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VERANO | 12
El hombre culto

Esperando al mesías: la fallida Dune, de David Lynch (1984), basada en la biblia hippie-futurista de Frank Herbert.

Por Rodrigo Fresán

Pensar en Gore Vidal como en uno de esos escritores que hacen todo lo suficientemente bien –y en ocasiones formidablemente bien– como para salirse siempre con la suya.
Nacido en 1925 Vidal se la pasa jugando al cara o ceca y ganando siempre porque los dos lados son suyos: por un lado ofrece el perfil del respetabilísimo personaje público, novelista histórico de prestige y opinador calificado sobre las taras y las virtudes de su país (no es casual que suela aparecer en películas representando en breves papeles a algún candidato a la presidencia o al decano de alguna universidad de luxe); por otro el de un despreocupado y aventurero sexual que conoció a todos los que valía conocer y se codea con todos los que hay que codearse. Truman Capote –con quien se batió en un duelo feroz durante varios años– declaró: “como no es un escritor en serio, puedo decir de él algo que casi nunca ocurre con los escritores serios: sus mejores libros son esas novelitas de ciencia-ficción”. Opiniones aparte, es cierto que el interés de Vidal por el género ha dado grandes momentos y, tal vez por eso, no deja de volver a él utilizándolo como vehículo satírico para mostrar lados oscuros de U.S.A. No hace mucho, publicó Live from Golgotha, un feroz divertimento sobre un equipo de la CNN que se traslada en el tiempo para cubrir la crucifixión en directo; y el año pasado, en The Smithsonian Institution, maniquíes de personajes históricos cobraban vida para cambiar la historia a conveniencia. Sin embargo el mejor Vidal aparece en dos novelas proféticas cuyo tema es el análisis de la mentalidad religiosa norteamericana y su inquietante propensión al contagio de sectas místicas y líderes supuestamente divinos. La primera de ellas, Mesías (1954) contaba la historia de un empresario de pompas fúnebres que crea una exitosa religión basada en la idea de que la muerte es mejor que la vida y ya pueden imaginarse cómo sigue. La segunda y mejor, Kalki (1978) -parodia sutil de la saga lisérgica Dune de Frank Herbert– tiene los años difusos de la presidencia Carter y el desencanto de Nixon como telón de fondo y narra la saga de Jimmy Kelly, un veterano de Vietnam que, convencido de ser la encarnación del dios de la destrucción hindú organiza en un movimiento compuesto por parias e iluminados del post-hippismo en Nepal y desde allí anuncia el fin del mundo y, por supuesto, el fin de los Estados Unidos. Y, como suele ocurrir con Vidal a la hora de reírse sin mover los labios pero usando el cerebro, la cosa termina mal. Muy mal. No, peor que eso. En las páginas que siguen, el principio del fin o el final del principio.
Súbita manifestación de Dios: Zardoz, de John Boorman (1973).

 


 

Kalki

Súbita manifestación de Dios: Zardoz, de John Boorman (1973).

Por Gore Vidal

3 de Ottinger, año 3 d.K.

