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ENRIQUE SDRECH ANUNCIA
SU RETIRO DEL PERIODISMO EN EL TRANSCURSO DE ESTE AÑO
“Siento desgaste y hartazgo, porque nada se resuelve”

Hace medio siglo que se dedica a la crónica y la investigación de casos policiales y afirma que el cansancio físico y mental lo han quebrado. Se angustia cuando recuerda los crímenes impunes y promete que escribirá un libro en el que contará su historia como cronista.

El periodista conduce aún “Investigación Sdrech”, por TN.
“Puedo mirar a la cara a quienes critico, sin temores”, dice.

Por Mariano Blejman

De sus 70 años, los últimos 48 se sucedieron entre extorsiones, amenazas y asesinatos, casi siempre ajenos, pero incorporados a su pasión periodística. Y también sufrió los coletazos no deseados de este fervor: fue baleado en una pierna, el frente de su casa recibió 78 tiros, lo amenazaron y persiguieron en más de una ocasión. Ahora, Enrique Sdrech dice que va a retirarse del periodismo “seguramente durante este año”. Está cansado: “Siento una sensación de hartazgo, de desgaste, de que nada se resuelve en la Justicia ni en la policía”. Durante medio siglo de periodismo policial, Sdrech trabajó en Radio El Mundo, fue director de Télam, hizo libretos radiales y fue cronista de Clarín por más de cuatro décadas, hasta jubilarse. Ahora colabora de vez en cuando en ese matutino. “Tengo 3 bisnietos, 7 nietos y puedo mirar a la cara a quienes critico, frente a frente, sin temores”, remarca en la entrevista con Página/12. “Investigación Sdrech” (TN, jueves a las 22.30), su programa, es una continuación de “Cámara del Crimen”. Allí el periodista recoge “las inquietudes de la gente defraudada”, según sus palabras teñidas de resignación.
–¿Cómo juega la experiencia en los pocos segundos que da la televisión?
–Hago policiales hace medio siglo. Además, hice cursos complementarios interesantísimos, vertientes de la criminalística, en el país y en el extranjero. La mancha de sangre, por ejemplo, tiene una lectura importante, y los rumanos son los mejores en eso. En Bucarest aprendí a saber si la sangre está eyectada, a identificar el goteo de la víctima en el suelo, que dice si estaba jadeando o no. Hay muchos casos que se aclararon por saber leer la sangre. La otra es la herida que deja la bala: un tatuaje, un homamiento, golpes... todo eso me dio la seguridad de hablar con soltura.
–¿En qué cambia trabajar para televisión, luego de tantos años de gráfica?
–Es difícil. Cuando hacía policiales en Clarín nos podíamos explayar mucho más. En televisión se necesita más velocidad, más abreviatura: la cámara es la estrella.
–¿Cuál es el límite entre un investigador periodístico y uno policial?
–La ventaja del policial es que “chapea” y tiene las puertas abiertas. A nosotros se nos cierra en la nariz, porque no quieren que se investigue periodísticamente. Pero tenemos una ventaja, que es un ejército de gentes sin rostro, de colaboradores que nos traen datos que no se los van a dar nunca al juez, ni a la policía. Se han ganado ese descrédito, en un país donde un juez de feria, en 4 días, se leyó un expediente de 6 cuerpos y liberó a 19 policías acusados de 19 delitos como extorsión, liberar zonas, asociación ilícita, coimas, cohecho. Todos comprobados. La jueza Delange se tomó vacaciones y un juez en 4 días liberó a todos. Así que tienen un desprecio bien ganado.
–¿Cómo negocia la información con la policía?
–No hay ninguna negociación, y con la Justicia menos. Se lo dice un hombre al que le volaron la casa en San Nicolás, el juez pasó la causa a correccional y ahí la cerraron. En dos meses. Cualquier estudiante de Derecho sabe que si se pasa a Correccional es cuando hay dudas de si hubo o no delito. Mi casa tiene 78 balazos en el frente. A mí me pegaron un tiro en Villa Pineral y el juez de la causa también la cerró en dos meses.
–¿Puede una investigación periodística arruinar una policial?
–En algunos casos, como en el del sindicalista Ibáñez de Mar del Plata, cuando un diario local dijo que los delincuentes estaban cercados y eso determinó que al hijo lo mataran y lo enterraran vivo. Pero en el 90 por ciento de los casos ayudamos a que se esclarezca.
–¿No existe el riesgo constante de pecar de morbosidad?
–La frontera de la ética es muy sutil. No hay que caer en exageraciones. En los ‘50 los policiales iban en las últimas páginas. Ahora van en la tapa, tal vez porque el índice de delincuencia ha subido muchísimo, pero el género se afianzó en la prensa.
–Y se convirtió en un show en vivo y en directo...
