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Cómo hacer una versión guarra de �El rey Lear�

En �El hijo del diablo�, Adam Sandler, uno de los egresados con honores del show de TV �Saturday Night Live�, demuestra que con él sucede lo mismo que con Jim Carrey: se lo ama o se lo detesta.

El cómico Adam Sandler con
Beef, sin duda su mejor amigo.

Por Horacio Bernades

A Adam Sandler, el cómico más exitoso de Estados Unidos junto con Jim Carrey, se lo ama o se lo detesta. Lo más frecuente es que entre una y otra sensación no medie más que un gag o una línea de diálogo. Formado en esa universidad cómica del “Saturday Night Live”, es tal el éxito de sus películas en Estados Unidos que Sandler es, a esta altura, tanto un cómico como la cabeza de una formidable empresa, alrededor de quien se nuclean productores, guionistas, realizadores y miembros de una troupe bastante estable. Luego de La mejor de mis bodas, Un papá genial y El aguador, El hijo del diablo es lo más nuevo de Sandler, y como en ella todo está llevado a la enésima potencia lo más factible es que quienes la vean amarán y odiarán al bueno de Adam más que nunca.
A diferencia de las anteriores, que se mantenían dentro de una cuerda realista, El hijo del diablo es una fantasía desatada en la que Adam (¡qué nombre para el papel!) es, literalmente, lo que el título indica. Versión masculina e infernal de La cenicienta, el pequeño Nicky es el hijo menor, tierno y tontolón de Belcebú (Harvey Keitel, obviamente menos envarado que en papeles recientes), a quien sus malévolos hermanos disfrutan haciéndole la vida imposible. Hasta el punto de que le dejaron la boca torcida para siempre de un golpazo. Aparte de ese problema, que lo lleva a hablar durante toda la película como una versión exagerada de Bogart o Holly Hunter, Little Nicky lleva un mechón que le llueve casi hasta la comisura derecha, completando una caracterización en ese estilo crispado que es típico del “Saturday Night Live”.
Ocurre que Papá Diablo se hartó del puesto y decidió jubilarse, eligiendo como sucesor al lelo de Nicky. Su decisión desata la guerra entre hermanos (aunque a los bibliotecarios les dé urticaria, El hijo del diablo no es otra cosa que una versión guarra de El rey Lear) y promueve el ascenso de Nicky a la Tierra, con la misión de traer de regreso a los díscolos. Como en todas las películas de Sandler, el hilo argumental es como un trinchete donde viene a insertarse toda clase de gags, digresiones, chistes tontos y/o geniales y un montón de referencias entre sarcásticas e hirientes a la actualidad, que van armando, escena a escena, una chorreante brochette cinematográfica donde el manjar y la trash food se anudan y entrelazan.
Hay papeles absolutamente subdesarrollados, como el de la noviecita que incorpora Patricia Arquette, y otros casi geniales, como ese Luciferabuelo juerguista (Rodney Dangerfield) o un par de metaleros inocentones y eternamente sonrientes. Pero si hubiera que destacar un secundario debería ser sin duda Beef, un bulldog parlanchín que hace las veces de cicerone del protagonista por Nueva York. Hay cameos totalmente fallidos, como el predicador gritón de Quentin Tarantino, y otros perfectos, como las apariciones del comediante Henry Winkler y el mismísimo Ozzy Ozbourne (todas las películas de Sandler suelen estar superpobladas de amigotes). Del mismo modo, ciertas escenas estiradísimas (una con los Globetrotters, en el Madison Square Garden) alternan con otras extraordinarias, comocierto Paraíso final donde reinan, terriblemente, unos ángeles rubios como Trillizas de Oro. Es posible que El hijo del diablo sea la película más despareja del mundo. Pero uno solo de sus mejores gags bien vale el precio de la entrada. Y no hay uno, sino un montón de ellos.

 

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