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UN BUEN FINAL DEL BUENOS AIRES
HOT FESTIVAL, ANOCHE EN EL CAMPOARGENTINO DE POLO
Neil Young y Oasis, en la velada inolvidable

Unas 15 mil personas asistieron a la
tercera y última velada del Festival, que había comenzado el martes con una fiesta electrónica y continuado el miércoles con los shows de R.E.M. y Beck. Oasis protagonizó una cabalgata de hits, Young ofrendó un show conmovedor.

Oasis brindó una actuación llena de hits, que dejó más que conformes a los más jóvenes.

Neil Young, el abuelo grunge, dio una lección de actitud, temperamento y rock salvaje, al comando de la guitarra más rebelde que haya sonado en Buenos Aires en años. Oasis, con su mezcla de profesionalidad, distanciamiento y buen gusto, redondeó un show pleno de hits, deleitando a una multitud que parecía esperarlo para rendirle tributo. La tercera y última noche del Buenos Aires Hot Festival presentó anoche a una leyenda viva del rock, al frente de sus míticos Crazy Horses, y a una banda británica heredera del cancionismo de Los Beatles. Unas 15 mil personas disfrutaron de dos propuestas que subrayan la amplitud de eso que genéricamente se llama rock.
Los cabildeos de la organización con respecto al horario de las actuaciones –cambiaron sobre la marcha dos veces, produciendo un despiste generalizado– depararon que la mayoría del público que tapizó el Campo Argentino de Polo llegase lo más temprano posible. Centenares de veteranos comprobaron in situ que Oasis es bastante más que una banda para menores de 30, miles de jóvenes descubrieron así el valor del repertorio de Young, dueño de un carisma a tono con su trayectoria.
Bastó con ver a esos dos hermanos de Manchester pisar el escenario altaneramente, sacar mentón y tocar como si en ellos les fuese la vida para caer en cuenta que hay mucho rock’n’roll en Oasis sonando en vivo. El show pareció seguir los pasos de Familiar To Millions, el doble en vivo que sintetiza la furia del grupo de Liam y Noel Gallagher cuando toca ante multitud. La apertura instrumental con “Fuckin’ in the Bushes” sonando por el sistema de sonido y un comienzo enérgico, como para cumplir con la presentación de Standing On the Shoulder of Giants, “Go let it out” y “Who feels love?”, les sirvieron para calentar motores. Las cosas se pusieron más ardientes cuando el grupo recurrió al repertorio de sus primeros discos. “Supersonic”, “Cigarettes & Alcohol”, la emblemática “Rock’n’Roll Star” y el megahit “Live Forever” impactaron fuerte en el sector más joven del público.
La balada épico-melancólica “Don’t Look Back in Anger”, la emotiva “Champagne Supernova” y el hit “Wonderwall”, correspondientes al disco más exitoso (What’s the story...), se festejaron tanto como “Acquiesce”, un estribillo infalible incluido en el compilado de lados B Masterplan. Las versiones abrasivas del “Hey Hey, My My” de Neil Young y “Don’t Look Back in Anger”, cantado por Noel, que se emocionó con la multitud coreando, redondearon un set brillante, pensado para impactar. Los desplantes de Liam, su personaje escénico, que al tiempo irrita y seduce, fueron, para muchos, el imán del show, al comando, sin embargo, de su hermano Noel. Para muestra de Liam, basta un botón: cuando en un momento del show el público coreó “Oasis, te llevo en el alma, y cada día te quiero más”, su respuesta fue: “Bueno, bueno, estamos en un show de rock’n roll, así que vamos a pasar al siguiente tema de la lista”. Cuando terminó Oasis, con una encendida versión de “Rock’n Roll Star”, comenzó a lloviznar, por lo que algunos espectadores optaron por retirarse. Faltaba casi una hora para Young.
Young dejó en claro, ante todo, el peso de su aporte al rock en los últimos 35 años. La generación que lo descubrió con el estallido grunge de los ‘90 –de hecho, en su nota de suicidio, Kurt Cobain usó una frase suya: “Es mejor quemarse antes que desvanecerse”– tomó sus modelos de camisas leñadoras y su sonido asesino en la guitarra, pero podría afirmarse que hay algo más hosco, visceral y perdido en su estética, muy difícil de aprehender. Al comando de sus Crazy Horses (Frank Sampedro en guitarra, Billy Talbot en bajo y Ralph Molina en batería), con su voz gastada y su escena siempre al borde del desequilibrio, Young protagonizó una cabalgata por el lado más oscuro, salvaje e intranquilizante del rock. Si los Oasis –que antes lo habían homenajeadocon “Hey, Hey, My, My”– espiaron su show es porque, como Bob Dylan, como Paul McCartney,Young une el pasado remoto del rock, con el presente. Su bamboleo de oso dubitativo en escena, esa intranquilidad que transmite al público, que nunca sabe hacia dónde partirá, es, en esencia, lo que el rock siempre quiso ser: una guitarra enfurecida chocando contra los límites de la realidad, denunciándola sin saber si tiene el coraje suficiente como para cambiarla.

