Por Diego Fischerman
Podría pensarse en Caetano
Veloso como en un compositor de canciones cargadas de sensualidad. O como
un cantante de bellas melodías fuertemente arraigadas en las tradiciones
populares brasileñas. O como un poeta comprometido en algún
momento con el futurismo y los experimentos con las sonoridades puras.
O como el rescatador (y reinventor) de genealogías menores, bastardas
y poco prestigiosas; o como uno de los introductores del mundo de los
Beatles al universo sudamericano; o como el continuador de la Bossa-Nova
por otros medios o como el permanente sorprendedor con proyectos, canciones,
versos u orquestaciones nunca imaginables de antemano. O, mucho mejor,
como la improbable resultante de cada una de estas cualidades y de muchas
otras igualmente geniales e igualmente contradictorias entre sí.
Y Noites do Norte, un disco articulado en gran medida alrededor del tema
de la esclavitud, resulta ejemplar en tanto allí se nuclean, se
resumen y se exponen como nunca todas estas características.
En este CD (uno de los mejores de una carrera impecable en la que ya lleva
grabados 34) pueden encontrarse un bolero desmesurado, donde un texto
como “Vos provocaste tempestades solares en mi corazón con
las mucosas venenosas de tu alma de mujer” es cantado con la afectación
teatral de la que sólo sería capaz un personaje de Manuel
Puig, un texto en prosa acerca de la esclavitud en el Brasil (con el que
Jacques Morelenbaum construye un tejido en el que la rítmica de
las cuerdas, a la manera de George Martin, resulta más importante
que su armonía), un diáfano “Meu Rio” en donde
el cavaquinho de Dudu Nobre construye el clima tanto como las palabras
(casi puntuaciones al paisaje), un antigui “Zumbi” de Jorge
Ben o un íntimo “Michelangelo Antonioni” en el que canta
en italiano “...una carta escrita sobre un rostro de piedra y vapor,
amor, ventana inútil”. Tal vez éste sea el disco más
variado, el menos homogéneo de Caetano Veloso. O aquel en el que
la idea primaria toma formas más diversas. Pero aquí, como
en cada uno de sus últimos álbumes, hay un coprotagonista
esencial. El cellista y orquestador Jacques Morelenbaum desmiente con
su concepción de cada canción la propia idea del “arreglo”.
Aquí no se trata de una vestimenta externa, de un adorno. Las canciones
de Veloso no están completas hasta que no son maleadas por Morelenbaum.
Se trata más de canciones para voz y orquesta que de otra cosa.
Cada una de las notas escritas por este músico atípico terminan
siendo tan parte de la canción como la canción misma.
EL
SABADO SE CUMPLEN CIEN AÑOS DE LA MUERTE DE VERDI
Para escuchar al clásico más popular
Por D. F.
Este sábado se cumplirán
cien años de su muerte. El mercado ya viene recordándolo
desde hace rato. Pero Giuseppe Verdi probablemente sea uno de los pocos
que no necesita de un aniversario redondo para que la gente se acuerde
de su música. Controvertido y contradictorio, en casi todas sus
composiciones conviven momentos sublimes con otros efectistas y hasta
vulgares. Unos y otros constituyen su estilo. Unos y otros hacen de su
arte directo, voluntariamente llano, uno de los más interesantes
de la historia de la música. La discografía verdiana es,
por supuesto, abundante. Pero hay algunas obras y algunas versiones que
resultan imprescindibles. Empezando –no podría ser de otra
manera– por La Traviata en la interpretación de Callas y Kraus
(grabada en vivo en Lisboa), la Aida de Leontyne Price y Jon Vickers conducidos
por Solti y el Falstaff con Giuseppe Taddei y la dirección de Herbert
von Karajan. De Otello hay una versión canónica, a cargo
de Mario del Monaco y Renata Tebaldi y, más cercana en el tiempo,
la discutida (aunque valiosísima) de Plácido Domingo. Rigoletto
con Fischer-Dieskau, Bergonzi y Scotto, Il TRovatore de Price, Warren
y Tucker, Don Carlos (versión francesa) dirigida por Pappano y
Don Carlo (versión italiana) por Haitink, La Forza del Destino
en la versión estrenada en San Petersburgo en 1862 (por el elenco
del Kirov), Simon Boccanegra conducida por Abbado y el Requiem historicista
dirigido por Gardiner, completan un buen panorama al que sólo faltaría
agregar el Cuarteto de Cuerdas, en la muy buena versión del Julliard.
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