AUTORIDAD
Es una mujer de buena presencia, madre de dos hijos, docente de
profesión, víctima de violencia doméstica en
un matrimonio desgraciado. Roto ese vínculo, la furia del
marido desbordó cualquier razón y fue entonces cuando
ella acudió a quienes tienen la obligación de proteger
y servir. Como suele ocurrir, con diversos pretextos en cada comisaría
la derivaban a otra para no tomarle la denuncia hasta que, por fin,
pudo asentarla en una fiscalía. Con aparente diligencia administrativa,
esa dependencia le informó tiempo después que la causa
sería archivada por falta de pruebas suficientes. Demasiado
tarde, porque la tragedia había sido más expeditiva:
el hombre degolló a los dos niños que engendró
el extraviado amor y luego se entregó. Ahí anda la
madre, aullando por dentro sin consuelo posible, acompañada
por gente común de buen corazón, para que al menos
el tremendo recuerdo no sea archivado también en algún
depósito burocrático de expedientes inútiles.
Hasta hoy, nadie se enteró de que los ministerios de Interior
y de Justicia o los jefes policiales hayan dispuesto castigos para
los indolentes y los indiferentes. Dado que el caso tuvo difusión
periodística, a lo mejor las autoridades le hincan el diente,
como sucedió con algunas de las adjudicaciones privadas de
registros de automotores otorgadas en las últimas horas de
la administración menemista. Lo que parece indiferencia tal
vez no se deba a insensibilidad, quizá les faltan recursos
o tiempo a los administradores del gobierno, pero las muchas razones
de la sin razón resultante no construyen autoridad.
Más vale tarde que nunca, suelen decir los que casi nunca
llegan a tiempo. El refrán bien podría aplicarse a
la reciente y saludable decisión de la Cancillería
nacional que enviará delegaciones diplomáticas y empresariales
a recorrer centros de consumo de Europa y Estados Unidos para ofrecer
las carnes de las vacas criollas, tan cuerdas y naturales, en sustitución
de las reses, tan locas y artificiales, criadas por la ganadería
de esos primeros mundos. Lástima que los productores de este
extremo austral de Occidente, y la ciudadanía en general,
sigan sin saber qué hicieron los agregados comerciales, los
embajadores y los otros rangos de la diplomacia criolla durante
todos los meses pasados desde que la locura vacuna recorre Europa
como un fantasma letal. ¿En cuántos legajos constan
las reprimendas para los que no llegaron nunca ni tarde, cuántos
fueron desacomodados de sus confortables poltronas? ¿Qué
coraza protege a esos empleados públicos para que no sean
tan prescindibles, por motivos de eficiente ejecución presupuestaria,
como lo son esos otros, privados de todo, que viven de famélicos
Estados provinciales porque no les queda más que esa única
chance? Si el rigor de la autoridad no se aplica a la defensa del
interés nacional, ningún otro rigor es justificable.
En Formosa, por ejemplo, ¿qué trabajador estatal podría
ser prescindible mientras los legisladores provinciales rebanan
cada mes desproporcionadas tajadas del caudal público, con
la misma impunidad que tenían los filibusteros de las Coronas?
Es una paradoja patética que los sueldos de los congresistas
se llamen dietas. No quedan datos, estadísticas
ni cuadros comparativos que resistan o expliquen semejante bochorno,
mientras la prometida reforma política, que incluye el financiamiento
de los partidos, sigue durmiendo el pachorriento sueño de
los injustos. El ministro Federico Storani dice que quiere acabar
con esa siesta y convocó a los políticos provinciales
a un plenario para fines de febrero próximo. Esos procesos
llevan su tiempo y es claro que en un Estado de derecho nada debería
hacerse manu militari. Mientras tanto, ninguna restricción
institucional impide que los partidos de gobierno, y los que quieran
sumarse de la oposición, instruyan a sus afiliados en las
legislaturas para que renuncien por propia voluntad a los premios
de esa indebida lotería de cargos ni que los glotones sin
remedio reciban sancionesdiversas de sus propios conmilitones, aunque
sean de índole moral siempre que sean públicas. La
autoridad sin ética es mafia, y sólo puede sobrevivir
mediante códigos y procedimientos mafiosos.
No basta con estrenar gobierno para que acaben los procedimientos
mafiosos de la vieja política. Tampoco se puede empapar de
optimismo a la sociedad con recursos publicitarios sino con acciones
concretas, en las que la mayoría de la población sea
beneficiada y a la vez coprotagonista de la acción reparadora.
Al contrario de lo que opinan los asesores de la propaganda oficial,
la autoridad presidencial no es un producto que se pueda vender,
como si fuera una mercadería o una moda.Bill Clinton pudo
sobrevivir dos períodos completos con su popularidad casi
íntegra, a pesar de los virulentos ataques de la oposición
y de una publicidad negativa de muchos meses, porque su gestión
coincidió con una etapa de prosperidad económica de
Estados Unidos que alimentaba las ilusiones aun entre los más
pobres. Si la política acepta quedar subordinada a la economía,
será juzgada sin vueltas por los resultados económicos
que obtenga.
De nada vale construir una realidad virtual para refugiarse en ella,
dejando afuera a la mayor parte de la sociedad. Cuando sucede de
ese modo, el forzado optimismo puede entenderse como burla de la
irrealidad: así le pasó al ministro José Luis
Machinea con su exhortación a gastar más, como si
buena parte de los argentinos sufriera privaciones por simple tacañería.