–A veces necesario. Le doy un caso: yo propongo reproducir el caso de Keyvis, la disco de Olivos donde murieron carbonizadas 18 personas, una tragedia provocada por 4 mocosos, dos de apellido ilustre de la provincia de Buenos Aires. La investigación sale en el programa y uno espera que alguien haga algo. Sin embargo, no avanza un metro. Si me acusan de morbosidad por volver a sacar a la luz ciertos casos que pueden esclarecerse, entonces sí señor, soy morboso. Aun así, no hay procesados.
–¿Nunca tuvo miedo de tener que cubrir un hecho que lo implicara directamente?
–Por supuesto, cuando me volaron la casa. Los que lo hicieron, que se sabe quiénes fueron y de qué fuerza, me escribieron en las paredes amenazando: “Turco hijo de puta, terminala con nosotros, los próximos son tus nietos”. Un vecino los vio frente a mi casa, fue testigo en la causa y luego murió en circunstancias muy confusas, allí en la calle Tinogasta. Yo también tengo miedo, y no soy héroe. Ellos tienen siempre las de ganar.
–¿Extraña el periodismo escrito de sus años de Clarín?
–En Clarín yo estaba en una mesa que crearon para hacer policiales. Era una mesa de lujo. Fue uno de los primeros diarios que permitió investigar. Muchos de esos casos todavía hoy quedan impunes. Me acuerdo de haber ido a Luján cuando desaparecieron en Montes de Oca unos 1000 oligofrénicos. Todavía está en deuda la Justicia de Mercedes, por no resolver el caso de Cecilia Enriqueta Giubileo. Está impune el caso Nahir Mustafá, el caso Jimena Hernández. Los chicos de Villa Mercedes, en San Luis. El caso de la psicóloga María Rosa Pacheco Balmaceda, todas esas provincias las recorrimos con fotógrafos, y después con camarógrafos. Algún día, antes de retirarme del todo, voy a escribir “50 años en la vida de un cronista”. En este país, la gente todavía quiere saber qué pasó, y los que se complotaron para dejar todo en foja cero van a molestarse. Y pienso retirarme pronto, porque mi salud está quebrada...
–¿Se cansó...?
–Sobre todo de ver que muchas cosas se podrían haber esclarecido. Mire, le cuento uno. Patricia Ferraroti era una chica de Luján, abogada, tenía una relación sentimental con un alto funcionario de la Justicia de Mercedes. Se dice que el feto de 6 meses que tenía era producto de ese amor con este alto funcionario. Alguien le pagó 5000 pesos a un lumpen para matarla. Ella llega a su despacho, entra esta sombra furtiva, le pega tres balazos y escapa. Por medio de una buena investigación de la brigada lo detienen y confiesa su crimen. Dice quién le pagó en sede policial, que no sirve para la Justicia. El día del juicio oral le preguntan “¿quién le pagó...?”. Había un silencio tremendo y así, en silencio quedó. El tipo quedó con prisión perpetua y la chica está muerta. Ese juicio pasó por seis juzgados penales y terminó en uno civil. Nadie quiere hacerse cargo. El caso Marcelo Cattáneo, quien fue encontrado vestido de payaso en un claro mensaje mafioso. ¿Hay algún detenido?, ¿algún procesado?
–¿Qué rescata de su trayectoria?
–Mis paredes están cubiertas de cuadros, pergaminos, títulos que he ido recogiendo, muchos del extranjero y muchas distinciones.
–¿Por qué valió la pena?
–Por todo. No hay un solo caso en que no valga la pena. Yo soy casi biógrafo de Cayetano Santos Godino, El Petiso Orejudo, que fue el primer asesino serial del país. Desde el 17 al 22 asoló a una franja de Parque Patricios matando bebés de 2 o 3 años. Yo aprendí a distinguir entre un serial y un asesino múltiple. El serial tiene un patrón criminal como el de ahora de Mar del Plata. Son todas prostitutas, con cabello castaño. Hay 25 desaparecidas, 6 mutiladas, 8 mujeres muertas en 3 meses y ni un solo detenido. Esto habla de la Justicia de Mar del Plata. El asesino múltiple, en cambio, en 10 minutos hace una masacre, en un estallido de odio, como Barreda, de La Plata. Pero hay otros, como Miguel Angel Gobia, que mataba en las noches de tormenta. El le dijo al juez que se cayó del caballo, se pegó en la cabeza y mató a dos oficiales de policía, mató a una chica, a un matrimonio y a un sereno.
–¿Le sorprende esa facilidad del hombre para perder la razón?
–Eso es para los psiquiatras y los médicos. A mí me sorprende el grado de sadismo al que se puede llegar. Los vecinos dicen “era un hombre bueno, que llevaba a su hijo a la cancha...”. La barrera que da paso a la bestia es muy finita. Es como Dr. Jeckyll & Mr. Hyde. Muchas veces uno tiene un vecino normal, apacible, honorable y por ahí es un asesino no descubierto. El tipo va a morir en su lecho y todos van a ignorar que es el autor de un hecho famoso que quedó impune. Son los vericuetos insondables de la mente, pero a mí me asombra la ferocidad. Hugo Acevedo, que en 12 horas mató a 4 personas, a su padrastro y a su mujer. Todos decían que no podían creerlo. Era un rapto de locura. Pero ya José Ingenieros lo hablaba hace muchos años.

