El ya legendario actor de teatro y televisión Dario Vittori falleció
ayer en un sanatorio de esta Capital donde había permanecido internado,
en grave estado, desde noviembre del año pasado. Vittori, que el
28 de noviembre sufrió un derrame cerebral, pasó la mayor
parte de la internación inconsciente, en un proceso de deterioro
físico que para los médicos resultó inexorable, luego
de los primeros día de tratamiento, que incluyeron una operación
de la que no se repuso. El actor, que tenía 79 años, era
el último exponente de una raza de cómicos formados básicamente
en las obras picarescas, y aun grotescas, al que la televisión
metió en miles de hogares, en su época de gloria. Vittori,
que sobrevivió durante los últimos tres lustros haciendo
sus personajes de viejo verde o marido engañado en giras por el
interior, fatigó escenarios casi hasta el día del derrame
que terminaría con su lucidez. Dos días antes había
actuado en Salto, provincia de Buenos Aires, con la obra Los cuernos del
león. En la historia, yo quedaré como un tano laburador,
que eso es lo que soy, afirmó algunas semanas antes.
El cómico había nacido el 14 de setiembre de 1921 en Motecelio
(a 15 kilómetros de Roma), bajo el nombre de Melito Dario Espartaco
Margozzi. Llegó como un buscavidas a la Argentina y terminó
casado con Pierina, que era una de sus compañeras de andanzas y
aventuras teatrales. El matrimonio duró 55 años y les dio
tres hijas, ocho nietos y dos bisnietos.
Si hubiese muerto en escena, como estuvo a punto de ocurrir, Vittori hubiese
estado cerca de sus deseos más íntimos. Si algo le
pido a Dios es que cuando llegue mi hora, me lleven de un escenario a
la Chacarita, dijo en una entrevista del año pasado. El público
porteño lo vio por última vez a comienzos del 2000 en el
Teatro Regina donde protagonizó junto a Pepe Monje la obra El último
ángel, de Bill Davis, con dirección de Manuel González
Gil. Para mí es un desafío declaró entonces
porque la gente está acostumbrada a reírse conmigo y se
va a llevar una sorpresa. Con el cura que voy a hacer en el espectáculo
sé que cambio calidad por cantidad, porque haciendo una comedia
semanal como hice en televisión durante 25 años no hay tiempo
para madurar nada. Allí sólo vale el oficio.
Vittori tenía un largo oficio, y algunos admiradores impensados,
como la actriz China Zorrilla, que ayer lo consideró un maestro
del oficio. El Tano debutó profesionalmente con la obra Betina
junto a Eva Franco, en el desaparecido Teatro Montevideo. Pero anteriormente
había trabajado durante 22 años en conjuntos vocacionales
italianos y en el período 1941-1944 se había volcado a la
opereta, interpretando durante esa etapa más de 600 obras. A partir
de 1963, la televisión le dio una popularidad que siempre lo impresionó.
A lo largo de tres décadas, presentó 8000 piezas en diversos
ciclos, en su mayoría de autores nacionales que no ingresarán
a la historia de la dramaturgia.
Esos 25 años de los que hablaba fueron los que duró, con
mínimas interrupciones, el programa El teatro de Dario Vittori,
que presentaba una comedia por semana, cada domingo en horario nocturno.
El actor estaba convencido de que la gente tenía que terminar
el día riéndose para poder levantarse el lunes con el mejor
humor posible. Sin embargo, en los últimos años ya
no fue convocado para trabajar en televisión, lo que solía
sulfurarlo. Ahora hay mucho gracioso de cumpleaños, no hay
lugar para los actores cómicos. Esta televisión no es para
mí, afirmó al respecto en una entrevista con Página/12.
Vittori se indignaba, a veces, viendo a los cómicos que presentaban
los programas de Marcelo Tinelli y decía que la mayoría
de los que cuentan cuentos por televisión hoy son "cómicos
de cuarta".
