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EL COREOGRAFO Y DIRECTOR MEXICANO ROBERTO AYALA HABLA SOBRE “GREASE
“El rock and roll es la base de todo”

El próximo jueves se estrenará en el teatro Astral una nueva puesta del musical que fue un boom de los años �70 en su versión cinematográfica. Con Ayala en la coreografía y dirección, Zenón Recalde y Marisol Otero se pondrán en la piel de los personajes que popularizaron John Travolta y Olivia Newton John.

Por Hilda Cabrera

Apasionado por el teatro musical y las obras de Arthur Miller y Tennessee Williams, el coreógrafo mexicano Roberto Ayala se dispone a estrenar Grease (título que hace referencia al cabello engominado y a la grasa de las hamburguesas) en el reacondicionado teatro Astral el próximo jueves. Se trata de una historia de adolescentes, Sandy y Danny, que en esta versión protagonizan Marisol Otero y Zenón Recalde, y que en una adaptación al cine hicieron famosa Olivia Newton John y John Travolta. La acción se ubica en los años ‘50, época en la que surge otro teatro en Estados Unidos: el relacionado con el happening y el Living Theatre, que tienen su origen en el ambiente de los creadores plásticos neoyorquinos y el de los poetas y escritores de la beat generation (Ginsberg y Kerouac, entre otros).
“Grease” fue un símbolo musical y cultural del segundo lustro de los ‘70 también en la Argentina.Pero también entonces Broadway seguía siendo el centro de los grandes musicales, como Oklahoma!, de 1943, y West Side Story, de 1957, basados en una fórmula que debía renovarse periódicamente y a la que hizo su aporte el llamado Off-Broadway introduciendo música rock. Grease fue creada en 1971 y montada en un garage de Chicago por Jim Jacobs y Warren Casey en homenaje al nacimiento del rock and roll, “la base de todo lo que tenemos ahora”, según apunta en diálogo con Página/12 el coreógrafo y director mexicano, quien retornó a Buenos Aires para dar las puntadas finales a un trabajo que en su ausencia coordinó el director Julio Baccaro. “Ninguna otra música produjo cambios tan grandes en la manera de comportarse de la gente –opina–. Los estadounidenses habían dejado atrás una guerra y se sentían acompañados por el rock. Grease rescata ese momento. Por eso en el show nunca aparecen los padres. Algunos no están, quizá murieron en la guerra. La historia la hacen los adolescentes.”
–Pero esos años no se vivían de igual manera en México...
–No, claro. Nosotros no habíamos estado en la guerra. Sé, y me lo han recordado mis hermanos mayores, que fueron años de progreso en México. Hubo un boom en la economía de mi país, y la industria cinematográfica, por ejemplo, creció de manera impresionante.
–¿Su trabajo en Grease es semejante al de un repositor?
–No, este montaje es una creación. Esto significa que el trazo es similar al original, pero el decorado, por ejemplo, no es el mismo que se usó en México ni en Nueva York. Tampoco la coreografía, porque cada una de esas puestas tuvo diferentes productores y coreógrafos.
–¿No se les exige fidelidad al original?
–Los últimos productos que hay en Nueva York y Londres son vendidos como paquete, porque es muy buen negocio para todo el mundo: el diseñador del vestuario, por ejemplo, va a seguir recibiendo regalías de todos los países en los que se monta el show. Pero normalmente cualquier persona puede comprar los derechos de una obra y hacer su puesta. Cuando se trata de una copia “ciento por ciento al carbón” se habla de franquicia. En esos casos, el productor extranjero se asocia al local. Los productores mexicanos de El fantasma de la Opera (obra que Ayala acaba de montar en su país, donde realizó, entre otras, las coreografías de Calle 42, Dulce Caridad y Aladino) se asociaron a los ingleses. Pero eso no sucede con Grease.
–¿Es su intención adaptar la obra al gusto local?
–En realidad, el show se hace con los mismos requerimientos que en los Estados Unidos: el libreto y la música son los mismos. Esta puesta está un poquito más pegada al gusto argentino. Se cambiaron algunos nombres de artistas famosos allá, pero no en la Argentina. De todas formas, la obra no tiene demasiadas precisiones de época: sigue siendo una historia de nostalgia.
–¿También para un mexicano?
–Sí, porque en México, además de ser vecinos de Estados Unidos, ya entonces teníamos televisión por cable. Cuando era niño, mis padres me enviaban cada verano de campamento a los Estados Unidos y me llevaban mucho al teatro. En Nueva York vi El violinista sobre el tejado, con Zero Mostel, Hello Dolly! (un espectáculo también nostalgioso) y Funny Girl, con Barbra Streisand.
–¿Y qué pasaba con la cultura de su país?
–La raza siempre nos gana. Somos mexicanos, y estamos muy orgullosos de serlo, pero siendo vecinos recibimos muchas influencias. Los programas de televisión van, de alguna forma, afectando nuestro tipo de vida y nos abren a otras costumbres.
–Pero hoy no es necesario ser vecinos...
–No, claro, ahora somos sucursales, como la Argentina. Viví aquí hace doce años, y entonces era diferente. Ahora lo veo como un país mucho más abierto a las cosas yanquis. Antes, el argentino miraba más a Europa.
–¿Se refiere a lo cultural?
–Sí, y a la gente más joven.
–¿Qué experiencia le dejó la realización de coreografías para la televisión de su país?
–En otra época, trabajé para Televisa y Televisión Azteca (las dos, privadas), pero básicamente mi gusto pasa por el teatro. En la televisión casi no hay programas de baile que pidan un coreógrafo. La danza se fue reduciendo. “No vende.” El interés de las televisoras pasa por las novelas y los noticieros. El gusto del público ha cambiado y “no va” por el despliegue de números musicales. Se prefiere el video, donde la que baila es la cámara y no el intérprete. Es difícil encontrar un video donde se pueda ver bailar a alguien durante un minuto seguido.
–Bailar o hablar...
–Sí, cualquier cosa, porque todo es un respiro, una reacción. Realmente, los únicos que hoy tienen trabajo son los editores. Uno ve el video de un cantante, por ejemplo, y guarda esa imagen en el cerebro sin pensar que es un producto totalmente editado. Por eso, cuando se ve a ese mismo artista en vivo, se espera de él algo parecido y se acepta con gusto la catarata de rayos láser y explosiones. Se educa al público para que vaya por ahí, por el camino de los efectos especiales. Cuando Fred Astaire bailaba, las tomas iban desde el principio hasta el fin del baile, sin interrupciones, sin ninguna edición. Es cierto que el talento y la resistencia física de este artista eran impresionantes, pero esa posibilidad de continuidad no la tenemos más.
–¿México tiene musicales propios?
–Sí, claro. Tenemos varios autores. Uno de ellos, Guillermo Méndez, ha hecho dos espectáculos muy exitosos. Otros hacen shows, pero pequeños. No se puede competir con los productores estadounidenses; para ellos es negocio la obra y el merchandising que la acompaña. Esto no era así hace veinticinco años. Esta tendencia a comprar “cositas” es igual a la de quienes visitan Disneylandia. Parece que cada vez nos gusta más llevar una “marca” encima.

 

 

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