Por Erez Schweizer*
Escasos meses atrás, al elegir a Adam Rabinowitz, Sharon Bareket, Gil Shani, Ohad Meromi y Noa Zait para representar a Israel N la Bienal Internacional de Buenos Aires, su país consideraba que estaba a punto de ingresar en la paz. Lo que parecía entonces un proceso lento pero seguro, que llevaría a la solución del conflicto entre Israel y sus vecinos, constituyó la base de una sensación de normalidad y cuya juventud prolongada se desarrolla en medio de conflictos externos e intestinos.
Esa sensación de normalidad �que se puso de manifiesto, entre otras cosas, en un debate sobre cuestiones socioeconómicas urgentes, en el desarrollo de una industria avanzada de alta tecnología, en un nuevo examen crítico de la historia israelí, y en la consolidación de una nueva cultura de la juventud� se vino abajo en un santiamén. Cayó piedra sin llover, por así decirlo. Parecía que las diferencias entre las posiciones israelíes y palestinas en la negociación sobre el futuro de la zona todavía pueden ser zanjadas y todo explotó.
Aun sin entrar en los detalles del conflicto ni tomar posición, es evidente que en los últimos meses surgió una verdad urgente, una realidad que hasta entonces permanecía encubierta. Desde el punto de vista israelí interno, la ilusión del abismo entre un país en guerra y un país en paz se esfumó, y quedó claro que ambos coexisten en dos capas superpuestas. Esta situación puede interpretarse como un problema moral, pero también se puede distinguir a la entidad política denominada Israel de la entidad humana que la conforma.
¿En qué contexto obran los cinco artistas de la muestra y en qué contexto se crearon los trabajos: en un país en paz que procura consolidar su cultura sobre la base de una existencia normal, como las demás naciones, o en un país en guerra, en el que toda creación artística es una toma de posición? ¿Acaso tiene importancia?
No se ha de llegar a la respuesta mediante un mero examen de los trabajos. Al contrario, éstos parecen desligados no sólo de esos interrogantes, sino también de otras dimensiones de la realidad israelí. El paisaje, los mitos, la historia del arte local, la cantidad de facetas humanas que componen dicha realidad, su cultura televisiva dominante. Todo esto, y más, se expresa indirectamente aquí.
Adam Rabinowitz trata con esquemas formalistas y universalistas a ultranza; Ohad Meromi pone la imagen de un campesino chino en una construcción arquitectónica que hace pensar en el modernismo puro de Mondrian, junto a fotografías retocadas que tomó en Europa; Sharon Bareket ha trabajado mucho fuera de Israel y el carácter de sus fotografías está influido por el de las revistas internacionales que toma como referencia. En el caso de Noa Zait, a pesar de ser los más locales de los cinco trabajos, procuran más reflejar las fulguraciones poéticas en lo cotidiano, que documentarlo o criticarlo. Y en cuanto a Gil Shani, es el que quizá vaya más lejos, al resumir en uno de sus dibujos, exentos de características identificatorias, la sensación esencial de la muestra: una línea circular que simboliza una isla.
Esta sensación de aislamiento no tiene nada que ver con el aislamiento geográfico �y ahora también político� del que a Israel le gusta sentirse víctima. Es una sensación de aislamiento existencial �personal y universal a la vez� que aparentemente se puede encontrar en muchas galerías de Europa y Estados Unidos en cualquier momento. Por eso, paradójicamente, ese aislamiento no hace más que fortalecer el contexto internacional de ese grupo de artistas.
El hecho de que sus trabajos estén desligados de la realidad israelí se puede explicar recurriendo a ese contexto. Aquí se puede usar expresiones como �la aldea global�, el �Zeitgeist�, �la muerte de las ideologías�, �laera del individualismo�, �la atenuación de las diferencias entre centro y periferia�, etc. Todas son pertinentes, pero pueden ser interpretadas y hasta criticadas de distintos modos. Se diría que en el contexto del discurso artístico internacional actual, los artistas israelíes renunciaron a la condición de ser �otro�; tanto a sus ventajas como a sus inconvenientes en tanto que capital simbólico.