Del extenso repertorio que presentó en teatros, a los que inevitablemente
acudían espectadores que lo conocían por televisión,
sus obras favoritas eran Dios salve a Escocia y La Mandrágora.
En los últimos años, Vittori había invertido 70.000
dólares en un camión con el que realizaba giras buscando
generar plazas de trabajo. En esas giras se formaba una caravana con los
actores, que viajaban en una combi, precedidos por un camión que
transportaba la escenografía. Apenas entramos a los pueblos
se movilizaba toda la gente para recibirnos como ocurría con los
antiguos cómicos de la legua, solía repetir a sus
amigos y familiares,entusiasmado. Vittori se jactaba de pertenecer a una
raza de actores que no suspenden la función aunque sólo
haya diez entradas vendidas.
El derrame cerebral que motivó su internación en el Sanatorio
Mitre y una posterior operación, de la que nunca terminó
de reponerse, reveló brutalmente a su familia de que los achaques
de que se quejaba, sobre todo cuando estaba lejos del escenario, tenían
sus fundamentos. Los restos del actor fueron velados ayer durante todo
el día, y recibirán sepultura hoy a las 9.30, en el cementerio
privado Jardín de Paz. No sería de extrañar que en
un lapso más o menos breve algún canal repusiera aquellos
programas de un humor que hoy, quizá, parezca hasta inocente, en
sus juegos de dobles sentidos, en sus malas palabras como
máximo efecto gracioso.
Un
experto en el arte de hacer reír
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Jorge Luz: Nunca trabajé con Darío pero
teníamos una cierta amistad por transitar por los mismos canales.
Era un hombre muy italiano, en el sentido de invitar a su casa. El
quería estar con gente de la cosa a la que agasajaba
dándole de comer ya que le gustaba cocinar y lo hacía
muy bien. Era un muy buen actor a la hora de componer personajes.
Comercialmente hacía una comedia ligera y rápida en
la que no había que pensar mucho. Pero también era capaz
de conmover haciendo otro tipo de teatro, menos comercial, como lo
demostró en las obras Madrágora y Dios salve a Escocia.
Irma Córdoba: Trabajé con Vittori en
un par de oportunidades (compartiendo elenco en una ocasión
y dirigida por él en otra) y siempre me cayó bien
su actitud. Era un hombre que se preocupaba mucho por su actuación
y por el trabajo de actor, por cosas que tienen que ver ante todo
con la profesión que uno ama. Además de haber desarrollado
una intensa actividad personal, quisiera subrayar que también
se encargó de dar trabajo a mucha gente. Y que muchas veces
lo hizo privilegiando a quienes no lo tenían.
Jorge Barreiro: Yo tuve el honor de trabajar con
él. Hoy me gustaría evocarlo como un gran tipo, un
gran luchador, un gran trabajador y, además de todo eso,
un actor muy bueno. Era, en este oficio difícil, un tipo
que hacía de todo: organizaba giras grandísimas, manejaba
él mismo la camioneta, llevaba los muebles y ponía
el hombro para que todo saliera bien. Lo vamos a extrañar.
Amelia Bence: Aunque nunca pude actuar con él,
lo que me hubiese gustado, lo admiraba como actor. Tenía,
yo diría, una enorme personalidad, muy expansiva, y una notable
capacidad histriónica, bien en la veta italiana.
China Zorrilla: Acá a veces hay una tendencia
medio nefasta a considerar que los cómicos son actores menores.
Yo me divertí mucho viendo a Darío por televisión,
y en un punto me parece que sería hora de que todos nos demos
cuenta de que no hay nada más difícil para un actor
que hacer reír.
Darío Lopérfido: Quisiera hacer llegar
mis condolencias a la familia, ante todo. Fue un hacedor de relevantes
éxitos en cine, teatro y televisión, que lo ubicaron
como uno de los actores de comedia más identificados con
el gusto popular.
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