Hace tres años que miré por última vez este informe. Kalki quiere que escriba un epílogo. No entiendo por qué.
Dos días después de la cena en Blair House, Lakshmi abortó. El feto -mujer, como estaba previsto– nació muerto, deforme.
Lakshmi cayó en una profunda depresión. Kalki estaba sombrío. Giles trató de serenar los ánimos. Nos aseguró que nada serio había ocurrido. Estaba persuadido de que el próximo hijo nacería en perfectas condiciones. Pero sin que Giles lo supiera, Geraldine hizo análisis de la sangre de Kalki y de Lakshmi.
Una mañana fría y lluviosa, Geraldine entró en el salón del Hay-Adams. Aún llevaba el guardapolvo del laboratorio. Cuando está nerviosa le aparece un tic en la mejilla izquierda. Esa mañana, el tic era evidente.
Lakshmi es Rh negativo –dijo–. Kalki, Rh positivo.
Yo sabía con exactitud qué significaba eso. Toda madre conoce las incompatibilidades sanguíneas que pueden existir entre hombre y mujer. Geraldine me lo explicó con lujo de detalles mientras la lluvia cegaba las ventanas y oscurecía el cuarto.
Antes de Kalki, el trece por ciento de las uniones entre norteamericanos se producía entre mujeres Rh negativo y hombres Rh positivo. Aunque el primer hijo resultante de una de esas uniones podía ser tan normal como el que había nacido en Katmandú, los nacimientos subsiguientes eran inexorablemente desastrosos... hasta el reciente descubrimiento de un suero llamado Rho GAMMA. Una mujer Rh negativo tratada con Rho GAMMA tendrá un parto normal. Si no es sometida a ese tratamiento, las consecuencias serán hidropesía congénita, la muerte del feto, la eritroblastosis fetal. Lakshmi no había sido tratada.
Geraldine habló con precisión, con furia, con culpabilidad, pues:
–He debido analizar antes la composición de la sangre de ambos...
–¿Por qué? –Traté de consolarla.– Después de todo, tú no eres el médico. Giles lo es.
–Sí. Giles es el médico.
Cuando comprendí qué pensaba, me uní a su angustia. Desde muy lejos oí mi propia voz diciendo lo que esperaba que fuera cierto:
–Sin duda no lo sabía.
–Lo sabía.
–¿Estás segura? ¿No es posible que haya cometido un error no premeditado? –Me lancé a hablar con la esperanza de que la verdad no fuera cierta y que el crimen pudiera expurgarse con palabras.
–Giles supo desde el principio que Kalki y Lakshmi eran incompatibles. De manera que... –Geraldine se detuvo.
–¿Por qué? –pregunté.
–¿Por qué? –repitió Geraldine.
Después telefoneó a Kalki.
Cuando Geraldine y yo entramos en la Oficina Oval, Giles ya estaba en ella. Lakshmi seguía en la cama. No quería hablar con nadie. Había que obligarla a alimentarse.
Kalki estaba sentado frente al escritorio del presidente. Por primera vez desde El Fin, llevaba la túnica azafrán. A través de las ventanas a espaldas de su sillón vi a las gallinas en el Jardín de Rosas invadido de maleza. Cacareaban satisfechas, mientras picoteaban su comida.
Giles se incorporó de un salto, el rostro animado de energía, inteligencia.
–¡Geraldine! ¡Teddy! –Intentó besar a Geraldine, que lo apartó.
Geraldine se sentó en el sillón frente al escritorio de Kalki. Abrió su bolso. Tomó unos cuantos papeles.
–Y bien –dijo–. El problema es que...
Giles la interrumpió. Su acceso de locura era total. –¡No existe el menor problema! He estudiado personalmente todos los análisis de grupo sanguíneo que se hicieron a Kalki y a Lakshmi...
–Cállese, Giles –Kalki habló sin énfasis.
Mientras Geraldine leía sus análisis, Giles se paseaba por el cuarto, esperando el momento de interrumpir, pero sin atreverse. Oí una vez más el término médico “eritroblastosis”. Pero a pesar de las palabras técnicas, el sentido era de una claridad total. Como la propuesta de Geraldine.
–Tú y Lakshmi podrán tener hijos si Lakshmi es rápidamente insensibilizada con una gamma globulina que contiene una alta dosis de anticuerpos anti-Rh. Eso anulará los factores antigénicos en la sangre y le permitirá tener hijos normales.
Kalki fue a lo concreto. Aún había tiempo.
–¿Dónde podemos encontrar esa gamma globulina?
–Supongo que en cualquier hospital y hasta en cualquier farmacia –dijo Giles–. Pero no estoy de acuerdo con los análisis de Geraldine. Después de todo, ese es mi campo.
–Hablaremos de eso después.
Encontramos el Rho GAMMA. Pero ha resultado ineficaz. Lakshmi ya está sensibilizada para siempre. Todo hijo que conciba de Kalki nacerá muerto o, técnicamente hablando, no nacerá.
Kalki dio la noticia a Lakshmi. No sé qué le dijo. Lakshmi nunca ha tocado el tema con Geraldine ni conmigo.
Durante una semana, Kalki y Lakshmi permanecieron recluidos. Telefoneé a Kalki una vez. Me ofrecí para hacer mis tareas habituales en el jardín. Kalki me respondió que prefería no ver a nadie. Geraldine pensaba que Lakshmi seguiría en un estado de profunda depresión. No era la única.
