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Argentina, The Police, Sting y el rockómetro

Sting, en un pasaje de su show en Vélez, al que asistieron 30 mil espectadores.

Por Carlos Polimeni

La empresa CIE–Rock & Pop organiza la presentación de Sting, pero no transmite a través de su FM cabecera el show, como sí transmitió el de Iron Maiden y transmitirá el de Red Hot Chili Peppers. En su lógica, Maiden y los RHCP son productos muy FM Rock & Pop, y Sting no. El ex The Police es, para el status radial argentino, un artista Aspen. De FM Aspen, está claro. El status radial argentino no es del todo ajeno sino complementario, de cierta visión estrecha del periodismo especializado en rock, al cual suele darle vergüenza defender a artistas que no hagan de la distorsión un culto y de la apuesta a la estética MTV una religión. Sobre todo si son mayores de 40. Salvo, claro, que se trate de The Rolling Stones: entonces la leyenda se deglute a la realidad, y el cholulismo a la lógica. O que haya avisos de sus compañías en las pautas. Entonces, casi siempre parecen encontrarle la vuelta. Sting, como Paul McCartney solista, es para cierta supuesta inteligencia media argenta una especie de ex rockero. Un artista apto para espíritus complacientes. Un músico para chicas edípicas que sueñan con un príncipe inglés, o para señoras mayores que moverán sus patitas mientras suenan unas amables canciones mundanas. El rocker medio argentino frunce un poquito la nariz cuando se le pregunta por Sting: está bien, pero es... taaan correcto. Tan blandito.
Podría decirse que, entre muchas otras cosas, el arte es riesgo y belleza, y que en apariencia no habría tanto riesgo en Sting, que tiene casi 50 años. Podría pensarse que en los 15 años transcurridos desde que disolvió The Police –grupo al que, por ahora, nadie le niega importancia en la historia del rock– su estética fue aburguesándose, de tal manera que su mira apuntó más a la belleza que al riesgo. Sin embargo, eso que podría decirse y pensarse parece más bien un razonamiento standard, perezoso, que obvia una exploración de los discos de Sting, centrándose más bien en sus temas de difusión. Que son los que eligen los musicalizadores de radio o las propias compañías discográficas, que así completan un círculo vicioso. Fuera de ese círculo, la verdad es diferente, como queda claro viendo a Sting en vivo o deteniéndose en su obra. Lo que pasa expresa una particularidad muy argentina de relación con el mundo de la música, una especie de racismo según el cual el género rock es superior.
Sting dijo hace mucho tiempo que considera que el rock bien puede ser tomado como un período de necesaria adolescencia en la formación de un músico de la era posterior a la existencia de Los Beatles. A los cuatro de Liverpool es imposible negarles respetabilidad, pero si se pudiera ser estricto al respecto, parece evidente que eran un grupo mucho más vinculable con el pop que con el rock. Lo que pasa es que en la concepción beatle el rock no era –no es– un coto, una zona de exclusión o un género con barreras limitadas por la edad, la apariencia o el melodismo, sino más bien una esponja, un género madre desde el cual se podía, se puede, dialogar con los otros. John Lennon llegó a decir, en sus años neoyorquinos, que le parecía espantoso el karma de tener que ser rockero toda la vida.
Las 30 mil personas que vieron el show de Sting, anteanoche en el estadio de Vélez, seguramente no consultaron con su rockómetro (*) para verificar si estaban autorizadas a que les gustase. Aquellos que tienen vergüenza de las buenas canciones –mas no de los buenos negocios–, ¿tendrán esta semana bien aceitado su rockómetro?

(*) Rockómetro: Aparato que mide la cantidad de rock presente en un tema, un artista o un concierto.

 

Rock in Rio, episodio II

Luego de un receso de tres días, el festival Rock in Rio reanudará hoy sus veladas con una “noche para adolescentes” que ofrecerá como plato fuerte a la cantante pop estadounidense Britney Spears, y que tiene sus localidades completamente agotadas. La primera etapa del festival, entre el viernes y el domingo pasados, dejó números y hechos para el recuerdo: unos 550.000 amantes de la música llenaron la llamada “ciudad del rock”, en Barra de Tijuca, en la periferia de Río de Janeiro, para ver, entre otros, una excelente presentación de R. E. M. y el histórico regreso del renovado Guns n’Roses. Pero la continuación del megafestival también promete dejar sus huellas en la memoria musical de las distintas generaciones que componen el público del evento, que terminará el domingo. Hoy será el turno de los adolescentes y de la música pop: en una jornada soñada por hordas de quinceañeros, que se adueñarán de la fiesta roquera, pasarán por el escenario Britney Spears, N’Sync, Five, Aaron Carter y los ídolos locales Sandy y Júnior. Spears, de 19 años, está señalada por muchos como la sucesora de Madonna en el trono del pop. La cantante es una de las grandes estrellas y lo sabe: el martes, a su llegada a Rio de Janeiro, eludió a los periodistas que la esperaban en el aeropuerto y partió hacia el hotel donde se hospeda protegida por diez coches de la policía. Un nuevo malabarismo permitió a la estrella pop evitar a los fans en la entrada del hotel y aprovechar el sol del verano carioca en la piscina antes de acudir al gimnasio: en la conferencia de prensa de ayer, la mayoría de las preguntas estuvieron referidas a la publicitada virginidad de la cantante, quien dijo que “no es una maniobra de marketing, es un tema personal”. Pero no sólo de las melodías pegajosas vivirá la segunda parte del Rock in Rio. Mañana atronarán la Cidade do rock Iron Maiden, Rob Halford y Sepultura, mientras que el sábado actuarán Neil Young, Sheryl Crow, Dave Matthews Band y artistas brasileños como Elbay, Ze Ramalho y Kid Abelha. La jornada de clausura, en tanto, estará protagonizada por los californianos Red Hot Chili Peppers y el grupo australiano Silverchair.

 

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