Por Julio Nudler
Entre los precios que está
pagando el Ministerio de Salud por los medicamentos que compra para su
banco de drogas y los precios de esos mismos remedios en las farmacias
hay en muchos casos diferencias escandalosas. Sobre los precios de venta
al público sugeridos por los laboratorios pueden obtenerse en numerosas
farmacias descuentos que llegan al 20 o 25 por ciento, pero la distancia
con los valores ofertados a Salud sigue siendo enorme, y en todo caso
muy superior a la brecha explicable por tratarse de colocaciones en cantidad.
Aunque el ministro Héctor Lombardo se ufana de haber conseguido
pronunciadas caídas, muchas veces asombrosas, en los valores ofertados
por los laboratorios o algunas droguerías en las licitaciones,
los precios de los medicamentos en las farmacias de la Argentina siguen
siendo estratosféricos, y es cada vez más frecuente que
los enfermos deban renunciar a adquirirlos. Hasta el momento el gobierno
de Fernando de la Rúa no tomó ninguna iniciativa frente
a la notoria distorsión de este mercado, pese a que ella es denunciada
desde el propio Poder Ejecutivo por la Secretaría de Defensa de
la Competencia y el Consumidor (ver nota aparte). Recién ayer el
ministro de Economía, José Luis Machinea, anunció
que está analizando medidas a adoptar.
La drástica reducción de los precios en las licitaciones
oficiales dejó completamente al descubierto los excesos que soporta
el paciente común cuando tiene que pasar por caja en una farmacia.
Pero también resulta sugestivo que, en casos como los que se ven
más abajo, los precios de venta de diferentes marcas con el mismo
contenido sean bastante o muy similares, al punto de sugerir la existencia
de un acuerdo previo entre los laboratorios. En principio podría
pensarse que la llamativa similitud de los precios está expresando
un parecido margen de comercialización por encima del costo. Pero
la noción misma de costo queda cuestionada cuando se descubre que
igual medicina es provista al Estado a valores notablemente inferiores,
sin razón para suponer que le vendan a pérdida.
A continuación algunos ejemplos, referidos a drogas contra el sida
y oncológicas, que son las que básicamente compra Salud.
Respecto de las adquisiciones oficiales, por licitación o a veces
compra directa, se consigna en general el precio más bajo de la
serie, que es casi siempre el de la compra más reciente, ya que,
como se señaló, el ministerio logró drásticas
reducciones. El ministro Lombardo atribuye ese abaratamiento a su decisión
de acabar con la anterior manipulación de las licitaciones por
parte de los laboratorios. Aquí algunos casos elocuentes.
Las cápsulas de 40 mg
de Stavudina Elvetium fueron compradas por Salud a razón de 16
centavos la unidad. Ese mismo laboratorio, y bajo la marca STV, sugiere
un precio de venta al público (PVP) de $ 6,64 por cápsula,
es decir, 41 veces superior. Y, en realidad, es el más barato del
mercado, al fijarle al envase de 60 cápsulas un precio de $ 398,38.
Las otras siete marcas disponibles oscilan, para igual presentación,
entre los $ 400,10 (Revixil, de Gador) y los $ 430,20 (Zerit, de Bristol).
Es interesante observar que hasta la licitación realizada en marzo
de 2000, Salud venía adquiriendo este medicamento a valores que
oscilaban en torno de los 4 pesos por cápsula, compatibles por
tanto con el PVP de esta especialidad. Pero a partir de otra licitación,
efectuada tres meses después, los precios ofertados se derrumbaron
a valores inferiores a los 30 centavos.
Los comprimidos de Lamivudina
de 150 mg, del laboratorio Elea, pudieron ser adquiridos por Salud a razón
de 39 centavos la unidad. El público puede encontrar esta droga
básica bajo diez marcas diferentes, en presentaciones de 60 comprimidos
que cuestan entre $ 315,02 (con el nombre Ganvirel, de Elvetium) y $ 333,36
(3 TC, de Wellcome). Vale decir que el menor PVP es de $ 5,25 por comprimido,
y el mayor, de $ 5,56. Como se indicó arriba, hay por un lado una
incomprensible distancia entre el precio pagado por Salud y el sugerido
para el público (la relación es de 1 a más de 13),
y a pesar de esto la brecha de precios entre diez marcas en el mostrador
farmacéutico no llega al 6 por ciento.
En el caso de la Zidovudina,
Salud compró a $ 0,177 cada cápsula de 100 mg Kampel Martian.
En plaza existen once marcas disponibles. Una de ellas, Crisazet, es de
Kampel, y en su presentación de cien cápsulas cuesta $ 201,50.
Esto significa que cada cápsula vale 2 pesos, más de once
veces el precio licitado. Sin embargo, hay otras marcas mucho más
caras aún, como el Retrovir, de Glaxo-Wellcome, con un precio de
$ 3,17 por cápsula.
La Didanosina de Richmond fue
comprada por el ministerio a $ 0,643 el comprimido de 100 mg. Ese mismo
laboratorio sugiere un PVP de $ 147,50 por el envase de 60 comprimidos,
que implica 2,46 pesos por unidad. En este caso hay una decena de marcas,
que varían entre $ 131,62 (Moxitun, de Labinca) y $ 152,55 (Videx,
de Bristol).