 


 

NOEL GALLAGHER, EL ASTUTO BOCON DE SIEMPRE
“Somos como los Stones, man”

Por Roque Casciero

El diario sensacionalista inglés The Sun publicó ayer una entrevista a Noel Gallagher en la que admite que engañó a su ex esposa Meg Mathews con su actual pareja, Sara McDonald. Tal vez por eso, antes del encuentro del guitarrista y compositor de Oasis con la prensa argentina los organizadores del Hote Festival dejaron bien en claro que sólo respondería preguntas “sobre el grupo, su música y la gira sudamericana”. Eso sí, cuando se lo inquirió sobre su relación con los medios de su país, Noel –uno de los bocones más grandes de la historia del rock– se despachó a gusto: “Diría que el cincuenta por ciento de lo que se escribe sobre nosotros es cierto y el resto es inventado. Somos la banda más grande de Inglaterra, así que generamos mucha publicidad. Hacemos lo que hacemos y se escribe mucho sobre eso. La única forma de controlarlo sería quedarnos en casa a ver la tele en lugar de salir. El problema es que la televisión británica no es demasiado buena”.
El mayor de los Gallagher, compositor de casi todos los temas de Oasis, bajó de su habitación con cara de dormido, pero con buena predisposición para el diálogo. Sólo él dio la cara por la banda, lo que motivó una pregunta acerca de su relación con el resto de los miembros, en especial con su hermano Liam (voz), con el que sostiene una tormentosa relación, llena de altercados y frases altisonantes. “Todos ellos me aman”, respondió con una media sonrisa. Y después aclaró: “Liam no hace entrevistas porque nadie entiende una sola palabra de lo que dice, Alan (McGee) no hace entrevistas porque es baterista, y Gem (Archer, bajista) y Andy (Bell, guitarra) no llevan tanto tiempo en la banda como para hacer entrevistas. Así que sólo quedo yo”.
–Ha habido muchos problemas en la banda. ¿Cuánto tiempo seguirá adelante?
–No sé a qué problemas se refiere. Es una costumbre que en la prensa musical inglesa salga una vez por semana algo que Liam dijo sobre mí o algo que supuestamente dije sobre él, que voy a trabajar con otra gente o que Liam se rehúsa a tocar mis canciones. No voy a molestarme en dignificar esos temas con una respuesta. Si no nos llevamos bien, ¿qué mierda importa si estoy junto a él tan lejos de casa? Es tan simple como eso. No sé si la banda seguirá durante diez años. ¿Usted sabe qué va a hacer dentro de diez años? Si sólo duramos un año, hacemos otro disco y lo disfrutamos, bárbaro. Pero si no, tampoco es tan importante, sólo se trata de una jodida banda. No es relevante.
–¿Qué se le pasó por la cabeza cuando le dijeron que iba a volver a tocar en la Argentina?
–Siempre tengo buenos recuerdos de la Argentina porque la gente fue muy amable y cálida con nosotros. Así que cuando nos dijeron que volveríamos, dijimos: “Fantástico. ¿Cuánto van a pagarnos?”. Y cuando nos dijeron la cifra, nos tomamos el avión y vinimos.
–Teniendo en cuenta la nueva dirección que tomó la banda en “Standing on the shoulder of giants”, su último disco de estudio, ¿qué se puede esperar del futuro de Oasis?
–La última vez tratamos de encarar de otro modo la grabación del álbum, con muchos teclados, baterías electrónicas y mierda de ésa. Los resultados fueron buenos, pero nos tomó tres meses grabar y otro tanto mezclar: eso es obsceno. Es probable que volvamos a grabar en vivo en el estudio, tal como solíamos hacerlo antes. Respecto de los estilos de música... Nosotros hacemos rocanrol y eso se toca con guitarras. No somos unos jodidos punks experimentales psicodélicos, no somos como los jodidos Chemical Brothers o como Prodigy. Somos como los Stones, man, ¿entendés? Es sólo rocanrol.
–Hace poco, su hermano Liam se encerró con el guitarrista de The Smiths, Johnny Marr, a trabajar en un estudio.
–¿Ah, sí? ¿En serio? ¿Hicieron algo bueno?
–Esa es la pregunta. ¿Qué puede salir de esa mezcla?
–Liam escribió un puñado de canciones y como Alan y yo estábamos ocupados, se metió a un estudio a grabarlas con Gem y Andy. Yo toqué la batería en una de las canciones, una tarde que no estaba ocupado. Algunas son buenas y otras no tanto, pero le deseo buena suerte a Liam.
–En el último disco hubo un tema de tu hermano. ¿Habrá más en el próximo?
–No (risas).
–¿Por qué?
–Porque soy yo quien escribe las jodidas canciones.