 


 

CRIMENES, CASTIGOS Y ENGAÑOS AL POR MAYOR
“Para mí, Yabrán no murió”

Fue una tarde de mayo de 1998, cuando Enrique Sdrech exclamó “¡Al fin uno!”. Las letras amarillas y el cartel rojo inconfundible de Crónica TV anunciaba el pedido de captura de Alfredo Yabrán. Sdrech pensaba que, al fin, uno había caído bajo los brazos de la Justicia. O al menos iba a caer. A los pocos días, el conductor insultó en voz alta hacia el televisor ubicado en la redacción de Canal 13, y miró, otra vez y ahora más espantado, la “vergonzosa” –según él– reconstrucción del suicidio del magnate, en la pantalla de TN. El día de la muerte de Yabrán, con la redacción enardecida cubriendo la noticia del año, Sdrech, Norma Morandini y Antonio Fernández Llorente condujeron la transmisión de emergencia. Allí la producción periodística enviaba al aire las voces de los primeros personajes cercanos al episodio. De pronto, cuando nadie lo esperaba, Sdrech preguntó: “Dígame –al primer perito que llegó al lugar un par de horas luego del supuesto suicidio–, ¿Yabrán estaba descalzo?”. Sus productores se miraron entre sí, intentando adivinar hacia dónde iba el comentario... pero “el Turco” no dio tiempo. “Es que si Yabrán utilizó el arma que dicen que utilizó, nunca pudo haberla disparado con la mano”, explicó.
–Cuando murió Yabrán, usted pudo saber en pocos minutos qué había sucedido.
–Yo diría cuando circuló la noticia de la muerte de Yabrán. Para mí no murió. Yo hice una investigación en Entre Ríos muy grande...
–En esa época usted tenía una gran indignación.
–Sigue siendo tremenda. Nos querían hacer creer que Yabrán se había puesto en la boca un arma Fire Standard 12/70. ¿Cómo es posible que la jueza le vio los ojos azules abiertos? Nosotros hicimos la prueba con un chancho muerto, cuya conformación es muy parecida a la cabeza de un hombre. Luego del disparo nunca encontramos la cabeza. Fue un engaño burdo, grosero, barato y desprolijo. Pero ya estoy acostumbrado. Por eso, siempre nos resistimos a aceptar sin protestas la idea de que Yabrán se había disparado con una Fire Standard 12/70, que la jueza de Gualeguaychú vio que había muerto con sus ojos abiertos y que el abogado Argibay Molina dijo que se trataba de Yabrán por su dentadura inconfundible. ¿Quién era, Gardel? ¿Qué dentadura queda luego de un 12/70 en la boca?
–¿Por qué tenía que estar Yabrán descalzo?
–Un balazo en la boca descalza. Porque uno no llega a dispararse con la mano. Los caños tienen 81 centímetros. Los casos argentinos y del extranjero en que se matan con ese calibre se han recostado sobre la cama y aprietan el gatillo con el dedo mayor del pie, porque sino no llegan. Nosotros lo demostramos en cámara. Trajimos una escopeta –por supuesto descargada– y yo con el brocal en la boca intenté disparar y no llegaba con mi pulgar, ni con mi dedo índice. Fue, por cierto, una demostración elocuente.

 

La crisis de los cines

Tras un año de pocos grandes éxitos de Hollywood, 1200 salas de cine en Estados Unidos están a punto de cerrar sus puertas, según publicó ayer el diario USA Today. El rotativo añade que la cifra podría ser aún mayor, dado que todas las grandes cadenas de cines están atravesando problemas financieros. Al menos seis de ellas incluso se declararon en quiebra, lo que les permite reducir el pago de deudas o postergarlo a largo plazo. La primera empresa grande en anunciar el cierre de varias salas fue Loews Cineplex. Loews tiene previsto cerrar 675 cines de sus casi 3000 salas, tanto en Estados Unidos como en Canadá. El viernes le siguió la cadena AMC, que dio a conocer que se ve obligada a cerrar 548 salas de exhibición. El mismo día se supo que la cadena United Artists Theater Circuit hará considerables recortes tras cambiar de dueño. Analistas de Bolsa creen que en los últimos años la “euforia hollywoodense” provocó la construcción de más salas de las necesarias. Al menos 10.000 de las actuales 37.000 salas cinematográficas serían superfluas. Esta “muerte de los cines” es atribuida, entre otras cosas, a la falta de grandes éxitos de taquilla como Titanic y a la oferta creciente de posibilidades de ver cine en los hogares. Cada vez más estadounidenses se compraron en los últimos años televisores de gran formato con aparatos de video y sistemas de sonido parecidos a los de los cines. Según la revista económica Forbes, los cinéfilos gastaron el año pasado en Estados Unidos un total de 8300 millones de dólares en videos y DVDs, ya sea en compra o alquiler, mientras a las taquillas de los cines ingresaron 7500 millones.

 

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