A mí me parece que los argumentos que dio (Carlos Alvarez)
son débiles. El ex presidente Raúl Alfonsín
decidió romper el silencio a su manera. Con definiciones sobre
todos los temas y con una moderada crítica al líder del
Frepaso por su negativa a ser candidato a senador. Yo sí
quiero (que Alvarez sea candidato en Capital), pero no lo voy a atosigar.
Igualmente, vamos a seguir conversando sobre todo, dijo el titular
del radicalismo ayer a la mañana, después de varios meses
sin hacer declaraciones. En la entrevista, además, Alfonsín
elogió la gestión de Fernando de la Rúa, adelantó
que aceptará competir contra Eduardo Duhalde en la provincia si
se dan ciertas circunstancias y aseguró que en el recientemente
creado Grupo de Trabajo el ámbito de conducción partidaria
de la Alianza vamos a conversar con Alvarez mucho más
a menudo.
Para Alfonsín, el de ayer fue un día agitado. A primera
hora asistió a los estudios de Radio Mitre, en donde fue reporteado
por Marcelo Bonelli, del programa Magdalena Tempranísimo.
Luego, después de eludir a los periodistas en la puerta de la emisora,
visitó a un amigo en el Hospital Italiano, donde terminó
haciéndose un chequeo de rutina a la fuerza, casi obligado
por los médicos. En ese centro médico había estado
39 días internado a mediados de 1999, como consecuencia de un accidente
automovilístico sufrido en la provincia de Río Negro. Y
a la tarde, una vez que su vocero, Raúl Borrás, anunciara
que el jefe radical se encuentra en buen estado de salud,
tomó un avión hacia Chile para participar del congreso del
Partido Socialista trasandino.
A la mañana, unos minutos después de las 9, el titular de
la UCR contestó todas las preguntas que le hicieron y habló
especialmente de su candidatura a senador. Sobre ese asunto, destacó
que él, personalmente, no tiene ambiciones, pero que
el tema lo deberá analizar la Alianza. Se tienen
que dar ciertas cosas. Yo me tomo muy a pecho las cosas, he sido diputado
nacional, diputado provincial, constituyente, señaló,
aunque luego añadió que si la coalición o su partido
se lo pidieran, él seguramente aceptará iniciar
una nueva campaña electoral en el distrito de la provincia de Buenos
Aires.
A pesar de los antecedentes que indicaban una cierta tensión entre
el Presidente y el jefe partidario de la UCR, ayer Alfonsín alabó
en todo momento a De la Rúa, a quien defendió a capa y espada.
Además, durante la emisión del programa, comentó
su satisfacción porque el Gobierno y los partidos del oficialismo
están trabajando en conjunto. En esa línea, cuando ayer
le preguntaron si el primer mandatario es el mejor candidato de
la Alianza para el año 2003, el ex presidente radical contestó:
No me cabe ninguna duda.
A la hora de hablar del peronismo, Alfonsín subrayó que,
para las próximas elecciones presidenciales, el PJ cuenta con más
de cuatro candidatos con chances de ganar. Como ejemplo, citó
a los gobernadores de Buenos Aires y Córdoba quienes
según su visión en el 2001 van a estar
más o menos unidos. En el caso de Carlos Menem, no descartó
que pueda competir por la candidatura presidencial dentro del justicialismo.
Yo creo que (Menem) todavía corre, opinó el
radical. Luego, aseguró que al riojano le desea felicidades
en el próximo casamiento con la chilena Cecilia Bolocco.
Sobre las mujeres que integrarán las listas de la Alianza, Alfonsín
analizó las posibilidades de la frepasista secretaria de Derechos
Humanos, Diana Conti, y la diputada radical Elisa Carrió. Opinó
que Conti puede aportar votos y que, en el caso de Carrió, habrá
que conversar con ella. Porque la chaqueña ya amagó
con presentarse en Capital con su nueva agrupación, la Agrupación
por una República de Iguales (ARI). Vamos a ver eso. Yo soy
muy amigo de Lilita y quiero conversar, confesó Alfonsín,
dando muestras de la preocupación que comparte todo el Gobierno
por un virtual éxodo de la diputada. Aunque todavía confían
en que Carrió pueda, finalmente, ser candidata de la Alianza. En
el Hospital Italiano, el estudio médico duró una hora. Según
el vocero del ex presidente, los médicos venían buscando
desde hace meses a Alfonsín para concretar el chequeo, ya que desde
el accidente no se había prestado a una revisación profunda.