 


 

AXL ROSE, DE NUEVO EN BUENOS AIRES
Forajido on holidays

El cantante Axl Rose, líder de la banda Guns n’ Roses, llegó ayer a Buenos Aires para disfrutar de unas cortas y sorprendentes vacaciones. Rose arribó desde Brasil, con buena parte de su banda y se alojó en estricto secreto en un hotel de Retiro. Tanto los organizadores del Buenos Aires Hot Festival como su compañía discográfica tuvieron ayer una jornada complicada por la presencia de la estrella, que pisa por tercera vez la Argentina. Es que el rocker había dicho que le gustaría ver el show de Neil Young, uno de sus ídolos. Finalmente, a la hora del show no estaba en el Campo Argentino de Polo, o asistía camuflado. En su primera visita, en 1992, al frente de una banda que parecía en su apogeo, Axl fue calificado de “forajido” por el ex presidente Carlos Menem, que además precisó que si hubiese podido “hubiera prohibido” sus shows. En 1993, el grupo tocó aquí por segunda vez, antes de que comenzara su debacle.
En Río, donde la nueva formación de la banda tocó para más de 200 mil personas, Axl disparó munición gruesa contra todos sus ex compañeros importantes en el grupo, sobre todo sobre el guitarrista Slash, a quien sindicó como el culpable de la separación. Luego de esta visita a Buenos Aires, Rose partiría hacia Chile, para continuar sus vacaciones. El show en Rock In Rio fue el segundo del retorno de Guns n’ Roses: el primero había transcurrido, el 31 de diciembre del 2000, en Las Vegas. Este año se editaría (por fin, ya que se viene anunciando desde hace cerca de tres años) el cuarto álbum de la banda, Chinese Democracy.

 


 

EL DIA DESPUES
La importancia de llamarse R.E.M.

