Neil Young, el abuelo grunge, dio una lección de actitud, temperamento
y rock salvaje, al comando de la guitarra más rebelde que haya
sonado en Buenos Aires en años. Oasis, con su mezcla de profesionalidad,
distanciamiento y buen gusto, redondeó un show pleno de hits, deleitando
a una multitud que parecía esperarlo para rendirle tributo. La
tercera y última noche del Buenos Aires Hot Festival presentó
anoche a una leyenda viva del rock, al frente de sus míticos Crazy
Horses, y a una banda británica heredera del cancionismo de Los
Beatles. Unas 15 mil personas disfrutaron de dos propuestas que subrayan
la amplitud de eso que genéricamente se llama rock.
Los cabildeos de la organización con respecto al horario de las
actuaciones cambiaron sobre la marcha dos veces, produciendo un
despiste generalizado depararon que la mayoría del público
que tapizó el Campo Argentino de Polo llegase lo más temprano
posible. Centenares de veteranos comprobaron in situ que Oasis es bastante
más que una banda para menores de 30, miles de jóvenes descubrieron
así el valor del repertorio de Young, dueño de un carisma
a tono con su trayectoria.
Bastó con ver a esos dos hermanos de Manchester pisar el escenario
altaneramente, sacar mentón y tocar como si en ellos les fuese
la vida para caer en cuenta que hay mucho rocknroll en Oasis
sonando en vivo. El show pareció seguir los pasos de Familiar To
Millions, el doble en vivo que sintetiza la furia del grupo de Liam y
Noel Gallagher cuando toca ante multitud. La apertura instrumental con
Fuckin in the Bushes sonando por el sistema de sonido
y un comienzo enérgico, como para cumplir con la presentación
de Standing On the Shoulder of Giants, Go let it out y Who
feels love?, les sirvieron para calentar motores. Las cosas se pusieron
más ardientes cuando el grupo recurrió al repertorio de
sus primeros discos. Supersonic, Cigarettes & Alcohol,
la emblemática RocknRoll Star y el megahit
Live Forever impactaron fuerte en el sector más joven
del público.
La balada épico-melancólica Dont Look Back in
Anger, la emotiva Champagne Supernova y el hit Wonderwall,
correspondientes al disco más exitoso (Whats the story...),
se festejaron tanto como Acquiesce, un estribillo infalible
incluido en el compilado de lados B Masterplan. Las versiones abrasivas
del Hey Hey, My My de Neil Young y Dont Look Back
in Anger, cantado por Noel, que se emocionó con la multitud
coreando, redondearon un set brillante, pensado para impactar. Los desplantes
de Liam, su personaje escénico, que al tiempo irrita y seduce,
fueron, para muchos, el imán del show, al comando, sin embargo,
de su hermano Noel. Para muestra de Liam, basta un botón: cuando
en un momento del show el público coreó Oasis, te
llevo en el alma, y cada día te quiero más, su respuesta
fue: Bueno, bueno, estamos en un show de rockn roll, así
que vamos a pasar al siguiente tema de la lista. Cuando terminó
Oasis, con una encendida versión de Rockn Roll Star,
comenzó a lloviznar, por lo que algunos espectadores optaron por
retirarse. Faltaba casi una hora para Young.
Young dejó en claro, ante todo, el peso de su aporte al rock en
los últimos 35 años. La generación que lo descubrió
con el estallido grunge de los 90 de hecho, en su nota de
suicidio, Kurt Cobain usó una frase suya: Es mejor quemarse
antes que desvanecerse tomó sus modelos de camisas
leñadoras y su sonido asesino en la guitarra, pero podría
afirmarse que hay algo más hosco, visceral y perdido en su estética,
muy difícil de aprehender. Al comando de sus Crazy Horses (Frank
Sampedro en guitarra, Billy Talbot en bajo y Ralph Molina en batería),
con su voz gastada y su escena siempre al borde del desequilibrio, Young
protagonizó una cabalgata por el lado más oscuro, salvaje
e intranquilizante del rock. Si los Oasis que antes lo habían
homenajeadocon Hey, Hey, My, My espiaron su show es
porque, como Bob Dylan, como Paul McCartney,Young une el pasado remoto
del rock, con el presente. Su bamboleo de oso dubitativo en escena, esa
intranquilidad que transmite al público, que nunca sabe hacia dónde
partirá, es, en esencia, lo que el rock siempre quiso ser: una
guitarra enfurecida chocando contra los límites de la realidad,
denunciándola sin saber si tiene el coraje suficiente como para
cambiarla.
