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A LOS 79 AÑOS, MURIO AYER EL POPULAR ACTOR Y COMEDIANTE DARIO VITTORI
“Para la historia seré un tano laburador”

Durante un cuarto de siglo hizo un programa de televisión presentando obras cómicas o grotescas, llenas de un humor que hoy resulta de otro siglo. Murió ayer, después de haber permanecido internado desde noviembre.

Vittori tenía una gesticulación muy especial, muy al modo italiano.

El ya legendario actor de teatro y televisión Dario Vittori falleció ayer en un sanatorio de esta Capital donde había permanecido internado, en grave estado, desde noviembre del año pasado. Vittori, que el 28 de noviembre sufrió un derrame cerebral, pasó la mayor parte de la internación inconsciente, en un proceso de deterioro físico que para los médicos resultó inexorable, luego de los primeros día de tratamiento, que incluyeron una operación de la que no se repuso. El actor, que tenía 79 años, era el último exponente de una raza de cómicos formados básicamente en las obras picarescas, y aun grotescas, al que la televisión metió en miles de hogares, en su época de gloria. Vittori, que sobrevivió durante los últimos tres lustros haciendo sus personajes de viejo verde o marido engañado en giras por el interior, fatigó escenarios casi hasta el día del derrame que terminaría con su lucidez. Dos días antes había actuado en Salto, provincia de Buenos Aires, con la obra Los cuernos del león. “En la historia, yo quedaré como un tano laburador, que eso es lo que soy”, afirmó algunas semanas antes.
El cómico había nacido el 14 de setiembre de 1921 en Motecelio (a 15 kilómetros de Roma), bajo el nombre de Melito Dario Espartaco Margozzi. Llegó como un buscavidas a la Argentina y terminó casado con Pierina, que era una de sus compañeras de andanzas y aventuras teatrales. El matrimonio duró 55 años y les dio tres hijas, ocho nietos y dos bisnietos.
Si hubiese muerto en escena, como estuvo a punto de ocurrir, Vittori hubiese estado cerca de sus deseos más íntimos. “Si algo le pido a Dios es que cuando llegue mi hora, me lleven de un escenario a la Chacarita”, dijo en una entrevista del año pasado. El público porteño lo vio por última vez a comienzos del 2000 en el Teatro Regina donde protagonizó junto a Pepe Monje la obra El último ángel, de Bill Davis, con dirección de Manuel González Gil. “Para mí es un desafío –declaró entonces– porque la gente está acostumbrada a reírse conmigo y se va a llevar una sorpresa. Con el cura que voy a hacer en el espectáculo sé que cambio calidad por cantidad, porque haciendo una comedia semanal como hice en televisión durante 25 años no hay tiempo para madurar nada. Allí sólo vale el oficio.”
Vittori tenía un largo oficio, y algunos admiradores impensados, como la actriz China Zorrilla, que ayer lo consideró un maestro del oficio. El Tano debutó profesionalmente con la obra Betina junto a Eva Franco, en el desaparecido Teatro Montevideo. Pero anteriormente había trabajado durante 22 años en conjuntos vocacionales italianos y en el período 1941-1944 se había volcado a la opereta, interpretando durante esa etapa más de 600 obras. A partir de 1963, la televisión le dio una popularidad que siempre lo impresionó. A lo largo de tres décadas, presentó 8000 piezas en diversos ciclos, en su mayoría de autores nacionales que no ingresarán a la historia de la dramaturgia.
Esos 25 años de los que hablaba fueron los que duró, con mínimas interrupciones, el programa “El teatro de Dario Vittori”, que presentaba una comedia por semana, cada domingo en horario nocturno. El actor estaba convencido de que “la gente tenía que terminar el día riéndose para poder levantarse el lunes con el mejor humor posible”. Sin embargo, en los últimos años ya no fue convocado para trabajar en televisión, lo que solía sulfurarlo. “Ahora hay mucho gracioso de cumpleaños, no hay lugar para los actores cómicos. Esta televisión no es para mí”, afirmó al respecto en una entrevista con Página/12. Vittori se indignaba, a veces, viendo a los cómicos que presentaban los programas de Marcelo Tinelli y decía que la mayoría de los que cuentan cuentos por televisión hoy son "cómicos de cuarta".
Del extenso repertorio que presentó en teatros, a los que inevitablemente acudían espectadores que lo conocían por televisión, sus obras favoritas eran Dios salve a Escocia y La Mandrágora. En los últimos años, Vittori había invertido 70.000 dólares en un camión con el que realizaba giras buscando generar plazas de trabajo. En esas giras se formaba una caravana con los actores, que viajaban en una combi, precedidos por un camión que transportaba la escenografía. “Apenas entramos a los pueblos se movilizaba toda la gente para recibirnos como ocurría con los antiguos cómicos de la legua”, solía repetir a sus amigos y familiares,entusiasmado. Vittori se jactaba de pertenecer a una raza de actores que no suspenden la función “aunque sólo haya diez entradas vendidas”.
El derrame cerebral que motivó su internación en el Sanatorio Mitre y una posterior operación, de la que nunca terminó de reponerse, reveló brutalmente a su familia de que los achaques de que se quejaba, sobre todo cuando estaba lejos del escenario, tenían sus fundamentos. Los restos del actor fueron velados ayer durante todo el día, y recibirán sepultura hoy a las 9.30, en el cementerio privado Jardín de Paz. No sería de extrañar que en un lapso más o menos breve algún canal repusiera aquellos programas de un humor que hoy, quizá, parezca hasta inocente, en sus juegos de dobles sentidos, en sus “malas palabras” como máximo efecto gracioso.