Ahora paso casi todo el tiempo en el vestíbulo de Hay-Adams, cuidando de Jack y Jill. El Hijo se ha convertido en una muchachita muy vivaz, de personalidad muy definida y encantadora. La llamo Eva. Sí, la connotación es obvia. Debo agregar que en los dos últimos años, Jack y Jill han tenido otros dos hijos. Un varón y una niña. Me gusta estar con ellos. Geraldine no participa de ese placer. Los trata con indiferencia y ellos son lo bastante sensibles como para responderle del mismo modo. Geraldine se pasa largas horas trabajando en su laboratorio. Puesto que nunca hablamos de su trabajo, no tengo la menor idea de lo que hace.
Ocho días después de la escena en la Oficina Oval, Kalki se apareció de repente en el vestíbulo de Hay-Adams. Eva saltó sobre sus hombros. Le tiró del pelo. Le tiene mucho cariño, aunque no siente apego por demasiada gente. Desde el principio odió a su madre y a Giles y, me temo, a Geraldine. Tolera a Jack. Nos adora a Kalki y a mí. Kalki es muy tierno con ella.
–Te hemos echado de menos –dije, esperando que Kalki se quitara los dedos de Eva del pelo.
–También nosotros hemos pensado en vosotras. Quiero que vayáis a cenar con nosotros esta noche.
Kalki apartó restos de manzanas del último sofá indemne. Le pedí disculpas por el desorden. Kalki se sentó. Estaba pálido, con la barba crecida.
–Giles supo desde el principio que éramos incompatibles. –Lo dijo como si eso hubiera sido una novedad.
–Lo supusimos. Pero ¿por qué no lo advirtió? ¿Y por qué no suministró a Lakshmi ese suero desde el principio?
–Porque no quería hacerlo. –Kalki fijó la mirada en el vacío. Después habló con gran precisión. –Ayer he ido a verlo a Blair House. Me lo dijo todo. Me dijo que siempre supo nuestro problema. Me dijo que esperaba que Lakshmi quedara sensibilizada por mí. Me dijo que nunca se hizo la vasectomía. Me dijo que amaba a Lakshmi. Me dijo que si la raza humana debía continuar, ella sólo podría tener un hijo con él.
Contemplé la situación con la claridad de un piloto cuyo avión está a punto de estrellarse. –Si eso ocurre, será él y no tú el padre de la nueva raza humana.
–Sí –dijo Kalki.
–¿Qué has hecho?
–Lo he matado.
He puesto este informe al día sólo para complacer a Kalki. No sé para qué lo quiere. Nadie podrá leerlo en el futuro.
Seguimos viéndonos. Una noche los cuatro cenamos en la Casa Blanca. La noche siguiente cenamos en el Hay-Adams. Kalki se ha dejado crecer la barba. Usamos ropa vieja. De cuando en cuando, hacemos el esfuerzo de vestirnos con elegancia. Pero esas cosas ya nos son indiferentes. Todo nos es indiferente. “La tarea constante de nuestra vida es preparar nuestra muerte”. Montaigne.
No hablamos mucho mientras cenamos. Lakshmi está casi totalmente recluida en sí misma después del aborto. Kalki permanece días enteros en silencio. De todos nosotros, Geraldine es la única que permanece fiel a su antiguo yo. Porque la impulsa un interés. Por sugerencia de Kalki, sigue sus experimentos. Con el ácido desoxirribonucleico, la manipulación celular, etcétera. Cree que a Kalki le gustaría que nos injertáramos, es decir, que nos reprodujéramos no mediante el esperma y el óvulo, sino por medio de una célula trasplantada a un cuerpo huésped.
–Por desgracia –dijo Geraldine sin reparos–, nos hace falta un útero que alimente la célula. Tú y yo estamos fuera de cuestión. Y Lakshmi está sensibilizada para siempre.
Nuestros días son fortuitos. No tengo la menor idea de lo que Lakshmi hace en la Casa Blanca. Sé que no ha salido de ella durante un año. De cuando en cuando, Geraldine la visita. Cada vez que pregunto a Geraldine cómo la encuentra, se limita a sacudir la cabeza.
Kalki pasa mucho tiempo pescando. También cuida del gallinero, el ganado, el huerto. Yo arranco la mala hierba. Es asombrosa la rapidez con que todo crece. Lafayette Park ya es una jungla y la hierba resquebraja el pavimento en la avenida Pensilvania. Los lobos siguen cerca de nosotros, pero los leones murieron durante el primer invierno o emigraron al sur. El silencio está más presente que nunca.
Pocas veces hablamos de los viejos tiempos. El año pasado dediqué varias semanas a retirar de nuestra parte de la ciudad automóviles chocados y camiones y ómnibus y restos. Gracias a lo cual ahora podemos sentarnos en Lafayette Park y mirar la Casa Blanca (que necesita pintura) sin ver un solo rastro del mundo que murió hace tres años.
Según Kalki, estamos en el período crepuscular que precede a cada nueva era de la creación. Nada sé de la nueva era. Pero soy testigo del crepúsculo. Todos nos esfumamos. Ante nosotros mismos, ante los demás. Puesto que rara vez hablamos de los viejos tiempos y no podemos hablar del futuro, ya que no hay niños a quienes enseñar, sólo nos queda el presente. Y el presente no ofrece demasiados temas. Nos sentamos ante la mesa de la cena, casi sin despegar los labios.
