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UN NUEVO ACTOR POLITICO EN LA GUERRA COLOMBIANA
Surge la patria paramilitar

Se ha dicho que la lucha en Colombia es entre dos Estados, pero uno de ellos comienza a ser el paramilitar. La debilidad del Estado colombiano ha puesto a los paramilitares en la vanguardia de la lucha contrainsurgente. Y eso le permite a su líder, Carlos Castaño, definir un proyecto político propio.
Paramilitares de las AUC escuchan órdenes de su comandante en el sur cocalero del país. Las FARC congelaron el diálogo con el gobierno en respuesta a la escalada de las AUC en la zona.

Por Gabriel Alejandro Uriarte

El fin de la historia siempre fue aplicado con demora a la guerra civil colombiana. Fue sólo recientemente que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) dejaron de ser analizadas como “la última guerrilla marxista del continente”, y se prestó más atención a la transformación que atravesó con el narcotráfico y la adquisición de un territorio propio para la “construcción del socialismo”. Pero el viejo atraso todavía afecta la percepción sobre un actor clave del conflicto: los paramilitares. Muchos todavía los ven como los escuadrones de la muerte de los hacendados, utilizados por el Ejército para hacer su trabajo sucio. Su involucramiento en el narcotráfico sigue siendo puesto en segundo plano detrás de esta percepción tradicional (como por tanto tiempo se hizo con las FARC). Su creciente protagonismo militar en detrimento del Ejército regular es visto como un reflejo de la complicidad de este último. Y, finalmente, su emergente definición de un proyecto político es descartado como una beatificación del statu quo latifundista. Es precisamente porque las FARC son mucho más que la última guerrilla marxista que se les presta mucha más atención. Es hora de dar el mismo tratamiento a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) de Carlos Castaño.
En verdad, siempre fue difícil definir la figura del paramilitar. La palabra comenzó a usarse ampliamente en la primera mitad del siglo para definir a las milicias de los diferentes partidos de izquierda y de derecha. Los fasci di combattimento de Mussolini o el Ejército Rojo de Thaelmann eran reproducciones más pequeñas de los Ejércitos regulares a los que se debía derrotar para llegar al poder. Con la victoria, los paramilitares partidarios perderían el “para” inicial y se convertirían en la fuerza militar legítima del nuevo régimen, reemplazando al caído Ejército regular. En los hechos esto nunca sucedió. En algunos países (Gran Bretaña, Francia) los partidos militarizados nunca llegaron al poder. Y en donde sí lo hicieron sus brazos armados no reemplazaron a los regulares porque sus líderes pactaron con el statu quo (Italia), fueron aniquilados en purgas internas (Alemania) o porque los mismos regulares eran quienes tenían el poder (España). Y luego de que la Segunda Guerra Mundial fuera decidida por los enormes ejércitos y despliegue tecnológico de los Estados, la palabra “paramilitar” parecía aproximarse a la condición de reliquia.
Cuando fue revivida en la década del 60, tenía un contexto y un significado muy distinto. El contexto eran las luchas revolucionarias en Occidente, y el significado era el de auxiliar de las Fuerzas Armadas que defendían el viejo orden social. Con la naturaleza dispersa y caótica de la lucha guerrillera, los Ejércitos siempre utilizaban estos auxiliares. Pero fue sólo durante la segunda mitad de siglo que el paramilitar comenzó a adquirir un espacio propio. Es decir, una función que al Ejército al que apoyaba le estaba vedada. Al principio, la limitación era primordialmente política. El asesinato del arzobispo Oscar Romero no era algo en lo que el Ejército salvadoreño podía involucrarse directamente, por ejemplo. En términos generales, sin embargo, durante los 70 y 80 las funciones militares de Ejército y paramilitares eran muy similares. En Centroamérica, era el Ejército de El Salvador el que dejaba iglesias ardiendo y era el Ejército guatemalteco el que aniquilaba poblaciones indígenas enteras.
