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El dictador del Congo murió, viva el dictador del Congo

Joseph Kabila, el hijo del asesinado presidente Laurent Kabila, asumió el mando provisional en Congo después de que las autoridades terminaran por admitir su muerte. Sus perspectivas son débiles.

En la cumbre francoafricana, la muerte de Kabila se convirtió
en un eje de las conversaciones.

Por James Astill, Andrew Meldrum y Chris McGreal
Desde Brazzaville y Harare

El gobierno de la República Democrática del Congo dio finalmente ayer por terminada la ficción de que Laurent Kabila estaba todavía vivo y confirmó que había sido muerto por un asesino el martes. El gobierno de Kinshasha informó oficialmente a otros estados africanos que Kabila había sido asesinado por uno de sus propios oficiales militares, pero no dio explicación acerca de por qué había mentido durante dos días sobre el destino del presidente. Los diplomáticos creen que las autoridades quisieron asegurarse de que el hijo del gobernante asesinado, Joseph Kabila, estuviera firmemente instalado como el nuevo líder del Congo antes de confirmar la muerte.
Los funcionarios continuaron negando su muerte aun cuando los gobiernos extranjeros dijeron que estaban seguros de ella y el ministro de Defensa de Zimbabwe, Moven Mahachi, anunció que el cuerpo estaba en una morgue de Harare. Mahachi dijo que el asesinado presidente murió en el vuelo a Zimbabwe, después de que los médicos no lograron salvarlo en Kinshasha. Se esperaba que Joseph Kabila, de 31 años, que es jefe de las fuerzas terrestres en la guerra contra los rebeldes apoyados por ruandeses y ugandeses, emitiera un mensaje anoche al pueblo congolés, que es el último en enterarse oficialmente de la desaparición de su presidente. El mensaje probablemente debía ser un pedido de apoyo. El nuevo líder goza de poco respaldo entre el pueblo congolés, al que en general no le gustaba su padre y desconfía de su hijo a raíz de su relativa juventud y de la forma en que asumió el poder. Tampoco es demasiado respetado entre los militares que comanda, como resultado de su falta de experiencia y de su notoria brutalidad. Pero Joseph Kabila presumiblemente sucedió a su padre con la bendición de Zimbabwe y Angola, los principales partidarios del Congo en la guerra.
Ayer los rebeldes le pidieron al nuevo presidente que aproveche la oportunidad presentada por la muerte de su padre para poner fin a la guerra civil. El principal grupo rebelde, la Unión Congolesa por la Democracia, se comprometió a no tomar ventaja militar por el asesinato de Laurent Kabila, pero dijo que seguiría peleando si el nuevo líder del país no comenzaba a implementar los acuerdos de paz de Lusaka, que su padre había bloqueado. “Es una pena ver al hijo de Kabila como jefe de Estado. No somos una monarquía”, dijo el vocero rebelde, Kin-Kiey Mulumba. “Pero esperamos que acepte el acuerdo de paz. De lo contrario, seguiremos defendiéndonos.” Frente a la oposición de alguno de sus aliados que están interesados en finalizar la guerra, Laurent Kabila había obstruido la implementación del tratado de paz de 1999, que establece que las tropas de paz de la ONU puedan monitorear un cese de fuego durante las conversaciones sobre cómo compartir el poder.
Se espera que el cuerpo de Laurent Kabila sea transportado por avión de regreso al Congo durante el fin de semana. Los funcionarios del gobierno dijeron que habrá un funeral de Estado en Kinshasha el martes. Pero aparentemente hay preparativos en marcha para el entierro de Kabila en su provincia natal de Katanga.

 


 

