OPINION
Cuando todo es igual y nada es mejor
Por Mempo Giardinelli*
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Después de un proceso ejemplar, porque sólo ellos pueden estar más de un mes sin saber quién será el próximo presidente y sin que estalle la histeria colectiva, los norteamericanos ya ven a George W. Bush en la Casa Blanca. La gran pregunta que se hacen muchos, al menos en la Argentina, es qué va a pasar ahora, y a mí me parece que no va a pasar nada. Si hay algo que hacen bien los gringos, además de trabajar como enajenados, es aplicar censuras calvinistas, frenar los conflictos, limar aristas, suavizar efectos, disimular su propia barbarie y echarle la culpa de lo que está mal al resto del mundo. Esto viene siendo así por lo menos desde Teddy Roosevelt, cuando los Estados Unidos se lanzaron a ser gendarmes del mundo.
De modo que con esta nueva transición presidencial no va a pasar nada. Salvo algún episodio excepcional (como un magnicidio, por caso, ese tipo de cosas que tan bien les salen, cada tanto) no va a pasar nada de nada. Bush hijo saludó amablemente a Clinton; Clinton sefue a su casa y a los juicios que debe afrontar (porque los gringos en esto son desagradecidos: con ningún presidente la pasaron tan bien como con Bill, pero lo detestan porque le gustaba retozar con chicas) y hasta Al Gore será capaz de mostrarse digno. Hillary sonreirá porque ya es senadora, Bush padre dirá alguna frase berreta para la posteridad antes de irse a jugar al golf con un payaso argentino, y en Wall Street todos estarán exultantes, felices por la buena salud del dólar y la estabilidad.
Sí, es cierto que hay algunas amenazas financieras y que los expertos dicen que la prosperidad va a frenarse. Cierto que algunos indicadores avisan que el consumo esto y aquello; que el precio del petróleo esto y lo otro, y que habrá cambios en materia de impuestos internos (aunque esos cambios favorecerán a los contribuyentes, que para eso votaron a los republicanos). No habrá ninguna declaración altisonante, ningún cambio de fondo y mucho menos una modificación política o económica que pueda beneficiar a los latinoamericanos, africanos, asiáticos y demás periféricos. Los cambios serán sólo cosméticos y la imbecilidad de las dirigencias colonizadas, enamoradas todas del �modelo�, continuará siendo blindada.
No hay nada que hacerle: los norteamericanos han hecho tan bien las cosas que hasta se apropiaron ya, en todo el mundo e incluso aquí, del gentilicio �americanos�. Como si nosotros, de México para abajo, fuéramos americoides. Cada vez más, el realismo capitalista muestra su faceta más cruel mientras el planeta entero parece celebrar lo mal que está, y al menos en este paraje perdido del planeta, que, como los baños, está abajo y a la izquierda (del planisferio), los ricos seguirán enriqueciéndose y los pobres empobreciéndose mientras se celebran blindajes como ayer se celebraron tablitas, platas dulces, australes, convertibilidad y demás cuentos de los mismos embusteros de siempre, llámense Krieger Vasena, Martínez de Hoz o Cavallo; llámense anónimamente mercados o inversores o lo que se ponga de moda. En los Estados Unidos, la burocracia continuará su marcha silenciosa, como las hormigas, y al final del día no habrá pasado nada. En millones de hogares de ese inmenso y (en muchas otras cosas) extraordinario país, la insolidaridad continuará carcomiendo las células de los cerebros de millones de personas llenas de buenos sentimientos, gente trabajadora y bien intencionada que vive sometida a la dictadura televisiva, obesos de satisfactores electrónicos e incapaces de cuestionar al sistema que los anestesia.
Esa es, digo yo, la contradicción fundamental del país más rico del mundo, la principal potencia, la más admirable sociedad científicotecnológica del planeta: que sus buenas gentes no saben qué hacer con sus vidas y sobreviven sin darse cuenta de la tremenda soledad en que están sumidos. Mientras unos pocos fanáticos persiguen a sus presidentes cadatanto (para matarlos o para acusarlos por sus impulsos sexuales) y mientras otros los empujan a atacar países inventando guerras humanitarias y mintiendo de la manera más admirable, más de 200 millones de estadounidenses y casi cien millones de proto-norteamericanos los miran hacer. Siempre pasa así, y así votan. Así deciden. Mientras nosotros los miramos. Por la tele.
* Escritor. Ganador del Premio Rómulo Gallegos. |
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