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OPINION
Por Mario Wainfeld

Asado con guarnición de decretos

Si parece Alianza año verde. Carlos Alvarez volvió del exilio interior para reunirse con Raúl Alfonsín. Y, tras cartón, con Federico Storani. El ex presidente apuró una ligera cena con el actual. Para colmar el vaso, De la Rúa y Chacho volvieron a verse las caras (ojo: ya van tres veces en tres meses), asado de por medio, con mousse de maracujá de postre, chez Chrystian Colombo. Y después hay, como suele decir el Presidente, “agoreros”, “pájaros de mal agüero” que hablan de teléfonos descompuestos, malas ondas y otras módicas metáforas acerca de la incomunicación.
Para taparles asimismo la boca a los que acusan al Gobierno de inerte y dedicado de lleno a la campaña, un acto pleno de ejecutividad. La firma –con todo el Gabinete de cuerpo presente, atentas cámaras de televisión y prolongada conferencia de prensa– de 26 decretos abarcando tópicos por demás misceláneos. Muchos de ellos indiscernibles para el vulgo, muchos otros largamente anunciados con anterioridad, pero (atajate ésta, Hegel) en la cantidad está la calidad.
Como guinda del postre, el Presidente ha recuperado la sonrisa. La ostenta ante los fotógrafos pero también le brota en las reuniones con los funcionarios. “No parece el mismo hombre que en noviembre –explica a Página/12 uno de sus laderos de primer nivel–, cuando se quejaba de haber dilapidado en meses de gobierno el prestigio acumulado en toda una vida, cuando no podía con el bajón.”
No todo lo que contiene el estanque es su superficie límpida. Por debajo del espejo de agua puede haber remolinos, pirañas, corrientes profundas, contaminantes químicos. Vale la pena tenerlo en cuenta, máxime si en ese estanque hace menos de un cuatrimestre hubo un bruto naufragio.