 

Un experto en el arte de hacer reír
Jorge Luz: “Nunca trabajé con Darío pero teníamos una cierta amistad por transitar por los mismos canales. Era un hombre muy italiano, en el sentido de invitar a su casa. El quería estar con gente ‘de la cosa’ a la que agasajaba dándole de comer ya que le gustaba cocinar y lo hacía muy bien. Era un muy buen actor a la hora de componer personajes. Comercialmente hacía una comedia ligera y rápida en la que no había que pensar mucho. Pero también era capaz de conmover haciendo otro tipo de teatro, menos comercial, como lo demostró en las obras Madrágora y Dios salve a Escocia”.

Irma Córdoba: “Trabajé con Vittori en un par de oportunidades (compartiendo elenco en una ocasión y dirigida por él en otra) y siempre me cayó bien su actitud. Era un hombre que se preocupaba mucho por su actuación y por el trabajo de actor, por cosas que tienen que ver ante todo con la profesión que uno ama. Además de haber desarrollado una intensa actividad personal, quisiera subrayar que también se encargó de dar trabajo a mucha gente. Y que muchas veces lo hizo privilegiando a quienes no lo tenían”.

Jorge Barreiro: “Yo tuve el honor de trabajar con él. Hoy me gustaría evocarlo como un gran tipo, un gran luchador, un gran trabajador y, además de todo eso, un actor muy bueno. Era, en este oficio difícil, un tipo que hacía de todo: organizaba giras grandísimas, manejaba él mismo la camioneta, llevaba los muebles y ponía el hombro para que todo saliera bien. Lo vamos a extrañar”.

Amelia Bence: “Aunque nunca pude actuar con él, lo que me hubiese gustado, lo admiraba como actor. Tenía, yo diría, una enorme personalidad, muy expansiva, y una notable capacidad histriónica, bien en la veta italiana”.

China Zorrilla: “Acá a veces hay una tendencia medio nefasta a considerar que los cómicos son actores menores. Yo me divertí mucho viendo a Darío por televisión, y en un punto me parece que sería hora de que todos nos demos cuenta de que no hay nada más difícil para un actor que hacer reír”.

Darío Lopérfido: “Quisiera hacer llegar mis condolencias a la familia, ante todo. Fue un hacedor de relevantes éxitos en cine, teatro y televisión, que lo ubicaron como uno de los actores de comedia más identificados con el gusto popular”.

 

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