Esta mañana Kalki entró en la Sala de Sesiones cuando yo acababa de escribir las líneas anteriores. Me pidió que dejara el informe sobre la mesa.
–La nueva raza querrá saber cómo fue esto.
–¿Qué nueva raza?
Kalki se peinó la barba rubia y enmarañada con dedos sucios.
–Habrá otros –dijo–. Después del crepúsculo.
–¿Crees que existen otros sobrevivientes en el mundo?
Aunque a veces tomamos en cuenta esa posibilidad, los cuatro sabemos que, con excepción de nosotros, la especie humana ha desaparecido de la tierra y las ondas de radio han muerto para siempre.
–Quiero que escribas –dijo Kalki, señalando el informe –que desde el principio he sabido que ninguno de nosotros cinco podríamos reproducir.
–Hice lo posible para no demostrar sorpresa. O incredulidad.– Escribe que he probado a cada uno de los Cinco Maestros Perfectos. Y cada uno harespondido a mis expectativas, inclusive Giles. Te dije en Nepal que Giles era el enemigo necesario. Ahora escribe que he sabido desde el principio que era el avatar de Ravana, el rey demonio que codiciaba a la mujer de Rama, mi mujer. Pero con ayuda de las huestes de monos, lo he destruido una vez más, así como lo destruí cuando yo era Rama. Pero ha sido un enemigo formidable. Escribe que era alto como el pico de una montaña y que detuvo con sus brazos el curso del sol y la luna e impidió que surgieran. Impidió que surgieran.
Supongo que la última era una cita de Ramayana. Pero la poesía no me interesa. Hice la pregunta difícil.
–Si sabías qué se proponía Giles, ¿por qué no se lo impediste?
–”Todo conspira para que mi felicidad sea completa.” –Kalki citó la última frase de Ramayana.– Soy lo que soy. No hay discusión posible.
–Tampoco hay lógica. Hablé con audacia. No tengo nada que perder.
–La creación carece de lógica. Yo carezco de lógica. Porque no soy humano. –Kalki hablaba en voz baja. Sin mirarme. Parecía decir una plegaria. Quizá estuviera haciéndolo.– Pero eso no significa que no haya un diseño en mi universo. Cuando termine el crepúsculo, empezaré un nuevo ciclo.
–¿Cómo? Lakshmi no puede darte hijos. Y pensaste que podía. Te equivocaste.
–No. –Kalki habló con dureza.– Siempre he sabido que eso era imposible. Pero sentía impaciencia. Quería eliminar el período del crepúsculo. Quería ingresar directamente en la Edad de Oro. Quería iniciarla... ahora, con nuestros hijos. Pero los planes de Visnú no pueden alterarse.
–Eres Visnú.
–Soy su avatar. Pero llevo carne humana. Estoy limitado por todas las flaquezas humanas. Así como Giles trató de superarme, yo traté de superar mi propio designio. Giles fracasó. Yo he fracasado. Ahora estoy ligado a la única divinidad cuya presencia humana en la tierra he sido y soy y seré.
–¿Qué ocurrirá ahora?
–Completa tu informe hasta el día de hoy. Déjalo aquí. Sobre esta mesa. Les será útil. –Puesto que Kalki no consideró útil decirme a quiénes se refería, no se lo pregunté.
¿Quién es Kalki? Ya no lo sé. Antes de El Fin, pensaba que era un actor estupendo. Después de El Fin, pensé que podría ser alguna especie de dios o espíritu primal hecho carne. Desde la muerte del hijo de Lakshmi, ya no tengo ninguna idea sobre él. Ni el menor interés.
¿Qué más? Geraldine y yo tenemos buena salud. de cuando en cuando hablamos de hacer un viaje. Pero, como las damas de Chejov, sólo hablamos. Nunca salimos de casa. De todos modos, ahora no me atrevería a pilotear. Hace más de un año que no mantengo en condiciones ningún jet.
La mejor parte de mis largos días es cuando llevo a Jack, a Jill y a algunos de sus hijos a dar un paseo. Aunque les divierte mucho treparse a los árboles y comportarse como se supone que lo hacen los monos, siempre tienen ganas de volver al Hay-Adams.
Esta tarde los he llevado a todos a la orilla del Potomac, donde me senté en un tronco bajo un sauce llorón, con Eva en mi regazo. Miramos a los demás mientras se subían a los árboles, se perseguían jugando, charlaban sin cesar en su propia lengua. A veces entiendo qué “dicen”. Pienso aprender a hablar con las manos. Parece que es posible enseñar a los monos a comunicarse como solían hacerlo los sordomudos, con ademanes.
Esta tarde, sentada en el tronco junto al río, con Eva acurrucada en mi regazo, me sentí muy feliz. Las pequeñeces son ahora un gran placer. Registraré los encantos de esta tarde. El aire con aroma a abril. Los pájaros de un rojo brillante en pleno vuelo. Los peces plateados que durante un instante arquean los lomos sobre la superficie del río, centellante bajo el sol como las escamas de un pez de plata. Las aguasfrescas y claras del río que se deslizan en silencio frente a mí rumbo al mar. El Hijo.