Por Eduardo Fabregat

Todo puede resumirse en ese momento en que el mundo, el mundo tal como lo conocíamos, se detuvo en un instante de indecible belleza. Recién terminaba “Find the river” –que ya había tenido suficiente como para erizar la piel– y, sin prólogo alguno, Michael Stipe, Mike Mills, Peter Buck y sus músicos de soporte le dieron salida al mayor hit de su larga historia. Y entonces Dios aportó los efectos especiales, y “Losing my religion” sonó bajo la lluvia y se acabaron todas las palabras. Sólo cabía preguntarse por qué hubo que esperar tanto para ver en Buenos Aires a una banda como R.E.M.
Hay que decirlo: la gente no parecía excesivamente enfervorizada para ver a la banda de Athens, que sólo abandonó el lugar de culto con aquel megahit de Out of time en 1991. Pero el exquisito show que el grupo ofreció en el Campo de Polo terminó desarmando a fans y curiosos por igual. Y cuando “It’s the end of the world as we know it (and I feel fine)” hizo detener a la lluvia con su contagioso estribillo, y el escenario volvió a encenderse como un árbol de Navidad, un público hipersensibilizado sólo atinó a rendirse ante la evidencia de una de las mejores ofertas artísticas vistas en esta ciudad. Mojada y feliz, la gente encaraba la salida con esa gratificante sensación de haber obtenido un nivel de satisfacción inesperado.
¿Y cuáles fueron los elementos que hizo jugar R.E.M., una banda tan estadounidense y a la vez tan de ningún lugar, para producir ese efecto? En principio, lo fundamental: buenas canciones. El grupo no es sólo “Losing my religion”, sino también “The one I love” (una página épica del Document de 1987), y el módico hit “Stand”, y sobre todo los títulos que se fueron sucediendo en el tramo final, como “Walk unafraid”, “Man on the moon” y la bellísima “Everybody hurts” (las dos últimas de Automatic for the people), que coincidió con el momento de mayor descarga desde el cielo y propició una improvisada versión de “Have you ever seen the rain?”. Y “Pop song 89”. Y dos adelantos de Reveal (el disco que se editará en junio), la intensa “She just wants to be” y el corte de difusión “The lifting”, que permiten confiar en el futuro inmediato.
Pero además R.E.M. tiene la piel de escenario bien curtida (lo que se traduce en un show homogéneo y bien calibrado), y un frontman que llena el escenario. Michael Stipe (foto) jugó con los gestos, movimientos e inflexiones como si estuviera en el living de la casa de cada uno de los asistentes, y bromeó con los que miraban el show desde los balcones (“Eh, ustedes, en el edificio: ¿no se desnudarían para nosotros?”), y pateó al público –con un diario, diría Chilavert–, una pelota de fútbol, tuvo un brote Iggy Pop final con una desmadejada versión de “I wanna be your dog”, y cantó –que de eso se trata– como los dioses. Sereno cuando era necesario, desatado en esa “Pop song” en la que preguntó y se preguntó “¿Deberíamos hablar del tiempo? ¿Deberíamos hablar del gobierno?” y en la taquicardia de “It’s the end...”, Stipe manejó los tiempos a su antojo y consiguió llevar las cosas al punto en que, cuando el agua se hizo evidente, el público no se movió un milímetro y lo disfrutó como parte del show.
En un estadio cerrado, lo de R.E.M. podría haber sido incluso demasiado intenso. Seguramente la noche del miércoles debe haber sido bien diferente para quienes siguieron todo desde el fondo y los que se mantuvieron bajo la influencia cercana de las torres de sonido. Pero algo es seguro: lejos o cerca, la carga emotiva que bajó desde el escenario dejó una marca en toda alma lo suficientemente sensible como para rendirse, abrirle los brazos a la lluvia y repetirse que sí, bien puede ser el final del mundo tal como se conocía. Y todos se sentían bien.

