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el Kiosco de Página/12

La Argentina en Nuremberg
Por Osvaldo Bayer Desde Bonn

La televisión alemana dio en cinco detallados capítulos los crímenes nazis y los juicios a los asesinos de uniforme. Justo al día siguiente, los diarios alemanes informaban que se iniciaba el juicio de Nuremberg contra los militares argentinos autores de la desaparición de 79 ciudadanos alemanes en la dictadura de Videla. Sentí que la vergüenza me llegaba a la médula de los huesos y la indignación me impedía el habla: los argentinos no somos capaces, no tenemos el coraje civil de juzgar a nuestros infames verdugos y lo tienen que hacer tribunales de otros países.
Estos días he tenido que aguantar la afrenta de que la prensa alemana me preguntara: ¿Y por qué los jueces argentinos no juzgan los crímenes cometidos por argentinos en el territorio argentino durante la dictadura militar? Si les corresponde a ellos, ¿por qué no lo hacen? La respuesta casi en voz baja, con inmensa vergüenza fue: porque políticos argentinos aprobaron leyes que les dieron piedra libre a secuestradores, verdugos, torturadores, ladrones, desaparecedores, asesinos con uniformes. Aprobaron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, contra todas las reglas internacionales de derechos humanos, contra todo principio de ética humana, contra la República misma. Fue el gobierno de Alfonsín y sus ministros y legisladores, muchos de los cuales forman hoy el gobierno actual de mi país, entre ellos el presidente De la Rúa, y el ministro del Interior, Federico Storani.
Pero, claro, para mis interrogadores esto no bastaba: ¿Y el pueblo qué hizo? ¿Qué hicieron los organismos de derechos humanos, qué hicieron los intelectuales, qué hicieron los estudiantes, qué hicieron los representantes del Poder Judicial, qué hicieron los sindicatos, los obreros en general, qué hizo la Iglesia?
Respondí con un poco de cobardía: no sé... no sé... Pero por mi memoria pasaron las decenas de actos que hicimos en protesta, las cartas que escribimos, los mensajes al exterior, los artículos escritos, las marchas sin fin.
Los intelectuales que protestamos contra esa falta de coraje civil de los gobernantes radicales, contra esa afrenta al rostro de la República, fuimos calificados de “apocalípticos” por los intelectuales modosos del poder. La jauría de asesinos ganó de nuevo la calle y hasta volvieron a ocupar puestos políticos ante la vergüenza de la democracia.
Hoy Nuremberg juzga a los militares argentinos asesinos del campo de concentración de El Vesubio y al comandante en jefe del primer cuerpo de Ejército, el personaje oprobioso por excelencia: Carlos Suárez Mason.
Nuremberg, ¡qué símbolo!. Donde fueron condenados los lugartenientes de Hitler. La historia junta las células de lo impensado para hacer justicia. Con ironía, pero con todo el peso de lo ético. Los diputados y senadores radicales que levantaron el brazo para perdonar eternamente a los desaparecedores no podrán creer la paradoja: ahora los juzgan en Nuremberg, el símbolo más concreto de la justicia por los derechos humanos.
Cuando le pregunté hace poco al ministro Storani por qué había votado las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, me respondió mirando al horizonte: “Por la estabilidad de la República”. Bien, cuando uno conoce los hechos no puede presentarse un argumento más cómicamente nefasto para explicar una cobardía tan grande: la estabilidad de la República la había “puesto en peligro” un golpista de poca jerarquía, pintado de betún su rostro de bagre con anzuelo a quien todos conocemos y algunos lo votan: Rico, responsable de la muerte de un soldado. Dio el golpe en su cuartel y algunos –los de siempre– aplaudieron y otros corrieron para pedir condiciones. Obediencia Debida y Punto Final. Si el presidente hubiese claudicado ante un grupo de filósofos, o de maestros, todavía, pero no, entregó bandera blanca ante un jetón pintado, un gritón de reclutas asustados. Y ahora tenemos que aguantar la vergüenza de Nuremberg: de que no fuimos capaces de hacer justicia en nuestras propias tierras, donde le ofrecemos refugio a cuanto asesino perseguido de justicia nos golpee las puertas y lo escondemos detrás de la puerta, como a Olivera, a Astiz, a Massera, a Suárez Mason. No, no lo vamos a entregar, decimos ahora con voz de bravos. Y Brinzoni sonríe. No, a nuestros asesinos desaparecedores los cuidamos porque son auténticamente nuestros, como el ombú.
El diario Frankfurter Rundschau titula hoy: “Argentina-Alemania: Tortura y asesinato”. Y trae el hermoso rostro de Elisabeth Käsemann asesinada por orden de Suárez Mason, y torturada por el cobarde oficial teniente coronel Durán Sáenz. Los jueces de Nuremberg han enviado dos cuestionarios al ministro de Justicia Jorge de la Rúa, quien a pesar del tiempo transcurrido todavía no ha contestado. También se cree que el gobierno de la Alianza rechazará el pedido de los jueces alemanes de captura y entrega de los oficiales culpables. Para todo se utiliza el blanqueo de “obediencia debida” y “punto final” y los decretos del indulto del peronismo menemista.
Con esto, el gobierno aliancista cree seguir ganando prestigio ante el general Brinzoni. General que avanza ya por los pasillos presidenciales. Proteger a los criminales de la guerra sucia es ganar prestigio ante los uniformes. Tal vez no haya manera más antidemocrática y antirrepublicana. Nunca está de más gozar del apoyo de las bayonetas.
Nuremberg, el tribunal contra los asesinos del racismo y de las cámaras de gas. Nuremberg, el tribunal contra los desaparecedores argentinos de uniforme. La historia tiene lógicas irrebatibles, impensables, una mano que no deja los crímenes impunes a través del tiempo. Nuremberg, un símbolo que merecen nuestros militares del Proceso; la clasificación justa; la justicia de mano larga que busca hasta en el último rincón a los criminales del terror. Nuremberg tiene desde ya su huella argentina. Esa sociedad argentina –con sus gobernantes– pasa a quedar al desnudo.
Obediencia Debida y Punto Final fue la más alta traición contra la justicia, la equidad. Los rostros de las víctimas miran a sus autores. Todas las facultades y colegios del país que tienen en sus patios o entradas los nombres de sus estudiantes y profesores desaparecidos deberían tener, justo al lado, los nombres de todos los legisladores que votaron Obediencia Debida y Punto Final y nos entregaron este país, hoy refugio de desaparecedores.
Nuremberg, como símbolo, nos mira. Sepamos execrar el crimen, lavémonos las manchas de sangre que nos salpicaron a todos los argentinos cuando el Congreso dictó esas dos leyes nefastas, cobardes, serviles y nosotros aceptamos de rodillas.

 

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