NOEL
GALLAGHER, EL ASTUTO BOCON DE SIEMPRE
Somos como los Stones, man
Por Roque Casciero
El diario sensacionalista inglés
The Sun publicó ayer una entrevista a Noel Gallagher en la que
admite que engañó a su ex esposa Meg Mathews con su actual
pareja, Sara McDonald. Tal vez por eso, antes del encuentro del guitarrista
y compositor de Oasis con la prensa argentina los organizadores del Hote
Festival dejaron bien en claro que sólo respondería preguntas
sobre el grupo, su música y la gira sudamericana. Eso
sí, cuando se lo inquirió sobre su relación con los
medios de su país, Noel uno de los bocones más grandes
de la historia del rock se despachó a gusto: Diría
que el cincuenta por ciento de lo que se escribe sobre nosotros es cierto
y el resto es inventado. Somos la banda más grande de Inglaterra,
así que generamos mucha publicidad. Hacemos lo que hacemos y se
escribe mucho sobre eso. La única forma de controlarlo sería
quedarnos en casa a ver la tele en lugar de salir. El problema es que
la televisión británica no es demasiado buena.
El mayor de los Gallagher, compositor de casi todos los temas de Oasis,
bajó de su habitación con cara de dormido, pero con buena
predisposición para el diálogo. Sólo él dio
la cara por la banda, lo que motivó una pregunta acerca de su relación
con el resto de los miembros, en especial con su hermano Liam (voz), con
el que sostiene una tormentosa relación, llena de altercados y
frases altisonantes. Todos ellos me aman, respondió
con una media sonrisa. Y después aclaró: Liam no hace
entrevistas porque nadie entiende una sola palabra de lo que dice, Alan
(McGee) no hace entrevistas porque es baterista, y Gem (Archer, bajista)
y Andy (Bell, guitarra) no llevan tanto tiempo en la banda como para hacer
entrevistas. Así que sólo quedo yo.
Ha habido muchos problemas en la banda. ¿Cuánto tiempo
seguirá adelante?
No sé a qué problemas se refiere. Es una costumbre
que en la prensa musical inglesa salga una vez por semana algo que Liam
dijo sobre mí o algo que supuestamente dije sobre él, que
voy a trabajar con otra gente o que Liam se rehúsa a tocar mis
canciones. No voy a molestarme en dignificar esos temas con una respuesta.
Si no nos llevamos bien, ¿qué mierda importa si estoy junto
a él tan lejos de casa? Es tan simple como eso. No sé si
la banda seguirá durante diez años. ¿Usted sabe qué
va a hacer dentro de diez años? Si sólo duramos un año,
hacemos otro disco y lo disfrutamos, bárbaro. Pero si no, tampoco
es tan importante, sólo se trata de una jodida banda. No es relevante.
¿Qué se le pasó por la cabeza cuando le dijeron
que iba a volver a tocar en la Argentina?
Siempre tengo buenos recuerdos de la Argentina porque la gente fue
muy amable y cálida con nosotros. Así que cuando nos dijeron
que volveríamos, dijimos: Fantástico. ¿Cuánto
van a pagarnos?. Y cuando nos dijeron la cifra, nos tomamos el avión
y vinimos.
Teniendo en cuenta la nueva dirección que tomó la
banda en Standing on the shoulder of giants, su último
disco de estudio, ¿qué se puede esperar del futuro de Oasis?
La última vez tratamos de encarar de otro modo la grabación
del álbum, con muchos teclados, baterías electrónicas
y mierda de ésa. Los resultados fueron buenos, pero nos tomó
tres meses grabar y otro tanto mezclar: eso es obsceno. Es probable que
volvamos a grabar en vivo en el estudio, tal como solíamos hacerlo
antes. Respecto de los estilos de música... Nosotros hacemos rocanrol
y eso se toca con guitarras. No somos unos jodidos punks experimentales
psicodélicos, no somos como los jodidos Chemical Brothers o como
Prodigy. Somos como los Stones, man, ¿entendés? Es sólo
rocanrol.
Hace poco, su hermano Liam se encerró con el guitarrista
de The Smiths, Johnny Marr, a trabajar en un estudio.
¿Ah, sí? ¿En serio? ¿Hicieron algo bueno?
Esa es la pregunta. ¿Qué puede salir de esa mezcla?
Liam escribió un puñado de canciones y como Alan y
yo estábamos ocupados, se metió a un estudio a grabarlas
con Gem y Andy. Yo toqué la batería en una de las canciones,
una tarde que no estaba ocupado. Algunas son buenas y otras no tanto,
pero le deseo buena suerte a Liam.
En el último disco hubo un tema de tu hermano. ¿Habrá
más en el próximo?
No (risas).
¿Por qué?
Porque soy yo quien escribe las jodidas canciones.