El asadito

La propia liturgia de los encuentros entre aliados (sigilo y secreto, falta de comunicación posterior de lo hablado) revela su carácter excepcional, episódico, espasmódico –como prefiera el lector– para nada instalado, normal, funcionando. Condiciones que, claro, pueden cambiar y mejorar a futuro. O no.
La charla entre Alvarez y Alfonsín insumió 45 minutos, lo que –para hablar en serio de política tras meses de silencio– es poco. La cena compartida por De la Rúa y Alfonsín apenas superó esa marca. La tenida entre Storani y el ex vice fue algo más extensa.
Sólo el asadito entre los ex integrantes de la fórmula aliancista, Colombo y Darío Alessandro se prolongó cerca de tres horas. Así y todo fue menos cordial que lo que quisieron divulgar voceros oficiosos. Por caso, desde cerca de Presidencia se difundió esa noche la especie de un brindis pronunciado por Alvarez que jamás existió. La tenida comenzó, indigesta, con facturas. En sentido figurado, se entiende. El Presidente le cuestionó a Chacho sus críticas a la falta de voluntad del Gobierno para investigar las coimas senatoriales. Palabra más, palabra menos, le dijo que el Gobierno puso a funcionar la Oficina Anticorrupción e impulsó la causa por enriquecimiento ilícito de los legisladores (la que, hoy por hoy, conserva más posibilidades de coronar con alguna condena). “Vos, en cambio le llevaste todo a Liporaci”, remató De la Rúa. Alvarez replicó que –tras su renuncia– el Gobierno le bajó el telón al escándalo. De la Rúa dijo que posiblemente su hermano Jorge, ministro de Justicia, pondría en negro sobre blanco –conferencia de prensa mediante– todo lo que hizo el Gobierno. Alvarez y Alessandro sostuvieron que sólo el Frepaso se ocupó del tema. Colombo obró de apaciguador entre los dos bandos, en una intervención que tiene su encanto porque el jefe de Gabinete se tutea con los dos frepasistas pero se trata de usted con su correligionario Presidente.
La siguiente factura fue de Alvarez a De la Rúa. Le cuestionó que su hijo Fernando “Aíto” hubiera participado en lo que definió como “otra operación en mi contra” de la revista La Semana de Daniel Hadad. La anterior según Alvarez, recordará el lector memorioso, fue una seguidilla de notas conteniendo versiones sobre su vida privada y tuvo algo que ver con el comienzo de la crisis que desembocó en su renuncia.
De la Rúa deslindó su responsabilidad, aduciendo que sus hijos tienen vida y decisiones propias. Y el encuentro derivó en un tono más constructivo. Se habló del “grupo de trabajo”, nombre poco feliz pero –en fin– consensuado del ámbito que compartirán Alvarez, Alfonsín, De la Rúa, algunos funcionarios (posiblemente rotativos) del Gobierno y –en pos del equilibrio numérico– algún otro frepasista. También se quedó en impulsar la Agencia para políticas sociales (sobre la que volverá esta nota más adelante), en promover la iniciativa de reducción de las dietas de legisladores provinciales de todo el país, a pactarse con los interesados. La reforma impositiva –que todos coincidieron será una tarea para el 2002, año post-electoral– completó la agenda. Los circunstantes insisten (tal como hace Colombo en las páginas 2 y 3) en que de candidaturas, nada.
Por entonces, todos coincidían en resaltar la importancia del encuentro y la de mejorar la comunicación y la participación del Frepaso en el Gobierno. El Presidente sacó de su bolsillo el recorte de un diario español que reproducía una nota de The Economist en la que se señalaba que la principal urgencia para garantizar la recuperación económica argentina era la unidad de la Alianza. Y lo leyó con énfasis, destacando su acuerdo. De la Rúa tiene la costumbre de llevar apuntes o ayudamemoria para destacar sus puntos de vista. Por eso, el gesto fue leído por los otros circunstantes como una señal de voluntad aliancista.
La cena culminó con buen tono. Dato relevante a futuro, pero que debe sobreimprimirse a lo que viene ocurriendo:
Una frecuencia mensual de diálogos De la Rúa-Alvarez.
Un parto por demás tardío del grupo de trabajo que –el sentido común lo indica– debió existir desde el inicio del Gobierno. Y
La persistencia de una dificultad institucional: conciliar un sistema presidencialista con una coalición. Dificultad agravada porque el Presidente es un hombre dado a los silencios y al enigma. Y el jefe del partido minoritario un líder carismático dado a la sorpresa, el pensamiento lateral y muy bichoco respecto de las estructuras orgánicas.

