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PANORAMA POLITICO
Por J.M. Pasquini Durán

AUTORIDAD

Es una mujer de buena presencia, madre de dos hijos, docente de profesión, víctima de violencia doméstica en un matrimonio desgraciado. Roto ese vínculo, la furia del marido desbordó cualquier razón y fue entonces cuando ella acudió a quienes tienen la obligación de proteger y servir. Como suele ocurrir, con diversos pretextos en cada comisaría la derivaban a otra para no tomarle la denuncia hasta que, por fin, pudo asentarla en una fiscalía. Con aparente diligencia administrativa, esa dependencia le informó tiempo después que la causa sería archivada por falta de pruebas suficientes. Demasiado tarde, porque la tragedia había sido más expeditiva: el hombre degolló a los dos niños que engendró el extraviado amor y luego se entregó. Ahí anda la madre, aullando por dentro sin consuelo posible, acompañada por gente común de buen corazón, para que al menos el tremendo recuerdo no sea archivado también en algún depósito burocrático de expedientes inútiles. Hasta hoy, nadie se enteró de que los ministerios de Interior y de Justicia o los jefes policiales hayan dispuesto castigos para los indolentes y los indiferentes. Dado que el caso tuvo difusión periodística, a lo mejor las autoridades le hincan el diente, como sucedió con algunas de las adjudicaciones privadas de registros de automotores otorgadas en las últimas horas de la administración menemista. Lo que parece indiferencia tal vez no se deba a insensibilidad, quizá les faltan recursos o tiempo a los administradores del gobierno, pero las muchas razones de la sin razón resultante no construyen autoridad.
Más vale tarde que nunca, suelen decir los que casi nunca llegan a tiempo. El refrán bien podría aplicarse a la reciente y saludable decisión de la Cancillería nacional que enviará delegaciones diplomáticas y empresariales a recorrer centros de consumo de Europa y Estados Unidos para ofrecer las carnes de las vacas criollas, tan cuerdas y naturales, en sustitución de las reses, tan locas y artificiales, criadas por la ganadería de esos primeros mundos. Lástima que los productores de este extremo austral de Occidente, y la ciudadanía en general, sigan sin saber qué hicieron los agregados comerciales, los embajadores y los otros rangos de la diplomacia criolla durante todos los meses pasados desde que la locura vacuna recorre Europa como un fantasma letal. ¿En cuántos legajos constan las reprimendas para los que no llegaron nunca ni tarde, cuántos fueron desacomodados de sus confortables poltronas? ¿Qué coraza protege a esos empleados públicos para que no sean tan prescindibles, por motivos de eficiente ejecución presupuestaria, como lo son esos otros, privados de todo, que viven de famélicos Estados provinciales porque no les queda más que esa única chance? Si el rigor de la autoridad no se aplica a la defensa del interés nacional, ningún otro rigor es justificable.
En Formosa, por ejemplo, ¿qué trabajador estatal podría ser prescindible mientras los legisladores provinciales rebanan cada mes desproporcionadas tajadas del caudal público, con la misma impunidad que tenían los filibusteros de las Coronas? Es una paradoja patética que los sueldos de los congresistas se llamen “dietas”. No quedan datos, estadísticas ni cuadros comparativos que resistan o expliquen semejante bochorno, mientras la prometida reforma política, que incluye el financiamiento de los partidos, sigue durmiendo el pachorriento sueño de los injustos. El ministro Federico Storani dice que quiere acabar con esa siesta y convocó a los políticos provinciales a un plenario para fines de febrero próximo. Esos procesos llevan su tiempo y es claro que en un Estado de derecho nada debería hacerse manu militari. Mientras tanto, ninguna restricción institucional impide que los partidos de gobierno, y los que quieran sumarse de la oposición, instruyan a sus afiliados en las legislaturas para que renuncien por propia voluntad a los premios de esa indebida lotería de cargos ni que los glotones sin remedio reciban sancionesdiversas de sus propios conmilitones, aunque sean de índole moral siempre que sean públicas. La autoridad sin ética es mafia, y sólo puede sobrevivir mediante códigos y procedimientos mafiosos.
No basta con estrenar gobierno para que acaben los procedimientos mafiosos de la vieja política. Tampoco se puede empapar de optimismo a la sociedad con recursos publicitarios sino con acciones concretas, en las que la mayoría de la población sea beneficiada y a la vez coprotagonista de la acción reparadora. Al contrario de lo que opinan los asesores de la propaganda oficial, la autoridad presidencial no es un producto que se pueda vender, como si fuera una mercadería o una moda.Bill Clinton pudo sobrevivir dos períodos completos con su popularidad casi íntegra, a pesar de los virulentos ataques de la oposición y de una publicidad negativa de muchos meses, porque su gestión coincidió con una etapa de prosperidad económica de Estados Unidos que alimentaba las ilusiones aun entre los más pobres. Si la política acepta quedar subordinada a la economía, será juzgada sin vueltas por los resultados económicos que obtenga.
