Por Cristian Vitale
Hace ya muchos años,
un grupo argentino liderado por Gustavo Santaolalla, sorprendía
a propios y extraños. Se llamaba Arco Iris, practicaba la fusión
como signo de libertad creativa y se instaló en la historia además
de por otras cuestiones relacionadas con su modo de vida por haber
prefigurado una extraña (por entonces) alquimia entre folklore
latinoamericano y rock. Sudamérica o el Regreso a la Aurora (1972),
Inti Raymi (1973) y Agitor Lucens V (1975) son tres lúcidos ejemplos
de aquel intento. León Gieco, siempre más allá (o
más acá) de todo, tomó esa bandera desde el comienzo
de su carrera, y años más tarde dejó un testimonio
decisivo con De Ushuaia a La Quiaca (1985), donde, precisamente, lo acompañó
Santaolalla, productor de su primer disco solista. Litto Nebbia hizo también,
en los 70, fuertes intentos de fusión, en una etapa en la
que solía tocar en vivo con el bombista santiagueño Domingo
Cura. Divididos y Almafuerte, entrados los 90, continuaron ese camino
desde un costado más heavy, y Los Piojos priorizaron
lo que podría llamarse el folklore del Río de la Plata.
Aunque muchos siguen viendo en esta mixtura un híbrido, tres bandas,
también argentinas, dos de ellas independientes, quieren continuar
esa suerte de legado histórico. Eppurse Muove, Planeta Fakón
y Arbolito, con diferencias de matices, hacen folklore y rock. O las dos
cosas juntas. Eppurse Muove nombre tomado de la célebre frase
de Galileo: Y sin embargo se mueve tiene dos discos
editados: Pieles latigazos (1996) y Villa Febris (2000). El primero bien
rockero y el segundo, muy diferente, se para entre Arco Iris, Los Jaivas
y Bersuit. Planeta Fakón ex Facón también
con dos trabajos en la calle, Peleador (1998) y Mundo caparazón
(2000), combina zambas, cuecas y chacareras con una estética y
actitud más parecida a la de Los Piojos. Y Arbolito grabó
La mala reputación con todos equipos prestados. El grupo suena
como un Uña Ramos eléctrico, tiene temas de corte indigenista
como Tierra sin mal y mucho charango: Nosotros venimos
del rock, pero de repente nos pasó de conocer un folklore que antes
no nos llegaba. De adolescente me copaba mucho con Jethro Tull, y su capacidad
para mezclar lo folk con lo eléctrico, las flautas irlandesas con
mandolinas y esa terrible banda detrás. ¿Por qué
no podemos hacerlo nosotros?, explica Agustín, voz, quena,
charango, violín y calimba en Arbolito.
A días de que en la Plaza Próspero Molina de Cosquín
se concrete un festival rockero, al que algunos folkloristas ortodoxos
se oponen, Página/12 reunió un seleccionado de los tres
grupos para dialogar sobre la posibilidad de un nuevo movimiento de fusión
de estilos, generado desde el rock. Estuvieron Diego, el charanguista
Chango Rascioni y Facundo Farías Gómez por Eppurse, el Turco
Chiodi por Planeta, Agustín y Ezequiel por Arbolito. Después,
el Zorro (Eppurse), entre ellos, mientras el mate pasaba de mano en mano.
¿Se sienten parte de un nuevo movimiento que liga la música
autóctona con el rock?
Diego (EM): La verdad es que si está pasando, no lo sabemos,
se va a saber dentro de 30 años. Yo puedo decir que entre los míos
estoy viendo unas ganas de crear terribles, pero no sabemos si la movida
es realmente popular.
¿Cómo se vinculan, en la historia del género,
con León Gieco, Arco Iris, Nebbia, Los Jaivas...?
Diego (EM): Es un tema complicado. En los 70 surgieron bandas
que podrían haber formado una personalidad nueva. Pero es muy difícil
que se encuentre algo que supere la fusión, que vaya a lo hondo.
Por algún motivo, no se pudo continuar la pelota de Arco Iris y
nosotros nos fuimos influenciando de los extremos, del rock y del folklore:
Atahualpa por un lado, Hendrix por otro.
Chango (EM): Todo el mundo me dice que somos como Arco Iris. Pero
yo, particularmente, nunca los escuché.
Agustín (A): Creo que el camino entre ellos y nosotros se
cortó por la dictadura, por los desaparecidos y los exiliados.