Por mucho tiempo, en Colombia la situación fue similar. A comienzos de los 80, si se hablaba de “paramilitares” generalmente se lo hacía en referencia a los ejércitos privados reclutados por grandes hacendados para proteger sus tierras. Unos años después fueron cobrando importancia política, con el asesinato de figuras antagónicas al statu quo, como por ejemplo los 5000 militantes de la Unión Patriótica de las FARC muertos a fines de esa década. Pero gradualmente los paramilitares adquirieron una importancia cada vez mayor en las operaciones del Ejército. Gran parte de la lucha guerrillera en ambos bandos se basa en la intimidación y larepresalia, tareas a las que el Ejército colombiano comenzaba a rehuir. Y al retirarse de ese espacio alentaron la entrada de los proliferantes grupos paramilitares. Aquí nacen las modernas Autodefensas Unidas de Colombia.
Como su nombre lo indica, las AUC son una coalición de origen diverso. Sicarios, ejércitos terratenientes, mercenarios sin empleo de las guerras centroamericanas, ex guerrilleros, campesinos en busca de venganza o dinero, todos integraban el cuerpo que comenzó a sembrar el terror en el campesinado colombiano a principios de los 90. Su estrategia era la misma del general guatemalteco Benedicto Lucas García, quien revirtió la famosa definición maoísta al afirmar que “drenaré el mar donde nadan los guerrilleros”. Los paramilitares llegaban a un pueblo sospechado de colaborar con la guerrilla, seleccionaban a un número adecuado de “estafetas” y los fusilaban sin más. El Ejército, mientras tanto, permanecía inmóvil aun estando a sólo un kilómetro de distancia. En secreto, por supuesto, brindaba la inteligencia y los objetivos. Estadísticamente, los paramilitares fueron muy eficientes: en promedio cometieron más de dos tercios de las masacres en los últimos años.
Pero su relación con el Ejército y el Estado al que representaban fue haciéndose cada vez más problemática. La causa central era que el uso de los paramilitares no era suficiente para derrotar a la guerrilla. El Estado se vio forzado así a buscar otros medios para hacer que los insurgentes bajaran las armas. Al principio, el actual gobierno de Andrés Pastrana recurrió en 1998 a las negociaciones de paz, luego buscaría la ayuda norteamericana. Y esto último venía con una condición importante: el Ejército colombiano debía romper sus vínculos con los paramilitares. Luego de los escándalos de la era Reagan, la Casa Blanca prefería mantener al mínimo las acusaciones de que estaba financiando escuadrones de la muerte. Esto podría haber significado el fin o al menos un debilitamiento de los paramilitares. Pero sucedió lo contrario. El motivo es que las presiones norteamericanas coincidieron con un fenómeno mucho más significativo: la emancipación de los paramilitares del apoyo terrateniente y oficial.
El artífice de esa transformación fue el mismo que afectó a la guerrilla. En efecto, para fines de los 90 ambos grupos explotaban por igual al narcotráfico como fuente de financiamiento. Y de la misma manera que los 800 millones de dólares del narco permitieron que las FARC aumentaran su número de combatientes a 17.000, los “impuestos” de 600 millones gravados a plantaciones y laboratorios permitieron que las AUC duplicaran varias veces su fuerza hasta llegar hoy a 11.200 “fusiles”. Esto sólo alarmó más a Estados Unidos, que en 1989 derrocó a su propio gángster panameño Manuel Noriega luego de que se emancipara de su influencia como intermediario entre los cárteles colombianos y mexicanos.
Al mismo tiempo, sin embargo, las AUC comenzaron a quitarle cada vez más al Estado colombiano la tarea de combatir la guerrilla. Sus métodos podían parecer muy similares a los tradicionales (hubo más de 100 civiles muertos en la primera quincena de enero), pero las AUC de 2000 eran muy distintas a las del siglo pasado. Específicamente, comenzaron a combatir en zonas casi sin presencia del Ejército. Su “guerra a muerte” con la guerrilla dejó de ser teórica y se registraban más y más combates entre sus fuerzas. En el noroeste, las AUC redujeron al guevarista Ejército de Liberación Nacional (ELN) de 8000 a cerca de 2000 combatientes, dispersaron sus frentes y lo forzaron a negociar con el gobierno en condiciones que (comparadas con las de las FARC) son mínimas. En las provincias del sur de Putumayo y Caquetá, la implacable eficiencia de las AUC en matar guerrilleros y presuntos colaboradores llevó a que las FARC congelaran las negociaciones hasta que el gobierno efectivizara la lucha contra los paramilitares. En vano, el gobierno señaló que sólo el año pasado se mató o capturó a 207 paramilitares, y que ya había más de 800 encarcelados.