La cuestión es saber si lo hacen conminados por los centros de poder occidentales o si un sentimiento de igualdad y contacto natural con los mismos revela otra dimensión del conflicto en Medio Oriente.
Una parte de los argumentos del mundo árabe dice que Israel es un sapo de otro pozo y que representa intereses norteamericanos tendientes a aplastar a la cultura árabe, explotar económicamente a sus hijos e impedir el desarrollo autónomo en función de sus propios valores y objetivos. A la par, hay posturas en Israel que propenden a una integración en la región y a la reducción de la alienación de la cultura israelí dominante respecto de Oriente, como lo expresa una conocida canción israelí: llegó el momento de sacar vuestra larga lengua de la cultura occidental.
Estas palabras están ligadas a uno de los conflictos intestinos más esenciales de la sociedad israelí y la posición que representan se manifestó en los últimos años de manera creciente en la cultura popular hebrea (¿Hay allí una posibilidad de solución al conflicto entre ambos pueblos? Esperamos que así sea). Sin embargo, las artes plásticas no forman parte de dicha tendencia: se aleja de ella abiertamente. Esa actitud no es casual y puede proponer una clave suplementaria a la interpretación del lazo entre el arte joven israelí y la realidad en que actúa.
No siempre estuvo el arte israelí desligado de todo compromiso políticosocial. En la década del setenta fueron los artistas quienes colideraban la protesta contra la conquista. Protesta que en esa época estaba en pañales y se oponía de lleno al consenso israelí. Las acciones artísticas se aunaron entonces a la lucha contra los primeros asentamientos y provocaron una tormenta en los medios de comunicación. Hubo artistas que intentaron dar por tierra con el mito del �nuevo judío� y romper con el de �la razón está con nosotros� de la sociedad israelí. En ese entonces se trataba de una postura escandalosa. Los artistas generaban los titulares, hacían sensacionalismo.
¿Acaso es posible hoy una postura similar? La intifada que recomienza en los territorios conquistados y los disturbios raciales en territorio israelí causaron tal asombro, entre otras cosas por el sentimiento de que uno de los conceptos en que se basaban eran los acuerdos de Oslo �una solución paulatina, etapa tras etapa, durante un período que permitiera a ambas partes superar las inhibiciones psicológicas que conllevan las concesiones exigidas y la división del país�: ese concepto no resistió la realidad. Algunos de los efectos secundarios de dicho concepto, y por cierto no de los menos insignificantes, fueron la atenuación de las diferencias entre izquierda y derecha en Israel �volviéndose opacas ambas ideologías� y la creación gradual de un entendimiento amplio, despreocupado, sobre la base de los acuerdos de Oslo. Hasta la derecha renunció en la práctica al sueño del Israel Entero o Gran Israel.
En esa realidad, una postura artística política hubiera quedado siempre dentro del consenso, que es un territorio insoportable para el arte. El sensacionalismo �el hecho de distinguirse a toda costa� es a mi entender no sólo una parte de la fuerza que tiene el arte, sino también un factor significativo en lo que impulsa al artista. Es una necesidad psíquica y ética del mismo. Por lo tanto, la aspiración de tomar distancia respecto del mismo discurso político fue la manera que eligió el arte joven israelí, al menos el que se refleja en esta muestra, para resguardar su independencia, y hasta para intentar buscar para dicho discurso añejo,sangriento y fanático, un nuevo camino. En esta realidad más que nunca parece abierta ante el arte israelí una nueva posibilidad pertinente: un sensacionalismo de la paz.
Ahora las cartas han vuelto al mazo, y los artistas deberán medirse de nuevo con lo que había sido ocultado y con su propia postura respecto de la realidad. No estoy seguro de que continuar apuntando hacia la normalidad sea la opción más disparatada. (En el Museo Nacional de Bellas Artes, Avenida del Libertador 1473, hasta fin de mes.)
*Editor de la revista israelí de arte y cultura Hameorer.
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