Por Octavi Marti
Desde
París
No es una exposición
sobre la historia de los campos de concentración y exterminio,
sino sobre la historia de las fotografías de los campos de concentración
y exterminio. La precisión es de Clément Chéroux,
uno de los responsables de la Muestra abierta en el antiguo palacio de
Sully, en París, hasta el próximo 25 de marzo. Luego las
fotos viajaran y serán mostradas en Italia, España y más
adelante varios países americanos, entre ellos Estados Unidos y
Argentina. El proyecto de Chéroux es volver a reflexionar sobre
las imágenes más terribles del siglo XX. Para ello procedió
a recuperar los encuadres originales, a buscar el negativo original para
permitir al público descubrir cómo y por qué ciertas
fotos fueron retocadas, modificado su formato o manipulada la información
que contienen. No se trata de imágenes inéditas sino
de una voluntad inédita de documentarlas, precisa el curador
de la exposición.
La confusión entre lo que era un campo de concentración
Buchenwald, por ejemplo o uno de exterminio Birkenau
data del momento mismo en que fueron liberados por las tropas soviéticas,
estadounidenses, británicas o francesas. La patética condición
física de muchos de los prisioneros facilitó el no distinguir
entre los dos tipos de lugares. De alguno de esos infiernos Belzec,
Sobibor o Chelmo no consta que exista ninguna fotografía
porque la pasión burocrática del nazismo se limitó
a tomar fotos de carácter de ficha policial a quienes entraban
en el campo para ser explotados como trabajadores, no de quienes iban
a parar de inmediato a la cámara de gas.
En las revistas y diarios de la época se ve menudo cómo,
para ilustrar el horror de un lugar, se utiliza una imagen tomada en un
segundo campo al tiempo que la leyenda da el nombre de un tercer sitio.
Esos errores, que correspondían a la necesidad de difundir de inmediato
entre la población en qué desembocaba el horror nazi, han
sido luego explotados por los negacionistas, de la misma manera que la
revisión a la baja de la contabilidad de víctimas también
ha servido a aquellos para afirmar que la exterminación de los
judíos es una invención.
En esta Muestra el recorrido del visitante ha sido organizado a partir
de tres momentos: El período de los campos (1933-1945),
La hora de la liberación (1945) y El tiempo de
la memoria (1945-1999). El primero de esos momentos reúne
tanto fotos tomadas por los alemanes como unas pocas -hechas clandestinamente
por los propios prisioneros. La liberación concentra tres tipos
de miradas: la de los fotógrafos profesionales, la de los reporteros
militares y las de soldados que llegaban al campo con una pequeña
cámara de aficionado. Los profesionales se centran sobre todo en
las víctimas, en sus rostros y cuerpos, procuran individualizar
el drama de cada uno de los supervivientes o agonizantes. Los militares
prefieren la visión de conjunto, el espantoso y acusador recuento
de cadáveres, la reconstrucción visual de lo que quedaba
de los útiles de exterminio. Son fotos concebidas desde un primer
momento como prueba de la acusación, destinadas al proceso de Nuremberg
cuando aún no se sabía de él. Los aficionados, con
falta de habilidad, aportan un plus de credibilidad, apartan la sospecha
de la imagen trucada. El tiempo de la memoria substituye las
personas muertas por sus objetos, los verdugos por las instalaciones.
El esteticismo se apodera a menudo del trabajo del fotógrafo, su
intención de evocación del genocidio es devorada por problemas
técnicos, de encuadre o de tratamiento.
Entre las fotos de los supervivientes tienen una gran fuerza las del francés
Eric Schwab, las que más acercan a quien los nazis habían
querido convertir en un número, en un ser inferior, mientras que
el excelente trabajo de Bourke-White aparece como falso a los ojos de
un espectador de hoy, demasiado malicioso como para no preguntarse por
la falsedad queintroduce la evidente puesta en escena de la fotógrafa.
Tomar fotos del horror no fue una iniciativa que se adoptara antes de
entrar en los campos. Es más, la difusión masiva de imágenes
insoportables no se comenzó hasta que fue imposible seguir organizando
las visitas de civiles alemanes a los campos que éstos habían
simulado ignorar. Más tarde, una vez iniciado Nuremberg, una vez
expiadas las faltas alemanas a través de la condena de algunos
de sus dirigentes, las imágenes desaparecieron, la necesidad de
recuperar para el mundo occidental la República Federal Alemana
pesaba demasiado y la singularidad del genocidio judío se rebajó
al igualarse su drama al de los otros deportados o prisioneros de guerra.
Y desde entonces, por razones diversas conveniencia del Estado de
Israel, necesidad de fundar en el antisfascismo la razón de existir
de ciertos Estados comunistas, iniciativa personal de algún artista
(ResnaisCayrol), voluntad de reescritura de la historia por parte de los
EE.UU. u otros países de acuerdo con sus intereses, los trabajos
de Steven Spielberg y de Hollywood sobre la memoria del mundo, etc.
los muertosvivientes de los campos son resucitados periódicamente.
Y sus ojos hundidos preguntan cada vez por qué debe sostenerse
de nuevo su mirada.
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