Por Gabriel Alejandro
Uriarte
El fin de la historia siempre
fue aplicado con demora a la guerra civil colombiana. Fue sólo
recientemente que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)
dejaron de ser analizadas como la última guerrilla marxista
del continente, y se prestó más atención a
la transformación que atravesó con el narcotráfico
y la adquisición de un territorio propio para la construcción
del socialismo. Pero el viejo atraso todavía afecta la percepción
sobre un actor clave del conflicto: los paramilitares. Muchos todavía
los ven como los escuadrones de la muerte de los hacendados, utilizados
por el Ejército para hacer su trabajo sucio. Su involucramiento
en el narcotráfico sigue siendo puesto en segundo plano detrás
de esta percepción tradicional (como por tanto tiempo se hizo con
las FARC). Su creciente protagonismo militar en detrimento del Ejército
regular es visto como un reflejo de la complicidad de este último.
Y, finalmente, su emergente definición de un proyecto político
es descartado como una beatificación del statu quo latifundista.
Es precisamente porque las FARC son mucho más que la última
guerrilla marxista que se les presta mucha más atención.
Es hora de dar el mismo tratamiento a las Autodefensas Unidas de Colombia
(AUC) de Carlos Castaño.
En verdad, siempre fue difícil definir la figura del paramilitar.
La palabra comenzó a usarse ampliamente en la primera mitad del
siglo para definir a las milicias de los diferentes partidos de izquierda
y de derecha. Los fasci di combattimento de Mussolini o el Ejército
Rojo de Thaelmann eran reproducciones más pequeñas de los
Ejércitos regulares a los que se debía derrotar para llegar
al poder. Con la victoria, los paramilitares partidarios perderían
el para inicial y se convertirían en la fuerza militar
legítima del nuevo régimen, reemplazando al caído
Ejército regular. En los hechos esto nunca sucedió. En algunos
países (Gran Bretaña, Francia) los partidos militarizados
nunca llegaron al poder. Y en donde sí lo hicieron sus brazos armados
no reemplazaron a los regulares porque sus líderes pactaron con
el statu quo (Italia), fueron aniquilados en purgas internas (Alemania)
o porque los mismos regulares eran quienes tenían el poder (España).
Y luego de que la Segunda Guerra Mundial fuera decidida por los enormes
ejércitos y despliegue tecnológico de los Estados, la palabra
paramilitar parecía aproximarse a la condición
de reliquia.
Cuando fue revivida en la década del 60, tenía un contexto
y un significado muy distinto. El contexto eran las luchas revolucionarias
en Occidente, y el significado era el de auxiliar de las Fuerzas Armadas
que defendían el viejo orden social. Con la naturaleza dispersa
y caótica de la lucha guerrillera, los Ejércitos siempre
utilizaban estos auxiliares. Pero fue sólo durante la segunda mitad
de siglo que el paramilitar comenzó a adquirir un espacio propio.
Es decir, una función que al Ejército al que apoyaba le
estaba vedada. Al principio, la limitación era primordialmente
política. El asesinato del arzobispo Oscar Romero no era algo en
lo que el Ejército salvadoreño podía involucrarse
directamente, por ejemplo. En términos generales, sin embargo,
durante los 70 y 80 las funciones militares de Ejército y paramilitares
eran muy similares. En Centroamérica, era el Ejército de
El Salvador el que dejaba iglesias ardiendo y era el Ejército guatemalteco
el que aniquilaba poblaciones indígenas enteras.
Por mucho tiempo, en Colombia la situación fue similar. A comienzos
de los 80, si se hablaba de paramilitares generalmente se
lo hacía en referencia a los ejércitos privados reclutados
por grandes hacendados para proteger sus tierras. Unos años después
fueron cobrando importancia política, con el asesinato de figuras
antagónicas al statu quo, como por ejemplo los 5000 militantes
de la Unión Patriótica de las FARC muertos a fines de esa
década. Pero gradualmente los paramilitares adquirieron una importancia
cada vez mayor en las operaciones del Ejército. Gran parte de la
lucha guerrillera en ambos bandos se basa en la intimidación y
larepresalia, tareas a las que el Ejército colombiano comenzaba
a rehuir. Y al retirarse de ese espacio alentaron la entrada de los proliferantes
grupos paramilitares. Aquí nacen las modernas Autodefensas Unidas
de Colombia.
