Fue una de las ceremonias de asunción más deslucidas de
los últimos años. Hacía mucho frío, llovía
y los que aplaudían y los que se quejaban estaban repartidos en
partes iguales en las cercanías del Capitolio, sede del Congreso.
Así, George Walker Bush asumió ayer como el 43º presidente
de los Estados Unidos de Norteamérica y puso fin a una auténtica
era del país más poderoso del mundo: la de los ocho años
de Bill Jefferson Clinton. En un discurso de 14 minutos, Bush mencionó
las circunstancias en las que llegó a la presidencia (o sea, haber
perdido por 500.000 sufragios en el voto popular frente al ahora ex vicepresidente
Al Gore y haber ganado luego de un mes de batallas judiciales), pero las
lavó de cualquier cuestión conflictiva: Agradezco
al vicepresidente Gore por una competencia animada, pero que concluyó
con cortesía. En materia de política exterior, sólo
recurrió a la remanida identificación de Estados Unidos
con la libertad: Los enemigos de la libertad no deben equivocarse.
Estados Unidos sigue comprometido en el mundo, por su papel en la historia.
Como no podía ser de otro modo viniendo de un fervoroso cristiano,
George W. Bush empezó el día con su familia, bien tempranito,
en la Iglesia de St. Johns, a la que tendrá que habituarse
dado que es la más cercana a la Casa Blanca. De allí, los
Bush fueron a su nueva casa, donde los recibieron, llaves en mano, sus
ahora ex inquilinos: Bill y Hillary Clinton, y su ex rival en las elecciones,
Al Gore, con su esposa Tipper. Departieron amablemente, tomaron café
y quizás Bush haya explorado los recovecos de su nueva casa para
asegurarse que no quedaran vestidos manchados, habanos usados non sanctamente
y demás minucias clintonianas.
Clinton y Bush se subieron luego a una limusina, con la cual recorrieron
las 16 cuadras que separan la Casa Blanca del Capitolio, sede del Congreso.
Los primeros en rodear el camino eran los que protestaban contra el ilegítimo
Bush, que ganó en los tribunales los votos para el Colegio Electoral
y en el Colegio Electoral lo que perdió en las urnas. Banderas
negras con las inscripciones Bush asesino y Basta de
pena de muerte (el estado que hasta ayer gobernaba, Texas, tiene
el record de ejecutados en todo el país) eran algunos de los lemas
utilizados por los manifestantes, que en algunos casos se enfrentaron
a la policía.
Sin embargo, el espectro de un nuevo Seattle no pasó de ser un
espectro: apenas quedaron detenidas 15 personas. Es que el
mal tiempo hizo que fuera menos gente de la esperada (15.000 personas
del lado de las protestas, estimó la policía de Washington).
También ayudó el dispositivo de seguridad, que hizo que
esa gente no tuviera ganas de sacar la violencia fuera: 9000 agentes del
FBI, todas las unidades de la policía de Washington, agentes de
los estados de Virginia y Maryland y la policía del Congreso. Pero
a medida que la limusina se acercaba al Capitolio, los carteles ya eran
más amables con el nuevo presidente de Estados Unidos. Se podía
ver a hombres vestidos a lo tejano y boy scouts que ayudaban a la gente
a levantarse entre los policías para ver pasar a Bush.
En medio de un Capitolio tapizado de azul, rojo y blanco, Bush se puso
enfrente del presidente de la Corte Suprema, William Rehnquist, quien
ya le había tomado juramento al vicepresidente Dick Cheney, y rodeado
de tres ex presidentes (su padre George, Jimmy Carter y el propio Clinton),
apoyó su mano izquierda en la misma Biblia que George Washington
y el padre de Bush tocaron para prestar juramento, terminando con el clásico
Que Dios me ayude. Luego, llegó el turno del discurso.
Después de la tormenta que significaron estas elecciones, Bush
reconoció que a veces, nuestras diferencias son tan profundas
que parecemos compartir un mismo continente, pero no un mismo país,
pero aclaró, para las lágrimas, que Estados Unidos
nunca han estado unidos por la sangre, el nacimiento o la tierra. Estamos
unidos por ideales más allá de nuestros orígenes.
Y luego comenzó una arenga en tono de sermón. Les
pido ser ciudadanos. Ciudadanos, no espectadores. Ciudadanos, no súbditos.
Les pido que busquen el bien común más allá de su
propia comodidad, defender las reformas necesarias y no los ataques fáciles,
servir a vuestra nación, empezando por vuestro vecino.
Concretamente, en materia económica, Bush se comprometió
a cumplir su promesa de campaña de reducir los impuestos.
En materia de política exterior, señaló que su gobierno
se opondrá a las armas de destrucción masiva, para
que un nuevo siglo quede libre de nuevos horrores y que defenderemos
a nuestros aliados y nuestros intereses y haremos frente a la agresión
y a la mala fe, con espíritu resuelto y firmeza.
Según un sondeo de Reuters/Zogby, Bush comenzará su gestión
con una aprobación del 42 por ciento de los norteamericanos. Bill
Clinton se fue, según este estudio, con el 58 por ciento de aprobación.
Esta mañana, cuando sobre las 10 entré por última
vez en el Despacho Oval, me dije a mí mismo: Hemos hecho
muchas cosas bien, dijo el ex presidente en referencia a la
misma oficina en la que pasó lo que pasó con Monica Lewinsky.
En la base aérea de Andrews, adonde se trasladó en lo que
fue su primer momento como ex presidente, lo esperaban cientos de personas
que le pidieron autógrafos. Pasó revista a la Guardia de
Honor y reconoció que sentía un sabor agridulce.
Debajo del helicóptero que trasladaría a él, a Hillary
y a su hija Chelsea a su residencia en Chappaqua, estado de Nueva York,
Clinton se dio ánimo. Hoy no es un día para estar
tristes, sino para sentirse contentos. Subió al helicóptero
y se fue como un héroe.
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