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OPINION
Foco de infección
Por James Neilson

Estados Unidos es el país más poderoso del mundo, la única superpotencia que nos queda, etc., condición que no sólo le permite prepotear a los demás sin correr demasiados riesgos sino también exportar al resto del planeta sus manías y modalidades, sean éstas buenas, malas o malísimas. Así las cosas, es comprensible que la llegada de Bush junior a la Casa Blanca haya deprimido a aquellos europeos y latinoamericanos que creen que en vista de las posibles alternativas es una suerte que Estados Unidos sea el país hegemónico. Puede que, como todos dicen, George II sea un tipo muy agradable, pero lo que encarna, la derecha norteamericana agresivamente provinciana, enferma de religiosidad sensiblera y nada compasiva, no es agradable en absoluto, de manera que es de prever que su reinado tenga consecuencias negativas tanto en su propio país como en muchos otros, entre ellos la Argentina.
Por cierto, los prolegómenos de su gestión ya han contribuido a socavar el respeto por las reglas democráticas y por pequeños asuntos como la importancia fundamental de la imparcialidad de la Justicia: si incluso en Estados Unidos es normal dibujar los resultados electorales y dejar el destino de la presidencia, nada menos, en manos de una Corte Suprema grotescamente politizada, no sorprendería que en ciertas neodemocracias del Sur los caciques locales optaran por mofarse de detalles antes considerados sacrosantos. Asimismo, el evidente entusiasmo de Bush por las ejecuciones no puede sino enviar un mensaje alentador a los amigos de meter bala a los presuntos delincuentes. Por ser el �país rector�, el que fija las normas, Estados Unidos influye de mil maneras en la conducta de una multitud de dirigentes de todas las latitudes.
La entronización de Bush empujará más a la derecha el consenso económico mundial, alejándolo todavía más de la �tercera vía�, para no hablar de los esquemas que aquí son tradicionales. A juicio de los republicanos multimillonarios que rodean a Bush y que, según se dice, lo manejan, el FMI es una organización socialista que se especializa en repartir subsidios entre vagos y debiluchos que deberían someterse ya a la disciplina del mercado. A muchos bushistas les encantaría abolirlo para que los países con problemas negocien directamente con los bancos y los inversores que, huelga decirlo, no manifestarían mucha simpatía por los planteos de personajes como Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín que, con ingenuidad conmovedora, se han convencido de que nada podría ser peor que tener que prestar atención al FMI.


 

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