Otro relevante botón de muestra de esas construcciones virtuales
fue la exposición que rescataron las crónicas del
ministro de Defensa, el economista Ricardo López Murphy,
durante el plenario de ejecutivos de gobierno que sesionó
jueves y viernes en la residencia de Olivos. No hizo una sola referencia
a la principal contradicción que separa a las Fuerzas Armadas
de la opinión pública predominante: la ausencia de
castigo verdadero a los violadores uniformados de los derechos humanos,
algunos de los cuales siguen siendo nominados en las listas de promoción
que ese ministro envía al Senado, y la necesidad de verdad
completa y auténtica sobre lo que ocurrió en los años
de plomo. No es un asunto que pueda canjearse por la reducción
de los gastos militares en el presupuesto general para ganar la
comprensión popular.
A lo mejor el discurso de López Murphy caerá bien
en algunos círculos de empresarios que lo apreciaban como
consultor privado, y por eso el Presidente lo colocó primero
en el orden de oradores, pero en las próximas elecciones
son muchos más que los asociados de FIEL los ciudadanos que
votan. Después de la primera derrota del menemismo en 1997,
después de una década de victorias sucesivas, Daniel
Paz y Rudy, que alumbran la primera plana de este diario con su
formidable intuición inteligente de la realidad, imaginaron
el siguiente diálogo entre un cronista y el ministro Corach,
Carlos Vladimir:
Cronista: Dr. Corach, ¿para usted qué fue lo
más destacado del año que terminó?
Corach: Bueno... Hubo crecimiento económico, resonantes
casos judiciales, afianzamiento de las instituciones democráticas,
un notorio recambio político...
Cronista: ¿Y si tuviera que resumirlo en una palabra?
Corach: Perdimos.
En la inauguración del cónclave en Olivos, De la Rúa
aseguró que los problemas electoralistas quedan a un
lado. Aparte de cierto tufillo demagógico, suena increíble.
En buena hora que decida ocuparse de los problemas de la gente porque
ese es su mandato, pero ¿qué político, del
gobierno o la oposición, de derecha o izquierda, podría
dejar de lado un turno electoral, sobre todo, y este es el caso,
cuando se trata del primer test inapelable de la opinión
popular sobre la gestión cumplida? La relación entre
las tareas de gobierno y las elecciones es siempre interactiva:
a más bienestar general, mejor recaudación en las
urnas, y amás apoyo popular mejores oportunidades para vencer
a los que defienden privilegios exclusivos de minorías. Para
reconciliar a la democracia con la justicia social hace falta más
que la solitaria y virtual autoridad presidencial o la hiperactividad
mediática de sus portaestandartes. Ni Shakira podría
sostenerse en el negocio del espectáculo si no contara con
el beneplácito del consumo masivo.
Sin embargo, De la Rúa insiste en quedarse a solas con su
pequeño círculo de confianza. No hubo menciones de
importancia al valor de la Alianza como instrumento de cambio en
la congregación de funcionarios ni tampoco el Presidente
convocó antes a los jefes de los partidos que la integran,
comenzando por Raúl Alfonsín y Chacho Alvarez, para
acordar puntos de vista sobre el relanzamiento del optimismo oficial.
El lugar destacado, incluso como vocero del plenario ante la prensa,
que otorgó a López Murphy, notorio crítico
de la Alianza desde antes de su formación hasta el día
de hoy, es otra señal de las opciones del Presidente para
este segundo año de gobierno. Carlos Ruckauf, prematuro candidato
a la sucesión en 2003, hará todo lo posible para alentar
a De la Rúa a que sustituya la Alianza por acuerdos bilaterales
del viejo bipartidismo, puesto que mientras disminuya la popularidad
del gobierno aumentan sus propias oportunidades ya que podría
convertirse en el recipiente de la disconformidad popular, sin que
sea decisiva la mediocre calidad de su gestión en el distrito
bonaerense. Es la escuela de Perón: No es que seamos
buenos, sino que los demás son peores.
¿Qué le importa más al ciudadano: el temor
al futuro con De la Rúa o el regreso del menemismo sin Menem?
El que tenga la respuesta, que dé un paso al frente. Es tan
improbable acertar con la respuesta que nadie se retira de la mesa
de juego, ni siquiera los que anticipan su posible repliegue. Hasta
el ex jefe de Ruckauf y Duhalde cree que los votantes en el año
2003 habrán olvidado la década del 90, conmovidos
por la vigencia de este septuagenario que exhibe su juvenil romance
transandino como la alternativa inocua para permanecer en la atención
de los medios masivos sin necesidad de recordar a cada rato las
zonas sombrías de su decenio. De la Rúa tiene razón
cuando descarta en público la preocupación electoral:
a la mayoría de los ciudadanos les preocupa ante todo la
calidad de la vida, desde la alimentación primaria y el trabajo
hasta los deseos de progresar, aunque sea a costa del destierro.
Esa mayoría quisiera creer en la renovada promesa presidencial:
Se inicia una etapa de crecimiento en la que hay que evitar
la regresividad distributiva, es decir cambiar esta brecha entre
los que más tienen y los que menos tienen. Sería
bueno y merecido reemplazar el desasosiego y la decepción
por la ilusión y el optimismo. Tan bueno como pensar que
George W. Bush, que asume hoy la presidencia de Estados Unidos,
hará que el mundo sea mejor y más justo. Total, soñar
no cuesta nada.
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