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el Kiosco de Página/12

Extranjería
Por Rodrigo Fresán

UNO Los verdaderos problemas son aquellos que no parecen tener soluciones. Lo demás no son más que breves o larguísimas partidas de ajedrez contra un rival más o menos honorable. A veces la partida se pone áspera, difícil y, quién sabe, incomprensible. Para ordenar las piezas sobre el tablero, dicen, es que se hacen las reglas del juego.

DOS Todo esto como breve introducción al hecho de que ayer, martes 23 de enero, ha llegado el día que muchos esperaban y algunos desesperaban: entró en vigencia la nueva Ley de Extranjería 8/2000 –no confundir, por favor, con “de Inmigración”– en toda España, aprobada por mayoría absoluta del Partido Popular en el gobierno –que la siente como ordenadora– y resistida con resignación minorista por la oposición. Se trata –en resumen– de una versión más restrictiva de la ley anterior, con muchos menos derechos sociales y un punto clave: por más que todavía no se haya dado ninguna orden al respecto, si te encuentran sin papeles ahora te pueden poner en 48 horas de patitas en la playa, en el aeropuerto, en la frontera y hasta luego o hasta nunca. Queda por fijar la cuota anual de trabajadores extranjeros –con contratos firmados en sus países de origen– que nuestra Madre Patria acogerá en su tan solicitado seno.

TRES Todo esto ocurre en un país de historia claramente migratoria cuando las patatas quemaron (España), en un continente de mapa en constante mutación extranjera (Europa) y en un momento clave: el Nuevo Milenio –esa abstracción del tiempo y del espacio– produce necesidades reflejas de pasar todo en limpio, de poner la casa en orden, de barrer debajo de la alfombra. El problema –el verdadero problema inmigratorio ibérico– es que por un lado se afirma que no se necesitan más extranjeros para trabajar y por otro se los explota alegremente pagándoles por debajo de la mesa y menos de lo que corresponde amparándose en su condición de ilegales. No sé cómo se llama esa jugada pero me parece más cercana al tiro al blanco –o al negro– que al ajedrez en blanco y negro.

CUATRO Algunos titulares de estos días: “No diré que vaya a hacer una caza al inmigrante, declaró el ministro del Interior”. “Rechazadas casi la mitad de las solicitudes de regularización para extranjeros”; “Iberia sufraga la repatriación de los cadáveres de los ecuatorianos sin papeles muertos en un accidente ferroviario”, “Encierros de inmigrantes en iglesias de varias ciudades contra la Ley de Extranjería”, “Un guía oficial para inmigrantes aconseja no tener relaciones sexuales para evitar contagios”.

CINCO La puesta en marcha de esta ley llega en un momento complicado para el Gobierno: vacas locas, submarino atómico inglés varado en Gibraltar, Síndrome de los Balcanes, Euro fluctuante, violencia doméstica contra las mujeres, alta siniestralidad laboral, ETA, cumbres europeas donde se obtiene menos de lo deseado, tazas de natalidad en picada y el alza del PSOE gracias al surgimiento de un nuevo líder más carismático desde Felipe G.: José Luis Rodríguez Zapatero a quien, por supuesto, no le gusta nada la nueva ley: “El Gobierno está obsesionado con los seres humanos que tienen o no papeles y yo le pregunto de quién es la responsabilidad de que haya tantos ilegales en España”. “Yo les dijo que por qué no se quedan en sus países en lugar de venir a molestar”, me respondió el otro día una empleada pública decididamente gasallesca, en una de esas colas largas y lentas de una de esas Delegaciones del Gobierno. “Sí, lo mismo deben haber dicho nuestros antepasados cuandovieron llegar a Colón, Cortés y Pizarro”, comentó alguien a mis espaldas. “Hoy entra en vigencia la nueva Ley Antiterrorista”, acto fallido del conductor del noticiero de la CNN española mientras, a su espaldas, se veía el rostro de otro de esos que llegan de afuera con ganas de que lo dejen jugar. Un extranjero. No confundir –por favor, jaque al peón– con un inmigrante.

 

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