Nosotros somos un producto de los últimos 20 años, de lo
que aprendimos y vimos en este punto de la historia.
Ezequiel (A): De todas maneras, la búsqueda que se cortó
con ellos la estamos siguiendo nosotros.
Turco (PF): Para mí el principal referente de pelar rock
y folklore es León Gieco, una persona que merece el máximo
de los respetos.
¿Qué otras influencias tienen?
Diego (EM): A mí me marca el Chango Farías Gómez,
me gusta mucho lo que hizo con La Manija. Estuvimos un año entero
escuchándolo. Liliana Herrero también tiene cosas copadas
y Cuchi Leguizamón es el símbolo de lo que debería
ser un músico. La mayoría de la gente no sabe quién
es y sin embargo silba sus canciones lavando los platos.
Agustín (A): A mí me gusta Almafuerte. Y por otro
lado, siempre me apasionó la música andina: Violeta Parra,
Los Jaivas, Víctor Jara. Escuchar esto me llevó a preguntarme:
¿por qué hacer rock solamente?
Turco (PF): Es valorable también la actitud de Ricardo Iorio
de acercar a Larralde a gente que sólo escuchaba heavy metal.
¿La búsqueda de identidad que pregonan en sus canciones
tiene que ver con volver a las raíces sudamericanas, o de iniciar
un nuevo camino?
Diego (EM): Estamos en la de mucha gente: encontrar una identidad.
Una de las últimas poesías que trajo Raúl el
cantante es sobre un sauce y lo escribe de una manera que es China,
oriental, por la manera en que están escritos los versos. Sin embargo,
esa letra te tira La Pampa encima. Es muy amplia la cuestión de
la identidad.
Chango (EM): Nosotros usamos cosas del rock y cosas del folklore
buscando qué hacer. Yo hace varios años que voy a Cosquín,
y cada vez hay más conjuntos eléctricos, pero desde el folklore,
ellos hacen folklore.
¿Ustedes no?
Chango (EM): Sí, también. Pero no ese folklore cerrado
que en los 70 metieron en un freezer para enseñar en academias.
Mucha gente nos dice que lo que hacemos nosotros no es folklore.
Eppurse Muove participó del recital por los presos de La Tablada
en Plaza de Mayo. En aquella ocasión, Diego dijo entre tema y tema:
Este país está al revés, los que realmente
deberían estar presos están libres. Es algo que muchos de
nuestros vecinos aún no entienden. Fue su forma de decir
presente. El Turco de Planeta Fakón canta en Traicionero:
Vamos a gritarle traicionero/ al que engaña al pueblo entero/
no lo vamos a olvidar. Los alcahuetes del extranjero/ que devuelvan el
dinero/ y se manden a mudar. Y Arbolito lo dice todo en la Chacarera
del expediente de Cuchi Leguizamón o en Pañuelos,
una zamba dedicada a las Madres, que cierra con la voz de Hebe de Bonafini.
Es claro que hay una postura ideológica, amplia, que los vincula.
¿Hay en su mensaje una postura de reivindicación setentista?
Agustín (A): Aquellos eran otros tiempos, había que
tener un compromiso claro con una idea fija e ir todos hacia el mismo
punto. Lamentablemente no se llegó. Hoy, Arbolito tira para la
izquierda, pero lejos de todos los partidos.
Diego (EM): Muchas veces se confunde tendencia ideológica
con panfletito. A mí me parece que la búsqueda profunda
es política y espiritual. La música de por sí tiene
una tendencia, pero si la reforzás, le quitás fuerza a la
expresión en sí. Algunos de nosotros fuimos al recital por
los presos de Tablada porque queríamos ir, pero no nos hace falta
tener una letra que diga milicos putos.
Chango (EM): Además, en general la política ya no
tiene que ver con ninguna ideología sino con cuestiones administrativas.
Y yo no quiero compartir mi música con ellos.
Turco (PF): Somos de una generación que tiene un desencanto
absoluto, pese a que uno hace política cada día. Es inevitable.
Siempre simpaticé con la izquierda, aunque nunca milité.
¿Cómo vinculan esta ideología de izquierda
con la gestión independiente?
Agustín (A): Se relacionan en el hecho de poder elegir qué
tema sacar y qué tema poner en un disco sin influencias monetarias
o de conveniencia. Es uno de los únicos lujos que nos podemos dar.