La caja de comprimidos de Ciproterona
50 mg Delta Farma que el Ministerio de Salud pagó $ 29,50, vale
en la farmacia 350,90. Esta es, además, la opción más
barata entre las once marcas existentes, aunque, de nuevo, las diferencias
de precio son exiguas entre ellas.
La ampolla de 100 mg de Etoposido,
de Biocrom, vale $ 3,95 para Salud y $ 78,50 en farmacias, donde el paciente
puede elegir entre dieciséis marcas. La más económica
de ellas es la de Delta Farma, pero aun así cuesta $ 72,90. La
más cara es Citodox, de Rontag, que vale 88,91, siempre por un
frasco ampolla.
También Biocrom proveyó
a Salud la Ifosfamida de 1 gramo, en frasco ampolla, a un valor de 8,96
pesos. Pero la presentación más económica que puede
ofrecer un boticario, proveniente del laboratorio Delta Farma, cuesta
$ 76,90. La marca IFX, de Rontag, cuesta en cambio $ 102,46 y está
así en el otro extremo de la escala, compuesta por nueve alternativas.
Cinco de ellas cuestan alrededor de 85 pesos.
El Paclitaxel de 100 mg, en
frasco ampolla, fue facturado por Richmond al ministerio a razón
de 69 pesos redondos. Pero en las farmacias la disyuntiva más barata
es Dalys, de Dosa, y cuesta $ 930,90. En la otra punta está el
Taxol, de Bristol, a $ 1054,45. El mismo genérico, pero de 300
mg, fue adquirido por Salud a Delta Farma a 135 pesos. En farmacias se
puede optar por Taycovit, de Elvetium, a $ 2950,84, mientras que el Taxol
cuesta $ 3158,10. Entre esos extremos hay otras tres opciones.
El Carboplatino de 150 mg en
frasco ampolla fue cotizado para el banco de drogas estatal a $ 12,79
por Sidus y 12,90 por Delta Farma. El primero de esos laboratorios sugiere
venderlo al público a $ 286,65. En el caso de esta droga oncológica,
las diferencias de precio entre las once marcas existentes son mucho más
marcadas de lo que es habitual en el mercado. La disyuntiva más
costosa es el Carbotanil, de Teva-Tuteur, que vale $ 429,92, mientras
que el Carboplatino de Elvetium cuesta $ 224,95.
Machinea quiere genéricos
Importar medicamentos y producir genéricos (drogas básicas
sin marca) en el país son las dos vías en las que
piensa José Luis Machinea para abaratar los remedios en la
Argentina, cuyo precio es muy alto, en cualquier comparación
internacional, según admitió ayer. Pero también
reconoció que, como señalara el ministro de Salud,
Héctor Lombardo, a este diario, la aplicación de la
Ley de patentes provocará nuevas subas, aunque el ministro
de Economía cree que será un proceso muy gradual y
que debería quedar más que compensado por la baja
de otros medicamentos. Mientras tanto en Brasil, donde desde hace
un año se están lanzando genéricos, éstos
ya registran ventas superiores a las de las marcas líderes,
a las que desplazan por sus precios más bajos, inferiores
hasta en un 68 por ciento.
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ECONOMIA
CRITICA LA ACTITUD DE LOS MEDICOS
No recetan lo más barato
Por J.N.
Las distorsiones del mercado
de medicamentos afectan negativamente el bienestar social,
afirma un documento de la Secretaría de Defensa de la Competencia
y el Consumidor, aunque esta comprobación no ha tenido hasta hoy
consecuencias políticas prácticas. Las decisiones
de consumo respecto de la elección del medicamento, la cantidad
y la marca se señala no son tomadas por el consumidor;
es decir que en este mercado se da la situación de que quien consume
(el enfermo) no elige, quien elige (el médico) no paga y quien
paga es un tercero (por ejemplo, una obra social, cuando no es el paciente
quien lo hace total o parcialmente) (los textos entre paréntesis
no están en el original de la Secretaría). En tono crítico,
esta dependencia de Economía recuerda que en el curso de los años
90 (en realidad, a comienzos de esa década) se eliminó
todo tipo de control de precios y de márgenes de comercialización
en medicamentos, libertad obviamente inapropiada mientras este mercado
presente las imperfecciones antes descriptas, que llevan a una distorsionada
formación de valores. De hecho, los precios de las medicinas han
ido incrementándose sin pausa a lo largo de toda la década.
Además de aumentos directos, las alzas también se aplicaron,
especialmente después de 1995, a través de la introducción
de nuevas presentaciones. Esta permanente inflación forzó
un aumento del gasto en remedios, pese a la caída en las cantidades
compradas por el público. Según la crítica la visión
oficial, en este negocio hay asimetría y asincronía
de la información. Dicho en otros términos: los laboratorios
manejan la información más completa en tiempo y forma, mientras
que los pacientes/consumidores carecen de ella, y entre unos y otros están
los médicos, que son quienes deciden cada tratamiento.