Informe: Martín Piqué
Al cuadro de honor
Raúl Alfonsín le subió la nota a la gestión
de Fernando de la Rúa. Ayer, a seis meses de haberla aprobado
con un módico 7 (siete), calificó con un distinguido,
entre 8 y 9 al gobierno de la Alianza. En esos seis meses,
claro, pasaron algunas cosas: se obtuvo el crédito del FMI
que blindó la economía y dio algo de tranquilidad
al ministro de Economía, José Luis Machinea. El 12
de julio del año pasado, en una reunión con diputados
bonaerenses de la UCR, Alfonsín le puso 7 puntos a la administración
de De la Rúa, a la que consideró un poco lenta
en algunos aspectos. Unos meses después, subió
la nota del Gobierno afirmando que está trabajando
muy fuerte para llegar a los diez puntos. Ayer, en medio de
un reportaje radial, aseguró que el Gobierno merece entre
un 8 y un 9.
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OPINION
Por Osvaldo Alvarez Guerrero *
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La buena fe
La ley y las normas regulatorias de las conductas individuales
y colectivas son elementos imprescindibles de toda sociedad, cualquiera
sea su régimen de gobierno. Una república democrática
se distingue hoy de otros regímenes por la existencia en
su seno de un Estado social de derecho, ejercitado de buena fe.
No de cualquier derecho: debe tener origen popular y un contenido
igualitario, la aplicación recta de las reglas que se dictan,
y el control y equilibrio con que se ejecutan, en resguardo de ciertos
valores generales: la justicia social, las libertades de expresión
e información, las igualdades de la ciudadanía. Precisamente,
ser ciudadano, célula básica de la república,
consiste en tener derecho a ejercer derechos políticos, sociales
y económicos.
Pues bien, de acuerdo a esos principios generales, que conforman
un sistema jurídico con racionalidad formal y coherencia
material solamente en un sentido muy lato, podría afirmarse
hoy que los argentinos vivimos en un Estado, no digamos Social,
pero sí al menos de Derecho. El ejemplo más palmario
de esa desnaturalización es el proceso seguido por los recientes
decretos de necesidad y urgencia, así como otros actos menos
abruptos, pero no por ello menos perjudiciales (como las concesiones
de Loma de la Lata, los tarifazos, el descontrol en la prestación
de servicios públicos, la rapiña abusiva en las prácticas
comerciales de bancos y tarjetas de crédito, etc.) No todos
son decretos, ni todos invaden atribuciones propias del Legislativo
al mejor estilo menemista. Muchos de ellos provienen del abuso del
poder económico privado, autorizados o apoyados por el Gobierno.
Pero todos son ilegales e inconstitucionales, por su origen, por
su forma y por su contenido. Y sólo las argucias interpretativas
de las jerarquías superiores del Poder Judicial se atreven
a darles un viso de formal legalidad, que no puede ocultar la tramposa
hipocresía de una falsa juridicidad.
Podrá alegarse que el Parlamento está desprestigiado
y no cumple con sus funciones, y que el Poder Judicial registra
las mismas debilidades y no conserva casi ningún rasgo de
independencia. Es cierto, pero justamente por esa certidumbre es
que resulta muy dudoso que las instituciones democráticas
tengan hoy vigencia real en nuestro país. La sospecha, cuando
no la certeza, tanto en gobernados como en gobernantes, sobre la
ineficacia de esas instituciones y la irregular vigencia de la ley
es hoy la mejor prueba de ello. El resultado de esa situación
es el retroceso de la legitimidad gubernamental, y la extensión
de la falacia y la mala fe.
Sin embargo, no podría negarse que hay un orden impuesto
y establecido, no siempre ni necesariamente derivado del Estado.
Se trata de un régimen plutocrático, que se autogobierna
en función de sus intereses particulares y no del bien común,
que ha sometido a la República democrática. Por lo
tanto no reina la anarquía sino el escepticismo en buena
parte del pueblo respecto del Derecho y la Justicia. Este poder
se sustenta y ejerce descaradamente el cinismo.
Es un lugar común, aunque no aceptado por todos los teóricos
y los prácticos de la política, afirmar que la democracia,
aun la más desfigurada, tiene capacidad de autocorregirse.
Si eso es válido sería posible admitir que vivimos
en una falsa democracia, pero que aun podría conservar en
sus gobernantes un resto exiguo de algo parecido a la buena fe regeneradora
de la convivencia social, mientras la sociedad todavía sigue
rechazando la violencia desquiciante. Si el Gobierno fuera ejemplo
de sensatez gatopardista, al menos por un tiempo, quedaría
la esperanza de una transición hacia el Estado Social de
Derecho. Peor hoy por hoy, la prudencia reformista está considerada
por el régimen como una utopía revolucionaria.
* Presidente Fundación Illia
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