AXL
ROSE, DE NUEVO EN BUENOS AIRES
Forajido on holidays
El cantante Axl Rose, líder
de la banda Guns n Roses, llegó ayer a Buenos Aires para
disfrutar de unas cortas y sorprendentes vacaciones. Rose arribó
desde Brasil, con buena parte de su banda y se alojó en estricto
secreto en un hotel de Retiro. Tanto los organizadores del Buenos Aires
Hot Festival como su compañía discográfica tuvieron
ayer una jornada complicada por la presencia de la estrella, que pisa
por tercera vez la Argentina. Es que el rocker había dicho que
le gustaría ver el show de Neil Young, uno de sus ídolos.
Finalmente, a la hora del show no estaba en el Campo Argentino de Polo,
o asistía camuflado. En su primera visita, en 1992, al frente de
una banda que parecía en su apogeo, Axl fue calificado de forajido
por el ex presidente Carlos Menem, que además precisó que
si hubiese podido hubiera prohibido sus shows. En 1993, el
grupo tocó aquí por segunda vez, antes de que comenzara
su debacle.
En Río, donde la nueva formación de la banda tocó
para más de 200 mil personas, Axl disparó munición
gruesa contra todos sus ex compañeros importantes en el grupo,
sobre todo sobre el guitarrista Slash, a quien sindicó como el
culpable de la separación. Luego de esta visita a Buenos Aires,
Rose partiría hacia Chile, para continuar sus vacaciones. El show
en Rock In Rio fue el segundo del retorno de Guns n Roses: el primero
había transcurrido, el 31 de diciembre del 2000, en Las Vegas.
Este año se editaría (por fin, ya que se viene anunciando
desde hace cerca de tres años) el cuarto álbum de la banda,
Chinese Democracy.
EL
DIA DESPUES
La importancia de llamarse R.E.M.
Por Eduardo Fabregat
Todo puede resumirse en ese
momento en que el mundo, el mundo tal como lo conocíamos, se detuvo
en un instante de indecible belleza. Recién terminaba Find
the river que ya había tenido suficiente como para
erizar la piel y, sin prólogo alguno, Michael Stipe, Mike
Mills, Peter Buck y sus músicos de soporte le dieron salida al
mayor hit de su larga historia. Y entonces Dios aportó los efectos
especiales, y Losing my religion sonó bajo la lluvia
y se acabaron todas las palabras. Sólo cabía preguntarse
por qué hubo que esperar tanto para ver en Buenos Aires a una banda
como R.E.M.
Hay que decirlo: la gente no parecía excesivamente enfervorizada
para ver a la banda de Athens, que sólo abandonó el lugar
de culto con aquel megahit de Out of time en 1991. Pero el exquisito show
que el grupo ofreció en el Campo de Polo terminó desarmando
a fans y curiosos por igual. Y cuando Its the end of the world
as we know it (and I feel fine) hizo detener a la lluvia con su
contagioso estribillo, y el escenario volvió a encenderse como
un árbol de Navidad, un público hipersensibilizado sólo
atinó a rendirse ante la evidencia de una de las mejores ofertas
artísticas vistas en esta ciudad. Mojada y feliz, la gente encaraba
la salida con esa gratificante sensación de haber obtenido un nivel
de satisfacción inesperado.
¿Y cuáles fueron los elementos que hizo jugar R.E.M., una
banda tan estadounidense y a la vez tan de ningún lugar, para producir
ese efecto? En principio, lo fundamental: buenas canciones. El grupo no
es sólo Losing my religion, sino también The
one I love (una página épica del Document de 1987),
y el módico hit Stand, y sobre todo los títulos
que se fueron sucediendo en el tramo final, como Walk unafraid,
Man on the moon y la bellísima Everybody hurts
(las dos últimas de Automatic for the people), que coincidió
con el momento de mayor descarga desde el cielo y propició una
improvisada versión de Have you ever seen the rain?.
Y Pop song 89. Y dos adelantos de Reveal (el disco que se
editará en junio), la intensa She just wants to be
y el corte de difusión The lifting, que permiten confiar
en el futuro inmediato.
Pero además R.E.M. tiene la piel de escenario bien curtida (lo
que se traduce en un show homogéneo y bien calibrado), y un frontman
que llena el escenario. Michael Stipe (foto) jugó con los gestos,
movimientos e inflexiones como si estuviera en el living de la casa de
cada uno de los asistentes, y bromeó con los que miraban el show
desde los balcones (Eh, ustedes, en el edificio: ¿no se desnudarían
para nosotros?), y pateó al público con un diario,
diría Chilavert, una pelota de fútbol, tuvo un brote
Iggy Pop final con una desmadejada versión de I wanna be
your dog, y cantó que de eso se trata como los
dioses. Sereno cuando era necesario, desatado en esa Pop song
en la que preguntó y se preguntó ¿Deberíamos
hablar del tiempo? ¿Deberíamos hablar del gobierno?
y en la taquicardia de Its the end..., Stipe manejó
los tiempos a su antojo y consiguió llevar las cosas al punto en
que, cuando el agua se hizo evidente, el público no se movió
un milímetro y lo disfrutó como parte del show.