La idea gubernamental es corregir esta disparidad mediante información,
divulgando planillas donde figuren medicamentos sustitutos, que tendrían
este carácter por tener el mismo principio activo (genéricos)
y la misma acción terapéutica, y a partir de ello posibilitar
comparaciones de precios, ampliando el poder de decisión de los
agentes (es decir, médicos y enfermos). La realidad es que
esas planillas vienen siguiendo un trabajoso proceso de confección
porque hay sólo dos personas asignadas a la tarea, que lidian con
miles de marcas para cientos de específicos, que además
van variando continuamente, de modo que los listados se desactualizan
antes de ver la luz.
La publicación de esas nóminas fue dispuesta por una resolución
de 1992, tomada en conjunto por los ministerios de Economía y de
Salud, pero parece haber tenido más la intención de maquillar
la verdadera política de liberación irrestricta de precios
y márgenes, ya que recién a fines de 1998 comenzaron a difundirse
algunas comparaciones de valores. También se recordó que
todas las farmacias debían exhibirlas para concientizar a
la población, pero nadie se ocupó de obligar a que
se hiciese. Los listados que llegaron a divulgarse fueron muy parciales,
e incluso los que pueden bajarse del sitio de Defensa de la Competencia
en Internet están desactualizados.
Con datos referidos a 1997 se estableció que un mismo mal puede
tratarse a costos muy diferentes, según la marca de medicamento
que se utilice. Así, una otitis puede combatirse con Amoxicilina
gastando, para todo el tratamiento, $ 11,10 o 21,60. Medicarse un mes
una osteoartrosis con Diclofenac Sódico puede costar entre $ 36,60
y 76,80, según la marca elegida. Con la cefalea y el popularísimo
Acido Acetilsalicílico ocurre otro tanto, pero en mucho mayor grado:
uno puede tener a raya el dolor de cabeza durante un mes con una inversión
que va de un mínimo de 2,60 a un máximo de $ 44.
Los médicos no recetan lo más barato, acusa
Defensa de la Competencia a los terapeutas, a quienes además les
recrimina actitudes poco éticas. Si no cuidan el bolsillo del consumidor/paciente
es porquereciben `beneficios de los laboratorios si prescriben
sus marcas (viajes, etc.).
PARA
COMPETENCIA DA IGUAL LA MARCA. PARA SALUD NO.
Ideas rivales en el Gobierno
Por J.N.
Entre las 41 presentaciones
comerciales (marcas) cuyo principio activo es Ampicilina comprimidos por
500 mg se observa una diferencia del 212,5 por ciento entre el precio
de venta unitario más alto y el más bajo. (...) En el caso
de los productos a base de Penicilina G Sódica inyectable por 1000000
UI (existen seis presentaciones), la diferencia entre los precios máximo
y mínimo es del 393,8 por ciento. Estos son apenas dos ejemplos
de la enorme dispersión de precios que prevalece en las farmacias
para remedios en principio equivalentes. En todo caso, para una importante
dependencia del Gobierno, como es la Secretaría de Defensa de la
Competencia y el Consumidor, son considerados medicamentos sustitutos
(es decir, intercambiables por su similar efecto terapéutico) aquellos
que contienen el mismo principio activo y en la misma concentración
por cada unidad de producto.
En base a este criterio, una manera efectiva de ayudar a que los enfermos
se curen al más bajo costo posible consiste en proveerles la información
más completa sobre drogas, marcas y precios. Así podrán
elegir, si lo desean, el remedio más barato. Esta visión
coincide con la del decreto 150/92, que estableció la obligación
para los médicos de prescribir por genérico o droga básica,
en lugar de indicar una marca comercial, con lo que se transfería
al paciente la elección de ésta. Pero al año siguiente
otro decreto, el 177/93, abolió aquella obligación y dejó
a los facultativos la opción de recetar por genérico o por
marca. Según la Secretaría que conduce Carlos Winograd,
esa marcha atrás fue fruto de la presión
de la oferta, léase los laboratorios.
Pero el ministro de Salud, Héctor Lombardo, discrepa abiertamente
de este enfoque, como sostuvo en una reciente entrevista concedida a Página/12,
aduciendo que dos medicamentos pueden mostrar diferente eficacia terapéutica
aunque contengan la misma droga básica, según demostraría
la experiencia clínica. Por tanto, es el médico quien debe
indicar el producto (la marca). Pero Lombardo también alega que
la Anmat, organismo dependiente de su ministerio que autoriza la venta
de medicinas, carece hasta ahora de la tecnología necesaria para
aprobar solamente las especialidades que reúnan todos los parámetros
de eficacia. Otras fuentes, tanto universitarias como sectoriales, indican
en cambio que esa tecnología moderna está disponible en
la Argentina y podría utilizarse si se quisiera.
Conviven en el Gobierno, por tanto, dos líneas de acción
incompatibles entre sí, ya que carece de sentido inducir a los
pacientes a elegir la marca más barata de una droga si no se les
dice si es más, menos o igualmente eficaz que las ofertadas por
otros laboratorios.
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