En un país donde la propiedad privada es lo más importante,
nosotros, por lo menos, somos dueños de nuestro nombre y de nuestra
música. Esto es impagable.
Diego (EM): El problema está en que las compañías
juegan con tu canción como si fuera un chorizo, mientras que para
nosotros la canción merece otro respeto. Buscamos lo popular, no
lo masivo y hoy sólo se venden productos, no se comparten expresiones,
no se busca un desarrollo espiritual. A los adolescentes les manejan el
sentimiento con fecha de vencimiento. Además, se mata toda expresión
renovadora, se compra y se hace souvenir. En fin, te chupan.
¿Piensan que a León se lo chuparon cuando entregó
En el país de la libertad a Telefónica?
Zorro (EM): No, porque él es popular, porque lo avala su
trayectoria. Compró un aparato para el Garrahan, para que no se
mueran los pibes.
Agustín (A): Nosotros lo vivimos como una semana de luto.
No sabíamos qué hacer.
La Renga firmó contrato para una multinacional y, sin embargo,
mantiene cierta postura independiente.
Zorro (EM): Sí... pero le vendieron los derechos a la radio
de Daniel Hadad sin que ellos supieran. No es tan fácil mantenerse
libres.
DESDE
CHANGO FARIAS GOMEZ HASTA LOS NOCHEROS
Ejes de mi guitarra (eléctrica)
Por Fernando DAddario
Si el universo musical se poblara
sólo de postales inamovibles, habría dos que no podrían
fundirse jamás: la del rockero y la del folklorista.
Prejuicios atávicos que atraviesan uno y otro mundo de la música
popular proponen, siguiendo la proyección de esas postales, recorridos
separados e inmaculados, como si de la pureza estilística derivara
una garantía de autenticidad. Claro que el rock (que
no nació por generación espontánea y se nutrió
en sus orígenes de folklores diversos) ya no es tan joven ni tan
de allá (Inglaterra y Estados Unidos), y el folklore ya no es necesariamente
tan viejo ni tan de acá (el acá le cabría
a cada región rural que se adjudica con exclusividad la génesis
de determinados ritmos folklóricos).
Así como el piano incorporado a lo telúrico fue alguna vez
tachado de blasfemo, del mismo modo que la utilización del violín
en el cancionero criollo provocó en su momento urticarias tradicionalistas
(¿alguien podría decir hoy que Sixto Palavecino no es un
folklorista de ley?), la electrificación del folklore, instancia
previa a una supuesta rockerización del género,
se manifestó hace quince años como una apuesta subversiva,
en tanto hoy es un tema que ya no se discute. Dentro de 50 años,
Chango Farías Gómez formará parte del folklore tradicional.
Ese folklore tradicional incorporará a regañadientes nuevas
tendencias, porque así funciona la historia, fundamentalmente la
historia del arte.
Pero el folklore no se rockerizó. Los pibes de Córdoba,
Salta o Tucumán que hoy se calzan una guitarra eléctrica
para cantar una chacarera no están atados a un afán rupturista.
Se criaron escuchando a los Redondos y a Peteco Carabajal. Ese es su folklore.
No usan pelo largo para desafiar a Los Chalchaleros. Usan pelo largo.
Paradójicamente, otros conjuntos, como el Dúo Coplanacu,
con guitarra criolla, bombo y violín, generan, por una cuestión
de actitud, un acercamiento al espíritu rockero que no se verifica,
por ejemplo, en Los Nocheros, con toda su electrificación sonora
y su estética del videoclip derivada del mundo pop.
Es probable que la inserción paulatina del lenguaje (musical y
social) rockero en el folklore se haya producido de manera más
natural (pero, al mismo tiempo, más traumática) que en el
proceso inverso, porque para folklorizar el rock las patriadas
individuales (Santaolalla, Gieco, Divididos) se adelantaron a la evolución
social. De cualquier modo, y se ha comprobado escuchando bandas triviales
de death metal y copleras punks de Purmamarca, el enchufe
de la guitarra es sólo una cáscara sin gravitación
en la calidad artística. Anteanoche, en su peña coscoína,
la banda de Ica Novo presentó un malambo contagioso que, en el
fragor de la zapada, hizo bailar a todo el mundo con sugestivas aproximaciones
al jazz y al son cubano. Eso, aquí, allá y en todas partes,
es rocanrol.
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