En su primera
semana de gobierno, el presidente norteamericano George W. Bush
tuvo su primera gran mala noticia. Y es que, sencillamente, él
no debería ser el presidente, sino su rival Al Gore. Dos
estudios independientes, uno del Washington Post y otro del Palm
Beach Post, demostraron que los votos de Florida que la Corte Suprema
no autorizó a contar favorecían al candidato demócrata.
Bush Jr. ya lo sabía, o temía. Entretanto, las notas
con que los observadores y la prensa calificaron la primera semana
de la tradición fueron inesperadamente altas. Republicanos
y demócratas coinciden en que la nueva administración
se ha instalado de manera silenciosa y eficaz. Ha sido una
buena semana, nos ha ido asombrosamente bien, resumió
ayer sin reparos el vicepresidente Dick Cheney en declaraciones
a la cadena de televisión NBC, mientras anunciaba que pronto,
muy pronto Estados Unidos se retirará del tratado ABM para
poder construir su gigantesco escudo antimisiles. Muchos diplomáticos
europeos tratan de convencerse de que no, Bush no irá tan
lejos. Pero el mismísimo verdugo de Texas ya anunció
que pronto, muy pronto, viajará a Europa para explicar personalmente
por qué lo hará.
Si algo resulta visible del conservadurismo compasivo que predicó
Bush durante su campaña, es cuál es el sustantivo
y cuál el adjetivo. Y la compasión, más acá
del gesto casi vistosamente cínico de nombrar un gabinete
United Colors of Benetton, puede esperar. A pesar del buen tono
que demostró al dirigirse a los legisladores demócratas,
ya está insistiendo con certeza numerológica en que
su programa de recorte de impuestos no admite cambiar la cifra propuesta
de 1,6 billones de dólares. Con igual rapidez adelantó
las propuestas de suspender la concesión de fondos federales
a organizaciones que promuevan el aborto en países en desarrollo
y la de conceder cheques escolares en la reforma educativa.
Y esta semana llega la iniciativa para que las organizaciones religiosas
puedan recibir más subsidios para realizar tareas de asistencia
social (y, de paso, retirar de esta labor a las instituciones públicas).
En el Senado todavía tiene que librarse la primera gran batalla
de su Administración: la confirmación de un fundamentalista
religioso, el evangélico pentecostal John Ashcroft, como
secretario de Justicia. Todo parece indicar que Bush Jr. la va a
ganar. A los que pronosticaban que la falta de legitimidad iba a
funcionar como freno a la nueva Administración republicana,
la teoría de la democracia que subyace a esa profecía
les queda chica.
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