En un estadio cerrado, lo de R.E.M. podría haber sido incluso demasiado
intenso. Seguramente la noche del miércoles debe haber sido bien
diferente para quienes siguieron todo desde el fondo y los que se mantuvieron
bajo la influencia cercana de las torres de sonido. Pero algo es seguro:
lejos o cerca, la carga emotiva que bajó desde el escenario dejó
una marca en toda alma lo suficientemente sensible como para rendirse,
abrirle los brazos a la lluvia y repetirse que sí, bien puede ser
el final del mundo tal como se conocía. Y todos se sentían
bien.
EL
DIA DESPUES
La importancia de llamarse Beck
Por Esteban Pintos
Es cierto. El sonido iba y
venía el viento y la amplitud del ámbito jugaron en
contra, no hubo una escenografía impactante como la de R.E.M.,
no estuvo el fenomenal Dj Swamp y su número de Humo sobre
el agua a puro codo y scratching. Es cierto, el protagonista transmite
una cierta distancia, aun en sus momentos de fervor. Pero el primer show
de Beck en la Argentina resultó una clase de actitud, algo así
como la confirmación de su entidad de artista total (cantante,
instrumentista, bailarín, maestro de ceremonias). Beck, cuya repercusión
masiva está relacionada con la imagen, por sus videos, por ese
aire de hombre cool por naturaleza, demostró actuando en vivo por
qué razones está considerado una de las más grandes
figuras del rock estadounidense de la última década. Fueron
75 minutos de una clase sobre música popular americana (americana
de USA, debe entenderse). Pop, soul, folk, funk y rock sónico modelo
90, ejecutados con una buena dosis de virtuosismo y el necesario
riesgo. Aun desde la perfección del descuido, una forma anárquicamente
organizada de hacer rock tal vez la herencia útil que dejó
la Nación alternativa de la década pasada, la performance
del numeroso grupo fue siempre entretenida y desafiante.
Beck es varios Beck, en realidad. Es el chico blanco que quiere bailar
como un negro o que arenga en dificultoso español, repitiendo odelay!,
aunque en verdad debería decir orale! (es lo que ha escuchado de
niño de sus vecinos mexicanos). Puede ser también un cantante
de matices, saltando de la exultante energía funk al reposo introspectivo
de una canción de guitarra y armónica. Es un pícaro
payasín jugando al cantante de lengua filosa en la insinuación
sexual. Es George Clinton, Bob Dylan, Prince y Ray Davies, especie de
rockola humana capaz de procesar cada una de las influencias de maestros
de esa talla para, de todo ese licuado, sacar una música a la que
la palabra collage le sienta perfecto. Tres momentos de su actuación
en Palermo, en la noche del miércoles, valen como pequeños
retratos de su multiplicidad de caracteres. Nicotine & Gravy,
luego derivado en una breve cita de Lets Dance (de David
Bowie, otro blanco artista total jugando a ser negro cuando canta), preparó
el terreno para que el rubio tomara parte de cantante soul con elevada
temperatura pélvica. La balada que sirve para la interpretación,
llamada Debra, tiene además del ritmo lascivo, una
graciosa letra que parodia los clisés del género. El quiere
levantarse a la tal Debra... pero también a la hermana. Y elige
su auto como arma de seducción. Había que verlo al escuálido
californiano retorcerse sobre el escenario, jugando con su falsete, contando
la absurda historia.
Un rato después, el mismo (¿o era otro?) pudo calzarse la
guitarra acústica y entonar gravemente, como la melodía
lo exige, una sombría canción folk de culpa y redención.
En ese momento, no había otro ruido interfiriendo el aire de la
noche tormentosa. Ni los truenos, ni los teléfonos celulares de
la concurrencia, ni los otros escenarios y carpas. Beck entonaba aquello
de Nobodys Fault But my Own y las 30 mil personas escuchaban
como hipnotizadas. El muñequito bailarín había dejado
paso al songwriter maduro. Pero un rato después emergió
el diablo sónico que también guarda dentro y todo fue descontrol,
distorsión, velocidad. Beercan, el anti-hit de su debut
multinacional Mellow Gold (o sea, el lado oscuro de Loser),
derivó en un curioso juego rompan todo lo más
gracioso es que poco había para romper en el cual los histriónicos
Justin-Meldal Johnsen y Roger Manning Jr. se lucieron desde el absurdo
de sus movimientos al son del acople final. Beck, todos los músicos
posibles dentro de un artista total, ya estaba en camarines. Era suficiente.
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