De nada vale construir una realidad virtual para refugiarse en ella, dejando afuera a la mayor parte de la sociedad. Cuando sucede de ese modo, el forzado optimismo puede entenderse como burla de la irrealidad: así le pasó al ministro José Luis Machinea con su exhortación a gastar más, como si buena parte de los argentinos sufriera privaciones por simple tacañería. Otro relevante botón de muestra de esas construcciones virtuales fue la exposición que rescataron las crónicas del ministro de Defensa, el economista Ricardo López Murphy, durante el plenario de ejecutivos de gobierno que sesionó jueves y viernes en la residencia de Olivos. No hizo una sola referencia a la principal contradicción que separa a las Fuerzas Armadas de la opinión pública predominante: la ausencia de castigo verdadero a los violadores uniformados de los derechos humanos, algunos de los cuales siguen siendo nominados en las listas de promoción que ese ministro envía al Senado, y la necesidad de verdad completa y auténtica sobre lo que ocurrió en los años de plomo. No es un asunto que pueda canjearse por la reducción de los gastos militares en el presupuesto general para ganar la comprensión popular.
A lo mejor el discurso de López Murphy caerá bien en algunos círculos de empresarios que lo apreciaban como consultor privado, y por eso el Presidente lo colocó primero en el orden de oradores, pero en las próximas elecciones son muchos más que los asociados de FIEL los ciudadanos que votan. Después de la primera derrota del menemismo en 1997, después de una década de victorias sucesivas, Daniel Paz y Rudy, que alumbran la primera plana de este diario con su formidable intuición inteligente de la realidad, imaginaron el siguiente diálogo entre un cronista y el ministro Corach, Carlos Vladimir:
–Cronista: Dr. Corach, ¿para usted qué fue lo más destacado del año que terminó?
–Corach: Bueno... Hubo crecimiento económico, resonantes casos judiciales, afianzamiento de las instituciones democráticas, un notorio recambio político...
–Cronista: ¿Y si tuviera que resumirlo en una palabra?
–Corach: Perdimos.
En la inauguración del cónclave en Olivos, De la Rúa aseguró que “los problemas electoralistas quedan a un lado”. Aparte de cierto tufillo demagógico, suena increíble. En buena hora que decida ocuparse de los problemas de la gente porque ese es su mandato, pero ¿qué político, del gobierno o la oposición, de derecha o izquierda, podría dejar de lado un turno electoral, sobre todo, y este es el caso, cuando se trata del primer test inapelable de la opinión popular sobre la gestión cumplida? La relación entre las tareas de gobierno y las elecciones es siempre interactiva: a más bienestar general, mejor recaudación en las urnas, y amás apoyo popular mejores oportunidades para vencer a los que defienden privilegios exclusivos de minorías. Para reconciliar a la democracia con la justicia social hace falta más que la solitaria y virtual autoridad presidencial o la hiperactividad mediática de sus portaestandartes. Ni Shakira podría sostenerse en el negocio del espectáculo si no contara con el beneplácito del consumo masivo.
Sin embargo, De la Rúa insiste en quedarse a solas con su pequeño círculo de confianza. No hubo menciones de importancia al valor de la Alianza como instrumento de cambio en la congregación de funcionarios ni tampoco el Presidente convocó antes a los jefes de los partidos que la integran, comenzando por Raúl Alfonsín y Chacho Alvarez, para acordar puntos de vista sobre el relanzamiento del optimismo oficial. El lugar destacado, incluso como vocero del plenario ante la prensa, que otorgó a López Murphy, notorio crítico de la Alianza desde antes de su formación hasta el día de hoy, es otra señal de las opciones del Presidente para este segundo año de gobierno. Carlos Ruckauf, prematuro candidato a la sucesión en 2003, hará todo lo posible para alentar a De la Rúa a que sustituya la Alianza por acuerdos bilaterales del viejo bipartidismo, puesto que mientras disminuya la popularidad del gobierno aumentan sus propias oportunidades ya que podría convertirse en el recipiente de la disconformidad popular, sin que sea decisiva la mediocre calidad de su gestión en el distrito bonaerense. Es la escuela de Perón: “No es que seamos buenos, sino que los demás son peores”.
¿Qué le importa más al ciudadano: el temor al futuro con De la Rúa o el regreso del menemismo sin Menem? El que tenga la respuesta, que dé un paso al frente. Es tan improbable acertar con la respuesta que nadie se retira de la mesa de juego, ni siquiera los que anticipan su posible repliegue. Hasta el ex jefe de Ruckauf y Duhalde cree que los votantes en el año 2003 habrán olvidado la década del 90, conmovidos por la vigencia de este septuagenario que exhibe su juvenil romance transandino como la alternativa inocua para permanecer en la atención de los medios masivos sin necesidad de recordar a cada rato las zonas sombrías de su decenio. De la Rúa tiene razón cuando descarta en público la preocupación electoral: a la mayoría de los ciudadanos les preocupa ante todo la calidad de la vida, desde la alimentación primaria y el trabajo hasta los deseos de progresar, aunque sea a costa del destierro.
Esa mayoría quisiera creer en la renovada promesa presidencial: “Se inicia una etapa de crecimiento en la que hay que evitar la regresividad distributiva, es decir cambiar esta brecha entre los que más tienen y los que menos tienen”. Sería bueno y merecido reemplazar el desasosiego y la decepción por la ilusión y el optimismo. Tan bueno como pensar que George W. Bush, que asume hoy la presidencia de Estados Unidos, hará que el mundo sea mejor y más justo. Total, soñar no cuesta nada.


 

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