Por Martín
Pérez
Malcriado, engreído y caprichoso. Así es Kuzco, el emperador
de la nueva película de Disney. Un emperador cuyos actos de gobierno
no serían calificados precisamente como locuras, sino como decisiones
de un soberano cruel y egoísta. Pero semejantes cualidades, lejos
de cosechar las quejas que generalmente provoca cada pequeño detalle
de un estreno del imperio Disney, esta vez bien pueden ser celebradas
como eficaz mecanismo humorístico de un film para nada grandilocuente
ni pretencioso, a diferencia de los últimos estrenos de la empresa
del desde hace tiempo tan frío Walt.
No es casualidad que, lejos de utilizar la palabra locuras,
de lo que habla el título original de esta divertida comedia animada
es del ritmo del emperador. Un ritmo divertido al menos
para el que lo baila que hay que preocuparse por no interrumpir,
tal como se entera un anciano que se cruza en el camino del emperador
en medio de uno de sus pasos de baile, y acto seguido es lanzado
por una de las ventanas del palacio. Claro que semejante falta de humanidad
tendrá su castigo: la soberbia del joven emperador le deparará
ser convertido en llama, como resultado de un torpe intento de asesinato
perpetrado por dos de sus colaboradores. Y una llama malcriada, engreída
y caprichosa ciertamente no tiene muchas posibilidades de supervivencia
en una selva que le es ajena.
Desde que a comienzos de los noventa volvió a creer en sí
mismo de la mano de megaéxitos como La Sirenita, La Bella y la
Bestia y especialmente El Rey León, el imperio Disney
domina un millonario mercado creado a su imagen y semejanza como es el
de los dibujos animados para niños. Sin embargo, en los últimos
años sus productos artísticos más admirables son
los que no fueron hechos en casa, como la saga de Toy Story, obra de los
estudios Pixar de John Lassiter. Es decir, lo más experimental
y menos tradicional de su repertorio. Para colmo, el gran encargado de
reconstruir el departamento animado de Disney Jerry Katzemberg
se terminó asociando con Spielberg y Geffen para formar Dreamworks
e intentar dar batalla en tierra animada.
Pero, tal como lo demostraron sonoros fracasos como El Rey de Egipto o
El Camino a Eldorado, lo único que pareció llevar Katzemberg
a Dreamworks en materia animada fue la ambición y la grandilocuencia
de los productos Disney. Y es precisamente a la sombra de aquellas grandes
ambiciones esta vez ajenas que asoma un film como Las locuras del emperador.
Si El Camino a Eldorado parecía una versión Disney
del imperio maya, Las locuras del emperador la versión de los dibujos
animados televisivos del mediodía de los incas del Perú,
escribió Stephen Holden en The New York Times, y el film de Dindal
sale más que bien parado de la acertada comparación. Divertida,
chispeante y tal vez la menos políticamente correcta de las últimas
películas del más tradicional dibujo Disney, Las locuras...
es un film menor, con mucho ritmo y que dura lo que tiene que durar. Su
poco menos de hora y media alcanza para contar la historia de Kuzco, el
emperador convertido en llama una llama que habla, pero que no llama
porque los incas no tenían ningún parentesco con Graham
Bell y perdido en la selva que emprende una larga marcha para regresar
a casa, recuperar la forma humana y volver a sentarse al trono.
Lo asiste en esta empresa el campesino al que, antes de devenir en llama,
Kuzco había mandado llamar para anunciarle que su casa sería
derrumbada para dejar lugar para su palacio de verano. Su experiencia
como llama, sin embargo, ayudará a que Kuzco crezca más
allá de sus caprichos. Y durante ese camino, el menos ambicioso
de los últimos dibujos animados de Disney ganará por su
veloz humor verbal y el apoyo de unos dibujos que sin pretender
espectacularidad alguna completan generosamente la propuesta de
un film muy liviano, y precisamente por eso tan estivalmente disfrutable.
EL
OBSERVADOR, UN CLIP LARGO CON KEANU REEVES
Un psycho killer poco convincente
Por Horacio Bernades
Después de Dominic Sena (Kalifornia, 60 segundos) y Michael Bay
(La roca, Armaggedon), otro realizador de videoclips se suma a Hollywood
para facturar películas de acción. Se trata esta vez de
Joe Charbanic, que con El observador incursiona en el policial con
asesino serial. Género en el que no dejará ninguna
marca, más allá de las habituales en estos cineastas cliperos:
cortes bruscos, congelados de imagen, virulentos énfasis musicales,
virajes de color e injustificadas recurrencias al formato video. Artificios
de la cosmética, con los que se pretende inyectar adrenalina sobre
un relato que carece por completo de ella.
James Spader vs. Keanu Reeves no prometía ser un duelo particularmente
vibrante, y no lo es. Casi tan metálico como en Crash, pero con
menos razones para ello, Spader es aquí Joel Campbell, el típico
ex agente del FBI que se retiró luego de que un serial killer
le asesinó a la esposa. Se mudó de Los Angeles a Chicago
y vive tomando toda clase de pastillas e inyectándose cada tanto
alguna dosis de morfina, cuestión de paliar tanto dolor. Nada de
eso le sirve, porque El observador es de esas películas en las
que los cazadores de asesinos viven sumidos en la melancolía. Producto,
seguramente, de la influencia de otro pionero en el paso del videoclip
al cine de género, el David Fincher de Pecados capitales. A falta
del inquietante Kevin Spacey, el psicópata del caso es Keanu Reeves,
cada día más inocuo.
Todo psycho que se precie debe tener alguna neurosis que lo distinga del
común de los mortales. No se esperen, aquí, desviaciones
mesiánicas ni perversiones machazas. Casi burocrático, lo
de Keanu pasa por un mero seguimiento obsesivo de las futuras víctimas,
sumado al cultivo de una piromanía no demasiado sistemática.
