desembocó en otras revelaciones y en cataratas
de disculpas de Fischer, que tuvieron un clímax en la interrogación
parlamentaria de ayer.
La violencia de los años de plomo de la década del 70
es la más célebre de las cuentas pendientes que la historia
de la República Federal de Alemania se llevó consigo al
abrazar a la Alemania comunista en la reunificación. La misma denunciante
de Fischer, Bettina Rohl, dijo que sufrió por esa herencia, por
la doble personalidad de Ulrike Meinhof: ni una buena terrorista,
ni una buena madre. Es por ello que la oposición demo y socialcristiana
insiste desde hace semanas, como reiteró ayer en el Bundestag,
en la identificación sumaria, por contigüidad, entre los movimientos
estudiantiles de los 60 y las guerrillas de los 70.
Así, por primera vez en la historia de la República Federal,
el jefe del gobierno, el canciller Gerhard Schroeder, y su vicecanciller
se convirtieron en abogados de la rebelión de 1968 y los años
que siguieron. Condujimos en este país a más libertad
y no a menos libertad, lanzó ayer Joschka Fischer, incisivo
y virulento, convocado a la tribuna por una oposición que después
lo interrumpió constantemente con silbidos. Schroeder defendió
a su ministro, afirmando que la oposición conservadora quería
condenar a esa generación, que se levantó contra
el silencio del post-nazismo y el peso del orden instaurado por la República
de 1949. La presencia del jefe de gobierno fue interpretada velozmente
por la presidenta de la Unión Demócrata Cristiana (CDU),
Angela Merkel, como muestra de que la situación de Fischer es seria.
Cada día se me hacen nuevos reproches absurdos. Yo no transporté
armas, ningún arma fue transportada en mi auto ni tampoco almacenada
en el apartamento que yo compartía con Daniel Cohn-Bendit en los
años 70 en Francfort, y quien me disuadió de pasar
a la clandestinidad, enfatizó Fischer. ¿Lo que
hice? Yo era militante. Lancé piedras, estuve implicado en un disturbio
con la policía, fui golpeado y también golpeé a la
policía, agregó el ministro. Fuertemente impactado
por la muerte del patrón de los patrones alemanes,
Hans-Martin Schleyer, en 1977, Fischer denunció ese año
el terrorismo, pidiendo a la Fracción Ejército
Rojo que dejara las armas. Luego de ello ingresó al movimiento
ecológico-pacifista.
El vicecanciller se defendió firmemente, tal como lo había
hecho el martes durante el juicio en Francfort del arrepentido Hans-Joachim
Klein, acusado de triple asesinato durante la toma de rehenes de la reunión
de la OPEP de 1975 en Viena. Ambos frecuentaban a Daniel Cohn-Bendit y
los mismos círculos de izquierda extraparlamentaria en Francfort
en ese momento. Volvió a declararse preso del dilema de explicar
el contexto en el que se radicalizó sin por ello tener que justificar
la violencia.
Fischer procuró trazar una línea divisoria clara que separara
su posición de entonces del lenguaje cínico de los
nazis. La estrategia de aludir a seres humanos como cerdos
es lo peor que hay que reprochar a la izquierda terrorista, declaró.
Nosotros éramos los más decididos adversarios de la
lucha terrorista. Nosotros evitamos que otros se desviaran a la clandestinidad
revolucionaria.
También fue confrontado con una cita del año 1976, cuando
intervino en un Congreso del Buró Socialista para afirmar:
Justo por sentirnos solidarios con los compañeros en la clandestinidad,
por sentirnos tan cerca de ellos, les exhortamos a poner fin a este viaje
de la muerte, adejar las armas y retomar las piedras. Sólo
una vez llegó a estar contra las cuerdas, cuando le preguntaron
si no era consciente de que el lanzamiento de piedras también podía
herir a personas. ¿O acaso sólo las tiró al
aire?, le preguntaron. Fischer dudó: Sí, sólo
las tiré al aire. Su intención era que sonara irónico.
Fischer empleó buena parte del tiempo en explicar que se siente
víctima de algo próximo a un complot. Así, denunció
disponer de pruebas que demuestran que viejos camaradas de ruta reciben
ofertas sustanciosas para afirmar que él, Fischer, sí fue
partidario de lanzar cócteles molotov, algo que siempre ha negado.
También desestimó rumores que apuntarían a que fue
colaborador de servicios secretos germano-occidentales.
Schroeder pidió a los diputados derechistas de la oposición
que acepten los errores políticos de la generación
del 68, a la cual muchos políticos alemanes pertenecieron,
como el actual ministro del Interior, el socialdemócrata Otto Schily.
La mayoría de los alemanes desea una sociedad pluralista,
y una sociedad como ésa significa que se deben aceptar las biografías
de cada uno, enfatizó por su lado Schroeder.
El oportunismo de las acusaciones fue manifiesto incluso para muchos votantes
democristianos. Cerca de un 80 por ciento de los encuestados se muestra
favorable de que permanezca en el cargo; los conservadores consideran
que las acciones del político verde necesitan todavía aclaración.
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