Interrogado sobre la efectividad de sus métodos, Carlos Castaño explicó francamente que “si el Ejército utilizara los métodos de las autodefensasseguramente habría desaparecido como tal, estarían en la cárcel casi todos y el costo para la imagen de Colombia sería terrible”. El fiscal Germán Martínez enfatiza que “los paramilitares son un monstruo que el Estado creó pero que ahora se liberó”. Paradójicamente, en momentos en que las FARC se esfuerzan por parecerse más y más al Ejército regular de un Estado socialista, las AUC dejan atrás la definición de “paramilitar” y se convierten en lo que se podría llamar (por falta de otro nombre) “paraguerrilleros”. En otras palabras, el modelo al que aspiran dejó de ser el Ejército regular –que los está dejando de apoyar– y pasó a ser la guerrilla contra la que luchan con cada vez más sangrienta eficacia.
Era lógico entonces que en los últimos meses las AUC se perfilaran como lo que toda buena guerrilla debería ser: una fuerza política. Comenzaron con una serie de impactantes apariciones públicas de su líder Castaño. En lugar del sanguinario Kurtz que se había imaginado hasta el momento, apareció un hombre muy articulado que citaba poemas de Benedetti y lamentaba que la ineficacia del Estado lo llevara a las armas. Y cuyo único objetivo era restablecer ese estado democrático de derecho que la guerrilla pretende destruir. En lo personal, Castaño insiste en que “yo no puedo aspirar a la política: con mi pasado, con lo que hice, es una señal de lo mal que está todo que la gente siquiera considere la posibilidad”. Pero sus apariciones televisadas ya le dieron una imagen positiva del 38 por ciento, mayoritariamente de clase media. Es a ese sector al que se dirigía cuando afirmó que “acá los verdaderos poderes económicos siempre tuvieron quien los defienda, la policía y el Ejército; la que no tiene defensa es la clase media y ahí es adonde apunta la guerrilla: entonces nosotros defendemos los intereses del arrocero, del pequeño agricultor, del ciudadano común”. Y es efectivamente cierto que la clase media es muy vulnerable a la guerrilla, especialmente a sus secuestros. En algún sentido, la lucha del Ejército del proletariado está llevando al surgimiento de esa aparente contradicción en los términos, una guerrilla de la burguesía.
Así, la lógica de la “paraguerrilla” llega a una conclusión natural pero sin precedentes. Las AUC también comienzan a plantearse y ser planteadas en términos de la “conquista del poder”. A primera vista, Castaño no parece defender más que el statu quo, “la libertad económica con equilibrio social”. Pero también enfatiza que su proyecto para el futuro incluye “la reforma agraria, la reforma judicial y el modelo de desarrollo económico”. Y agrega que “redistribuimos equitativamente miles de hectáreas de tierra entre campesinos, construimos colegios, clínicas y centenares de kilómetros de carreteras rurales”. Bien pueden ser distorsiones –hay denuncias de que los paramilitares obligan a los campesinos a vender sus tierras a bajo precio a terratenientes–, pero su impacto es cada vez mayor en un país donde la ciudad burguesa se está hartando de la revolución que intenta imponerle el campo.
Peter Paret señaló que “en tiempos de crisis los Ejércitos recobran la importancia que tuvieron en los primeros tiempos, cuando las sociedades eran organizadas en torno de las funciones de ataque y defensa”. En la nueva sociedad que está forjando la guerra civil colombiana, el Ejército ha abdicado gran parte de este papel, lo que abre la puerta para sean las AUC las que definan el futuro. Esta es la razón subconsciente por la que todos en Colombia están siguiendo con sumo detenimiento las cada vez más frecuentes apariciones públicas del temible pero talentoso Sr. Castaño.

 

Claves

Los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) están adquiriendo una importancia cada vez mayor en la guerra civil colombiana.
Su combinación de combate contra la guerrilla y masacres contra la población civil diezmó y forzó a negociar a una guerrilla (el ELN) y está presionando fuertemente a la otra (las FARC) en el sur del país. Las FARC congelaron las negociaciones pidiendo que el gobierno mejore su lucha contra los paramilitares.
Pero la explotación del narcotráfico ya emancipó a los paramilitares del control terrateniente y oficial.
Al mismo tiempo, su líder Carlos Castaño cuenta con una significativa popularidad entre las clases medias, para las que dice combatir. Las encuestas revelan que muchos consideran que las AUC son la única forma de terminar la guerra civil. Castaño explota todo esto para avanzar un proyecto político propio, que ya comienza a delinear.

 

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