 


 

EL DIA DESPUES
La importancia de llamarse Beck

Por Esteban Pintos

Es cierto. El sonido iba y venía –el viento y la amplitud del ámbito jugaron en contra–, no hubo una escenografía impactante como la de R.E.M., no estuvo el fenomenal Dj Swamp y su número de “Humo sobre el agua” a puro codo y scratching. Es cierto, el protagonista transmite una cierta distancia, aun en sus momentos de fervor. Pero el primer show de Beck en la Argentina resultó una clase de actitud, algo así como la confirmación de su entidad de artista total (cantante, instrumentista, bailarín, maestro de ceremonias). Beck, cuya repercusión masiva está relacionada con la imagen, por sus videos, por ese aire de hombre cool por naturaleza, demostró actuando en vivo por qué razones está considerado una de las más grandes figuras del rock estadounidense de la última década. Fueron 75 minutos de una clase sobre música popular americana (americana de USA, debe entenderse). Pop, soul, folk, funk y rock sónico modelo ‘90, ejecutados con una buena dosis de virtuosismo y el necesario riesgo. Aun desde la perfección del descuido, una forma anárquicamente organizada de hacer rock –tal vez la herencia útil que dejó la Nación alternativa de la década pasada–, la performance del numeroso grupo fue siempre entretenida y desafiante.
Beck es varios Beck, en realidad. Es el chico blanco que quiere bailar como un negro o que arenga en dificultoso español, repitiendo odelay!, aunque en verdad debería decir orale! (es lo que ha escuchado de niño de sus vecinos mexicanos). Puede ser también un cantante de matices, saltando de la exultante energía funk al reposo introspectivo de una canción de guitarra y armónica. Es un pícaro payasín jugando al cantante de lengua filosa en la insinuación sexual. Es George Clinton, Bob Dylan, Prince y Ray Davies, especie de rockola humana capaz de procesar cada una de las influencias de maestros de esa talla para, de todo ese licuado, sacar una música a la que la palabra collage le sienta perfecto. Tres momentos de su actuación en Palermo, en la noche del miércoles, valen como pequeños retratos de su multiplicidad de caracteres. “Nicotine & Gravy”, luego derivado en una breve cita de “Let’s Dance” (de David Bowie, otro blanco artista total jugando a ser negro cuando canta), preparó el terreno para que el rubio tomara parte de cantante soul con elevada temperatura pélvica. La balada que sirve para la interpretación, llamada “Debra”, tiene además del ritmo lascivo, una graciosa letra que parodia los clisés del género. El quiere levantarse a la tal Debra... pero también a la hermana. Y elige su auto como arma de seducción. Había que verlo al escuálido californiano retorcerse sobre el escenario, jugando con su falsete, contando la absurda historia.
Un rato después, el mismo (¿o era otro?) pudo calzarse la guitarra acústica y entonar gravemente, como la melodía lo exige, una sombría canción folk de culpa y redención. En ese momento, no había otro ruido interfiriendo el aire de la noche tormentosa. Ni los truenos, ni los teléfonos celulares de la concurrencia, ni los otros escenarios y carpas. Beck entonaba aquello de “Nobody’s Fault But my Own” y las 30 mil personas escuchaban como hipnotizadas. El muñequito bailarín había dejado paso al songwriter maduro. Pero un rato después emergió el diablo sónico que también guarda dentro y todo fue descontrol, distorsión, velocidad. “Beercan”, el anti-hit de su debut multinacional Mellow Gold (o sea, el lado oscuro de “Loser”), derivó en un curioso juego “rompan todo” –lo más gracioso es que poco había para romper– en el cual los histriónicos Justin-Meldal Johnsen y Roger Manning Jr. se lucieron desde el absurdo de sus movimientos al son del acople final. Beck, todos los músicos posibles dentro de un artista total, ya estaba en camarines. Era suficiente.

 

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