Invierno, año 43 d.K.

Soy el último, así como he sido el primero. Lakshmi abandonó su cuerpo humano hace veintiún años. Desde la muerte de Teddy Ottinger, hace dieciséis años, Geraldine y yo hemos vivido felices juntos. También esto estaba previsto desde el principio.
Anoche, muy tarde, murió Geraldine. En la medida en que soy humano, me entristece que se haya ido. Pero no había motivo verdadero para que permaneciera un día más en su condición humana. Nuestra labor está completa. Ahora, me reuniré con todos ellos en el Vaikuntha.
Toda una raza de brahmanes está ahora en el umbral de una época muy santa. Sentado en esta casa fría y ruinosa, puedo oír los cánticos y las plegarias y el puro júbilo de los nuevos herederos de la tierra, mis aliados leales en la guerra con Ravana, los descendientes de Jack y Jill a quienes ahora lego la Edad de Oro. ¿No soy acaso el más alto entre los altos? ¿El señor de los cánticos, el señor de los sacrificios?
Soy hálito. Soy espíritu. Soy el señor supremo. Sólo yo existí antes que todas las cosas y existo y existiré. Nadie me trasciende. Soy eterno y no eterno, discernible e indiscernible. Soy Brahma y no soy Brahma. No tengo principio, medio ni fin. En el instante del fin, anulo las palabras.
Soy Siva.

Se reproduce aquí por gentileza de Ediciones Minotauro.

 

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