Como su nombre lo indica, las AUC son una coalición de origen diverso.
Sicarios, ejércitos terratenientes, mercenarios sin empleo de las
guerras centroamericanas, ex guerrilleros, campesinos en busca de venganza
o dinero, todos integraban el cuerpo que comenzó a sembrar el terror
en el campesinado colombiano a principios de los 90. Su estrategia era
la misma del general guatemalteco Benedicto Lucas García, quien
revirtió la famosa definición maoísta al afirmar
que drenaré el mar donde nadan los guerrilleros. Los
paramilitares llegaban a un pueblo sospechado de colaborar con la guerrilla,
seleccionaban a un número adecuado de estafetas y los
fusilaban sin más. El Ejército, mientras tanto, permanecía
inmóvil aun estando a sólo un kilómetro de distancia.
En secreto, por supuesto, brindaba la inteligencia y los objetivos. Estadísticamente,
los paramilitares fueron muy eficientes: en promedio cometieron más
de dos tercios de las masacres en los últimos años.
Pero su relación con el Ejército y el Estado al que representaban
fue haciéndose cada vez más problemática. La causa
central era que el uso de los paramilitares no era suficiente para derrotar
a la guerrilla. El Estado se vio forzado así a buscar otros medios
para hacer que los insurgentes bajaran las armas. Al principio, el actual
gobierno de Andrés Pastrana recurrió en 1998 a las negociaciones
de paz, luego buscaría la ayuda norteamericana. Y esto último
venía con una condición importante: el Ejército colombiano
debía romper sus vínculos con los paramilitares. Luego de
los escándalos de la era Reagan, la Casa Blanca prefería
mantener al mínimo las acusaciones de que estaba financiando escuadrones
de la muerte. Esto podría haber significado el fin o al menos un
debilitamiento de los paramilitares. Pero sucedió lo contrario.
El motivo es que las presiones norteamericanas coincidieron con un fenómeno
mucho más significativo: la emancipación de los paramilitares
del apoyo terrateniente y oficial.
El artífice de esa transformación fue el mismo que afectó
a la guerrilla. En efecto, para fines de los 90 ambos grupos explotaban
por igual al narcotráfico como fuente de financiamiento. Y de la
misma manera que los 800 millones de dólares del narco permitieron
que las FARC aumentaran su número de combatientes a 17.000, los
impuestos de 600 millones gravados a plantaciones y laboratorios
permitieron que las AUC duplicaran varias veces su fuerza hasta llegar
hoy a 11.200 fusiles. Esto sólo alarmó más
a Estados Unidos, que en 1989 derrocó a su propio gángster
panameño Manuel Noriega luego de que se emancipara de su influencia
como intermediario entre los cárteles colombianos y mexicanos.
Al mismo tiempo, sin embargo, las AUC comenzaron a quitarle cada vez más
al Estado colombiano la tarea de combatir la guerrilla. Sus métodos
podían parecer muy similares a los tradicionales (hubo más
de 100 civiles muertos en la primera quincena de enero), pero las AUC
de 2000 eran muy distintas a las del siglo pasado. Específicamente,
comenzaron a combatir en zonas casi sin presencia del Ejército.
Su guerra a muerte con la guerrilla dejó de ser teórica
y se registraban más y más combates entre sus fuerzas. En
el noroeste, las AUC redujeron al guevarista Ejército de Liberación
Nacional (ELN) de 8000 a cerca de 2000 combatientes, dispersaron sus frentes
y lo forzaron a negociar con el gobierno en condiciones que (comparadas
con las de las FARC) son mínimas. En las provincias del sur de
Putumayo y Caquetá, la implacable eficiencia de las AUC en matar
guerrilleros y presuntos colaboradores llevó a que las FARC congelaran
las negociaciones hasta que el gobierno efectivizara la lucha contra los
paramilitares. En vano, el gobierno señaló que sólo
el año pasado se mató o capturó a 207 paramilitares,
y que ya había más de 800 encarcelados.
