Forever
Young
Por Hugo Soriani
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Solo hubo una
persona que, en los últimos diez días, fue capaz de parar
la lluvia. Sombrero de cow boy, botas texanas, jeans gastados, camisa
leñadora y guitarra en bandolera, apareció una noche en
el escenario del Campo de Polo como un mito que hasta ahora sólo
escuchábamos en CD o en los discos de vinilo que pudieron sobrevivir
a la catástrofe.
Era cierto, ahí estaba Neil Young. Atrás, los míticos
Crazy Horses, sus secuaces. Los que hace años secundan al cowboy
en sus andanzas de guitarras asesinas. El Poncho Sampedro, Billy Talbot
y el batero Ralph Molina.
Neil se cuelga la viola, se dobla en dos, pisa el pedal y se larga con
Sedan Delivery en una versión furiosa que hace llorar
a los más viejos y les parte la cabeza a los mas jóvenes.
Llovía sobre el Campo de Polo y ya habían huido los fans
de Oasis. Quedaban los acólitos de Young y los pibes que querían
comprobar cuánto de cierto había en todo lo publicado sobre
Young los días previos.
Eran unas cuatro mil personas sobre las trece mil del comienzo
rodeando un escenario montado en un lugar delirante, enorme, con pésima
acústica y adornado con kioscos que hacían recordar a viejas
kermeses de barrio, con globos, guirnaldas, lucecitas de colores y excalectric.
Olor a bosta en el campo de polo. Lluvia y olor a bosta.
Momentos antes de la entrada de Young los plomos y sonidistas habían
preparado el escenario como para una ceremonia religiosa: pequeña
estatua de un cacique indio pintado para la guerra al lado del bombo de
pie de la batería, bajos y guitarra, instrumentos prolijos y rectos
como velas encendidas. Y mucho incienso en las manos de un asistente que
caminaba el escenario de punta a punta como un monaguillo que cumple el
rito. ¡Tiran incienso porque viene Dios!, gritó
alguien que se animó a romper el silencio que rodeaba la ceremonia.
Y vino Dios. Con Sedan Delivery ordenó que la tormenta
cambiara de lugar. Ya no se mojaría nadie de los de abajo y la
única tormenta eléctrica estaría arriba del escenario.
Hey, hey, my, my fue la segunda, y hasta los más necios
hinchas de Oasis se dieron cuenta de que no resistía comparación.
La versión del tema que los hermanos Gallagher habían hecho
minutos antes parecía ya una vieja canción de cuna.
Neil que baila, que vuelve a doblarse, que agita sus brazos, que distorsiona
la guitarra de una manera que hace imposible distinguir si son los pedales
o son sus dedos los que aprietan las cuerdas hasta lastimarse. Neil no
canta, gime. Grita la letra con furia: Es preferible quemarse antes
que oxidarse.... Y se está quemando, nos estamos quemando
todos.
Un pibe le dice a su amigo: A éste no lo tenía, pero
me está gustando el chaboncito. Se lo dice al segundo tema
porque al quinto ya no puede; baila a dos metros del piso.
Alguna vez, hace mucho tiempo, fue Spinetta el que dijo: Lo importante
no es la técnica sino el amor que un músico le pone a su
música. Neil Young es un gran amante. Despliega una energía
sobre su guitarra que cualquier técnica pasaría desapercibida.
Es música desde las tripas y no desde el cerebro. Pero por si alguno
se equivoca también decide hacer Cortez, the Killer
y da una lección de técnica que hubiera hecho empalidecer
a Clapton y completa su dimensión de artista.
Cuando creemos que el show no ofrecerá variantes, el gordo San
Pedro deja la guitarra y ayuda a empujar un piano. Entran dos vocalistas
que se suman a los coros y arranca Like a Hurricane. Ya no
hay asombro en nadie, pero tampoco hay palabras. Las vocalistas se escuchan
mal, Neil vuelve a gemir, Talbot literalmente golpea su bajo, la batería
parece mil baterías y la furia del rocanrol sacude a los cuatro
mil tipos que seaguantaron el caos de la organización, la kermesse,
la bosta y la lluvia pero que saben tener el privilegio de estar ahí
y salir para contarlo.
Una hora y cuarto de música y se va. Pero no, la gente se queda
y él vuelve y toca sólo con su guitarra The needle
and the damage done, un melancólico tema en homenaje a sus
amigos muertos por la heroína.
Los más chicos ya no disimulan su admiración ni su alegría
por haber descubierto al chaboncito. Por haberle hecho caso a Noel Galagher,
que les había advertido: Neil Young es una leyenda y no se
vendió jamás. Nobleza de Nohel, que reconoce un nivel
de transgresión en la música de Young que no precisa pellizcar
el culo de ninguna azafata ni destruir hoteles por el mundo.
Va terminando. Los viejos parecen jóvenes y los jóvenes
parecen haberlo conocido siempre. Y haberlo amado.
Con viejos como Neil El rocanrol no morirá jamas. Neil
Young, nuevo en sus 57 años. Por siempre joven. Forever Young.
REP
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