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       Por Marcelo Justo 
           desde 
        Londres 
         Paz entre israelíes 
        y palestinos, fin del apartheid en Sudáfrica, reconciliación 
        en Irlanda del Norte y Bosnia, en El Salvador y Guatemala, la década 
        de los 90 abrió una era de optimismo sobre la posibilidad de resolver 
        conflictos recientes y ancestrales tras el derrumbe de la Unión 
        Soviética y la aparición de un Nuevo Orden Mundial que identificaba 
        el fin de la Guerra Fría con el fin de la Historia. Diez años 
        más tarde, el descalabro palestino-israelí y los frágiles 
        alfileres que sostienen la situación en Irlanda del Norte y los 
        Balcanes abren espesos interrogantes sobre el futuro de estos procesos 
        y la posibilidad misma de la paz. Dos libros publicados este mes en Gran 
        Bretaña analizan el tema desde un prisma histórico y antropológico. 
        En The Invention of Peace, el fundador y presidente vitalicio del prestigioso 
        International Institute for Strategic Studies, Sir Michael Howard, recuerda 
        que la idea de la paz es un invento del siglo XVIII y que no forma parte 
        del estado natural de la humanidad. En States of Denial, el sudafricano 
        Stanley Cohen, profesor de la London School of Economics, plantea que 
        la solución negociada de los conflictos se ve obstaculizada por 
        la negación, mecanismo constitutivo de todas las relaciones humanas. 
        Los procesos de paz de los 90 se basaban en un argumento simple. 
        Los conflictos posteriores a la Segunda Guerra Mundial habían sido 
        el resultado de la voracidad soviética verdadera causa de 
        la Guerra Fría que desestabilizaba países y regiones, 
        desenterrando odios ancestrales o aprovechando irresueltos conflictos 
        sociales. El mensaje del imperio triunfante, los Estados Unidos, era que 
        las guerras no desaparecerían del día a la noche, pero que 
        con el telón de fondo del Nuevo Orden Mundial y la apertura de 
        procesos de negociación y diálogo se llegaría a una 
        solución honorable y duradera de los conflictos. En este clima 
        intelectual se iniciaron las negociaciones que llevaron a los grandes 
        acuerdos de paz de los 90. 
        En un principio el optimismo pareció justificado. En setiembre 
        de 1993 el primer ministro israelí, Yitzak Rabin, y el líder 
        de la Organización de la Liberación Palestina, Yasser Arafat, 
        se dieron la mano en el jardín de la Casa Blanca bajo la sonriente 
        mirada del presidente Bill Clinton. En diciembre de ese año, Gran 
        Bretaña y la República de Irlanda firmaron la declaración 
        de Downing Street que allanó el camino para que el 31 de agosto 
        del año siguiente el proscripto Ejército Republicano Irlandés 
        (IRA) declarara un cese del fuego y comenzara una prolongada negociación 
        de un conflicto cuyos orígenes se retrotraían al medioevo. 
        El 21 de noviembre de 1995 los acuerdos de paz de Dayton pusieron fin 
        a la sangrienta desintegración de la ex Yugoslavia, que desde principios 
        de la década había enfrentado a musulmanes, croatas y serbios. 
        El lugar era simbólico del nuevo orden. El acuerdo para la finalización 
        del conflicto balcánico región que había precipitado 
        la Primera Guerra Mundial se rubricaba al otro lado del atlántico, 
        en una base militar estadounidense del estado de Ohio. 
        Los primeros balbuceos del siglo XXI presentan un panorama radicalmente 
        distinto. El proceso de paz entre israelíes y palestinos se encuentra 
        al borde del abismo tras meses de enfrentamientos que dejaron más 
        de 300 muertos en el camino. En Irlanda del Norte, el precario gobierno 
        autónomo provincial en el que conviven católicos y protestantes 
        se halla sitiado por los sectores duros del protestantismo, que rechazan 
        un acuerdo que incluya al IRA y que podría volver insostenible 
        la posición del líder de los Unionistas negociadores y gobernador 
        de la provincia, David Trimble. Los acuerdos de Dayton, que proyectaban 
        la creación de una armoniosa sociedad multiétnica en la 
        que convivieran musulmanes, croatas y serbobosnios, dieron como resultado 
        un estado de tensa tregua, sólo sostenido por la presencia de fuerzas 
        internacionales en Bosnia. 
        Estos obstáculos y limitaciones, inherentes a toda negociación, 
        no impiden la consecución de la paz, como lo demuestran tres procesos 
        exitosos iniciados en los 90: Sudáfrica, El Salvador y Guatemala. 
        En menos de una década, Sudáfrica emergió de las 
        sombras del apartheid y, sin derramamiento de sangre, conformó 
        una sociedad plural. En El Salvador, la derechista Arena y el Frente Farabundo 
        Martí para la Liberación Nacional pusieron fin en 1992 a 
        11 años de guerra civil y dieron paso a dos gobiernos elegidos 
        en las urnas. Cuatro años más tarde el gobierno guatemalteco 
        y la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) firmaron 
        la paz tras un conflicto de más de 30 años que dejó 
        un saldo de 150.000 muertos, 40.000 desaparecidos y 200.000 exiliados. 
        La creación de comisiones de la verdad para investigar las violaciones 
        a los derechos humanos en los tres casos es un importante factor común. 
         