POR QUE FRACASO LAURENT KABILA
El hombre que el Che Guevara despreciaba

Por Chris McGreal*
Desde Ciudad de El Cabo

Pocos hubieran imaginado que el hombre que sucedió a Mobutu Sese Seko, dictador y atormentador del Zaire durante tres décadas, podría llegar a ser vilipendiado en la misma medida en sólo una fracción de ese período. Pero, en lo que es hoy la República Democrática del Congo, hay quienes dicen que con Laurent Kabila mantuvieron la corrupción y la opresión del régimen anterior y encima tuvieron una guerra.
Hasta hace cuatro años Kabila era conocido sobre todo por el desprecio que el Che Guevara expresó acerca de su calidad como combatiente cuando el revolucionario cubano descendió en el Congo en la década de 1960. Kabila había librado una desganada guerra civil contra Mobutu, pero gran parte de su tiempo lo pasó en la vecina Tanzania, donde complementó el botín de su “lucha”, regenteando un prostíbulo. La pequeña área del Congo bajo su control estaba sujeta a un gobierno brutal que incluía la quema de brujas. Su suerte cambió con el genocidio en Ruanda hace siete años. Los derrotados asesinos hutus, que mataron a unos 800.000 tutsis y hutus moderados en menos de tres meses, acamparon en el Zaire. Desde ahí, con la bendición de Mobutu, siguieron atacando Ruanda y asesinando a sus ciudadanos desde los campos de refugiados que la ONU y las agencias de ayuda occidentales apoyaban a pesar de la indiscutible evidencia de que se habían convertido en bases para una campaña de terror del otro lado de la frontera.
En octubre de 1996, Ruanda invadió Zaire para cerrar los campos y para obligar a los refugiados y los milicianos hutus interahamwes a regresar a sus países a punta de fusil. Pero el ejército de Ruanda, conducido por los tutsis, necesitaba una coartada. Optó por disfrazar la invasión como un levantamiento nativo en Zaire oriental, y Kabila fue sacado de la oscuridad para ponerse al frente de él. Desde el comienzo fue claro que Kabila no estaba dirigiendo la guerra. Pasaba gran parte de su tiempo descansando en una villa en Goma mientras las tropas ruandesas hacían retroceder el ejército de Mobutu a una velocidad asombrosa. Si el gobierno de Ruanda inicialmente describió a Kabila como un gran demócrata y soldado, los comandantes de su ejército lo despreciaban como un perezoso patán incompetente que se comía dos pollos para el desayuno. Ni Kabila ni los ruandeses pensaban que alguna vez sería presidente. El ejército ruandés originalmente limitó su planes a establecer una zona tapón en el Zaire para proteger sus fronteras de ataques de las milicias hutus. Pero la rápida desintegración del ejército de Mobutu –una tropa descompuesta que era más una herramienta de represión interna que una fuerza para defender el país–, amplió la perspectiva del ejército ruandés y de la creciente fuerza rebelde marchando hasta Kinshasha.
En mayo de 1997, justo siete meses después de la invasión, Mobutu huyó y Kabila tomó su lugar. Durante un momento fugaz pareció que el país había sido salvado del derramamiento de sangre que se había vaticinado que acompañaría la desaparición de Mobutu. Hasta entonces, las muertes de la guerra eran las de los milicianos y refugiados ruandeses.
Pero Kabila y los ruandeses entraron en conflicto cuando el nuevo gobernante pareció más preocupado en consolidar su poder en Kinshasha que en continuar la guerra contra el Interahamwe, los milicianos hutus. Kigali, la capital de Ruanda, decidió que así como lo había puesto en el poder, lo podía remover, y aún más fácilmente de lo que había sido derrocar a Mobutu. Pero si bien no había casi nadie en Africa dispuesto a defender a un viejo déspota como Mobutu, Kabila encontró aliados en Zimbabwe, Angola y Namibia, con un poco de ayuda de Libia. Cada uno tenía sus propios motivos. Angola quería negar el uso del territorio congolés a los rebeldes de Unita. Los líderes de Zimbabwe estaban obteniendo una jugosas ganancias de las concesiones mineras que había firmado un desesperado Kabila. Y en varias capitales africanas creció la convicción de que los ruandeses y ugandeses se habían vuelto demasiado arrogantes al creer que países pequeños podían elegir y remover al líder de un vecino más grande.
No había un ejército congoleño del cual hablar, pero lo que había de él estaba confrontado por más fuerzas rebeldes creadas por los ruandeses y los ugandeses para luchar junto a sus propios ejércitos. Esta vez no iba a ser una marcha fácil a Kinshasha. El conflicto degeneró en una guerra de desgaste mientras las tropas de Zimbabwe y de Angola mantenían a los enemigos de Kabila acorralados. El pueblo congoleño sufrió el derramamiento de sangre del que pensaba que había escapado cuando Mobutu huyó. Ninguno de los dos bandos puede seriamente reclamar el apoyo del pueblo. Los ejércitos rebeldes en el este son considerados como poco más que secuaces serviles de Ruanda y Uganda y no ha pasado inadvertido que sus filas incluyen a muchos de los ex partidarios de Mobutu.
Pero Kabila fracasó miserablemente en ganarse el corazón del pueblo. Careciendo de la confianza y el estilo de Mobutu, se retiró a un pequeño círculo rodeado de sus parientes e incondicionales. Su gobierno fue de tanta mano dura como el de su predecesor. Los opositores a menudo eran tratados con crueldad.
Al final no fue ni un presidente ni un líder rebelde. Cambió un grupo de amos extranjeros por otro y ambos se cansaron de él. Los ruandeses y los ugandeses se sintieron traicionados. Los angoleños, cansados de un hombre al que consideraban incompetente. Quizá sólo los líderes de Zimbabwe podían aguantarlo, pero porque se están haciendo ricos a costa de la miseria del Congo.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

 

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