Interrogado sobre la efectividad de sus métodos, Carlos Castaño
explicó francamente que si el Ejército utilizara los
métodos de las autodefensasseguramente habría desaparecido
como tal, estarían en la cárcel casi todos y el costo para
la imagen de Colombia sería terrible. El fiscal Germán
Martínez enfatiza que los paramilitares son un monstruo que
el Estado creó pero que ahora se liberó. Paradójicamente,
en momentos en que las FARC se esfuerzan por parecerse más y más
al Ejército regular de un Estado socialista, las AUC dejan atrás
la definición de paramilitar y se convierten en lo
que se podría llamar (por falta de otro nombre) paraguerrilleros.
En otras palabras, el modelo al que aspiran dejó de ser el Ejército
regular que los está dejando de apoyar y pasó
a ser la guerrilla contra la que luchan con cada vez más sangrienta
eficacia.
Era lógico entonces que en los últimos meses las AUC se
perfilaran como lo que toda buena guerrilla debería ser: una fuerza
política. Comenzaron con una serie de impactantes apariciones públicas
de su líder Castaño. En lugar del sanguinario Kurtz que
se había imaginado hasta el momento, apareció un hombre
muy articulado que citaba poemas de Benedetti y lamentaba que la ineficacia
del Estado lo llevara a las armas. Y cuyo único objetivo era restablecer
ese estado democrático de derecho que la guerrilla pretende destruir.
En lo personal, Castaño insiste en que yo no puedo aspirar
a la política: con mi pasado, con lo que hice, es una señal
de lo mal que está todo que la gente siquiera considere la posibilidad.
Pero sus apariciones televisadas ya le dieron una imagen positiva del
38 por ciento, mayoritariamente de clase media. Es a ese sector al que
se dirigía cuando afirmó que acá los verdaderos
poderes económicos siempre tuvieron quien los defienda, la policía
y el Ejército; la que no tiene defensa es la clase media y ahí
es adonde apunta la guerrilla: entonces nosotros defendemos los intereses
del arrocero, del pequeño agricultor, del ciudadano común.
Y es efectivamente cierto que la clase media es muy vulnerable a la guerrilla,
especialmente a sus secuestros. En algún sentido, la lucha del
Ejército del proletariado está llevando al surgimiento de
esa aparente contradicción en los términos, una guerrilla
de la burguesía.
Así, la lógica de la paraguerrilla llega a una
conclusión natural pero sin precedentes. Las AUC también
comienzan a plantearse y ser planteadas en términos de la conquista
del poder. A primera vista, Castaño no parece defender más
que el statu quo, la libertad económica con equilibrio social.
Pero también enfatiza que su proyecto para el futuro incluye la
reforma agraria, la reforma judicial y el modelo de desarrollo económico.
Y agrega que redistribuimos equitativamente miles de hectáreas
de tierra entre campesinos, construimos colegios, clínicas y centenares
de kilómetros de carreteras rurales. Bien pueden ser distorsiones
hay denuncias de que los paramilitares obligan a los campesinos
a vender sus tierras a bajo precio a terratenientes, pero su impacto
es cada vez mayor en un país donde la ciudad burguesa se está
hartando de la revolución que intenta imponerle el campo.
Peter Paret señaló que en tiempos de crisis los Ejércitos
recobran la importancia que tuvieron en los primeros tiempos, cuando las
sociedades eran organizadas en torno de las funciones de ataque y defensa.
En la nueva sociedad que está forjando la guerra civil colombiana,
el Ejército ha abdicado gran parte de este papel, lo que abre la
puerta para sean las AUC las que definan el futuro. Esta es la razón
subconsciente por la que todos en Colombia están siguiendo con
sumo detenimiento las cada vez más frecuentes apariciones públicas
del temible pero talentoso Sr. Castaño.
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