        En ninguno de estos casos debería asumirse que la batalla por la 
        paz está ganada de una vez para siempre. En Sudáfrica, los 
        conflictos tribales y las desigualdades socioeconómicas legadas 
        por el apartheid pueden encender nuevamente la mecha del conflicto. En 
        El Salvador y Guatemala se requirió la presencia de una tercera 
        fuerza mediadora, las Naciones Unidas, como garante de las Comisiones 
        de la Verdad, y todavía subsisten dudas sobre lo que puede pasar 
        si la izquierda llega a ganar las elecciones presidenciales.  
        
       
        
      STANLEY 
        COHEN, DE LA LONDON SCHOOL OF ECONOMICS 
        La clave es superar las negaciones 
      Por M.J. 
         Usted plantea el mecanismo 
        de la negación como constitutivo del ser humano. ¿Cómo 
        funciona en los procesos de paz?  
        Es fundamental en el proceso de autojustificación. Tomemos 
        el caso del proceso de paz entre israelíes y palestinos, que es 
        el que mejor conozco porque viví 18 años en Israel. La parte 
        dominante de la ecuación, los israelíes, niegan que la otra 
        parte, los palestinos, hayan sido víctimas de acciones israelíes. 
        Lo niegan porque no pueden percibirse a sí mismos como perpetradores 
        de injusticias ya que eso debilitaría la imagen que tienen de sí 
        mismos, la que proyectan al mundo y la que quieren imponer en la mesa 
        de negociación. De modo que Israel niega sistemáticamente 
        todo. En el presente niega la tortura de palestinos o utiliza la justificación 
        de la defensa propia para explicar por qué dispara con balas de 
        fuego contra civiles. Esta negación se extiende al pasado mismo. 
        Aún hoy es imposible plantear en Israel que en 1948 muchos palestinos 
        y árabes fueron expulsados de sus casas. Es una parte de la historia 
        que está excluida, que no se quiere ver.  
        No parece un mecanismo exclusivo de los israelíes. 
        Desde ya que no. Los turcos siguen hoy negando que entre 1915 y 
        1917 masacraron a cerca de un millón y medio de armenios. En Francia 
        el gran mito de la Resistencia describía una realidad histórica 
        hubo gente que combatió la ocupación nazi y 
        encubría algo insoportable: el colaboracionismo. El caso israelí 
        es particularmente interesante porque se trata de una sociedad abierta. 
        La información circula, hay libertad de cátedra, hay una 
        oposición política, y, sin embargo, al mismo tiempo, funciona 
        el mecanismo de negación colectiva que lleva a extremos asombrosos, 
        como la famosa declaración de la primera ministra Golda Meir, sobre 
        violaciones a los derechos humanos de los árabes. Invirtiendo el 
        orden de las cosas, Golda Meir acusaba a las víctimas de obligar 
