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OPINION

Hablar de migraciones

Por Eugenio Raúl Zaffaroni *

Es significativo que nuestros compatriotas se quejen de las nuevas normas migratorias españolas, porque tienen tantos requisitos que les dificultan la radicación, mientras nosotros tenemos una ley de facto sobre la materia dictada por Videla, que produce una maraña inextricable de trámites, genera una industria de la gestoría y todo a un costo que pueden pagar los delincuentes internacionales pero no los trabajadores manuales. Quizá lo de España indique que es momento de hablar en serio sobre migraciones.
Sin duda que será el gran problema de los años venideros: los capitales se desplazan con costo cero hasta encontrar mano de obra esclava y, como es natural, ésta trata de desplazarse hasta que le paguen mejor. La globalización glorifica el primer desplazamiento y condena el segundo, en su afán por hacer que el navío espacial tierra selle sus bodegas de esclavos, para que no perturben a los pasajeros de primera que toman sol en la piscina de cubierta. Pero cunde la alarma porque los negros aparecen en la piscina.
No hay sello posible. Bush no es por texano bruto que quiere privilegiar la relación con México, sino porque sabe que, si no logra subir el nivel de vida en México, en algunos años tendrán un candidato a presidente de los Estados Unidos que andará en guaraches y comerá tacos y enchiladas.
Europa quiere poner orden, pero no sabe cómo hacerlo, porque los esclavos llegan de cualquier manera, incluso a nado. La “fortaleza Europa” es un sueño que se desmorona con la propia tecnología de la globalización. Para colmo, como corresponde a su nivel de vida, cada día los europeos tienen menos hijos y, por ende, necesitan mano de obra.
Cuando veo a los negros en alguna ciudad europea vendiendo sus cosas expuestas sobre grandes manteles, prestos a ser envueltos al primer asomo de presencia policial, pienso con profunda satisfacción que antes de que termine el siglo XXI Europa será mestiza y, gracias a Dios, se habrán terminado para siempre las pretensiones de raza superior que vienen desde la Edad Media. El único que parece darse cuenta de esto es el Papa, no así alguno de sus obispos, que aconseja que no lleguen musulmanes.
Nosotros no estamos en nuestro mejor momento económico, de modo que no somos ningún polo de atracción de inmigrantes. Vienen en el número en que siempre vinieron en los últimos lustros y en su mayoría son de países limítrofes. No inciden sobre nuestro mercado de trabajo, porque los técnicos argentinos que se van no lo hacen porque sus puestos estén ocupados por bolivianos, paraguayos, uruguayos, chilenos y peruanos, sino porque esos puestos no existen. Los inmigrantes desempeñan aquí por lo general las tareas más humildes y tienen hijos y nietos argentinos. Los voceros del racismo vernáculo no hacen a este respecto más que fraguar datos falsos, por lo que es muy dudoso que su actividad pueda calificarse de periodística; más bien se trata de proselitismo xenófobo y racista. Tampoco es cierto que haya una sobrerrepresentación en la población penal, porque si se excluyen las “mulas” o portadores de tóxicos (que no son inmigrantes, claro), el porcentaje respeta la proporción poblacional según estratificación social.
La ley de facto Videla no sólo es discriminatoria sino que nos crea serios problemas y sus consecuencias son absolutamente absurdas. La dificultad y los negocios que crea no tienen el efecto de disminuir la inmigración, sino de disminuir la inmigración legalizada, de modo que se nos va acumulando una población migrante no legalizada, con dos serias consecuencias graves: primero, es una población vulnerable a toda forma de explotación, desde la laboral hasta la sexual; segundo, genera un problema de seguridad, porque en varios años se nos acumula una población que, por no estar documentada, no podemos controlar.
Por razones humanas, pero también de sana política poblacional y por razones de prevención del delito y de seguridad, es necesario acabar de una vez con la ley de facto Videla y aclararnos las ideas: lo mejor que podemos hacer es facilitar los trámites migratorios, exigiendo fundamentalmente los certificados de antecedentes penales. De ese modo tendremos la posibilidad de expulsar a los que traen antecedentes de criminalidad y quedarnos con el resto, pero registrados y documentados y, más aún, sería bueno facilitarles el acceso a la ciudadanía lo más rápido posible. Eliminaríamos el negocio de la radicación; evitaríamos la presencia de indeseables (su expulsión sería perfectamente legítima); individualizaríamos mejor a los indeseables (quien no tenga documento nacional sería porque no quiere o porque es delincuente); tendríamos la población inmigrante documentada y, por ende, controlada; podríamos incorporarla al país más rápidamente; evitaríamos la criminalidad que la explota laboral o sexualmente, y aumentaría nuestra población, ¿o todavía no nos dimos cuenta de que tenemos un país despoblado?, ¿o estamos esperando alguna catástrofe ecológica en alguna otra parte del mundo para que otros nos lo pueblen de repente y sin preguntarnos mucho?

* Titular del I.N.A.D.I. Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología U.B.A. Vicepresidente de la Asociación Internacional de Derecho Penal.


 

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