Obviamente, es él quien asesinó a la ex esposa de Campbell.
No contento con ello, lo siguió hasta la ventosa Chicago, para
seguir haciéndole la vida imposible. Como se ocupa de explicarle
con pelos y señales a Marisa Tomei (que hace de psicoanalista,
pero más que nada de víctima propiciatoria), él
y yo somos como el yin y el yang, ¿viste?. Triunfa el yin
y se incinera el yang, cuando el film ya hace rato que combate toda desviación
melancólica con persecuciones y explosiones. Cada tanto, se oye
algún tema puesto para entretener a la audiencia, aunque tenga
poco que ver con lo que ocurre. Es que lo que ocurre es lo que menos importa,
ya se sabe.
Mel
Gibson, de machista a muchacho comprensivo
�Lo que ellas quieren� es una comedia liviana pensada para
el exclusivo lucimiento de un galán, que puede �escuchar� los
pensamientos femeninos.
Mel
Gibson pasa casi todo el tiempo hablando, o imitando a Sinatra.
El nudo del film se plantea como un romance, pero termina derivando.
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Por M. P.
Un par de medias de mujer, un lápiz de labios y un set de depilado.
Y Mel Gibson haciendo malabares intentando probárselo todo. Eso
es, parece ser, lo que ellas quieren. John Lennon (junto con Yoko Ono,
claro) lo dijo alguna vez: la mujer es el negro del mundo, y por eso los
hombres pueden hacerlas pintarse para ellos y bailar y bailar. Era hora
que la tortilla se diera vuelta, y para eso es que el bueno de Gibson
aparece en pantalla: para pintarse para ellas y bailar y bailar... hasta
caer redondo en una bañera llena de agua y desbordante de toda
clase de productos femeninos. En la que, acto seguido, también
caerá un secador de pelo funcionando. ¿El gresultado? El
machote proto-Hugh Hefner interpretado por Mel será atacado por
toda clase de pensamientos femeninos... ajenos, claro. Y deberá
luchar para no volverse loco.
Tal como lo demuestra su foja de servicios, la directora Nancy Meyers
es una devota de la comedia más clásica. Su pluma ha estado
detrás de las saga de El padre de la novia, interpretada por Steve
Martin, y también perpetró alguna otra remake marca Disney.
Al comando de Lo que ellas quieren, Meyers trató de reconstruir
el espíritu de las viejas comedias de Hollywood hechas a medida
de estrellas a medida como Rock Hudson y Doris Day. Ese es el tono que
marca el comienzo de un film que muestra a Mel Gibson como Nick Marshall,
un prototipo ideal de esos hombres que jamás se han preocupado
en comprender a las mujeres. Sólo se las llevan a la cama. El machista
ideal, puede decirse. O, al decir de su ex mujer: Un hombre de verdad.
Marshall es un seductor nato, un líder entre sus iguales, un hombre
al que sólo le alcanza imaginar el escote más atrevido en
el mejor cuerpo de mujer para triunfar como creativo publicitario. Un
hombre, en suma, hecho a la medida del machismo reaganiano de los ochenta,
pero que ya no tiene cabida en un mundo en el que las chicas criadas durante
aquella década machista comienzan a tener cada vez más poder
adquisitivo. Así es como el imparable ascenso de Marshall dentro
del escalafón de la mega-agencia para la que trabaja encuentra
su límite. Y ese límite es la esforzada, sincera e independiente
Darcy Mc Guire, contratada para el puesto que Marshall ambicionaba y por
lo tanto encarnando al enemigo. Y con faldas, un blanco contra el que
Marshall no suele fallar.
Como suele suceder en la lógica de las comedias románticas,
cuanto más conoce el protagonista masculino a su antagonista femenino,
más se enamora de ella (o viceversa). Pero la lógica de
Lo que ellas quieren tiene otras preocupaciones. La primera es otorgarle
a Marshall el don de poder escuchar lo que las mujeres piensan. Algo que
en un primer momento se le ocurre terrible, pero que con el correr del
metraje comienza a disfrutar. Piénselo un poco: Freud murió
a los 38 y seguía preguntándose qué quieren las mujeres,
le explica una psiquiatra entusiasta (interpretada por Bette Midler).
Curiosa cruza entre Mirá quién habla y Tootsie, el curioso
don de Marshall lo va convirtiendo en el sueño de toda mujer: un
hombre que al escuchar sus verdades cambie para bien y aprenda a quererlas
tal como son.
Comedia que pierde de vista rápidamente su nudo romántico
para ya que hay un hombre comprensivo ponerlo a resolver toda
clase de historias paralelas que sólo dispersan toda posibilidad
de efectividad, el peor pecado de Lo que ellas ...es su principal atracción:
Mel Gibson. Aquel gracioso demente de Arma mortal muta aquí en
un personaje lleno de gestos e incapaz de dejar de hablar . Fanático
de Sinatra, lo mejor de Gibson en el film es cuando se calla y baila un
tema de La Voz. Lo peor: pretender heredar su encanto cuando, en realidad,
hace lo mismo que él sólo que mirando las cartas de su contrincante.
Frank sabía lo que ellas pensaban sin tener que escucharlas. En
las comedias más clásicas, el héroe aprendía
de sus errores durante el transcurso de su metraje, y era capaz de redimirse
al final. Lo que ellas... no es un film que busque una redención,
sino apenas satisfacer las fantasías más ramplonas de ese
público femenino que según le explican a Marshall
cuando no le dan el puesto al que aspiraba ahora tiene la billetera
llena. Y está dispuesto a vaciarla por ver a Mel Gibson en medias
de lycra.
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