El show del decreto

El show del decreto de Olivos también tuvo claroscuros. “De la Rúa nos pidió muchas iniciativas en materia social y cultural. Que no fuera todo economía. Y al final, casi todos los decretos salieron de Economía, Trabajo y jefatura de Gabinete. Salvo lo del multimedio y un decreto incomprensible de Justicia no hubo ni una propuesta”, rezongaba un integrante del Gobierno muy cercano al Presidente. Un reproche nada elíptico a buena parte del Ejecutivo que no parece llevar el ritmo.
El rezongo compete a los responsables de áreas sociales del Gobierno y –por fuerza– la principal acusada es Graciela Fernández Meijide. La creación de la Agencia Social ha reflotado el dilema acerca del futuro de la ministra. En el Frepaso, empezando por su vértice, se aspira a conducir ese nuevo organismo, mucho más poderoso que Desarrollo Social, que absorbería áreas de Salud y de Trabajo. Alvarez piensa la Agencia como una carambola a dos bandas para el Frepaso. Los objetivos: recuperar presencia en la gestión de políticas sociales y volver a ocupar un sitio de decisión dentro del Gobierno. Vale recordar que éste comenzó con dos ministros frepasistas (Graciela y Alberto Flamarique) y con Chacho en la vicepresidencia. La crisis de octubre redujo esa dotación de tres a una integrante, la menos activa y protagónica.
Ese reparto institucional, plasmado en el momento de mayor antagonismo interno y chauvinismo delarruista, señalan los frepasistas, es insostenible. Y parece asistirles razón si lo que se persigue es equilibrio interno y compromiso mutuo en la acción oficialista.
Pero tal vez les falte computar la viga en el ojo propio: el desempeño de los cuadros comandados por Alvarez en el Gobierno ha estado muy por debajo de lo que era dable desear. Y hasta de lo que era dable esperar. Está pendiente una autocrítica seria acerca de los ministros que promovió para gobernar el país. La renuncia de uno fue un curioso casus belli: sus compañeros querían echarlo y sus aliados conservarlo y ascenderlo.
Tal vez parte de esas asignaturas pendientes (y la de alguna política social consistente, reparadora, equitativa) se pueda zanjar con la unificación de las políticas sociales. Pero la propia conformación de la Agencia tomará su tiempo, tal vez todo el año. Y no sobran cuadros frepasistas aspirantes a conducirla con razonables posibilidades de éxito en el doble rol de eficaz gestor y miembro del Gabinete con peso político. No bastará para eso que la Agencia tenga “rango ministerial” (algo de eso se comentó, sin merecer vetos, masticando asado) si no hay un ministro –o como se llame– con suficiente piné.
Nada se habló de nombres y en eso, por razones ostensibles, el Frepaso debe hacer la primera movida. Nada hará De la Rúa para mellar el escueto poder que conserva Fernández Meijide, símbolo de una unidad maltrecha, si no le ofrecen llave en mano una solución integral. Que comprende un recambio razonable y consensuado y algún puente de plata para la ministra. Lo que –dato no menor– no podrá ser una candidatura destacada ya que Graciela ha perdido la aureola electoral que la nimbó durante años.
Ese deterioro no es su monopolio. Toda la imagen del Gobierno está muy baja. Una encuesta de la consultora oficial, Analogías –más de 3500 casos en todo el país– hace correr frío por las espaldas oficialistas. La imagen del Gobierno y la del Presidente siguen bajas. La intención de voto de la coalición supera apenas el 20 por ciento y está estancada desde octubre. La del PJ es superior y –lo que es más grave– crece de a poco, mes a mes. Un dato llamativo: el repunte, casi desde el subsuelo, de la intención de voto de Carlos Menem.

De monarquías y tropezones

Un sistema presidencialista con mucha exposición a (y protagonismo de) los medios, en especial los audiovisuales, tiene a menudo reminiscencias monárquicas. En la Rosada se habla de la alegría del Presidente como si eso derramara sobre la población. Cuando en realidad, la alegría de los dirigentes –si desentona con los estados de ánimo generales– es todo un problema.
La familia De la Rúa aparece acá y allá en numerosas entrevistas hablando de la reelección del pater familiae. Antonio también retorna pues quiere manejar la campaña de la que no se habla ante los micrófonos pero cuyos porotos ya empiezan a repartirse. Raúl Alfonsín ya expresó a sus allegados qué piensa del tema “de política algo sé. Y la provincia la conozco bastante”, explicó dejando en claro que no quiere ni tener cerca a la parafernalia electoral sushi.
También tiene un tufillo monárquico el funcionamiento del Frepaso nacional, muy tributario de las actitudes y hasta de los estados de ánimo de su líder. Para los radicales es todo un deporte descifrar en qué anda Alvarez. Alfonsín, por ejemplo, creyó entender que su autoexclusión a la candidatura no es inamovible. Storani aseguró a sus íntimos que lo vio “perdido, sin rumbo preciso”. Colombo, en cambio, le expresó al Presidente que lo encontró de mucho mejor ánimo y más constructivo que en diciembre, cuando compartieron un café cerca de Congreso.
El pasado es una ominosa mochila. Los resucitados contactos están marcados por la desconfianza, por las heridas del 2000 sin cicatrizar. Un año de estancamiento económico y enorme ruido político. Los optimistas pueden decir que los errores son experiencia, estímulo para aprender. Los pesimistas que el hombre suele tropezar con la misma piedra. Habrá que ver cuánto aprendió un gobierno que, blindaje mediante, va –tal vez con demasiada euforia y magra elaboración de sus errores– por su última oportunidad.


 

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