        a esos pobres muchachos israelíes a cometer actos horribles.  
        Daría la impresión de que esta negación tan 
        radical del otro debería impedir toda posibilidad de negociación. 
        No quiero sobrevalorar la importancia de estos mecanismos en la 
        resolución de conflictos. Hemos visto casos extraordinarios de 
        pacificación, a pesar de que el mecanismo de negación seguía 
        presente. El caso de Sudáfrica, que conozco bien porque nací 
        y me crié allí, es un ejemplo. Para alguien que vivió 
        allí hasta los 80 que se pase de un sistema como el apartheid 
        a un orden social tan diferente sin derramamiento de sangre, ni grandes 
        traumas, es asombroso. ¿Cómo ocurrió? En parte fue 
        la influencia exterior: el impacto de las sanciones económicas. 
        En parte la existencia de dos líderes excepcionales, como Nelson 
        Mandela y De Klerk. En parte la creación de un mecanismo como la 
        comisión de la verdad. Y sin embargo una de las fórmulas 
        con que se avanzó durante la transición fue que el sistema 
        del apartheid había sido una buena idea que había terminado 
        mal. Es decir, una clara negación. No digo entonces que superar 
        la negación es imprescindible para alcanzar la paz. No hay una 
        receta perfecta. Pero sí creo que es un obstáculo para el 
        cambio.  
        ¿Cómo se puede superar estos mecanismos de negación? 
        Los mediadores externos suelen ser fundamentales. Otro mecanismo 
        muy importante es el de la Comisión de la Verdad, que suministra 
        un espacio simbólico en el que se puede elaborar el pasado. Y acá 
        hay que hacer una importante distinción. No es una cuestión 
        de conocer los hechos porque, sobre todo cuando hablamos de los estamentos 
        dirigentes, los que dan las órdenes tienen toda la información. 
        Ante esto hay una negativa literal que consiste en decir que no hay desaparecidos 
        o lo que se niega es el significado que esa información tiene, 
        es decir, se admite el dato pero se dice que fueron secuestrados por los 
        mismos guerrilleros, que seescaparon, que son el resultado de excesos 
        y no de un plan sistemático y deliberado. Esto es más complicado 
        en la sociedad en su conjunto, como se puede ver en la Argentina o Chile 
        con el caso de los desaparecidos. Es algo que se ha debatido mucho. ¿Se 
        podía en la Alemania nazi ignorar lo que estaba pasando? Creo que 
        acá actuaba el mecanismo de la negación en todo su paradójico 
        funcionamiento: los alemanes, los argentinos, los chilenos sabían 
        y no sabían. Es similar a lo que pasa en una familia cuando el 
        padre abusa sexualmente de la hija durante un largo período de 
        tiempo. ¿La madre no sabía? Siempre es un caso de que sabía 
        y no sabía o no quería saber. 
        
       
        
      SIR 
        MICHAEL HOWARD, DEL INSTITUTO dE ESTUDIOS ESTRATEGICOS 
        La paz es una creación artificial 
      Por M.J. 
         La paz no es un orden 
        natural. Es una creación artificial, intrincada y altamente inestable. 
        Se necesitan todo tipo de precondiciones. La necesidad de mediadores externos 
        debería alertarnos de estas dificultades. Uno de los problemas 
        más arduos es generar una cultura de la paz, una cultura dentro 
        de la cual sea posible la negociación. En el Medio Oriente, en 
        Irlanda del Norte, en Bosnia no existe esta cultura compartida, 
        dice a Página/12 Sir Michael Howard, autor de The invention of 
        Peace. 
        ¿Es la paz posible o es la guerra parte de nuestra condición 
        humana? 
        No creo que la humanidad sea naturalmente guerrera. Lo que sí 
        hay son fuentes de conflicto. Estos se producen por problemas de territorio, 
        como en el caso de palestinos e israelíes, o por cuestiones de 
        recursos, como fue el petróleo durante la Guerra del Golfo. Que 
        por esos motivos se inicie una guerra depende de los Estados mismos. En 
        la medida en que sean estados modernos y dependan del intercambio comercial, 
        serán menos proclives a iniciar una guerra porque tendrán 
        mucho más que perder.  
        Sin embargo, en The Invention of Peace, usted plantea que la idea 
        de una paz internacional estable es una creación del siglo XVIII 
        que debemos a Emmanuel Kant. 
        La idea de que la guerra no era el estado natural de la humanidad 
        pertenece al iluminismo. Hasta entonces y me estoy refiriendo a 
        la historia europea se asumía que la guerra era un elemento 
        inevitable de las relaciones internacionales y que la paz era un intervalo 
        entre guerras. En una sociedad organizada sobre estas premisas, la clase 
        militar era dominante y los monarcas simbolizaban el espíritu guerrero. 
        El iluminismo criticó desde un comienzo este orden y planteó 
        que el estado natural del ser humano era la paz. Kant no está de 
        acuerdo con esta concepción. El pensaba que la paz no era natural 
        pero se podía construir y para hacerlo se necesitaban dos condiciones 
        fundamentales. Se requería que hubiera sociedades republicanas 
        y una conciencia internacionalista de los pueblos. Admitía que 
        iba a tomar mucho tiempo conseguirlo, pero sostenía que la paz 
        era una aspiración que la humanidad no podía dejar de tener. 
         
        Se podría decir que con la democratización y la globalización 
        no estamos tan lejos de cumplir con estas condiciones, pero ¿estamos 
        más cerca de la paz? 
        Kant fue cauto. El dijo que eran condiciones necesarias pero no 
        suficientes. De hecho, las guerras surgen por razones más profundas 
        que el intento de una casta aristocrático-guerrera de ampliar su 
        poder. La Primera Guerra Mundial terminó de destruir lo que quedaba 
        de los órdenes aristocrático-guerreros pero dio surgimiento 
        a regímenes igualmente belicosos y militaristas, como el nazismo, 
        que consideraban a la guerra no una necesidad sino un bien, positivo en 
        sí mismo, fundamental para la realización del potencial 
        humano. La invención de las armas nucleares puso fin a esta ideología. 
         
        La idea de que un mayor intercambio comercial y bienestar económico 
        favorece la paz parece cuestionada por la historia del imperialismo.  
        En los siglos XVIII y XIX los imperios imponían su voluntad 
        comercial a través de la guerra. Esto se daba en el marco de sociedades 
        todavía dominadas por una concepción belicista y en guerras 
        que se libraban entre ejércitos pero que no involucraban a la población 
        civil. En el siglo XX cambia la naturaleza de la sociedad y la guerra. 
        La población civil se vuelve un blanco legítimo y el conflicto 
        bélico amenaza la supervivencia misma de la sociedad. Es la historia 
        a partir de la Primera Guerra Mundial y la invención de las armas 
        nucleares. En este contexto de destrucción total, la idea de pelear 
        por comercio deja de tener sentido.  
        ¿Cree entonces que hoy en día las multinacionales 
        favorecen la paz? 
        El problema de las multinacionales y de otras organizaciones supranacionales 
        como las Naciones Unidas mismas o la Unión Europea es que son percibidas 
        como opuestas al poder democrático de la gente y en muchos casos 
        no hacen más que revivir tendencias nacionalistas de pueblos que 
        desean la autoafirmación. Pero mucho va a depender de la constitución 
        misma de estos pueblos. Si se trata de sociedades agrarias y autárquicas, 
        habrá una tendencia a la guerra. Si están dominadas por 
        comerciantes, intelectuales y una cultura cosmopolita, habrá una 
        tendencia menor al conflicto. No hay una fórmula que establezca 
        la paz. Pero la modernización de las sociedades gradualmente crea 
        condiciones para que haya un orden mundial que, si es posible, elegirá 
        vivir en paz. 
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